Joe Rígoli, el gran humorista que terminó en la ruina pero nunca soltó su oficio
A 7 años de su muerte
- 9 minutos de lectura'
En una de las últimas entrevistas que brindó, con la salud mermada pero eternamente optimista, Joe Rígoli decía: “No me arrepiento de nada de lo que hice. Quiero morirme sin darme cuenta porque creo que la muerte es un estado de ánimo. Lo importante no es lo que uno se lleva, lo importante es lo que uno deja. Y si lo que yo dejé sirvió para algo, bienaventurado sea el Señor”. Programas como La nena, La tuerca, Los Libonatti y setenta años como actor, claro que sirvió.
Con un don para hacer reír con un gesto, con un revoleo de ojos o con su sonrisa inocente, Joe -o más bien Jorge Alberto Rípoli- había nacido el 5 de noviembre de 1936 en el seno de una humilde familia de Palermo, de esas a las que no les faltaba pero tampoco les sobraba nada. “Empecé a los 14 años en un circo, y te juro que no me imaginaba qué podía venir después. Lo que más rescato del humor fue que me permitió llevar a mis viejos, que eran muy humildes, a conocer Europa. Es algo que no voy a olvidar nunca en la vida”, contó alguna vez.
La etapa circense le dio el entrenamiento necesario para lo que vendría después. En el camino su apellido mutó a “Rígoli”, por un error de imprenta del dueño del circo, cuando el muchacho había cambiado de estatus: de ayudante a payaso.
A pesar de que el destino parecía claro, el actor no imaginaba un futuro como cómico sino como actor “serio”. También podía ser como libretista, merced al trabajo que había comenzado a hacer en Radio Mitre y luego en Canal 7, y que le había encantado. Sin embargo, fue el cantante Luis Aguilé quien en 1963 cambió su destino.
El cantante se presentaba en una boite de Mar del Plata, y Joe tenía que pasarle el micrófono. Pero en el camino se enredó con el cable y se cayó, provocando un inesperado momento de humor arengado por Aguilé. El ida y vuelta entre ambos gustó tanto que a partir de ahí se repitió todas las noches. Marty Cosens, habitué del lugar, lo vio una noche e inmediatamente lo recomendó a Canal 13. Y así empezó todo.
“Lo que más rescato del humor fue que me permitió llevar a mis viejos, que eran muy humildes, a conocer Europa. Es algo que no voy a olvidar nunca en la vida”
Si es una nena
La década del 60 fue la que le abrió definitiva y para siempre las puertas de la fama con algunas participaciones breves en televisión (Casino Phillips, Los comediantes), al mismo tiempo de su llegada al cine con la seguidilla Asalto en la ciudad (1961), El desastrólogo (1964) junto a Pepe Biondi, y Cuidado con las colas (1964). Aunque todavía en un plano menor a los grandes cómicos del canal, Joe Rígoli afianzaba pasito a pasito su máscara humorística, sin saber todavía que faltaba muy poco para que se sumara a uno de los hitos de la telecomedia de la década: La nena, con Osvaldo Miranda y Marilina Ross.
En una entrevista con el periodista Daniel Roncoli, el actor le contaba cómo llegó al proyecto: “Le debo a Osvaldo Miranda haber integrado ese programa maravilloso. El tercer protagónico iba a ser Alfonso de Grazia, pero un día Osvaldo me vio en el canal y dijo ‘Ese es, esa es la cara de boludo que necesitamos. No es un actor, es un cómico, tráiganlo ya’. Mucho tiempo después comprendí que eso había sido un elogio. En el primer y tercer programa aparecí en participaciones chiquititas, no estaba en los títulos de adelante, fui al reparto. Y Osvaldo me dijo: ‘Pibe, te quedaste’. Quería que me mandara más, que hiciera gracias, que rematara. El programa se iba a llamar ‘El papá de la nena’ y él no quiso. Era muy generoso”.
Cuatro años bastaron para que su personaje Coquito (contraparte del fachero y seductor compuesto por Luis Brandoni) convirtiera al intérprete en una de las grandes figuras del 13. El golpe de suerte fue por partida doble, porque también “pegó fuerte” en la gente con el sketch “El arbolito” de La tuerca. El paso de comedia se trataba de un hombre que lo único que quería era plantar un árbol en la puerta de su casa, empresa que sistemáticamente se veía entorpecida por un funcionario corrupto (Tino Pascali), y un gestor (Julio López). Una crítica a la burocracia estatal ideada y escrita por Juan Carlos Mesa.
Tres meses que se convirtieron en una vida
Finalizada La nena en 1969, Joe Rígoli siguió probando suerte televisiva con Atrás en la vía y Bonete (1970), y César Bruto, candidato (1971), todas propuestas diferentes pero que no tuvieron un gran apoyo del público. Y aunque en el cine había aprobado el examen de su primer protagónico, El novicio rebelde (1968), Joe decidió parar la pelota y dejarse seducir por la propuesta de Ethel Rojo para formar parte de un espectáculo que partía a Europa.
En una charla con su amiga y compañera Mercedes Carreras, Rígoli rememoraba aquel momento: “Me fui en 1971, aunque me estaba yendo muy bien aquí. La idea era que fueran tres meses nada más, había firmado un contrato con Ethel Rojo para participar de una revista. Pero quise aprovechar para conocer Europa, esos tres meses se hicieron seis, después nueve, después un año. Gracias a Dios me fue bien. Nuestro país estaba lastimado en ese entonces, y eso hizo que se me hiciera cómodo quedarme”.
Casado desde 1964 con la actriz Susana Mayo, luego de un accidente fortuito y dos meses de noviazgo, su cara se volvió recurrente en la televisión española. El artista también cosechó un gran éxito en teatro con varios espectáculos, entre ellos el unipersonal El hombre del baúl. Tan bien le fue que llegó a ganar 100 mil dólares mensuales: “Me compraba un auto y quería el mejor, el único, le cambiaba ruedas, accesorios, y me hacía un vestuario que hiciera juego. Mirá hasta dónde llegaba mi estado de pelotudez”, recordaba.
En 1977 se separó de su mujer, y al poco tiempo se enamoró y casó con la francesa Marisse Vernet, pero la unión no funcionó por el deseo del actor de volver a radicarse en Argentina y la negativa de ella de abandonar el continente para seguirlo.
En 1982 se enamoró nuevamente, esta vez de una argentina que trabajaba en su compañía, veintitrés años menor que él. Aunque la declaración fue en España, ambos todavía estaban casados, así que la relación comenzó algunos años después con la pareja sin compromisos. Se casaron en mayo de 1989, y aunque su primera residencia fue Madrid, al poco tiempo decidieron volver e instalarse definitivamente en nuestro país. De la unión nacieron dos varones: Nicolás y Jorge.
Con la firme convicción de quedarse en país, y luego del traspié que significó su vuelta a la televisión nacional en Vale, vale (también escrito por Juan Carlos Mesa), en 1991 Joe Rígoli decidió invertir sus ahorros europeos en un emprendimiento de cosmética infantil basado en el popular programa La isla de los Wittys. Pero el ciclo terminó antes de tiempo, y con él la publicidad. El flamante empresario quedó con deudas enormes, cuyo saldo fue que perdiera prácticamente todo lo que había ganado en 30 años de trabajo.
A su manera
Los años siguientes fueron de incertidumbre. Fuera de su paso por Los Libonatti (1991), y breves participaciones en Moria Banana (1995) y Casados con hijos (2005), la tele no parecía recordar el talento y el humor de Joe Rígoli. En 2006 intentó motorizar un proyecto propio en sociedad con la cantante y actriz venezolana Azabache, pero la cosa no terminó nada bien. Nuevamente solo y perseguido por las deudas, en julio de 2009 recaló en la Casa del Teatro donde, aseguró, había vuelto a ser feliz.
Con las energías renovadas, el comediante comenzó a soñar nuevamente con el teatro, con dar clases y también con el amor. A esta etapa pertenece su último trabajo cinematográfico, en la saga de El ratón Pérez: “Fue la última plata grande que hice, cobré 250 mil pesos”.
Al año siguiente viajó nuevamente a España para casarse con una abogada y actriz llamada Fátima. Fue el último fracaso amoroso en su vida que, sin saberlo, abrazó impetuoso y que dejó como coletazo una mala relación con la institución que le había abierto sus puertas, y a la que nunca pudo volver.
De acuerdo a lo que la pareja contó al programa español La Noria en 2011, un contrato teatral que no salió como les habían prometido los dejó perjudicados en 8 mil euros, y prácticamente en la indigencia, teniendo incluso que pedir ayuda en las calles de Madrid. La disputa se saldó con dos pasajes de avión, que le permitieron al matrimonio volver a nuestro país e instalarse en Mar del Plata.
Con diferencias irreconciliables con su esposa, el destino de Joe lo puso en el camino de Carlos Mazzei, secretario general del Sindicato Único de Cuidadores de Autos de Mar del Plata y zona Atlántica, que le dio vivienda y contención.
En la última noche del 2014, Joe Rígoli brindó por un nuevo año lleno de proyectos. Tenía planeada una gira de humor y música por la costa y estaba escribiendo una autobiografía. También tenía listo el guion de Mi papá es mío, la que hubiera sido su primera película como director, una historia de amor basada en la relación con sus hijos. Incluso había imaginado a los protagonistas: Araceli González y Diego Peretti.
Pero el 8 de enero ingresó al sanatorio EMHSA de Mar del Plata (hoy Bernardo Housay) con presión alta, hemorragia nasal y habiendo perdido mucha sangre. Horas después se daba a conocer su cuadro de salud: “Se encuentra bajo asistencia mecánica respiratoria por deterioro neurológico, con causas a aclarar. Su pronóstico es reservado”. Días después entró en coma, y el 27 de enero falleció a los 78 años.
Muchos de sus proyectos quedaron pendientes, pero no fueron tantos como los que concretó. Porque Joe Rígoli abrazó tan fuerte a la profesión y a la vida, que no la soltó jamás. Ni en aquel primer día en el circo, ni en el último de sus sueños.
Más leídas de Personajes
“No hay otra hinchada así”. El particular detalle que Campanella incluye en todas sus películas y que está relacionado con Racing
"No me arrepiento". Laura Esquivel: de por qué no quiso ser más Patito Feo al “quiebre fuerte” que tuvo y su gran historia de amor
"Estaba enamoradísimo". Las confesiones de Casán y Alfano en La divina noche de Dante: de Pablo Escobar a sus romances con presidentes