Comenzó como ídolo juvenil, alcanzó el estatus de estrella global con Fiebre del sábado por la noche y Grease, tuvo su primer regreso con una comedia familiar, Mira quién habla y refrendó luego sus credenciales artísticas, tras dos nominaciones al Oscar, con Pulp Fiction; tragedias familiares y triunfos cinematográficos, en una vida de película
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Cuando se habla del Renacimiento, pensamos en Da Vinci, Miguel Ángel, los Médici, la gran revolución estética que terminó con la Edad Media. Pero en el cine, “renacimiento” es sinónimo de John Travolta, el actor que fue dos veces exitoso, el que volvió del olvido, el paradigma de ese mito americano que es el comeback, el que hizo la peor película de la historia y varias de las mejores. Hoy, al cumplir setenta años, nuestro hombre ha sido varias veces ídolo y varias veces olvidado. Y sin embargo, allí sigue. El término “estrella” no es para él un calificativo o un escalafón sino, como en las epopeyas griegas, un epíteto. John Travolta, estrella del regreso, por qué no.
Como sucede con todos los héroes, hay algo de patético y de épico en su carrera. Como muchos, fue un ídolo juvenil: más allá de un par de papeles interesantes a principios de los setenta, se consagró como estrella adolescente en 1975 en una serie que hoy sería de avanzada, Welcome Back, Kotter. La historia de un profesor de secundaria que llegaba a su viejo Brooklyn a educar en una escuela venida a menos con estudiantes diversos y díscolos tenía entre sus alumnos a Vinnie Barbarino, un Travolta de 21 años que parece ya parodiar al Travolta de décadas más tarde. Es un poco animal, baila, se burla del “chico lindo” y subraya su procedencia ítaloamericana. A tal punto llegó su fama que grabó un cover del tema de Gary Benson, “Let Her In”, una balada bastante sencilla. Fue un exitazo que llegó al puesto 10 de Billboard y permaneció entre los primeros cien durante cinco meses. Al mismo tiempo, el muchacho Travolta ya era parte de la Iglesia de la Cientología, a la que se había sumado en 1972 tras noviar con otra acólita. Y entonces pasaron dos cosas.
La primera: Stephen King decidió probar con el terror en lugar de insistir con las historias melancólicas de pueblo chico que quería contar, publicó la novela Carrie y rompió todo, hasta el punto de que la compraron para hacer una película. El film lo dirigiría Brian De Palma y el casting para esa película –porque los directores eran amigos, porque no había demasiada plata entonces– se hizo al mismo tiempo que el de Star Wars. Travolta hizo la audición tanto para Han Solo como para el villano Billy Nolan y consiguió el puesto en la película de De Palma. El éxito de Carrie se sumó al que realmente sería su primer protagónico “de película”, El chico de la burbuja, basado -lejana, muy lejanamente- en la historia real de un joven que, por una enfermedad inmunológica, debía vivir en, bueno, una burbuja. Esa película la dirigió Randall Kleiser, se vio en cines en muchos países -la Argentina incluida- y lo instaló un paso más allá de la televisión. Y entonces, el batacazo.
Mil novecientos setenta y siete es el año en el que Woody Allen cambió su cine con Dos extraños amantes, en el que George Lucas reventó las taquillas e inventó el evento de efectos especiales con Star Wars y en el que Tony Manero nos enseñó a caminar de manera cool por el barrio con dos tachos de pintura en las manos. Es decir, el año de Fiebre de sábado por la noche, del estallido de la cultura disco y de nuestro héroe. No había pista de luces en el planeta donde alguien con un traje blanco, camisa negra y sin corbata no bajara y subiera el dedo apuntando alternativamente al piso y al cielo en un homenaje ritual a Travolta-Manero. Que Fiebre del sábado por la noche sea un drama social “de barrio”, un retrato de los hijos de inmigrantes italianos sin norte, una película amarga y con final, hoy, de absoluta incorrección política e incluso trágico (Tony es un verdadero antihéroe) fue lo de menos al lado de la banda sonora más vendida de la historia, de las canciones de los Bee Gees, de Travolta caminando a un ritmo infernal en los primeros minutos del film del artesano John Badham. Se ganó una nominación al Oscar (perdió a manos de Richard Dreyfuss, protagonista de La chica del adiós). Su siguiente película iba a ser un éxito, si todo salía bien.
Todo salió bien: Randall Kleiser, que lo había dirigido en El chico de la burbuja, le dio el papel de Danny Zuko en la adaptación del musical de Broadway Grease (aquí, ay, “Grease, el compadrito”, qué le vamos a hacer) al lado de la cantante australiana Olivia Newton-John. Banda de sonido récord, mil secuencias icónicas y, sí, una película que afianzó y creó carreras (especialmente las de Newton-John y de esa extraordinaria actriz de carácter llamada Stockard Channing). Travolta se había vuelto un ícono global. No había revista que no le hiciera una tapa, no había pared de adolescente (sobre todo femenina) que no tuviera un póster del actor. Que en seguida sumó algo totalmente distinto, un muy buen drama llamado Cowboy de ciudad donde no desentonaba al lado de -de pie- Jeff Bridges y Debra Winger. Travolta fue a varios países a promocionar la película, entre ellos a la Argentina (tuvo la curiosa suerte de ser entrevistado, en una oficina prestada, por Canal 13 pocos días después del incendio del 2 de julio de 1980 que arrasó con la emisora). Uno pensaría, entonces “Bueno, ya está”.
Canten, ¡Oh musas!, la volubilidad del espectador hollywoodense. Brian De Palma lleva a Travolta como protagonista de la extraordinaria Blow Out, donde es un técnico de sonido para películas clase B que, de casualidad, descubre que el accidente en el que muere un político es en realidad un crimen. Hoy ese film es considerado una obra maestra y además deja claro que Travolta era (es) un actor extraordinario. Pero entonces, quizás porque la historia se inspiraba en el turbio incidente de Chappaquidick (en el que el auto del senador Ted Kennedy cayó a un lago, el hombre se salvó pero su secretaria se ahogó) o porque todos esperaban que Travolta volviera a bailar, no funcionó.
Mucho menos funcionó, un par de años más tarde, la secuela de Fiebre del sábado por la noche, Staying Alive, que intentaba aggiornar el disco (ya en franca retirada) con algún toque a lo Flashdance. La dirigió (mal) Sylvester Stallone. No, “no estaba” nada. Sin pesimismo, entre 1983 y 1989, Travolta se dedicó sobre todo a su otra pasión: los aviones. Se hizo piloto profesional como luego su amigo Tom Cruise (y ya veremos qué rumores desató tal relación) y la actuación, bueno: mala suerte. Ya estaba entonces en pareja con otra devota de la cientología, Kelly Preston, con la que se casó en 1991 y siguió hasta que en 2020 un cáncer se llevó a la actriz. Y también se dedicó a sus hijos con ella, cinco. Para la cultura popular, en esos tiempos, Travolta era un póster ajado, el símbolo de un tiempo pasado de moda definitivamente luego de que el estallido del SIDA aniquilara la cultura disco y la cocaína -sangre de aquellos boliches- fuera consumo de los yuppies de traje Armani que inundarían Wall Street reaganomics mediante.
Hay elecciones de casting que son un milagro. Algo así sucedió cuando la comediógrafa Amy Heckerling decidió darle a John Travolta el coprotagónico de Mirá quién habla, una película por la que no apostaba nadie, que fue recibida fríamente por la crítica y que sintonizó con fuerza con el público, hasta el punto de de convertirse en un éxito sorpresa que tuvo dos secuelas. Era la historia de una contadora sexy (Kirstie Alley en la cumbre de su arte cómico) seducida y abandonada por un cliente (George Segal, en el colmo de la improcedencia cómica) y era ayudada a criar a su bebé, ser madre trabajadora e intentar una vida por un desfachatado y buenísimo taxista que desea ser piloto (claro que sí, Travolta), todo relatado por el propio bebé (la voz era la de Bruce Willis). Es ahí en donde Travolta, por primera vez, se ríe de sí mismo, se burla de su fama como bailarín, juega con eso de ser piloto, y, por primera vez en una década, se divierte en el cine. Y todos recordaron a aquel chico que, entonces, tenía 35 años. Empezó a trabajar de nuevo en películas que, aunque no eran éxitos mundiales, lo mantenían dignamente en la vidriera. Vidriera por la que pasó Quentin Tarantino.
Tarantino había saltado a la fama con su (casi, hay otra película no profesional antes) ópera prima Perros de la calle en 1992, en la Quincena de los realizadores de Cannes. Y entonces, con la complicidad del guionista Roger Avary, creó una película que entrecruza lugares comunes de la literatura policial de revistas baratas, revistas hechas con papel de pulpa. O sea, Pulp Fiction (dejemos de lado el título nacional “Tiempos violentos”). Había allí un matón, empleado de un capo mafioso, que Tarantino había escrito para su amigo Michael Madsen. Pero las elecciones de casting son una lotería y, por loco designio de los dioses del cine, Vincent Vega tomó el rostro de John Travolta. Primer chiste: Vincent es casi inexpresivo, nada del histriónico personaje de Mira quien habla o del intenso y obstinado bailarín de Fiebre del sábado por la noche. Segundo chiste: Vincent es un muchacho con un corazón de oro aunque reviente personas a balazos porque es su trabajo. Tercer chiste: es un tipo culto y viajado (“¿sabes cómo le dicen al Cuarto de Libra con Queso en Francia?”). Es decir: Vincent Vega es un personaje sofisticado en el más amplio sentido del término. Y, cuarto, genial, superlativo chiste, también baila. Cuando todos creíamos que el twist ya no estaba de moda, ahí está Vincent con Mia Wallace (Uma Thurman con flequillo a lo Louise Brooks) bailando en el bar más cinéfilo-pop del mundo. Desafío al lector: ¿cuál baile de Travolta es más icónico, el de Fiebre o el de Pulp Fiction? No, tampoco podemos elegir. Segunda nominación al Oscar (perdió, sí, bueno) pero el hombre volvió a la gloria.
En su carrera posPulp Fiction hay películas extraordinarias como el desaforado thriller Contracara, en el que es un criminal que asume el rostro de su perseguidor (y viceversa) jugando al gato y al ratón con Nicolas Cage gracias a un guion trenzado con perfecta malevolencia por John Woo. O su participación recortadísima -pero destacada- como un pedante militar en La delgada línea roja, regreso con gloria de Terrence Malick al cine. O su rol como un Bill Clinton con otro nombre en la comedia dramático-política de Mike Nichols Colores primarios. Esa actuación es quizás de lo mejor del intérprete: el político amable, demagogo, simpático, “perdonable”; al mismo tiempo perverso, oscuro, capaz de todo por el poder. Más allá de la realización de Nichols (siempre más un director de actores que de imágenes), es el dominio del espacio, la sonrisa que oculta más de lo que muestra generada por Travolta la que hace de la película algo destacable.
Sin embargo, aunque en esta nota no hemos dejado de elogiarlo, Travolta es el productor e intérprete de una de las peores películas de la historia, Campo de batalla: la Tierra. Un acto de devoción religiosa que supera cualquier discurso católico de Martin Scorsese. Porque el resucitado, regresado Travolta, con dinero, decidió llevar a la pantalla la novela homónima de Lafayette Ron Hubbard. Si el nombre les suena, es porque don Hubbard es el creador de la Iglesia de la Cientología, ni más ni menos. Y Campo de batalla: la Tierra fue originalmente una novela, una space opera pulp (sí, una pulp fiction de ciencia ficción) a la que no le fue bien, así que el hombre dejó la escritura para fundar una religión y le fue muy bien. No así al film: mal filmado, pésimamente actuado por devotos cientólogos (todo el cast, más el director Roger Christian), trata de unos extraterrestres malos que dominan a los humanos en un futuro distópico y de cómo estos se liberan. Si el lector quiere un spoiler, pues se liberan arbitrariamente. La película costó demasiado (73 millones de dólares de 2000, calcule 150 millones de hoy) y con mucho esfuerzo recaudó menos de 30 millones en todo el mundo. Los premios Razzie (esa a veces humorada de la industria que celebra lo peor de Hollywood, aunque a veces “premia” grandes películas, pero no sería el caso aquí) le otorgó ocho premios (entre ellos, a Travolta como peor actor) en 2001, y la declaró Peor Película de la Década en 2010. De paso, hizo quebrar a la productora Franchide films y su producción fue, para decirlo suavemente, un desastre de proporciones paradójicamente bíblicas.
Sin embargo, este traspié devocional, esta Mingo y Aníbal contra los fantasmas con vocación de Star Wars no destruyó la carrera de Travolta. Para nada: siguió trabajando con no pocos éxitos (Swordfish, donde interpreta a un villano desaforado que confronta a Hugh Jackman y al topless de Halle Berry) y lo volvimos a aplaudir cuando, riéndose de sí mismo, hizo a Edna Tumblad (personaje creado por el genial Divine en el film original de John Waters) para la remake musical de Hairspray. Más la voz del perro protagonista en la bellísima Bolt, animación de Disney de 2008, más el psicópata ladrón de (otra remake) Rescate del metro 1, 2, 3, de Tony Scott, donde juega una persecución psicológica con Denzel Washington. Sin embargo, su carrera parece tener como último, irónico pico, su interpretación del abogado Robert Shapiro en El pueblo contra O.J. Simpson: American Crime Story, versión del famoso y polémico caso de asesinato creado por Ryan Murphy, un experto en construir ficciones alrededor del pop americano. El trabajo de Travolta es monumental, incluso a pesar de un maquillaje a todas luces evidente. O al revés: es monumental porque nos olvidamos de lo evidente del maquillaje.
La vida de Travolta es paradójica. En 2015, la sensacionalista revista Star difundió el rumor de que el actor y su correligionario Tom Cruise llevaban un romance secreto de 30 años, desde que Travolta le dio a Cruise consejos para pilotar aviones en el set de la primera Top Gun. Nadie lo confirmó jamás, pero quedó como esos mitos oscuros de Hollywood. Más tarde, un masajista dijo haber sido abusado sexualmente por el actor. No pasó nada y Travolta contraatacó demandando al acusador y a su abogado. La demanda fue retirada. Su popularidad no sufrió en nada, en tiempos donde una denuncia de ese tipo puede acabar con la más brillante de las estrellas. Travolta, parece, vive una vida privada bastante menos rimbombante de lo que podría parecer. Y no es ajeno a las tragedias: su primogénito Jeff murió a los 16 años en las Bahamas, en enero de 2009, por un ataque de la enfermedad de Kawasaki, un trastorno de nacimiento. El hombre lo recuerda cada año en su cumpleaños en posteos de redes sociales. Quizás como equilibrio, al año siguiente de ese fallecimiento (casi exactamente), llevó seis toneladas de suministros y alimento, por su propia cuenta y cargo, a Haití, tras el terremoto de enero de 2010.
En 2020, como se dijo, perdió a su compañera de toda la vida, Kelly Preston. Las reacciones en todo el mundo, en las buenas o en las malas, siempre fueron empáticas con él: una prueba del lazo que estableció, incluso en los altibajos de su carrera, con el público. Y algo más: es un gran personaje de memes, quizás la primera gran estrella que además protagoniza al menos dos de los más difundidos. Uno, el recorte de un desconcertado Vincent Vega al llegar a la casa de Mia Wallace (ya saben: el Travolta que se mueve dudoso de un lado a otro, y que en las reposiciones de Pulp Fiction causa, hoy, carcajadas). El otro, un Travolta comiendo medialunas en un local de Castelar, donde apareció en 2016 cuando, de incógnito, vino a comprar terrenos a la Argentina.
Más allá de que la última noticia sobre él fue una especie de escándalo (invitado al último Festival de San Remo, se negó a llevar una gorra que intentaron ponerle y la arrojó al piso diciendo “No me entra”), los setenta años y su enorme carrera le sientan bien. Seguiremos caminando el barrio con “Stayin’ Alive” en los auriculares, imaginando ser Tony Manero. Esa clase de gloria es para pocos.
Dónde verlo
- Fiebre del sábado por la noche está disponible en Movistar TV
- Campo de batalla: la Tierra está disponible en HBO Max
- Pulp Fiction está disponible en Netflix
- Grease está disponible en Movistar TV y Claro Video
- Carrie está disponible en Amazon Prime Video
- La delgada línea roja está disponible en Star+
- Contracara está disponible en Star+
- Bolt está disponible en Disney+
- Mira quién habla está disponible en HBO Max
- El chico de la burbuja de plástico está disponible en Amazon Prime Video
- Haispray está disponible en HBO Max
- Una acción civil está disponible en Pluto TV
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