Jorge Guinzburg, a 15 años de su muerte: sus locuras, su irreverencia, su imborrable legado y la apuesta que perdió
Nicolás Repetto, Mario Pergolini, Ana Acosta, Julián Weich, Miguel Ángel Cherutti, Mario Mactas y Osvaldo Bazán recuerdan momentos compartidos con el periodista, humorista y productor
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Mil vidas en un día, mil ideas por minuto. La cabeza de Jorge Guinzburg no paraba jamás. Un guion, un sketch, una tira cómica, un negocio, una obra de teatro, un canje, todo a la vez y al mismo tiempo. Pero debajo de cada disfraz, de cada decisión estaba siempre el periodista. Jorge llegaba a la gracia a través de lo que decía y de cómo lo decía, los dos pilares fundamentales en los que se cimenta la profesión que eligió cuando descubrió que podía hacer suyas aquellas palabras que salían de la radio que escuchaba obsesivamente durante su infancia en Capilla del Monte.
Guinzburg había nacido en Buenos Aires, el 3 de febrero de 1949, y vivía con sus padres y hermanos en la casa familiar de Luis Viale y Terrada. Pero los primeros problemas respiratorios, producto de unas fatídicas vacaciones en San Clemente del Tuyú, llevaron a la familia a encontrar una geografía más cálida y beneficiosa para el bebé. El lugar elegido fue Córdoba.
La adolescencia lo encontró nuevamente en la capital, cursando el secundario en el colegio Justo José de Urquiza y encontrando, aula mediante, a quien por muchos años lo completaría profesionalmente. Su hermano de la vida, Carlos Abrevaya. Compartían sentido del humor, pero no personalidad. Jorge era extrovertido, Carlos todo lo contrario. Dos piezas de rompecabezas que por sus diferencias encastraban perfectamente. Fue cuestión de tiempo para que se lo demostraran al mundo, a través de una revista que estaba a punto de crearse para romper con todo lo establecido: Satiricón.
El primer gran revistón
Guionistas o “chisteros” de Juan Carlos Mareco, del Fontana Show, y más adelante de Tato Bores, a mediados de 1973 Abrevaya y Guinzburg se acercaron al proyecto editorial que encaraban Andrés Cascioli y Oskar Blotta. Mario Mactas -que con Carlos Ulanovsky habían picado en punta- recuerda para LA NACION: “Jorge y Carlos andaban dando vueltas por allí. Como todos pasábamos tanto tiempo juntos nos contagiábamos un fervor por lo que íbamos a hacer, que era algo que no se había hecho jamás. Se consolidó una amistad. Almorzábamos siempre, discutíamos de política, teníamos intereses en común. A mí me parecían admirables los dos. Jorge ya tenía el mismo sentido del humor que después se le conoció. Desde luego era un satírico, tenía el mismo nivel de desparpajo. Tal vez era un poco más disciplinado porque tenía que crear personajes, que continuaban de un número a otro. Pero, por supuesto, era su naturaleza. Era francamente insolente”.
Con pelo más largo y bigote más negro que en su versión más popular, comenzaba a tener una firma relacionada con el humor. Al mismo tiempo, de acuerdo a la memoria emotiva de Mactas, se reafirmaba la dupla con Abrevaya: “Tenían una alquimia muy difícil de descifrar, creo que la magia se producía gracias a la amistad, a conocerse desde el colegio. Carlos era melancólico, de talante triste, pero igualmente con un gran sentido del humor. En cambio Jorge era efervescente. Lo que hizo luego en televisión fue exactamente lo mismo que yo ví en la redacción, a excepción que se convirtió en una estrella de los medios. Tenía un éxito colosal. Cuando lo reencontré en Mañanas informales, ese programa fantástico que hacía por las mañanas, era el mismo. Con su perfil, con su mirada del mundo y con su risa tan particular. Jorge me divertía mucho, porque él se reía también”.
Los cinco ladinos
Como los Reyes Magos y Papá Noel, la comunión creativa son los padres. Y ellos fueron cinco padres solteros de una idea que revolucionó a la televisión de la “primavera alfonsinista”. En abril de 1984 Jorge Guinzburg y Carlos Abrevaya, buscando como siempre expandir sus horizontes, habían sido convocados por el productor Carlos Montero para conducir el programa radial En ayunas, por las mañanas de Excélsior. Paralelamente, Raúl Becerra, Adolfo Castelo y Nicolás Repetto todavía acusaban el golpe del levantamiento de Semanario insólito a fines del año anterior, luego de dos años de instalar en televisión un humor tan genial como absurdo.
Pasó el 84, y buena parte del 85. Jorge y Carlos triunfaban en la radio y en la contratapa de Clarín escribiendo Diógenes y el linyera con dibujos de Tabaré, mientras el trío televisivo no lograba reflotar el ciclo. Hasta que la providencia hizo que los tres y los dos confluyeran en la oficina de Montero (también productor de Mesa de noticias) con una misma idea: un noticiero de humor. La decisión fue salomónica: “O se pelean hasta que gane el más fuerte, o se juntan”. Así, el 2 de enero de 1986 debutó por ATC, La noticia rebelde.
La propuesta, todavía hoy rupturista, se construía con partes iguales de genialidad y esfuerzo. Así lo recuerda Nicolás Repetto para LA NACION: “Nos subíamos a las 9 o 10 de la mañana a una combi de ATC los cinco con algún productor y un camarógrafo y un sonidista, a encontrar cosas para ir llenando el programa diario. Era una locura, no sé cómo lo hacíamos. Y siempre volvíamos con material. Así que la convivencia era absoluta y siempre muy llevadera. Nunca tuve un problema con Jorge, jamás. Él era una máquina de aportar, como todos los integrantes de La noticia rebelde. Me acuerdo de su inteligencia su humor era muy alegre, siempre venía contento, disfrutaba de su propio humor, así que era muy difícil verlo enojado o deprimido. Muy buen compañero, era muy agradable estar con él inclusive en los momentos en los que no estábamos trabajando. Nosotros pasábamos muchas, pero muchas horas juntos, durante los años que duró el ciclo. Compartíamos más entre nosotros que con nuestras propias familias. El petiso era todo aporte, un placer estar con él cada día”.
Ironía, agudeza, virulencia, con el aval de ser uno de los programas más vistos de la televisión y de colegas que se potenciaban mutuamente. Guinzburg estaba en el mejor de los mundos. Especialmente cuando le tocaba estar al mando del reportaje, donde comenzó a probar recursos que perfeccionaría en Peor es nada, e inventó aquella famosa primera pregunta “para romper el cubito”.
Sin embargo, el quinteto se quebró bruscamente luego del último programa de la temporada ‘87, con Raúl y Jorge alegando cansancio por las exigencias de la tira diaria, la falta del entusiasmo y la adrenalina del comienzo y, puertas adentro, el sentimiento de que había un compromiso errático e irregular en el grupo de trabajo.
El 88 comenzó con Becerra y Guinzburg en el 13 haciendo Sin red, otro noticiero de humor que prometía “media hora de noticias, media de publicidad”, compitiendo en horario con sus excompañeros. Repetto recuerda el momento de la separación: “Fue una sorpresa enorme. Jamás se me habría ocurrido que un grupo como el que teníamos se fuera a dividir”. El daño colateral fue también la separación de Jorge con Carlos Abrevaya, su amigo de toda la vida, un vínculo que con el tiempo se recompuso a medias por la prematura muerte del segundo en 1994.
Con lo nuevo bien puesto
Sin red duró poco y nada. La versión oficial fue el poco rating, el radiopasillo: un chiste que no cayó bien; la versión de Jorge: un pase de facturas del gobierno que los tuvo a ellos como carne de cañón. Con Becerra volvieron a ATC para hacer Notishow primero, y después un programa que nadie entendió, más allá de adivinarse como el mayor PNT de la historia de la televisión (por encima de los de Olmedo, Sofovich o Martín Karadagian): La casita del placer Hitachi.
Antes de que terminara 1988, Jorge se mudó al renovado Tevedos (hoy América TV) para probar suerte con Penúltimo momento. Sin su coequiper, formó un nuevo dream team con Pablo Jaramillo, Los Vergara, Mónica Garimaldi (la morocha de Las primas) y el debut televisivo de Mario Pergolini.
Así lo recuerda hoy el empresario y conductor: “Me llamó para trabajar primero en un programa que no salió y que terminó convirtiéndose en Penúltimo momento. Él quería un grupo de gente que estuviera saliendo de lugares emergentes. A mí ya me iba bien con la radio y me llamó primero para hacer de coconductor con él. Tenía 24 años. Fui a su casa en Belgrano y recuerdo que inmediatamente nos llevamos bien. Era un tipo que estimulaba, que te daba seguridad y algo que siempre me gusta contar es que si bien al principio te sorprendía por lo bajo que era, te olvidabas a los cinco minutos. Su solo presencia era suficiente para que se destaque aun callado”.
Por primera vez en un proyecto televisivo, Jorge se ponía el traje de único jefe y, según Mario, estuvo a la altura: “Como jefe era estricto en lo artístico, y siempre pedía darle a las cosas una vuelta más. Trabajaba todo el tiempo pero era muy cálido, respetuoso y te dejaba sentirte a su mismo nivel de involucración. También era muy generoso, mi primera mesa cuando me fui a vivir solo me la dio él de una escenografía, te compartía los canjes para ir a comer, a espectáculos, etcétera. Y siempre, siempre, estaba de buen humor”.
En esta época comenzó a explorar el formato del programa de entrevistas con Trapitos al sol, una ramificación al humor absurdo que continuaría en Ilustres y desconocidos, Capocómicos, en la serie de reportajes titulados “Guinzburg al ataque” para LA NACION Revista y, especialmente, en La biblia y el calefón.
Comenzada la década del 90, el “petiso” dio una nueva voltereta en el aire. Se respiraba menemismo, la realidad era un show permanente, y el caldo de cultivo para reírse de todo y de todos. Total, había que pensar que... peor es nada.
A pesar de todo me siento bien
En Peor es nada, Jorge Guinzburg se aflojó por primera vez la corbata en público y se sacó el traje para jugar a ser actor. En un primer boceto lo acompañaron Horacio Fontova y por poco tiempo, el notable músico uruguayo Leo Maslíah. Aunque el ciclo tardó un poco en encontrar el rumbo, se hizo fuerte satirizando al poder, a la televisión y a las figuras públicas. De yapa, con la experiencia gráfica, más La noticia rebelde, más Trapitos al sol, los reportajes encontraron su mejor versión. Nació la letal (para la época) última pregunta: “¿Cómo fue tu primera vez?”, recurso que hasta hoy fue imitado pero nunca igualado.
Julián Weich fue parte del elenco joven que Jorge eligió para que lo secundaran. Hoy recuerda en charla con LA NACION: “Lo primero que me acuerdo de Peor es nada es que yo me sentía muy chico frente a ese elenco, me sentía un nene, eran demasiado grosos todos y yo era muy pichi. La verdad es que no me animaba mucho, hacía lo que me decían de la mejor manera posible. Siento que fue un programa adelantado a su época, una sátira a la televisión y a todas las personas habidas y por haber. Pero fijate que nadie se ofendía ni se enojaba porque era con un humor muy bien hecho por Jorge”.
Aunque el fin era otro, y las órdenes las podía dar vestido de Hijitus, de paquita de Xuxa o de El Zorro, la exigencia de Guinzburg continuaba siendo la misma, “en el día a día daba la sensación de que él no estaba trabajando, cuando en realidad estaba atento a todo. Sabía perfectamente lo que había que hacer y nosotros también, entonces no había una sensación de que algo era difícil o imposible. Había mucha producción, mucha dedicación a la composición de todos los personajes que satirizábamos o que creábamos. Si bien era un trabajo muy exigente, la sensación del día a día era relajada, todo fluía naturalmente. Y el resultado era buenísimo”.
Otro diferencial de Peor es nada fue reivindicar a la mujer humorista en la figura de Ana Acosta, que llegó a convertirse en otra de las protagonistas del programa. A la distancia, la actriz todavía recuerda con mucho cariño aquella etapa de su vida: “Fue todo gracias a Jorge. Una vez contabilicé que de siete sketchs, yo trabajaba en cinco. Mi participación dentro del programa era muy importante, y eso tuvo que ver con un gran corazón de él al darme ese espacio. Poner una mina haciendo humor, en un momento en el que no se las veía mucho. Él apostó mucho a las mujeres en el humor. No muchos se dedicaron a producir o pensar programas en esa línea, son contados con los dedos de una mano”.
Su trabajo en el ciclo significó su debut televisivo y también su primer Martín Fierro: “Al año siguiente de estar trabajando con él me llevé el premio a Revelación, en la terna estaba con Guillermo Andino y Marcelo Longobardi. Fue tocar el cielo con las manos. Nunca me imaginé que una actriz mujer y humorista pudiera ganarle a la noticia y a la política. Eso tuvo que ver directamente con el lugar que me dio Jorge. Siempre le voy a estar agradecida”.
Pingüinos en la sala
La llegada del nuevo milenio encontró a Guinzburg como amo y señor de la televisión gracias a La biblia y el calefón, y también de la radio por El ventilador. Pero claro, como ya quedó más que claro gracias al testimonio de amigos y colegas, su energía era inagotable, y ¿qué se puede hacer cuando uno llega a la cima? Buscar la manera de seguir subiendo.
Con Daniel Comba eran amigos y “fortineros”, les faltaba solamente asociarse como productores teatrales. Guinzburg venía de hacer una obra de teatro con Fontova a mediados de los 90 y de presentaciones con Emilio Disi en Miami. La excelente repercusión con el público lo entusiasmó.
El lugar elegido para instalarse fue Carlos Paz y la obra que estrenaron en la temporada 2004 fue La era del pingüino. Miguel Ángel Cherutti, protagonista junto con Jorge, rememora: “Con Nito (Artaza) estuvimos a punto de contratarlo para una revista que se llamó: Robó, huyó y lo votaron, pero se enfermó y no pudo ser de la partida. Luego de eso, ya estamos hablando de 2003, me convoca él para encabezar una revista que iba a producir con Daniel Comba. Yo le propuse que se subiera conmigo al escenario y se armó La era del pingüino, estaban también Marcos ‘El Bicho’ Gómez y Daniela Cardone. Fuimos primeros en Carlos Paz, ganamos a nivel nacional”.
La comunión con Miguel Ángel continuó al año siguiente con Terminestor. “Un tipo muy dedicado, muy estudioso, que le gustaba el humor ácido. Me acuerdo que a veces le decía: ‘Ojo que el ambiente nuestro es muy popular, y a lo mejor hay cosas que Doña Rosa no va a entender’, pero como era un tipo tan carismático y tan querido no tenía problemas. Para mí fue un grande. De él aprendí lo profesional que era en todos los aspectos, cómo cuidaba su imagen y la de los compañeros, el respeto al vestuario, a la producción, todo era de primera”. Entusiasmado con los resultados, también produjo proyectos ajenos, como la obra De guante blanco, que contó con tres de los protagonistas de Los simuladores: Federico D’Elía, Alejandro Fiore y Martín Seefeld; o Aryentains, puesta basada en cuentos de Roberto Fontanarrosa. Luego vendrían Un país de revista y Planeta Show, entre muchas otras.
El horario menos pensado
A Guinzburg, los problemas respiratorios que arrastraba desde los tres años, cada tanto le prendían la señal de alerta. Pero eso no impedía que él siguiera creando, trabajando, soñando. La productiva Vitamina G por Radio Mitre, El legado por Telefe ( y su versión infantil), estaba en todo y para todos. Y entre las miles de ideas que le surgían había una duda que lo desvelaba: ¿por qué si en los Estados Unidos el mediodía es un horario tan competitivo acá no se le da bola? Había que apuntar a las mañanas, pero con su impronta; en otras palabras, informales.
Mañanas informales fue el último gran proyecto de Guinzburg. Comenzó el 16 de mayo de 2005 por canal 13. Acompañaban Ernestina Pais (vieja y querida conocida del conductor desde el último año de Peor es nada y primera de La biblia...), Gastón Recondo, Luciano Galende, Mario Mazzone, el Bicho Gómez como el “payaso mala onda” y Osvaldo Bazán, que fue convocado por el conductor luego de que le hiciera una entrevista para Noticias: “el título fue ‘Poderoso el chiquitín’. Unas dos o tres semanas después me llama por teléfono para que vaya a su casa. No tenía ni idea de por qué, no me anticipó nada. Pensé que era por algo de la nota, pero llegué y me ofreció sumarme al proyecto”.
El formato era otro, las ideas también, pero pasaban los años y el clima de trabajo continuaba siendo el mismo, “el programa era cambiante, cada 10 o 15 minutos pasaba una cosa distinta. No era de obviar si hacías algo mal, como tampoco si hacías algo bien. Y si podía te lo reconocía en público. Pero siempre él daba el ejemplo. Me acuerdo que al final del programa nos quedábamos a almorzar lo que Jimena Monteverde había hecho durante el programa. Mientras comíamos, Jorge recorría el programa minuto por minuto, y te decía, ‘hiciste esto, no hiciste aquello, acá estuvimos bien, acá lo que falló fue tal cosa’. Estaba en todos los detalles de producción, técnica, él había elegido a los camarógrafos personalmente porque sabía que eran una parte importante, y tenía relación con cada uno de ellos. No casualmente era un número uno”. Y tan número uno que fue capaz de apostar su bigote (marca registrada que no se afeitaba desde la adolescencia) contra Gastón Recondo, perdió, y se afeitó en cámara.
El 12 de marzo de 2008, Guinzburg murió de cáncer en la clínica Mater Dei a los 59 años. Se fue demasiado pronto, con decenas de proyectos por hacer y miles nuevas ideas por venir. Nadie pudo continuar su estilo ni continuar su legado. ¿Porque no quisieron? No, porque no pudieron. Al decir de Osvaldo Bazán: “Creo que nadie o muy pocos tiene clara esa fórmula. Hay que vivirla, sentirla y entender de televisión. No sé si hoy hay tanta gente que entiende de televisión como entendía Jorge. No había nada de casualidad en él, todo estaba pensado. Mañanas informales arrancó antes del rating minuto a minuto. Él, al poco tiempo de instaurarse el sistema, dijo: ‘No me digan cómo vamos minuto a minuto, no me sirve, me sirve saberlo al final. El programa no puede ir cambiando de acuerdo al número, tengo que ir cambiando o haciendo de acuerdo a lo que voy sintiendo’. No es que nadie quiso continuar el camino, sino que son muy pocos los que saben cómo hacerlo”.
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