Orgulloso padre y abuelo, el locutor y conductor recuerda su infancia y sus inicios en radio y televisión
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Escuchar su voz es remontarse al Feliz domingo de los ‘90, en Canal 9, pero Jorge Formento trabajaba desde mucho antes, sobre todo como locutor, y siguió trabajando después. Y aunque no hace televisión abierta desde el final de aquel programa, ahora conduce un programa en Crónica TV los sábados, Mañanas a lo grande. Trabaja también en la secretaría de prensa del Sindicato Gastronómico desde hace quince años y además es la voz de Mucha Radio, donde también conduce un ciclo los domingos, a las 22. Pero lo que más feliz lo hace, quizá, es ser la voz de la Bombonera. “Me llamaron cuando la gente volvió a la cancha y doy los cambios, la formación y lo referente al desarrollo partido, desde lo más alto de la Bombonera. Es un sueño que hasta hago gratis porque siempre quise ser el 9 de Boca y ahora, al menos, soy la voz de la Bombonera”, dice sin esquivar emociones. En diálogo con LA NACION, Formento también habló sobre sus inicios, su familia y sus anhelos.
-¿Quisiste ser jugador de fútbol?
-Como todos en el barrio, quería ser jugador de Boca. Jugaba al fútbol en la escuela y no era de los buenos pero le ponía ganas. Estoy chocho, es un sueño cumplido. Además toda la familia es de Boca y para mis hijos es un placer escucharme. Es emocionante y conmovedor. En cada partido siento un nerviosismo especial, mucha ansiedad. Se mezclan los sentimientos con la profesión y estoy en mi casa.
-Tu voz en un sello, ¿pensaste en estudiar otra carrera?
-Cuando terminé el secundario no tenía ninguna carrera a la vista y empecé a trabajar como preceptor, que era casi como prolongar la adolescencia. Después me puse de novio con quien fue mi mujer, que estudiaba química y entonces sentí que algo tenía que estudiar yo. Pensé en hacer periodismo deportivo, pero no por vocación sino para estar cerca de Boca. Y un tío que trabajaba en La razón me dijo: “Periodista te hago yo, te llevo al diario y te enseño, ¿por qué no estudiás locución?”. Fue la primera vez que escuché hablar de esa carrera y me anoté sin demasiadas expectativas, pero me fui enamorando. Empecé a trabajar a los 15 años porque en casa no faltaba nada, pero tampoco sobraba nada e hice de todo: manejé un taxi, atendí un kiosco, vendí autos, ropa.
Todo comenzó el día de los inocentes
-¿Cómo entraste a trabajar en los medios?
-Apenas nos recibimos, Marita Monteleone -que estudió conmigo- vino a buscarme a casa y me dijo: “Vamos a buscar laburo”. Era 28 de diciembre de 1984 y le sugerí que esperáramos hasta marzo, pero fuimos Radio Ciudad y el jefe de locutores me dijo: “Empezás a trabajar el 31 de diciembre”. Yo pensé que era una broma por el día de los inocentes y me respondió: “Ese día te va a escuchar tu familia y por ahí te escucho yo”. Después estuve en otras radios hasta que busqué trabajo en los canales porque se ganaba un poco más de plata y se trabajaba menos. Fui locutor de cabina en Canal 9 hasta que hice prueba de cámara para Nuevediario.
-¿Te gustó la experiencia de ser cronista de noticiero?
-No estaba preparado para eso y trabajaba 15 horas a veces, cubriendo de todo, desde un asesinato hasta una conferencia del gobernador de Buenos Aires. Un día tuve que cubrir el levantamiento de Aldo Rico en Monte Caseros y cuando volví al canal decidí renunciar porque eso no era para mí. Me quedé trabajando en el canal y me compré un taxi para compensar lo que perdía por no trabajar en el noticiero.
-La gente ya te reconocía, ¿qué te decían?
-Manejaba yo, pero hablaba poco. Además estaba dando mis primeros pasos. Me compré un taxi porque mi abuelo Manuel fue taxista, se iba a las 6 de la mañana, volvía a las 18 y su satisfacción era acomodar la plata y darnos a mi abuela, a mi mamá, a mi hermana y a mí. No se quedaba con nada. Era gallego, vino a buscar una mejor vida, recién casado con mi abuela y cuando ella quedó embarazada de mi mamá se volvieron a España para que naciera allá y estar cerca de la familia. Cuando llegaron allá a mi abuelo lo denunciaron por desertor de lo que era el servicio militar y lo mandaron a la guerra de los moros. Y cuando mi mamá cumplió los 15 años se volvieron a la Argentina, con la idea de que acá había un mejor futuro. Mis abuelos marcaron mucho mi infancia y, a medida que fui creciendo, me reconocí aun más en ellos. En el ‘98 viajé con mi familia a España y recorrimos la aldea en la que nacieron mis abuelos y cuando llegué a la casa donde mi vieja se crio, me quedé maravillado con lo que veía por la ventana y ahí entendí a mi abuelo que cada vez que íbamos a Mar del Plata paraba en Sierra de los Padres, se sentaba en una roca y se quedaba horas mirando el horizonte. Cuando vi ese paisaje, entendí que estaba conectado a su tierra, en Pontevedra.
El día que se escapó de Feliz domingo
-Feliz domingo fue tu momento de más popularidad, ¿qué recuerdos tenés de ese entonces?
-Metíamos ratings que superaban los 30 puntos. Un día me escapé; era el ‘92 y hacía 11 años que Boca no salía campeón y un domingo jugaba un partido definitorio y ya si empatábamos salíamos campeones. El partido era a las 19 y el programa terminaba a las 22. Ya a las 18 estaba desesperado y les pegunté a los productores -que por suerte eran hinchas de Boca- si podía irme. Me contestaron qué pasaba si (Alejandro) Romay se enteraba y les contesté que Romay iba a estar mirando el partido como todo el mundo. Y me fui, maquilladlo y sin entrada, me reconocieron en el estadio y me dejaron pasar y pude ver a Boca campeón.
-¿Romay se enteró?
-No, Romay era un genio. Yo tenía contrato de exclusividad como todos los que trabajaban en Canal 9 y me acuerdo que tuve la posibilidad de hacer un programa sobre Boca en otra radio, se lo conté y me dio permiso porque entendía que las cosas que pasan por el corazón van más allá de las cuestiones económicas. De Romay tengo recuerdos maravillosos. Yo trabajaba en la radio con Julio Lagos y cuando se fue a otra emisora me quiso llevar y me ofrecían el doble de plata. Le dije que no porque no podía fallarle a Romay, la verdad. Cuando cobré al mes siguiente, me pagaron el doble de mi sueldo, fui y les dije que se habían equivocado y me respondieron que Romay se enteró que elegí quedarme. Eso lo pinta de cuerpo entero. Si hubiera empresarios como Alejandro sería más fácil sacar adelante el país. Era un tipo muy generoso y era feliz dándole una mano a alguien.
-¿Por qué no hacés televisión abierta desde los ‘90?
-Terminó Feliz domingo y las cosas que me fueron ofreciendo no eran de mi agrado. Cuando hacés un programa en el que estás muy a gusto, después te cuesta hacer algo con placer. Trabajé en radio y en un momento, me agarró lo mismo que a Norman Briski en la película La fiaca. No había tenido vacaciones en muchos años y me las tomé todas juntas. Un 1º de febrero tenía que volver a la radio, pero estaba en Mar del Plata y no me quería ir. Entonces viajé para hablar con Romay, le dije que necesitaba ese descanso, otra forma de vida y me entendió, me ofreció trabajar en una radio de Miami, pero no acepté porque yo tengo que estar cerca de mis afectos. No tenía trabajo, pero enseguida me contrató una radio y estaba bien. Esas vacaciones duraron tres años y pegué la vuelta. Extrañaba la adrenalina de trabajar en vivo y ese gusto me lo doy ahora en Crónica y la paso bien.
-¿Cómo se conforma tu familia?
-Estoy separado y tengo cuatro hijos y una nieta. Juan Manuel tiene 34 años y trabaja en una sucursal de un banco y es músico, tiene una banda que se llama Arruinado, pero feliz. Él me hizo abuelo de Sofía que tiene un año y medio y me tiene loco de amor. Juan Martin, de 31, es psicólogo; Lucía, de 29, es maestra jardinera y estudia teatro, baile y música, y Pablo tiene 17 y está terminando el secundario. Tenemos una relación maravillosa con mi exmujer, nos hablamos tres veces por día.
-¡Más que un matrimonio!
-(Risas). Es verdad, hablamos más ahora que cuando estábamos casados. Entendimos que son mucho más importantes las cosas que nos unen, que las que nos separan. Confiamos en el otro, nos queremos y estamos orgullosos de la familia que tenemos.
-¿Volviste a enamorarte?
-No... Hay gente que no se enamoró nunca y yo he tenido la suerte de vivirlo, pero eso sucede cuando sos más joven y ahora la cabeza y el corazón están divididos en muchos pedazos. No digo que colgamos los botines, pero estoy para un partido amistoso (risas). Soy un tipo tranquilo, me encanta estar en casa, vivo en un departamento con vista al río, en La Boca, y cada mañana me siento a tomar mate y que me pegue el sol en la cara. Me llevo muy bien conmigo mismo, cosa que no creía que era posible hasta que me separé.
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