Joaquín Sabina: como los marineros, supo encontrar un amor en cada puerto
Joaquín Sabina tuvo una vida intensa. Amores y desamores. Adicciones. Vaivenes emocionales que lo marcaron profundamente. Depresiones de las que le costó salir. Poeta al fin, los capítulos de su vida fueron inspiración para su nutrida obra como compositor y cantante. El accidente que sufriera hace pocos días, al caer desde un escenario en plena actuación, lo mostró íntegro y acompañado. Jimena Coronado es el amor del último cuarto de siglo. ¿El definitivo? Quizás, sí. En estas cuestiones, nada es para siempre.
El vínculo entre Joaquín y Jimena es intenso. Cuando ella cumplió los 50, él ya sumaba 70. Aquella noche le entregó un anillo a su chica, a modo de confirmación de lo eterno. Y le recitó un poema. Rebelde y formal al mismo tiempo. Así es el creador de "Y nos dieron las diez", quien supo capitalizar la vida para convertirla en canción. Sabina en estado puro.
Por el bulevar de los sueños rotos
La vida de correrías es inspiradora. No se puede componer si no se vive. Regla básica de quien desanda el camino del arte. Cómo contar lo que no se conoce. El poeta nacido en Úbeda el 12 de febrero de 1949, no fue esquivo al amor. Al contrario. Mil y un andanzas lo nutrieron. Incluso del dolor del abandono logró sacar partido. Fueron varios los amores de Joaquín Ramón Martínez Sabina, pero menos de los que el imaginario le atribuye con buena dosis de fantasía.
Chispa fue la noviecita de la época de estudiante. La de los tiempos de la experimentación y el aprendizaje. Ella era muy celosa y eso hacía inviable el vínculo. Épocas de pasión y poco entendimiento intelectual. Hasta se escaparon juntos, pero el padre de ella rápidamente puso las cosas en su lugar. El fuego pasó, pero marcó para siempre esos días de precoz idilio.
El 18 de febrero de 1977, Joaquín formalizó por primera vez en su vida. La argentina Lucía Inés Correa Martínez, que había conocido en Londres, le dio el "sí, quiero" correspondiente. Pero no se trató de un amor demasiado auténtico. El tenía otras intenciones que lo llevaron al altar: debía ingresar en el Ejército para cumplir con su compromiso como ciudadano, algo que detestaba. Conocedor de todas las mañas, si se casaba le permitirían salir todas las noches del cuartel para dormir en su casa. Eso hizo. Ni lerdo ni perezoso se apresuró el casorio para obtener el Pase de pernocta. No era cuestión de dormir entre hombres y rodeado de armas. No era lo suyo. El guarda un muy buen recuerdo de Lucía. A pesar de todo, la quería.
Isabel Oliart es el nombre de una relación con mayúsculas. Una de las pocas con madurez. Una de sus pasiones más formales e importantes. Con ella tuvo dos hijas: Rocío y Carmela Juliana. Estuvieron juntos, con idas y vueltas, desde 1986 hasta bien entrada la década del 90. Ella era hija de un reconocido político español, provenía de una familia con usos y costumbres muy distintos a los del cantante. El, todo un bohemio, reconoció el cuidado de su mujer, y de su familia política, para que sus hijas se educasen con dignidad. Las giras interminables lo ausentaban de su hogar. Su mujer fue quien estuvo en el día a día de la crianza, quien soportó infidelidades, quien aguantó lo que nadie aguanta para sostener a la familia. Joaquín le reconoció los sacrificios. Y le agradeció que jamás lo interpelara cuando él hacía de las suyas en busca de otras sábanas.
En 1992, el incansable Joaquín flechó a la modelo mallorquina Cristina Zubillaga. La cosa duró un tiempo, pero no terminó bien. El dijo, en su momento, que ella había cambiado mucho, que ya no era la mujer de la que se había enamorado. Suele suceder. En el mientras tanto, su relación con Isabel se hacía trizas.
En cada puerto un amor
En 1998, Joaquín grabó Enemigos Íntimos junto a Fito Páez. En Buenos Aires conoció a Paula Seminara, una chica humilde, de tan solo 23 años, que vivía en las afueras de la ciudad. La juventud de ella no hizo mella para que el poeta se enamorara. Al contrario. El sentía una atracción fuerte y profunda. Pero, se sabe, que solo la pasión de las sábanas no puede sostener un vínculo. Ella se enamoró de otro cuando Joaquín ya había partido hacia Madrid y la relación estaba resquebrajada. En "Dieguitos y Mafaldas", el cantor contó lo que tenía que contar. Testimonió con forma de pentagrama para inmortalizar a la pareja. Joaquín jamás olvida a sus mujeres, ni siquiera a aquellas con las que más sufrió o peor terminó.
Física y química
Jimena Coronado es hija de Pedro Coronado Labó, quien fuera presidente del Banco Central de Perú. Familia acomodada de Lima, no vio con muy buenos ojos los aires rebeldes y artísticos de Jimena. La chica y Sabina se conocieron en 1994, cuando ella trabajaba para el diario El Comercio como fotógrafa. Seductor como pocos, no dudó en invitarla a tomar algo esa misma noche. Ella aceptó encantada, no es mujer de dar vueltas. Empoderada, se diría hoy.
Aquella madrugada de brindis los unió para siempre. Se gustaron, pero fueron cautos. Ambos estaban comprometidos. Suele suceder. Se despidieron con la adrenalina de haber cometido lo prohibido. Con el deseo de volverse a ver. No sería sencillo. Al tiempo, ella le escribió una carta. Romanticismo para estar en sintonía con el artista. El demoró cuatro meses en leerla. El destino del amor tiene tiempos que no se deben apurar. Finalmente se volvieron a encontrar para iniciar, en 1999, una relación formal. Aquellas estrofas de "Rosa de Lima" confirmaron el amor. Cada cual se alejó de lo que se tenía que alejar. Jimena y Joaquín no dudaron en confirmarse el uno para el otro. Hasta hoy. Un cuarto de siglo juntos en el que ella estuvo siempre detrás, apuntalando los sinsabores de él. No siempre cuerpo y emociones han acompañado la salud del músico.
2020 es el año escogido para una boda formal. Luego del reciente accidente de Joaquín, aquel acontecimiento deberá esperar. En "Y sin embargo", el plasmó este amor que es fiel, sólido y maduro. Casi una excepción a la regla del decálogo amatorio del genial artista. Jimena y Joaquín viven en un piso de Madrid rodeados de libros y discos. Casa de artistas que disfrutan del tiempo compartido, las giras y los paseos camuflados por el Mercado San Miguel, la Plaza Mayor o la Puerta del Sol. Ella le organizó la vida. Administra como nadie sus contratos. Le ahuyentó malas compañías y adicciones. Y lo saca de los pozos depresivos en los que suele caer. Si a eso se le suma un amor de ida y vuelta, y un entendimiento magistral entre las sábanas, la pareja reúne los condimentos ideales para seguir durando lo que Cupido decida, haciendo la vida del cantor un poco menos padeciente.
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