José Marrone: a 30 años de la muerte del último grande de la noche porteña
El terror del buen gusto, el creador del "Cheeeee", El Benny Hill argentino, el cómico que hizo enojar a Karadagian, el hombre que amó a dos mujeres o el último grande de la noche porteña. Todos estos títulos que reclaman ser desarrollados, bosquejan de manera incompleta las muchas vidas de José Marrone.
"Hice todo lo que un pibe honesto hace para no caer en el mal camino. Hubiera sido más fácil delinquir, total tenía la excusa que no tenía para comer, pero eso no era lo mío". Al Marrone contador de historias le gustaba decir que cuando nació, el 25 de octubre de 1915, había nevado en Buenos Aires. Si los registros históricos situaban dicho fenómeno recién en 1918, era apenas un detalle sin importancia.
Hijo de inmigrantes italianos, sus primeros años estuvieron signados por las carencias, la tristeza y la violencia que recibían de su padre, tanto él como su madre y sus dos hermanos Roberto y Antonio. La familia vivía en una pieza de una antigua casona de Palermo venida a menos, en la calle Julián Álvarez 1575. Llegó un momento en que la convivencia fue tan difícil que, con siete años, el pequeño José decidió salir a probar suerte en diferentes empleos: en sus primeros años fue peón, albañil, pocero, dependiente, cualquier oportunidad era buena para escapar de su dolorosa realidad, y de paso conseguir algo de dinero para ayudar en casa.
Así nació un espíritu rebelde, que marcaría su personalidad y ya entonces le traería problemas. Lo echaron de la escuela en tercer grado y nunca más volvió, forjando así una resignación disfrazada de temple que lo acompañó hasta el final de sus días: "No soy supersticioso. En la vida tenemos lo que merecemos. Las cosas tienen que pasar, y vienen porque tienen que venir", decía. Y para él, esas "cosas" llegaron a los 14 años.
El terror del buen gusto
"Debo tener mil cuentos finos, y cuatro mil verdes", se ufanaba Marrone con sonrisa pícara. Y es que en él convivían dos artistas: uno se llamaba "Pepitito", y era un payaso naif, juguetón y risueño que empatizaba de manera notable con el público infantil y las familias; el otro, denominado simplemente como "Marrone", era irreverente, zafado y provocador, se despertaba con la luna y era el preferido de la platea adulta a la hora de reírse o de ruborizarse.
Este último nació entre bambalinas de un cabaret, en el que Marrone consiguió trabajo a los 14 años como asistente de un ventrílocuo. Observando a los artistas de variedades, el adolescente comenzó a aprender el oficio. Una noche, el humorista del espectáculo no apareció, y José pidió salir en su lugar. Perdido por perdido le dijeron que sí, y desde ese momento nunca más se bajó de un escenario.
La rebeldía adolescente, curtida en la noche prostibularia y cafés de mala muerte, lo volvieron desafiante ante la autoridad. No importaba si estaba representada por un jefe, por su padre o incluso por el ejército. Destinado por el Servicio Militar en el Regimiento de Patricios, un Marrone de 18 años se escapaba cada noche del cuartel para actuar, con uniforme robado y haciéndose pasar ante la guardia por un coronel que parecido a él.
Bares, prostíbulos, cabarets, cualquier espacio nocturno era bueno para sus rutinas de humor. Incluso los cines, entre película y película: "Antes se hacía varieté en los cines, números vivos. Empecé ahí con un conjunto que se llamaba Los caballeros de la quema, yo era el cómico. Después seguimos en Radio del Pueblo, en aquel entonces en la radio no se podía decir ni ‘Pucha digo’, se decía ‘Cha digo’", le contaba el actor a Pinky en televisión. En esa época también comenzá a interesarse por el tap, baile que también incorporó a sus rutinas.
El 19 de marzo de 1947, un incidente fortuito le permitió conocer en un bar a un productor, que le habló de un trabajo en un teatro de la calle Corrientes. Su estilo irreverente, frontal, y para muchos grosero, gustó tanto que no tardó en colocar su nombre junto a otros número 1 de la revista porteña de entonces, como Adolfo Stray, Alfredo Barbieri o Dringue Farías. Así, y recién a los 31 años, José Marrone pasó del submundo del entretenimiento a formar parte de las marquesinas de los teatros más importantes de Buenos Aires.
El creador del "Cheeeee"
El actor afianzó su carrera en el teatro durante las siguientes dos décadas, al mismo tiempo que el cine le abrió sus puertas. Su última pelea (1949) -protagonizada por Armando Bó, quien lo dirigió 30 años después en Una viuda descocada (1980)-, La barra de la esquina (1950, donde popularizó la frase: "Trabajás, te cansás, ¿qué ganás?"), Rebelde con causa (1961), y Cristobal Colón en la Facultad de Medicina (1962), fueron algunos de sus títulos más emblemáticos en pantalla grande. De este último, pero en su versión teatral (obra que previamente había hecho con mucho éxito Florencio Parravicini), surgió su famoso "¡Cheeeee!".
Así lo contó más de una vez: "El ‘cheeeee’ es la desesperación de muchos artistas que no pueden encontrar el remate. Lo tomé de una chica que vivía con nosotros porque la crió mi mamá. La vieja era de carácter fuerte, y viste que antes se pegaba, entonces cuando le daba cada paliza la piba le decía: ‘cheeeee’. Sería el año 54, y estábamos haciendo Cristobal Colón en la Facultad de Medicina. En la escena estaba Juanita en una camilla, y un actor que hacía de médico me decía dónde me parecía que tenía que darle la inyección, y yo, acordándome de aquella chica, le dije: ‘cheeeee’, y fue como una bomba en la sala. Así nació, gracias a la gente". Con esa obra, y ese latiguillo, llegó a hacer 1280 funciones, el primer gran récord de su carrera.
Un párrafo aparte merece Alias flequillo (1963), la que él consideraba como la mejor de todas las películas que había hecho. Estrenado en el cine Monumental el 11 de septiembre de 1963, con dirección de Julio Saraceni y guion de Abel Santa Cruz sobre una idea del mismo Marrone, el film seguía la fórmula del sosías, con el cómico interpretando dos papeles: el mafioso del título, y un bonachón e inofensivo empleado llamado Orígenes Buendía. A pesar de la inocencia que despiertan hoy historia y situaciones, la película es el ejemplo más cabal de la comicidad de José Marrone, tanto en el plano discursivo como en el gestual. Un producto que fue signo de su tiempo.
El Benny Hill argentino
En 1960, el artista debutó en el único formato que le quedaba por conquistar: la televisión. Con las restricciones propias de la época, que impedían cualquier referencia política, sexual o "inconveniente", el actor decidió apostar al público familiar en el programa Los trabajos de Marrone. Era una época de programas de nombres propios (El flequillo de Balá, Viendo a Biondi, Tato siempre en domingo), así que el peso recaía exclusivamente sobre él. Una apuesta a todo o nada. José no solo salió airoso sino que fue una de las revelaciones del entonces flamante canal 13.
Iconoclasta, Marrone decidió hacer humor por fuera del libreto: haciendo referencias hablando con el camarógrafo, revelando intimidades de los ensayos, y saliéndose del personaje en busca de una complicidad con el público. Este recurso innovador para la época, sería retomado, corregido y aumentado años después por Alberto Olmedo. Los trabajos de Marrone continuó durante cinco años, y fue sucedido por Marronadas 66, programa que no llegó al año y significó el primer traspié televisivo del cómico.
Buscando la manera de recuperar el fulgor de una de sus estrellas, Canal 13 decidió probar suerte tomando elementos de un formato que triunfaba en la BBC: El show de Benny Hill. Se trataba de sumar al carisma del protagonista, convertido en el payaso Pepitito, sketches y números musicales. El circo de Marrone fue un éxito inmediato, que incorporó en la ecuación al público infantil que se divertía con los gags físicos y con una troupe de artistas al servicio del show; entre ellos se destacó Carlitos Scazziotta y su inolvidable "salta Violeta".
El cómico que hizo enojar a Karadagián
Las ramificaciones de El circo de Marrone -que luego de varias mudanzas de canal continuó con éxito hasta 1985- fueron impensadas. La revalorización del formato "circo" en televisión impulsó la carrera de Carlitos Balá y le abrió la puerta de nuestro país a los payasos españoles Gaby, Fofó y Miliki. También despertó la ira de Martín Karadagián (un poco impulsada por cuestiones de marketing, de los que el armenio nacido en San Telmo era un as). En 1973, el humorista presentó a Los títeres del ring, parodia de titanes con una troupe de enanos luchadores entre los que se encontraba una "mini" momia y un "mini" Karadagián. La ocurrencia fue celebrada por todos menos por el luchador, que se encargó de manifestar su fastidio al que quisiera escucharlo.
Pero la polémica más recordada de El circo de Marrone sucedió con "Sapagito", la imitación que Mario Sapag hacía de Pepitito en Las mil y una de Sapag (y en la que también estaba acompañado por Scazziotta). Más que homenaje, Marrone lo entendió como plagio y no le gustó nada. Luego de una serie de idas y vueltas, Sapag decidió primero bajarle el tono a la imitación (en especial a lo relacionado a la voz), para luego darla por concluída con un histórico abrazo entre "Sapagito" y "Pepitito", que marcó un momento inolvidable del ciclo.
El hombre que amó a dos mujeres al mismo tiempo
A mediados de la década del 30, José Marrone conoce en una fiesta a Rosa "La gorda" Guilidoro y se enamora perdidamente. Muy pronto comienzan una relación, tanto personal como profesional, que en 1937 termina en casamiento. Él tenía 21 años y ella 37. En marzo de 1954 nace Rosa Teresa (conocida por todos como "Coqui"), la única hija del actor.
El camino del artista errante se bifurca. Convertido de pronto en un hombre de familia, Pepitito llegó a pensar en abandonar el mundo del espectáculo y conseguir un puesto de oficina, pero su esposa lo convenció de seguir. El aceptó a regañadientes, sin saber que a la vuelta de la esquina lo esperaba la fama, y también un nuevo amor.
Hacia 1950, en paralelo a su despegue artístico, Marrone conoció a la vedette y bailarina Juanita Martínez. Quedó deslumbrado, pero el problema era que seguía enamorado de Rosa. Y en lugar de sumergirse en una aventura clandestina, con la simpleza y rebeldía de siempre, el actor se preguntó: "¿Y por qué no puedo amar a las dos?".
Y así lo hizo, José continuó frecuentando a Juanita, pero cada día volvía a su domicilio conyugal con su esposa y su hija: "A las cuatro de la mañana me iba a mi casa hasta las cuatro de la tarde, yo le dedicaba doce horas a Juanita y doce horas a mi casa. Veintidós años hice esa vida".
"Los tres fuimos muy felices -recordaría años más tarde Martínez-. ‘La gorda’ siempre supo de mi existencia pero jamás le molestó. Nunca me llamó a pesar de que José le dio mi teléfono desde el primer día. Es más, él solía decirle ‘Estoy en lo de Juanita, cualquier cosa que pase, llamáme ahí’".
Esta relación, inconcebible para la época, continuó hasta la muerte de Guilidoro, en marzo de 1972. "Nunca nos conocimos -continuaba Juanita-. Ella tenía problemas de salud, y una vez antes de entrar al quirófano me llamó y me dijo de encontrarnos porque sentía que de esa ‘no salía’. Efectivamente falleció, y desde ese momento me hice cargo de Coqui".
Sin la presión de una doble vida, y seguro de haber "cumplido" con su esposa hasta el último día, Marrone quiso a la semana formalizar con Juanita. Pero recién cuando llegaron al Registro Civíl se enteraron de que la ley lo obligaba a esperar dos meses antes de considerarlo viudo y poder casarse de nuevo. Cumplieron los plazos, ni un día más ni uno menos, y finalmente el 11 de mayo de 1972, Juanita Martínez se convirtió en la segunda esposa de José Marrone.
"He sido una mujer muy amada -contaba ella-, por supuesto que discutíamos como cualquier pareja, porque los dos éramos de carácter muy fuerte. En muchas cosas éramos blanco y negro. Dormíamos en cuartos separados, mirábamos distintos programas, hasta íbamos a distintos cines: él me hacía acompañar por su secretario a uno, mientras se metía en otro para ver las de tiros que tanto le gustaban. Pero nos amábamos terriblemente".
En una entrevista poco antes de su fallecimiento, un Marrone al borde de las lágrimas desnudaba su alma y sus defectos, y lo confirmaba a la hora de ejemplificar lo que sentía por ella: "Tengo carácter fuerte, a veces pobre Juanita, le grito. Una vez en Carlos Paz la traté tan mal, que cuando volvimos la llevé a la iglesia, me arrodillé ante ella y le dije: ‘Te traje a la iglesia, mamá, porque ante la presencia de Dios, te prometo que no te voy a insultar nunca más. Le tengo un respeto... Sabe que la quiero tanto. Ella vive para mí y yo vivo para ella".
El último grande de la noche porteña
"Le tengo miedo a la muerte porque no la conozco, ni la quiero conocer, pero al final te la presentan". El 26 de junio de 1990 fue una noche más en la casa de los Marrone. Él cocinó para los dos, comieron y se acostó cada uno en su habitación. Pero a la madrugada, el actor, pálido, abrió la puerta del cuarto de su esposa, la despertó y le dijo que no podía respirar. Falleció a las 3:30 del miércoles 27 de junio, al llegar a un sanatorio cercano a su domicilio en Martínez. "Qué lástima, me muero", fueron sus últimas palabras a Juanita, mientras la tomaba de la mano.
Juanita se mantuvo junto al cajón de su marido hasta que lo cremaron, y luego se llevó sus cenizas a su casa: "A él no le gustaba estar solo, yo no lo podía dejar en Chacarita y volverme acá. No podíamos separarnos, porque él nunca me hubiera dejado a mí. Ahora está en su cuarto. Adopté un sistema: todo lo que le gustaba a él ahora lo hago yo. Duermo la siesta, algo que antes no me gustaba; lo que quería tener en la heladera sigue estando; a veces pongo un partido importante o una pelea de boxeo porque a él le gustaba verlos. Eso sí, nunca más comí ñoquís, porque durante 40 años me los amasó él, era su comida predilecta y a le encantaba hacérmelos. Después, todo lo que le gustaba se hace, Si lo respeté en vida, ahora mucho más. También le hablo mucho, lo consulto, no es que esté loca, es amor de verdad. Y contra eso no hay muerte que valga".
Juanita siguió trabajando unos años más pero, las consecuencias de haber fumado sin descanso desde los 17 años le pasaron factura. En el 2000 le extirparon un tumor maligno del pulmón, y un año después, un examen de rutina reveló que el cáncer le había tomado el otro. La actriz decidió no luchar más, y se suicidó de un tiro en el corazón.
Las crónicas de entonces señalan que su empleada doméstica escuchó desde la cocina el disparo, y cuando entró al dormitorio encontró el cuerpo junto a una pistola calibre 32 y una foto de José Marrone. Su última voluntad fue ser cremada, y que sus cenizas fueran puestas junto a las de él. Fue el 12 de mayo de 2001, dos días después de haber cumplido 75 años.
Sí, Marrone vivió muchas vidas, pero hay un denominador común en todas ellas: haber marcado un camino profesional y personal más allá de todo juicio, que quienes lo conocieron resumen con las palabras "lealtad" y "bondad". Cualidades que, el paso del tiempo, convirtió en sinónimos de su nombre.
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