Tenía un estilo propio que fue muy criticado, pero sus coberturas para Nuevediario hacían subir el rating del noticiero a cifras inusuales; su especialidad eran los fenómenos paranormales y las escabrosas noticias policiales
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Corría jadeando en busca de gnomos, naves o seres extraterrestres. Podía hacerlo en el cerro Uritorco en el Valle de Punilla o en un edificio abandonado del Once porteño. José de Zer les imprimió sello propio a sus recordados informes para el noticiero Nuevediario en la segunda mitad de los ´80. Sus coberturas tenían atmósfera espectacular.
Él mismo jugaba con su propio personaje en busca de hechos paranormales. ¿Realidad? ¿Ficción? Poco importaba. A sus informes de estética Blair Witch bizarra les sumaba todos los condimentos de una gran puesta en escena. Que la verdad no te anule una buena nota, sostiene aquella máxima de ética dudosa. José de Zer lo sabía. Y lo ejercía. En 1997, un día como hoy, partía prematuramente a sus 56 años, luego de una vida intensa y una carrera profesional que fue mucho más que aquellas notas inolvidables. Querido y respetado por sus compañeros, padeció la crítica de los sectores más académicos que no veían con buenos ojos sus formas para ejercer el periodismo.
Últimos días
Las historias también se pueden contar comenzando por el final y que ese sea el principio sin que el oxímoron anule la osadía. “Estuvo poco tiempo enfermo, en un mes esa enfermedad llamada cáncer se lo llevó”, dice a LA NACIÓN, Paula de Zer, hija del recordado periodista que entrecorta el relato con su emoción. Hacía ya algunos años que no trabajaba en Canal 9 Libertad y acaso esa sensación de parálisis fue minando el bienestar de un cuerpo flagelado por el alto consumo de cigarrillos y decenas de pocillos de café por día. “Su diagnóstico concreto fue cáncer de esófago que, luego, se desparramó muy rápidamente en el pulmón y en la cabeza. Estaba muy venido abajo, así que fue mejor que todo se desarrollara muy rápido”, reconoce la hija compinche que compartía la vida y la vocación periodística con su padre.
“Había tenido un accidente grave en 1971, así que bromeaba con las consecuencias que habían quedado en su cuerpo. Decía que tenía fierros por todos lados y que no pasaba un escáner sin que sonara una alarma. Alguna vez se dijo que no hablaba bien porque tenía el vicio del alcohol, pero no hay nada más alejado de la realidad porque no le gustaban las bebidas. Si, en cambio, consumía muchas pastillas, para calmar los dolores en su cuerpo. Más allá de eso, era un tipo muy sano, con dos vicios muy marcados: tomaba café sin pausa y fumaba cigarrillos eternos”, recuerda Gustavo Siegrist, uno de los máximos responsables del destino exitoso de Nuevediario.
“Las últimas veces que lo vi estaba como abandonado. Cuando nos saludábamos, me tomaba fuerte de la mano y nos emocionábamos. No fue un buen final, creo que hubo algo de autoabandono”, sostiene el periodista Manuel Castro, integrante del staff del noticiero donde José de Zer tenía rango estelar.
Las jornadas finales del periodista no fueron fáciles. Acaso realidad y ficción se mezclaban en su cabeza trazando la síntesis de lo que había sido su vida. “En uno de sus últimos días, estaba acostado en la cama, ya sin hablar, cuando sucedió algo muy particular: de pronto se sentó, miró hacia un cuadro y dijo: ´Mamá, papá, ahí voy, ahí voy. Espérenme que ya voy´. Fue terrible. Mi mamá le preguntó qué es lo que había visto y él le respondió que había oído una música muy linda y que estaban sus padres. Al día siguiente, falleció”, relata Paula de Zer.
Esa conexión establecida con otras posibilidades ajenas a lo terrenal, volvió a manifestarse pocas horas antes de partir: “Dos noches antes de fallecer, sin saber que yo estaba al lado de él, dijo: ´Flaco, flaco, tengo un miedo a morirme´. Es que mi papá siempre le tuvo miedo a la muerte”, sostiene la hija del periodista que se había iniciado en la gráfica con pluma refinada, sagaz y creativa.
La despedida del periodista generó tristeza entre sus ex compañeros y amigos, quienes se acercaron a saludarlo definitivamente. “Santo Biasatti estuvo toda la noche acompañándonos. Tampoco se despegaron Chiche Gelblung y su señora”, recuerda Paula de Zer. Entre las ofrendas florales no faltaron las que llegaron de parte de Carlos Saúl Menem, quien entonces ejercía el cargo de presidente de la Nación. No faltaron las figuras de la política y las celebridades del espectáculo por las que de Zer tenía especial fascinación. “Fue una linda despedida”, reconoce su hija, quien durante años fue productora en Canal 9.
En el final, un deseo debía ser cumplido: José de Zer anhelaba ser enterrado cerca de sus abuelos en el cementerio judío de La Tablada. “Era la parte más cara, imposible de pagar”, recuerda su hija. Fue Alejandro Romay, entonces dueño de Canal 9 Libertad, y las autoridades de la AMIA, quienes decidieron solventar los gastos que implicaba que el cuerpo del periodista descansase eternamente cerca de sus seres más queridos. “Romay se portó como un señor. Le dijo a mi madre que hiciera todos los trámites y le dijera cuánto dinero costaba todo”.
Intimidades
“Adoraba a su hija Paula”, recuerda Gustavo Siegrist. La memoria no le falla. El vínculo entre ellos era estrecho, de complicidad. “Estaba embobado conmigo. Era un payaso total, me hacía reír mucho. Tenía un humor similar al de Olmedo, a quien admiraba, un humor sutil, no sabías si te estaba haciendo un chiste o hablando en serio. Era tan humilde que, hasta el día que murió, no me había dado cuenta quién era. No tomaba dimensión porque era un tipo de extremo perfil bajo”, sostiene la hija.
Los domingos eran infaltables las pastas caseras, una de las habilidades de De Zer, un excelente cocinero que le gustaba agasajar a los suyos. “Su familia era muy practicante del judaísmo, pero él era la oveja negra. Si me portaba mal, me decía que me iba a llevar a la Sinagoga. Uno de sus pasatiempos era llevarme a un edificio abandonado de Once. Le gustaba recorrerlo, me decía que había fantasmas y que, en el altillo, vivía una bruja, le gustaba eso”, dice, aún sorprendida, Paula, quien lo acompañaba a las más insólitas aficiones. Acaso algunos de esos hobbies fueron los que sembraron su estilo periodístico. ¿O fue a la inversa?
Las mujeres eran una de sus debilidades. Formó varias parejas y tenía predilección por las estrellas del espectáculo. “Fue un gran padre, cómplice, comprador, pero un pirata, le gustaban mucho las mujeres. Todas caían rendidas ante él, no era lindo, pero conquistaba con su poder de seducción. Lo curioso es que me hacía cómplice de sus novias. Éramos compinches hasta en eso, no tenía pruritos en contarme con quién andaba”, señala Paula. Genio y figura, en aquel Canal 9 Libertad que era una usina de ficciones, estaba a su gusto rodeado de celebridades. “Se decía que había salido con Silvia Montanari, pero nunca los vi. Zulma Faiad, hasta el día de hoy, me habla maravillas de él y con Moria Casán se daba picos”, rememora.
Profesión paranormal
“Siempre fue un profesional maravilloso, tenía la picardía de los periodistas de antes. Su despegue fue en julio de 1984, cuando apareció el cadáver de la profesora de inglés Oriel Briant, cuyo marido Federico Pippo estuvo acusado de haber cometido el crimen. Con ese caso, Pepe marcó una diferencia. Era la época de Mario Gavilán al frente del noticiero de un canal recién recuperado por Romay. Fue el informador exclusivo del caso y hasta partícipe de la investigación. Como poseía muchos contactos, tenía acceso a donde otros no llegaban”, sostiene Siegrist.
Ya con Horacio Larrosa al frente de Nuevediario, y con Gustavo Siegrist como el exigente y puntilloso número dos del informativo, José de Zer comenzó a abordar temas de hondo contenido social y a generar contenido con fenómenos paranormales de difícil comprobación empírica. En ese tiempo, el noticiero imbatible estaba conducido por una pareja de enorme injerencia en la audiencia: Silvia Fernández Barrio y Juan Carlos Pérez Loizeau.
En cuanto a lo social, De Zer fue el responsable de cubrir la campaña solidaria para ayudar a una escuela rural de la provincia de Salta. Su empatía con la gente era tal que su trabajo de campo en medio de las necesidades urgentes más dolorosas conmovía a millones de argentinos. Corolario: se llenaron decenas de camiones con todo tipo de ayuda.
Pero fueron, sin dudas, las coberturas de acontecimientos que poco se podían explicar desde la razón los que lo convirtieron en una estrella que hoy se definiría como “mediática”. Su voz carraspeada por el tabaco, la respiración agitada, un ruidoso micrófono de mano con una funda verde con el número nueve impreso y tomas de cámara movidas, con buscada desprolijidad, conferían una estética particular a las historias sobre temas paranormales: los objetos voladores no identificados en el Cerro Uritorco, la existencia del llamado “chupacabras”, los gnomos y el efecto magnético de atracción que generaba un pozo en la ciudad de La Plata, eran algunas de las posibilidades periodísticas abordadas por de Zer.
“El relato de José era imperdible, tenía muy buen decir, heredado de su paso por el periodismo gráfico, por eso casi no se podía editar el material, te atrapaba desde el comienzo. Era un periodista de primera que sabía dónde tenía que estar la cámara para que lo que contaba tuviese mayor peso”, sostiene Siegrist.
Con mucho de puesta en escena, se armaban esos informes que duraban varios minutos en el aire, un timing impensado para la televisión de hoy. Si el tema generaba atracción en la audiencia, se armaban seriados que se extendían a lo largo de varios días. “Seguime, Chango”, el santo y seña del cronista para que su camarógrafo Chango Torres lo siguiese en las travesías que, por lo general, acontecían por la noche.
Se dijo que los OVNIS no eran tales, sino que se trataba de un juego de luces con linternas y que el pozo de La Plata no era otra cosa que una avería en el piso que debía ser reparada. A nadie le importaba eso. Y nadie quería averiguarlo. ¿Por qué perder la ilusión de lo que excede a la razón? El rating de Nuevediario podía llegar a los 50 puntos y, en gran medida, se debía a el atractivo del trabajo de De Zer. La gente esperaba ver al chupacabras, ser testigos del aterrizaje de un plato volador sobre la 9 de Julio o mirar desfilar a una comunidad de gnomos por alguna diagonal platense. Nada sucedió, pero la ilusión estaba.
Muchas veces, algún desvariado lo llamaba para contarle alguna historia digna de Ray Bradbury, aunque muchos de los temas abordados aparecían casi de casualidad. Amante del mundo del espectáculo, solía cubrir las temporadas teatrales de Villa Carlos Paz. Allí fue, durante un verano, cuando se anotició de la posibilidad extraterrestre cerca de San Marcos Sierras. Entre notas a Susana Giménez y Ricardo Darín, se escapaba para hacer grabar en la tierra santa de los platos voladores que nunca nadie vio.
“Era un mito, nunca se sabía si era verdad o mentira. Y esa es su gran huella, hasta el día de hoy todos me preguntan si era verdad lo del pozo de La Plata o lo de los OVNIS en el cerro. Lo dejo a criterio de cada uno. En realidad, ni siquiera yo lo sé, porque papá me mantenía la ilusión. Volvía fascinado de las notas. Recuerdo que, siendo chica, estaba aterrada por el pozo de La Plata, así que él me decía: ‘No es tan verdad’. Y, cuando no quería contestar, dibujaba una sonrisa de oreja a oreja. Tenía códigos, jamás iba a decir ‘tal o cual cosa es inventada’. Además, sostenía que todo tenía su parte de realidad. No decía ni sí ni no. En algunas oportunidades salí con papá y el Chango, y eso era morirse de risa todo el viaje. Incluso, me usaron para grabar algunas imágenes de insert”, dice Paula.
“Siempre ayudó a sus compañeros, nunca se lo veía de mal humor. Fue el primero en entrevistar a Carlos Monzón en la cárcel e hizo una de las grandes coberturas del atentado a la AMIA. Era un personaje en sí mismo, amigo de sus amigos, generoso”, resume Siegrist. Para el periodista Manuel Castro “siempre fue una celebridad” dentro del canal. “Cuando lo despedimos en Canal 9, lo abracé y lloré. Nuevediario le debe mucho a José”, asegura.
José de Zer afirmaba que el periodismo no se estudiaba, sino que se aprendía en la calle. Lo decía con conocimiento de causa, en el trabajo de territorio desplegaba todos sus saberes, esos artilugios que convertían lo inverosímil en una nota de noticiero. Jugó con la realidad a su modo. La moldeó como a una plastilina.
Hace 24 años partía un periodista de raza que atravesó la realidad con ficción. El hombre de voz carraspeada y agitación sonora que corría en las madrugadas arengando a su camarógrafo. Jamás confirmó la veracidad de sus informes, acaso porque él mismo se permitía un dejo de duda, como cuando subía las escaleras del edificio abandonado de Once en busca de aquellos espíritus que, según él, dormían en un altillo. A todos hacía creer lo inverosímil. Tenía libreto propio. Cada una de sus notas bien podrían haber sido un episodio escrito por Isaac Asimov. Su final fue abrupto, acaso buscando el menor sufrimiento. “En sus últimas horas alucinaba con las notas que había hecho, con los OVNIS”, concluye Paula de Zer, acaso la mujer que más lo conoció. En aquellas horas intuía la presencia de sus padres y confirmaba su miedo a la muerte hablando con un interlocutor imaginario. Y esa fue su última gran historia.
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