Jorge Guinzburg, el gigante que hizo del humor algo serio
Se cumplen 13 años de la partida física del genial comunicador. Guionista, actor, humorista, productor y periodista. Lo hizo todo con sello propio en radio, televisión y teatro
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Todos los canales de televisión colocaron en un vértice de su pantalla el crespón negro en señal de luto. Pocas veces sucedió. Jorge Guinzburg provocó el duelo generalizado aquel 12 de marzo de 2008, cuando falleció luego de hacerle frente a una grave enfermedad pulmonar que él no minimizaba, pero elegía no publicitar. Tenía solo 59 años y mucho más para dar. Dejó un legado inmenso. Perteneció a una estirpe casi extinguida en la televisión.
Sus programas eran inteligentes y amenos. Su propuesta era inclusiva e iba en busca de un público masivo, pero eso no era sinónimo de hacer cualquier cosa por un punto de rating. Tenía límites, buen decir y vuelo alto. Fue un gigante de poco más de metro y medio de altura. Periodista, humorista, historietista, autor, guionista de radio y televisión. Hasta se atrevió a subirse a un escenario y hacer teatro de revista como un capocómico más. Lo era. Pasaron 13 años y su lugar no fue ocupado por nadie. Sin reemplazo, se extraña su modo de pensar los medios masivos sin subestimar a las audiencias.
La legalidad del humor
Cuando nació, su familia vivía en el barrio de Flores, cerca de la avenida Rivadavia, pero los problemas asmáticos del pequeño Jorge hicieron que todos se mudaran a Capilla del Monte, según recomendación médica. Allí, en las sierras de Córdoba, el niño encontraría un clima más propicio, más amigable con su dolencia. Los Guinzburg atendían una hostería, recurso con el que se mantendrían durante toda una década. Cuando Jorge cumplió los 10 años, la familia ya estaba viviendo nuevamente en Buenos Aires, ahora en una zona más cercana a Villa del Parque. Hoy, el túnel más extenso de la ciudad, sobre la avenida Nazca al 3000, lo homenajea con murales pintados donde se lo puede ver en diversas situaciones.
“Garrafa: chiquito, pero peligroso”. El apodo de sus vecinos definía su precoz vivacidad. En el colegio secundario conoció a Carlos Abrevaya, aquel otro talentoso que también fusionó las letras con el humor. Corría 1967, cuando juntos se inscribieron en Derecho, pero rápidamente se dieron cuenta que no era para ellos. Jorge, intuitivo, siguió los dictámenes de su deseo y se inscribió en el Conservatorio de Arte Dramático.
Eran tiempos donde la economía apremiaba, así que apeló a más de un oficio para poder sobrevivir: manejó taxis y vendió carteras de cuero. En el mientras tanto, soñaba. En busca de esos anhelos, comenzó a golpear puertas. Así fue como con Abrevaya, siempre en dupla construyendo el futuro, se ofrecieron como guionistas de humor en la radio. Entraron por la puerta grande: comenzaron a trabajar en Pinocheando, conducido por Juan Carlos Mareco en Radio Rivadavia y, un poco después en la misma emisora hicieron lo propio en el Fontana Show de Cacho Fontana. También tuvieron un breve paso por el envío liderado por Pepe Iglesias, aquel actor apodado “El Zorro”. Muchos años después, Guinzburg conduciría El ventilador, un programa matutino con buena audiencia.
En 1972, el periodista Carlos Ulanovsky los sumó a Satiricón, aquella publicación de humor mordaz. Estuvieron varios años allí hasta que se sumaron a otro clásico editorial: la revista Humor. Y, un poco después, empezaron a escribir los guiones de la emblemática historieta Diógenes y el linyera, que publicaba el diario Clarín con guiones de Tabaré. A esta altura, Guinzburg y Abrevaya ya tenían un buen nombre ganado en el medio gráfico y un estilo propio a la hora de hacer humor.
En 1982 llegó la televisión a su vida. Ese año, Tato Bores volvió a debutar en el medio y lo contrató como guionista. Un poco después, en 1984, y otra vez con Abrevaya, debutaron en un exitoso ciclo radial: En ayunas. Había corrido agua abundante debajo del puente. Lejos había quedado la idea fallida de estudiar Derecho.
La masividad
El 1° de enero de 1986 la televisión argentina estrenó uno de esos programas que harían historia. No sucede tan a menudo. A las 19 en punto, Argentina Televisora Color, hoy TV Pública Argentina, lanzó al aire el primer envío de La noticia rebelde, una suerte de noticiero disparatado que se encargaba de generar contenidos sostenidos en el humor, hacer su propia lectura de la realidad y ofrecer entrevistas ácidas, inteligentes y pletóricas de humor con entrevistados que lograban apartarse de la declaración habitual para mostrar otras facetas de sus vidas. Jugando con el nombre del ciclo, la cortina musical que arremetía en la presentación era la que sonaba en la película La novicia rebelde. Los responsables del nuevo formato, que luego sería copiado más de una vez, eran Jorge Guinzburg, Carlos Abrevaya, Adolfo Castello, Raúl Becerra y Nicolás Repetto.
La noticia rebelde convirtió a Jorge Guinzburg en un personaje popular. El público masivo, que había convertido en un éxito el programa, descubrió la manera personal de entrevistar de este hombre de baja estatura y bigote prominente que se ganó rápidamente el cariño de la gente. Campechano y culto, sabía como entretener y divertir sin bastardear los contenidos. Guinzburg podía preguntarle a sus entrevistados una intimidad inconfesable, pero caía bien. No chocaba y, además, le contestaban.
La primera vez
Solo Jorge Guinzburg podía preguntarle a sus entrevistados, incluso a los más formales, sobre su debut sexual y que no incomodara. Aquellas entrevistas que remataban con la pregunta más esperada eran uno de los platos fuertes de Peor es nada, el ciclo de humor en el que compartía el protagónico con Horacio Fontova. Las más importantes celebridades se disponían a responder ese interrogatorio formidable, donde Guinzburg volcaba su creatividad como humorista y su sagacidad como entrevistador notable. Hasta Mirtha Legrand se animó a la pregunta más temida.
Peor es nada se sostenía en sketches al uso nostro de los programas humorísticos más tradicionales, pero con la impronta que Guinzburg y Fontova podían darle, acompañados por actrices como Ana Acosta, quien se hizo conocida a partir de este programa que se estrenó en Canal 13 en 1990.
En 1996, junto a Chino Volpato y Dady Brieva, encabezó Tres tristes tigres, pero la cosa no pasó a mayores. Un año después, estrenó La biblia y el calefón, un ciclo donde apelaba a su carisma como conductor y sus dotes como entrevistador. Cuatro invitados por programa se disponían a divertirse y contar, otra vez el Guinzburg que todo lo puede, anécdotas de sus vidas no tan conocidas. Fue un ciclo de humor desde la lógica del periodismo. Al programa asistían las máximas celebridades nacionales y algún que otro invitado extranjero. Resultó inolvidable aquella emisión que reunió a Diego Maradona, Charly García, Joaquín Sabina y Graciela Alfano.
Sin prejuicios
Fue un gran publicista que logró varios premios internacionales con su actividad y un entrevistador gráfico avezado. Pero ninguno de esos laureles se convertía en traba o ejercían algún tipo de prejuicio sobre otros ámbitos menos intelectuales. Guinzburg disfrutó de su paso por el teatro y no se privó de encabezar compañías de teatro de revistas. La era del pingüino, Terminestor, Un país de revista, Planeta Show y Revista Latina fueron algunos de los espectáculos que protagonizó sobre los escenarios porteños y de la ciudad de Villa Carlos Paz.
Así como en su carrera no se ponía límites e iba detrás de lo que le interesaba desarrollar, en su vida personal se manejó con igual norte. Se le conocieron dos amores estables. Con su primera mujer tuvo a sus hijas Soledad y Malena. Pero fue con Andrea Stivel con quien conformó una pareja simbiótica. Se habían conocido en los pasillos de ATC, donde ambos trabajaban. Ella, hija del gran realizador David Stivel, en un comienzo se resistió a los embates seductores de él. Guinzburg le dejaba anotaciones en pequeños papeles, curiosa herramienta para ganar la partida.
Finalmente, Andrea aceptó el convite para ir a cenar. Asistió a la velada sin expectativas y para darle el gusto a ese hombre galante que no cesaba de agasajarla con bellas palabras. Aquella cena se extendió hasta la madrugada. No importó la diferencia física (ella le llevaba más de 14 centímetros de altura) ni de edad (él era 14 años mayor). Stivel quedó cautivada por el nivel de cultura y la capacidad de diálogo de ese hombre que jamás claudicó a sus deseos.
Guinzburg y Stivel conformaron un matrimonio unido que compartía la afición por los viajes. Tuvieron dos hijos, Ian y Sacha, y nada los separó hasta la muerte del humorista.
El adiós
Su último éxito en televisión se llamó Mañanas informales, un magazine emitido por el entonces Canal 13 en el que estaba acompañado por Ernestina Pais, Bicho Gómez, Luis Fuxan, y Gastón Recondo. El programa se estrenó el 16 de mayo de 2005, tiempos en los que la salud de Guinzburg comenzaba a quebrantarse. Durante la primera temporada del programa se implementó la medición del rating minuto a minuto, pero el conductor se negaba a acorralar los contenidos de su show de acuerdo a esa tiranía estadística. “Nosotros hacemos lo nuestro, no podemos estar pendiente de lo que hacen los demás canales”, sostenía seguro de sí y de su equipo.
El diagnóstico de cáncer pulmonar no lo inhibió para seguir trabajando. Lo hizo todo lo que pudo. Solo unos pocos íntimos conocían su dolencia, dado que él prefería no darla a conocer públicamente. La victimización no era lo suyo.
Una fractura de vértebra aceleró el decaimiento del fervoroso hincha de Vélez Sarsfield. En una clínica privada de Buenos Aires, el 12 de marzo de 2008, a media mañana, su corazón se detuvo, finalizando el padecimiento de un físico diezmado.
Se había ido uno de los grandes creativos de los medios argentinos. El tipo que no tenía soberbia, pero sí una autoestima acorde a su talento. Sabía cuales eran sus fortalezas. Le gustaba trabajar en equipo, “por eso a las mafias les va bien”, sostenía con humor. Fue muy querido por el público y por sus compañeros, esos que veían en él a un líder cercano. Campechano y culto, logró trascender las elites y convertirse en una figura popular. Tan popular que el crespón negro enlutó por igual a todos los canales de televisión. Y a todo un país.
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