Luego de convertirse en uno de los galanes juveniles más demandados por la industria en los 90, entró en un espiral depresivo por el rumbo que había tomado su carrera y los daños padecidos en Hollywood
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En su interesante documental Kid 90, la actriz y realizadora Soleil Moon Frye hizo un registro de cómo fue crecer en esa década que marcó el auge -pero también la caída- de muchos artistas jóvenes que buscaban su gran oportunidad en Hollywood. Además de rescatar el gran recorrido que hizo Leonardo DiCaprio (productor del film disponible en DirecTV GO) y de otros actores que lograron mantenerse estables en la industria (desde Stephen Dorff hasta David Arquette), la exPunky Brewster recordó a sus colegas y amigos que quedaron en el camino, como los actores de Kids, vidas perdidas, Justin Pierce y Harold Hunter, y quien fuera su gran compañero en esas épocas convulsionadas de la fama a temprana edad: Jonathan Brandis.
“Todavía persisten en mi interior sentimientos de culpa por no haber visto el dolor”, expresó la actriz, quien se hace una pregunta clave en su trabajo: “¿Cuán seguido miramos al otro y le preguntamos cómo está? ¿Cuán seguido realmente escuchamos su respuesta? Yo aprendí que nunca escuché de la forma en la que lo estoy haciendo ahora”. Asimismo, al mencionar a Brandis, aludió a las charlas telefónicas que tuvo con él y a cómo no percibió la angustia que su amigo estaba atravesando. “Ahora lo siento más cerca que nunca, y guardo conmigo todas las memorias de lo que compartimos”, sumó Frye, en relación con la pérdida prematura de uno de los actores más prometedores de su generación.
El actor que quería ser mucho más que un galán teen
Brandis nació el 13 de abril de 1976 en Danbury, Connecticut, único hijo de Mary y Gregory Brandis. Cuando dio sus primeros pasos en la industria, Mary, quien además trabajaba como maestra, decidió ser la manager de Jonathan y acompañarlo a los castings a los que él decidiera presentarse luego de que a los dos años su rostro ya fuese familiar por diversos comerciales de los que había formado parte. La fama llegó a su vida con la misma velocidad con la que, lamentablemente, se terminó esfumando.
El actor fue elegido para interpretar a Kevin Buchanan en la serie One Life to Live creada por Agnes Nixon, el puntapié de su participación en muchas otras producciones televisivas como las icónicas Who’s the Boss?, Murder, She Wrote, The Wonder Years y Full House. Su nombre, de repente, estaba en todos lados. Esa mezcla de belleza clásica de galán noventoso y carisma arrollador logró que el salto al mundo del cine no se hiciera rogar tanto.
En su adolescencia, Brandis fue elegido para protagonizar la secuela de un clásico, La historia sin fin, dirigida por George T. Miller y en la que interpretó al personaje central, Bastian Bux. Ese mismo año también integró el cast de It, la miniserie basada en la obra icónica de Stephen King con Tim Curry como el aterrador payaso, en la que personificó al joven Bill Denbrough, uno de los papeles que recordaría con mayor cariño por el desafío que le implicó y cómo pudo estar a la altura de las circunstancias. Tras ese ascenso, llegó una meseta de la que logró salir momentáneamente gracias a una serie creada por Rockne S. O’Bannon y producida por Steven Spielberg: seaQuest DSV. En la misma, Brandis interpretaba a un adolescente prodigio del campo de la ciencia, Lucas Wolenczak, en nada menos que 57 episodios, todo un logro para el actor, quien venía de participaciones esporádicas en otras series. Además se probó como guionista para uno de los capítulos, “The Siamese Dream”, y tenía planes de continuar por ese camino. Tras cosechar un gran éxito con la audiencia, seaQuest DSV finalizó el 9 de junio de 1996 y Brandis estaba en su pico de popularidad.
El rostro del actor aparecía en numerosas revistas destinadas a un público femenino y recibía más de 4 mil cartas por semana de sus fans. El mote de “sensación juvenil”, en cambio, no le agradaba. Para las producciones fotográficas, Brandis ponía su mejor cara. Por dentro, lo padecía enormemente. “Él quería ser tomado en serio como actor y no simplemente ser celebrado por tener una cara bonita”, contó Soleil Moon Frye sobre su amigo. Por lo tanto, cuando notó que debía tener guardias de seguridad que lo protegieran del acoso de sus seguidores, empezó a pensar en otro destino para su carrera, uno que estuviera ligado a la verdadera razón por la que amaba actuar: porque admiraba a los grandes y quería ser uno de ellos. No quería lo efímero, quería perdurar.
Para conseguirlo, se corrió de la imagen de “ídolo teen” lo más que pudo y le empezó a prestar mayor atención a la gran cantidad de guiones que caían en sus manos. Y así, apostó por el desafío, por lo incómodo, por todo lo que lo sacara de su zona de confort. “Nunca me percibí como un adolescente que fuera tapa de revista. Como actor, solo quiero seguir trabajando”, declaraba por entonces. Durante esa época, Frye comenzó a retratarlo con su cámara -el material que, con aprobación de la familia de Brandis, está incluido en Kid 90- y esa mirada triste ya empezaba a notarse. “Me dejaba mensajes en el contestador diciéndome que quería roles más serios, pero todo empeoró cuando creyó que iba a triunfar con esas películas que no tuvieron el impacto que él imaginaba”, declaró su colega.
Entre esos fims se encontraba Outside Providence, la comedia de Michael Corrente escrita por los hermanos Peter y Bobby Farrelly, en donde se alejó de la imagen de good kid para interpretar a un adolescente rebelde que consumía drogas con sus amigos. El film, estrenado en 1999, tuvo un presupuesto de 7 millones de dólares y recaudó un monto similar, no tuvo aval crítico y el rol de Brandis (Mousy) pasó inadvertido. Un caso similar se produjo con Cabalgando con el diablo, el western de Ang Lee protagonizado por Tobey Maguire, Mark Ruffalo, Tom Wilkinson, Jeffrey Wright y Jonathan Rhys Meyers, en el que Brandis estaba cumpliendo su sueño de trabajar con grandes actores pero cuya participación era menor y no lo ayudaba a darle envión a su filmografía.
Un retiro autoimpuesto y el peor final
Llegaba el año 2000 y Brandis se sentía invisible en la industria. Su depresión comenzó a agudizarse y estuvo dos años alejado de Hollywood, hasta que le llegó el guion de En defensa del honor, la película bélica de Gregory Hoblit protagonizada por Bruce Willis y Colin Farrell para la que audicionó para un papel secundario, pero significativo. Sin embargo, en el momento de ver el corte final, notó que su participación en el largometraje no superaba los cinco minutos. En ese instante, se entregó. “Puso todo en esa película y lo que recibió terminó de destrozarlo”, recordó Frye. Un año después, el 11 de noviembre de 2003, se ahorcó en su departamento de Los Ángeles a los 27 años.
Tanto su familia como sus amigos hicieron todo lo posible para ayudarlo a combatir la depresión día a día, pero el panorama se complicó cuando Brandis sumó la adicción al alcohol. En muchas ocasiones les contaba a sus allegados que planeaba quitarse la vida, generando desesperación en su entorno. “Cuando estuviste en la tapa de casi todas las revistas por años y eso deja de suceder, ¿dónde hallás tu identidad?”, se preguntó Tatyana Ali, expareja de Brandis, al hablar del actor y los conflictos internos que tenía en una industria que lo descartó cuando quiso tomar un rumbo diferente. Él mismo lo había manifestado: “Ya llegará el día en que pueda hacer de papá en una película”. Los anhelos de Brandis era muy grandes para un Hollywood en el que unos pocos lograron eludir los vaivenes emocionales y el impacto psicológico de moverse en un contexto tan volátil.
“Jonathan era una persona luminosa que se llevaba bien con todo el mundo”, lo recordó su madre tiempo atrás y las imágenes con sus jóvenes colegas confirman esa camaradería que supo construir. Aun así, siempre estaba esa otra cara que no siempre mostraba, esos sentimientos negativos de los que nunca se sobrepuso. Su padre, Gregory, contó que todavía habla con su único hijo en su cotidianidad. “Siempre le cuento cosas y eso me hace sonreír. Yo creo que Jonathan me está mirando, me está protegiendo”. Un sentimiento secundado por sus amigos, en quienes Brandis dejó una imborrable huella.
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