Jorge Porcel: a 14 años de la muerte de un hombre con claroscuros que sabía hacer reír
Ya en la segunda mitad de su vida, a Jorge Porcel no le gustaba que lo identificaran como "El Gordo". El atributo físico que le había dado fama, dinero y un sello característico -como antes lo habían tenido Oliver Hardy o Roscoe Arbucle-, era para don Jorge Raúl Porcel de Peralta prácticamente un error de imprenta. Y es lógico: si tenía un registro vocal de barítono con el que cautivaba como cantante, si bailaba con envidiable precisión, si su acervo cultural lo llevaba a caer rendido ante un cuadro de Emilio Pettoruti, de Paul Cézanne, o con los primeros compases de "Buenos Aires, hora de cero" de Astor Piazzola; si seducía a las mujeres más bellas de la Argentina (como Carmen Barbieri o Luisa Albinoni); si era un astro en el cine, el teatro y la televisión.
No se puede decir que Porcel no le plantó batalla a la imagen que le devolvía el espejo. Un rápido recorrido por su vida a través de sus propias palabras, consigna los innumerables tratamientos a los que se sometió para volver a ser el adolescente que hasta los 20 años no superaba los 80 kilos, el mismo que se imaginaba un futuro en el deporte, o en un estudio de abogados.
Hasta que una noche de la década del 50 el destino lo cruzó en un restaurant de Barracas con Juan Carlos Mareco. El cholulo desconocido le pidió al conductor un autógrafo, agradeciéndolo con una serie de morisquetas. "Pinocho" le devolvió firma y vaticinio. "Usted va a ser un cómico muy famoso" le escribió en el papel y le pidió un favor: "Haceme acordar de esto dentro de 15 o 20 años". Al poco tiempo Jorge debutó en radio, como parte de La revista dislocada capitaneada por Delfor. Y no paró nunca más.
Con los 60 llegaron el cine, el teatro, la televisión y el nacimiento del estigma físico que lo acompañó por el resto de su vida. La pantalla grande lo encontró primero como parte de una escisión de La revista dislocada llamado Disloque en Mar del Plata (estrenada en 1964, pero filmada dos años antes). Enseguida protagonizó su primera película: El gordo Villanueva (también del 64), con historia inspirada en un personaje de la revista Patoruzú.
Promediando la década llegó su consagración televisiva de la mano de los hermanos Hugo y Gerardo Sofovich como parte del legendario Operación Ja Ja. Es en este programa donde se cruzó por primera vez con algunos espacios icónicos de su carrera, como la mesa de "Polémica en el bar" o "La peluquería" que, poco tiempo después con la partida de Fidel Pintos, quedaría a su cargo.
También en esa época, Porcel comenzó a frecuentar a un actor rosarino, con el que conformaría la dupla cómica más importante en la historia del cine nacional: Alberto Olmedo.
El "gordo" encontró al "flaco"
Si bien tenían personalidades completamente diferentes, Porcel y Olmedo desarrollaron sus carreras casi en paralelo, tanto en el teatro de revistas como en televisión. Aunque el apellido del primero había adquirido protagonismo antes, el segundo tenía fascinado al público infantil televisivo con las aventuras de su capitán Piluso. Era cuestión de tiempo para que el círculo virtuoso se cerrara.
Los hermanos Sofovich los conocían muy bien, habían escrito para ellos, eran sus amigos, y también consejeros. Por eso cuando les propusieron protagonizar una película juntos, sin dudarlo dijeron que sí. Así firmaron un contrato, que con distintas cláusulas y distinta letra, se prolongó por quince años y veintiún títulos.
Desde Los caballeros de la cama redonda (1973) hasta Atracción peculiar (estrenada en 1988, dos días antes de la trágica muerte de Olmedo), el dúo se fortaleció mutuamente. En la primera etapa fílmica de la carrera de Porcel, las temáticas fueron más o menos las mismas: una efectiva y repetitiva comedia de situaciones con el condimento de chicas con poca ropa, apartado en el que se alternaron nombres que llegarían bien alto como Susana Giménez, Moria Casán o Graciela Alfano.
De esta época se destacan, además de la mencionada Los caballeros..., Expertos en pinchazos (1979), Custodio de señoras (1979) y Las mujeres son cosa de guapos (1981). Más tarde, el binomio sumó al público infantil en la trilogía de "los colimbas", Los extraterrestres (1983, presentando al E.T. argentino: "Monguito") o Galería del terror (1987). De contundente efectividad en cine, era raro que no surgiera ningún proyecto de teatro o televisión que los uniera. Más teniendo en cuenta que tanto con Las gatitas y ratones de Porcel uno, como con No toca botón el otro, en la segunda mitad de los 80 eran los dueños de la pantalla chica.
El porqué lo develó Mariano Olmedo en su libro El negro Olmedo, mi viejo, describiendo ciertas actitudes egocéntricas, que han sobrevolado la trayectoria de Porcel desde siempre: "El comienzo de la separación del Gordo y el Flaco argentinos fue una noche en los camarines de un teatro de la calle Corrientes. Porcel solía llegar muy temprano al teatro (a veces una hora antes o más del comienzo de la primera función) y se instalaba en la boletería para ver cómo iba la venta y para hablar por teléfono. Después bajaba a su camarín. Mi viejo siempre llegaba más tarde. Unos diez o quince minutos antes de levantarse el telón. Pero un día, el viejo estaba cerca del teatro y como era temprano decidió quedarse y dormir una siesta en su camarín hasta la hora de la función. Se durmió un buen rato hasta que unas voces lo despertaron. La voz que escuchaba era la de Porcel y hablaba de Olmedo. Le decía a alguien: ‘A Olmedo me lo tengo que sacar de encima... Yo no puedo seguir compartiendo el cartel con él, no me conviene. Soy la figura del espectáculo y Olmedo tiene el mismo porcentaje que yo. ¡Pero yo soy el que hace reír a la gente'. Hablaba con su hermano Tito".
De acuerdo al relato de Mariano, el Negro cruzó a la pizzería de enfrente y lo dejó solo a Jorge durante todo el primer sketch de la obra. Fue un fracaso. Aunque luego hubo pedido de disculpas, la amistad de veinte años se había roto para siempre. A excepción de en el cine, Jorge y Alberto nunca volvieron a trabajar juntos.
El evangelio según San Jorge
La madrugada del sábado 5 de marzo de 1988 murió Olmedo, y con él un estilo de hacer humor en la Argentina. Porcel abatido por la muerte de su amigo, y replanteándose toda su vida, renegó del pasado que lo había convertido en astro y se refugió en la iglesia protestante. Primero en Buenos Aires, y luego en Miami, donde se radicó a principios de 1990 junto a su mujer Olga, y a su hija de 10 años, María. Aquí había quedado su hijo, Jorge Porcel Jr., protagonista de una historia de abandono que en entonces era tabú, pero salió a la luz mucho tiempo después.
Porcel viajó a Estados Unidos contratado por la cadena Telemundo para hacer el programa A la cama con Porcel, ciclo destinado al público latino. Era un nuevo comienzo para él, y otra forma de darle la espalda a un pasado del que renegaba. No solo decidió quedarse a vivir allá, sino que reafirmó su convicción con un restaurant al que llamó A la pasta con Porcel. Por primera vez en mucho tiempo, Jorge estaba en paz, pero el sobrepeso y los problemas de salud que esto conllevaba comenzaron a ser cada vez mayores.
Igualmente todavía faltaba una sorpresa más para el artista que se negaba a desaparecer. Y esta llegó de la mano de Anne Strasberg (esposa del gran Lee Strasberg), quien lo invitó a su mansión para decirle que lo había recomendado al director Brian de Palma para que le diera un papel en la película Carlito’s Way. El destino quiso que Jorge Porcel, el hincha de Racing que soñaba con ser abogado, se despidiera de una vida en el mundo del espectáculo en Hollywood, filmando con Al Pacino.
La diabetes y el mal de Parkinson truncaron otros proyectos que tenía el actor en Estados Unidos: ser parte de la Evita de Madonna o coprotagonizar una comedia con Eddie Murphy fueron ofertas que no llegó a concretar.
El sobrepeso lo confinó a una silla de ruedas y a una sucesión de dolencias que fueron de a poco socavándolo. La cintura, la columna, un cuadro grave de apendicitis, diversos problemas respiratorios, uno detrás de otro comenzaron a pasarle factura "al gordo". Y esa imagen voluptuosa con la que luchó desde su adolescencia terminó torciéndole el brazo para siempre a las 19:20 del 16 de mayo de 2006. Porcel tenía 69 años.
Dos agridulces escenas del final de sus días quedaron para siempre en el recuerdo de los argentinos. Uno fue aquel primer programa de Polémica en el bar 97, donde apenas se movía pero demostró que seguía siendo un gran repentista. Gerardo Sofovich había viajado a Miami para convencerlo, tal vez sabiendo que sería su última oportunidad de pisar un estudio de televisión en Argentina.
El otro fue en 2004, cuando Susana Giménez lo entrevistó en Miami y él, transitando el ocaso de su enfermedad le preguntó a quemarropa: "¿Cómo me encontrás?". La diva, vacilante, le contestó piadosamente: "Bárbaro". La mirada de Jorge Porcel lo dijo todo. Genio y figura, aquel último reportaje fue su saludo final, y también su última broma. Pero esta vez, a la muerte.
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