Jorge Barreiro, el galán que creció en una familia humilde y pudo cumplir su gran sueño, aunque se lamentaba por el papel que nunca llegó
El actor, que ganó popularidad a través de su trabajo en diversas telenovelas, siempre mantuvo un perfil bajo y jamás perdió su calidez y elegancia
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Fue galán de galanes, de esos que seducía con su sonrisa y con una mirada que traspasaban la pantalla, haciendo suspirar a las señoras y señoritas que veían las telenovelas de la tarde. Jorge Barreiro quedó en el recuerdo de todos, del público, de amigos y de compañeros de trabajo que se emocionan cuando invocan anécdotas compartidas. A 13 años de su muerte, LA NACION habló con alguno de sus colegas y todos coinciden en resaltar su elegancia, sus buenos modos, su calidez y su galanura.
Barreiro había nacido un 14 de marzo de 1930 en Parque Chacabuco, y falleció recién cumplidos los 79 años, en su casa de Barrio Norte, un 24 de marzo del 2009. Hacía tiempo que luchaba contra un cáncer y estaba cansado. De familia humilde, ya de muy chico soñaba secretamente con ser actor mientras disfrutaba de películas continuadas en el cine de su barrio. Hizo sus primeros estudios de teatro con Juan Francisco Giacobbe y Hedy Crilla, y debutó sobre las tablas en 1962, con el clásico Las del Barranco, de Gregorio de Laferrere, reemplazando a Guillermo Hebling. A partir de entonces no paró de trabajar.
Una carrera extensa
Su debut en cine fue al año siguiente y junto a Fernanda Mistral, en una película inédita de título Lucía. Pero su primera vez en la pantalla grande fue Con gusto a rabia, en 1965, dirigido por Fernando Ayala. Dos años después, su popularidad explotó con la novela Cuatro hombres para Eva, de Nené Cascallar, que Barreiro protagonizaba junto a Rodolfo Bebán, José María Langlais y Eduardo Rudy. El año anterior ya había hecho otra novela exitosa y de la misma autora: El amor tiene cara de mujer. También hizo mucho teatro: Las amorosas; Los días felices; Mi querida parentela; El cumpleaños de la tortuga; ¿Quién soy yo?; Los giles; Ha llegado el inspector -obra que además llevó a Miami en 1978-, y tantas más.
Nora Cárpena trabajó con Barreiro en la obra Los días felices, junto a Guillermo Bredeston, Norberto Suárez, Cristina del Valle y Fernanda Mistral. “Jorge tenía muy buena relación con Guillermo, porque hicieron varias cosas juntos. Conmigo menos: compartimos esa temporada de teatro y al cabo de unos años fuimos pareja en un programa de Canal 11. Pero lo que más recuerdo es esta temporada de teatro que se hizo en Mar del Plata con muchísimo éxito, dos funciones diarias de martes a domingos y llenábamos en ese momento el Astral. Después vinimos a calle Corrientes, al Teatro Smart, que hoy es el Multiteatro”, recuerda la actriz. “Éramos todos muy jóvenes y nos gustaba ir a tomar un café a Ezeiza. ¡Qué locura, no! Pero se nos había dado por ahí y nos divertía. Salíamos a comer todas las noches después de la función. Jorge era una persona encantadora, he estado varias veces en reuniones su casa y era un fantástico anfitrión, una persona de luz y además con un exquisito gusto. Era un caballero. El mejor de los recuerdos para él”.
En cine, el actor trabajó en más de 40 películas, entre ellas Castigo al traidor y Juan Manuel de Rosas, ambas de Manuel Antín; Psexoanálisis, de Héctor Olivera, Joven viuda y estanciera, de Julio Saraceni y con Lolita Torres; Los gauchos judíos, de Juan José Jusid; Los hijos de López; La mamá de la novia; Había una vez un circo, con una pequeña Andrea del Boca; En una playa junto al mar. Y varias veces fue el galán de Isabel Sarli, dirigidos por Armando Bo: Furia infernal, Intimidades de una cualquiera, El sexo y el amor, El último amor en Tierra del Fuego, Una viuda descocada e Insaciable. Filmó su última película en el 2000, Solo y conmigo, dirigida por Carlos Lozano Dana, que protagonizó con Marta González.
Justamente, González fue una de sus grandes amigas. “De Jorge tengo los más lindos recuerdos. Era un amigo-hermano. Me acuerdo que cuando me convocaron para hacer Boquitas pintadas vino a buscarme a casa porque yo no tenía teléfono. Decía que yo cocinaba las mejores albóndigas del mundo y un día trajo a casa a Miguel de Molina para que las probara. Estábamos hasta la madrugada charlando y contándonos cosas. Y nos reíamos tanto. Me enseñó mucho. Era un gran ser humano. Me emociona solamente de pensarlo”, le cuenta la actriz a LA NACION, conmovida.
En televisión protagonizó decenas de novelas, entre ellas Stefanía, Señorita Maestra, Rolando Rivas taxista, Papá corazón, Pinina, No es un juego vivir, Los hermanos Torterolo, Dos para una mentira, Esos que dicen amarse, El precio del poder, Quiero morir mañana, Amor prohibido, Amándote, Zíngara y Rebelde Way. Su última aparición fue en Sin código, con Adrián Suar y Nicolás Cabré, en el 2005.
Silvia Pérez lo conoció apenas empezó a trabajar en el medio, en Los hijos de López. “Era encantador, desde el primer día me integró a la gente, porque no conocía a nadie; me hizo sentir bien. Pensé que era alguien que me estaba protegiendo, que sabía lo que me estaba pasando porque recién empezaba a trabajar y tenía alrededor un montón de actorazos”, le dice a LA NACION. Y agrega: “recuerdo que fui a una fiesta en su casa, vivía cerca de la embajada de los Estados Unidos, y había mucha gente del medio y para mí era increíble estar al lado de Mirtha Legrand, por ejemplo. Era un tipo muy acogedor y protector, más allá de lo grande que fue como actor. Era cálido y buen compañero”.
También pudo desarrollar su carrera en el exterior, principalmente en México, donde protagonizó tres novelas, y España. En 1990 viajó a Madrid para interpretar Crónica de un secuestro, de Mario Diament, y luego formó parte de la compañía de Vicente Parra y Luisa María Payán. Al año siguiente volvió a Europa para hacer Rosas de otoño, de Jacinto Benavente, acompañado por Alberto Closas y Amparo Rivelles.
“Hizo de mi padre y lo recuerdo como a un gran tipo”, recuerda Gabriel Corrado, que lo tuvo como compañero en la primera novela que hizo, Quiero morir mañana, en Canal 9. “Nos volvimos a cruzar en Amándote y en otras novelas más. Le gustaba contar anécdotas sobre sus experiencias trabajando en nuestro país y también en México y España. De hecho empezó las grabaciones de Quiero morir mañana un poco más tarde porque estaba haciendo teatro en Madrid. En lo personal me sirvió para darme cuenta que podía proyectar mi carrera a nivel internacional. Era un gran compañero, y de joven fue un súper galán. Fue muy lindo haber compartido trabajos con él. Gran persona”
El papel que nunca llegó
Fue un actor que vivió su popularidad de una forma muy natural y contaba en las notas que “con Cuatro hombres para Eva no podía salir a la calle”, debido a la fama que le valió su papel. “Era Gardel y Lepera... Y, sin embargo, ahora estoy como cuando empecé, jugando de suplente”, decía en 2004, cuando ya trabajaba mucho menos. Poco después se enfermó, pero se empeñaba en decirles a sus íntimos que estaba “más triste que enfermo”.
Disfrutaba de su imagen de galán y no se quejaba pero, también, alguna vez reconoció que esa etiqueta condicionó su carrera: “Siempre esperé el papel dramático que nunca llegó”. Y como el galán que supo ser, no hablaba de su intimidad y poco se sabía de su vida cotidiana, pero contaba que era hincha de Huracán, aunque no era fanático del fútbol, y que le gustaba coleccionar ceniceros: se traía uno de cada lugar que visitaba.
“Era muy agradable, caballero, muy elegante también, cuidadoso con sus formas, con su ropa, con el pelo. Y sobre todo era muy cuidadoso con sus compañeros. Era generoso también y siempre tenía una sonrisa hermosa, que le iluminaba la cara. Era muy cálido”, asegura Silvia Kutika, que compartió elenco con Barreiro en la novela Amor prohibido.
En su momento de mayor esplendor, Barreiro reflexionaba sobre su propia historia y lo compartió en alguna entrevista: “Hay que saber disfrutar el éxito, porque no está garantizado que sea para siempre. Yo tuve muchas carencias, por eso sé valorar lo que tengo. Mi familia era muy humilde, tanto que con mis padres y mis dos hermanos vivíamos todos juntos en una habitación. Y uno de los mejores paseos era salir al patio a tomar fresco”. Una sonrisa lo transportaba a los tiempos de la escuela: “Era un chico menudito pero bravo, y tan peleador que mis compañeros me llamaban spaghettis, porque me peleaba con dos o tres pibes a la vez”.
En una entrevista televisiva, hace ya mucho tiempo, contó que con 12 años tuvo que salir a ganarse “los primeros pesitos para ayudar en casa”. “Además quería tener mi platita para pagarme la entrada al cine. De chico soñaba con estar en esa pantalla gigante”, aseguró. Sin embargo, cuando terminó la escuela secundaria cursó durante tres años la carrera de Ciencias Económicas, hasta que entendió que su vocación era otra y se metió a estudiar teatro. “A los dos años, ya era suplente en el elenco estable del teatro Caminito”, decía.
“Tengo muy grabada su imagen de galán. De esa galanura de las de antes”, apunta Adriana Salonia, quien compartió con Barreiro el set de El precio del poder. “Era todo un señor, por cómo se comportaba, cómo saludaba, siempre con el tono de voz correcto, muy puntual, muy bien vestido. Eso recuerdo, su impecabilidad. Y habiendo sido el galán que fue, tenía una humildad pocas veces vista. Ese tipo de galanes me llevan a una Argentina que yo no conocí, pero que tenía mucho de respeto hacia los demás. Y a la época dorada del cine. Daba la sensación de que tenía tiempo para todo”.
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