Más allá de haber llevado una vida laboral intensa y sin descanso, el periodista vivió varios romances y formó algunas parejas duraderas; sus últimos días estuvieron marcados por sus problemas de salud y una interna entre su última esposa y sus hijas, Bárbara y Lola
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Tras los vaivenes en su salud que marcaron sus últimos años, Jorge Lanata murió este lunes en el Hospital Italiano. La abogada Elba Marcovecchio, su esposa, estuvo a su lado en todo momento, al igual que las dos hijas del periodista, Bárbara y Lola.
Su lado menos conocido
Lanata no solía desnudar aspectos de su privacidad, mucho menos cuando se trataba de cuestiones afectivas. Si bien se conocen públicamente la mayoría de sus parejas y hasta se dio el lujo de trabajar con algunas de ellas una vez finalizado el vínculo, el periodista eligió siempre la discreción.
Sin embargo, desde hacía un tiempo se permitía hablar en voz alta sobre su intimidad. Así sucedió en uno de los “pases” que mantuvo con Marcelo Longobardi, quien, durante mucho tiempo, lo precedió en la programación de Radio Mitre. Corría 2021 y fue en ese momento cuando la locutora y periodista María Isabel Sánchez le preguntó si pensaba casarse con Marcovecchio, su novia, consulta que generó la sorpresa de todos: “No, no está en mis planes inmediatos”, respondió Lanata, aunque tal cosa no era verdad.
Ese mismo día, un poco más tarde, ya en Lanata sin filtro, la abogada salió al aire a través de una comunicación telefónica. Y Marina Calabró le preguntó sin medias tintas: “¿Se casan?”. Pero la respuesta negativa fue similar a la del novio en el programa anterior.
En LAM, el programa de Ángel de Brito que, en ese momento, salía en eltrece, se mostró la primera imagen en la que se pudo ver a Lanata y Marcovecchio juntos. Se trató de una fotografía que se tomaron en la casa de Punta del Este, en donde compartieron todo el verano.
Un año después, el 23 de abril de 2022, el periodista y la abogada finalmente se casaron rodeados de sus seres más queridos y lo festejaron a lo grande, en una celebración a la que también estuvieron invitadas figuras del ámbito de la política y el espectáculo. La cita fue en El Dok Haras, ubicado en Exaltación de la Cruz. La pareja no contrató a una wedding planner y fueron los novios quienes se ocuparon de todos los preparativos. En un principio, habían decidido hacer una celebración pequeña, con 50 invitados, pero finalmente decidieron ampliar la lista a 150.
El rol de seducir
Desde niño llamó la atención. Le gustaba ser el centro y estar al tanto de todo. Hablaba y se convertía en un chico hipnótico. Mucho más en la adolescencia, cuando publicaba en el periódico La Ciudad de Avellaneda o, unos años después, cuando redactaba noticias en Radio Nacional. La vorágine lo acompañó hasta el final. La seducción también.
A pesar de una infancia con algunas ausencias clave, se las ingenió para habilitarse el permiso, varios permisos, para el amor. A su estilo. Sin alterar sus prioridades en el mundo de la comunicación. Sin desatender sus viajes laborales por el mundo. Aquí no valió el modo pausa. Mucho de modo, nada de pausa. Con todo, inmerso en esa tolvanera que solo unos pocos pueden sostener, se las ingenió para amar. Y dejarse amar. En un workaholic como él, la sublimación en el trabajo suele apaciguar el deseo. Sin embargo, se permitió experimentar.
La vida lo enfrentó, precozmente, con el dolor profundo. Angélica, su madre adoptiva, vivió muchos años postrada y sin poder hablar. Curiosa paradoja en esa génesis de alguien que hizo de la palabra su herramienta. Lo criaron sus tías. A los golpes se hizo. A la fuerza desarrolló una personalidad libre y rebelde. Aunque allí estaban esas damas sustitutas para encauzarlo. Como podían, cuando podían. Será por eso que él siempre enalteció el rol de la mujer, aún en tiempos donde la palabra empoderamiento no estaba de moda, menos, aún, validada en su praxis.
Siempre hubo una mujer atravesando su vida. Desde chico. Primero, las que contuvieron y guiaron. Luego, las que amaron y aconsejaron. Las que lo convirtieron en padre. Y las que solo fueron una pasión fugaz. “La peor forma de extrañar a alguien es estar sentado a su lado y saber que nunca lo podrás tener”, escribió, alguna vez, Gabriel García Márquez. Algo de eso merodeó en algunos de los vínculos del periodista.
Acompañó a sus mujeres, pero siempre supo que su profesión, que su profunda vocación, sería la compañía eterna. Hasta hace poco, cuando su salud ya era frágil, disfrutó del amor, pero siempre regresó al set de televisión, al micrófono de radio, a la escritura. Allí es donde mejor se entendió y comprendió el mundo. Catarsis de un hombre que se supo eterno. Pero que vivió enamorado de su profesión. Profesión que también le dio hijos, discípulos de carne y hueso. Quizás ahí residió el mayor amor del hombre de Sarandí, criado en Mar del Plata, que, a veces, se dejó amar. Y que amó con reservas o con la devoción de un niño que busca contención.
Amores iniciáticos
Su figura, ahumada en casi medio centenar de cigarrillos diarios, se permitió el goce profundo. Más allá de los escarceos adolescentes, la primera mujer del periodista fue Patricia Orlando. Con ella conoció el amor importante.
En 1984, Lanata trabajaba en Sin Anestesia, el programa del periodista Eduardo Aliverti, en la misma radio donde también se desempeñaba Patricia. El flechazo fue mutuo. Y efímero. En menos de dos años, Jorge ya estaba noviando con Andrea Rodríguez, una chica que también conoció en su trabajo frente al micrófono. Ella fue quien lo convirtió en padre en 1989. Bárbara es el fruto de esa unión.
“Barbarita”, como él la llamaba, solía colaborar con el anfitrión de PPT, el programa de eltrece que su padre timoneó con astucia y buenos reflejos. Ella fue la debilidad del creador de Hora 25, aquel mítico programa de la trasnoche de la Rock & Pop. La pareja con Andrea se formó en 1986 y fue en 1989, el mismo año en que nació Bárbara, que el vínculo se disolvió. Para alguien no acostumbrado a la dependencia, tres años resultaron suficientes.
Extraño amor
Lo que siguió fue una experiencia que, para el afuera, generó cierto extrañamiento. En 1990, contrajo enlace, en Nueva York, con Silvina Chediek. La periodista, de estricto perfil bajo, casi nunca se refirió a los motivos de la separación que aconteció tan solo un año después.
Los rumores sobre tan veloz disolución fueron muchos, se sabe que la opinión pública es especialista en generar intrigas palaciegas. Se los percibe muy diferentes. Protagonistas de universos bien distintos. El agua y el aceite. Sin embargo, lo antagónico muchas veces resulta y hasta se convierte en la clave del vínculo. No fue el caso. Lanata y Chediek fueron de esas parejas públicas que generan tanto interés como extrañamiento.
La relación con la chica sobria y elegante, de buen decir, de inglés de exquisita fluidez, se convirtió en un fracaso estruendoso que le hizo replantear su vida personal.
El Día D
Quizás por la desazón de un desenlace tan prematuro y con algunos secretos que sus protagonistas conservaron, lo cierto es que Jorge Lanata se tomó un tiempo para volver a apostar al amor. Casi fue la excusa perfecta para canalizar su libido en el trabajo.
Tuvieron que transcurrir casi seis años hasta que el robusto caballero andante ser decidiera a apostar nuevamente por una relación formal. En ese tiempo se dedicó a los escarceos pasajeros. Pura diversión. El destino, Cupido, lo causal antes que lo casual, o todo eso junto, hicieron que Jorge Lanata conociese a la mujer que se convirtió en uno de los grandes amores de su vida.
En 1998, el periodista conducía Día D, uno de sus productos televisivos más sonados, una antesala a lo que luego sería PPT. En el set de aquel programa, conoció a Sara Stewart Brown, quien asistía a cada emisión en carácter de público. Una especie de fanática que, en lugar de delirar por un pop star, lo hacía por el audaz periodista y animador.
Ella dio el primer paso para intentar modificar ese vínculo formal y compartido con tantos otros y otras que se acercaban a presenciar, en persona, cada envío. Sara decidió romper con ese deseo aspiracional y sumergirse en la posibilidad de las aguas de lo concreto. Se dice que el día que él cumplió sus 36, ella le regaló una botella de Whisky. El presente iba acompañado por una cálida declaración y el número de teléfono de la chica de doble apellido. A los diez días se vieron. Fue el comienzo de una relación intensa.
El hombre nacido un 12 de septiembre de 1960 no fue afecto a la vida rutinaria, a los deberes maritales convencionales, pero con Sara, y gracias a Sara, logró conformar algo bastante parecido a una familia “convencional”. Tratándose de él, bien valen las comillas.
A pesar de los amores, del éxito; de haberse creado él mismo un personaje tan amado como odiado; de ser influyente por demás; de ser temido por el poder; o, quizás, por todo eso, las adicciones marcaron buena parte de su existencia. Adicciones públicas como el tabaco. Y otras, a puertas cerradas, como la cocaína, de la que él renegaría luego de sobreponerse a una década de consumo intenso.
Novió con las drogas y se permitió ensayar dos muertes provocadas. La última, un pensamiento recurrente cuando se aproximaba la medianoche del último día de un año intenso. Sobrevivió a todo. Menos a las marcas del amor incompleto. A lo que, posiblemente, sea su punto más débil. Lo es. Alguna vez reconoció que piensa que el sexo está sobrevaluado en la sociedad actual. Discreto, no se permite hablar desde lo personal sobre estas cuestiones, aunque aquella confesión define cuáles no son sus prioridades en la vida.
Con Sara tuvieron a Lola, la segunda hija del periodista. Se casaron en secreto en 2011, pero la pareja funcionó de maravillas hasta el año 2016. Un año antes, ella donó un riñón a un niño y la madre de este hizo lo propio con Lanata, en un trasplante cruzado que le salvó la vida al periodista.
Fue su relación más duradera. Y la más profunda. No siempre ambos aspectos van de la mano. La artista plástica, no afecta a hablar con los medios, alguna vez confesó cierto fastidio por el modus operandi en la vida personal de su marido: sobrecarga laboral, infrecuentes salidas sociales, y vacaciones de pocos días “porque él se aburre”. Cuando ella fue tapa de la Revista Noticias, él estalló de bronca. Pero, aunque la pareja no volvió a conformarse, las aguas bajaron menos turbias y furibundas. Sano equilibrio el del tiempo. También para el amor.
El amor con Sara fue muy profundo. Fue difícil, complejo, reincidir. Pero Lanata no era hombre de estar solo. De todos modos, se tomó un tiempo hasta que Paula se cruzó en su vida. La joven, que trabajaba en el área del marketing, era, como todas sus mujeres, bastante más joven que él. Sus padres eran argentinos, pero como residieron muchos años en España, la chica había nacido allí.
Subyugado por su belleza y juventud, pero, sobre todo, por la inteligencia y la vida mundana de Paula, disfrutó de aquella efímera relación en 2019. Se dice que se conocieron a través de una red social laboral y empresarial. Los infidentes afirmaron que se vieron cuando ella asistió a la tribuna destinada al público que enmarca cada emisión de PPT. Una vez más, un estudio de televisión como antesala del amor. Antes de Paula, y luego de Sara, Lanata habría salido un corto tiempo con una periodista española de nombre Josefina, tres décadas más joven que él. La relación con Paula duró poco.
“Elbita”, el último amor
Elba Marcovecchio fue la última esposa del periodista. Nunca antes, Lanata había hablado de un amor con la dedicación con la que se refería a la abogada. No le gustaba hablar de “novias”, consideraba que el mote remitía a un amor adolescente. “Elbita”, como él la llamaba, lo ordenó, lo estabilizó, le dio atmósfera de familia a su vida, incluyó a sus dos hijos pequeños en la vida del periodista y fue incondicional en los momentos más duros. Estuvo con él hasta el final.
Fue tal el amor entre Lanata y Marcovecchio, que hasta formalizaron el vínculo por Iglesia, con una ceremonia presidida por el sacerdote Guillermo Marcó, quien fuera vocero de Jorge Bergoglio. Todo parecía perfecto al interior de la familia Lanata-Marcovecchio: vivían en departamentos separados pero en el mismo edificio y él tenía una cálida relación con los dos hijos de ellas. Sin embargo, cuando la salud del periodista se comenzó a complicar, trascendieron las diferencias entre su mujer y sus hijas.
El conflicto se hizo evidente cuando las hijas de Lanata la acusaron de ingresar al departamento del periodista para robarle algunos bienes, además de utilizar sus tarjetas de crédito para realizar grandes gastos y actuar “aprovechando la vulnerabilidad” del periodista. Las imágenes presentadas, donde se veía a Elba en la oficina de Lanata, llegaron a los medios y desataron el escándalo. En ese momento, quien respondió en defensa de Marcovecchio fue su abogada, quien aseguró que estaba “destruida” por lo que estaba viviendo y que nada de lo que se decía era cierto.
Otro foco de conflicto entre las mujeres tuvo que ver con quién tomaba las decisiones sobre la salud del periodista. El problema llegó a su fin cuando a principios de octubre la jueza Lucila Inés Córdoba resolvió que Bárbara tuviera el mismo poder de decisión en los tratamientos médicos. En ese mismo fallo, la magistrada nombró a una tercera persona para hacerse cargo de administrar los bienes de Lanata. Luego de ese momento, y aunque no hubo un acercamiento afectivo entre Elba por un lado y Lola y Bárbara por el otro, el cruce mediático cesó.
Lanata fue dueño de una genialidad amada y odiada. Para nadie fue un hombre más. Lo suyo no fue pasar inadvertido. Jugueteó con la muerte y hasta encontró cierto glamour en exhibir sus declinaciones. Una silla de ruedas o un bastón, para él fueron cucardas de supervivencia. En el amor, también fue un redivivo. Se jugó en el vínculo con sus mujeres, pero, una y otra vez, tuvo que aprender a fracasar.
Fue amado, quizás más que lo que él amó. Fueron esas mujeres la que lo fueron constituyendo y protegiendo, como aquellas tías de la infancia. Construyendo y deconstruyendo. Intentando darles respuestas a los dilemas de la esencia del alma de un hombre que no supo estar solo. Ya decía Erich Fromm que “el amor es la única respuesta sensata y satisfactoria al problema de la existencia humana”.
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