El actor encabeza el elenco de El aroma del pasto recién cortado, film de Celina Murga, donde también participa la actriz candidata al Oscar Marina de Tavira
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“No es una película que se pone a favor de uno u otro género, no es feminista, muestra a gente de alrededor de los cincuenta años que atraviesa la crisis de preguntarse ´¿soy lo que quiero ser?´ y eso tiene que ver con la finitud o con comenzar a pensar en eso”. Joaquín Furriel se refiere al universo planteado en El aroma del pasto recién cortado, el film de Celina Murga que se estrena este jueves, que el actor protagoniza y que es presentado por Martin Scorsese, nada menos, en su carácter de productor ejecutivo.
El material viene precedido de muy buenos antecedentes internacionales: fue proyectado en los festivales de San Sebastián, Lima y Tribeca, donde ganó como mejor guion en la Competencia Internacional. “Me interesa cómo el cine de Celina arma el contexto donde ocurre la narrativa. A los personajes, que transitan su crisis de la mediana edad, se les suma la sociedad a la que pertenecen, que es la Argentina. Una sociedad patriarcal, donde no es lo mismo que el hombre esté sin trabajo a que le suceda a la mujer. El feminismo dio vuelta el statu quo y planteó preguntas que no se venían haciendo”.
Joaquín Furriel tiene 50 años y, a la hora de abordar a Pablo -su personaje en el film- vio cómo se ponían en funcionamiento algunos engranajes personales en torno a su propio vínculo con la edad. “En los ensayos, Celina me planteó una serie de observaciones como la utilización que yo hacía de una voz grave, cuando la mía es más aguda, y me hizo notar algunos temas en torno a la forma de caminar que le imprimía al personaje, pero, en realidad, lo que ella estaba haciendo era cuestionar mi masculinidad expresiva. Además, como es la segunda directora que me dirige, me he planteado si no se trataba de un juego de poder. Me preguntaba ´¿cómo es esto?´, sobre todo en una sociedad como la nuestra a la que le falta mucho evolucionar en torno a esta problemática”.
Cuando finalizó uno de los ensayos, el actor le pidió a su directora compartir un café y, sin amedrentarse, le preguntó: “¿Para qué caraj... me elegiste? Me siento el peor actor del mundo, todo lo que hago lo hago mal, nada de lo que hago se acerca al personaje”. Aún no había comenzado el periplo de rodajes.
-¿Qué te respondió la directora?
-Me explicó qué tipo de trabajo ella confiaba que yo podía hacer. Esa charla fue un bautismo de confianza. Ahí me comenzó a caer la ficha de por qué estaba tan reactivo.
-¿Por qué?
-Me crie en Adrogué y en José Mármol, donde, no tanto dentro de mi familia, pero sí en el colegio, en el club, con los amigos, se te va armando una suerte de machito alfa barrial de lo que está bien. Lo mismo sucedía cuando uno iba a bailar y se creía que el mujeriego era el ganador.
-El mandato de la sociedad patriarcal.
-Un mandato que se va rompiendo. Luego llegó el conservatorio, donde se me fue abriendo la cabeza, pero, al tiempo, comencé a ser galán de telenovelas durante muchos años.
-Otra vez el mandato.
-Muchas veces me pasó que, ante la primera cita con una mujer a la que iba a conocer, me ponía muy nervioso. De hecho, lo paso mal, no me gusta, es algo que preferiría evitar. Ese paso era siempre responder al mandato; encima siendo actor, con todo lo que ello implicaba e implica.
-¿Cómo incide, al conocer a una persona, tu prestigio y popularidad?
-Muchas mujeres son machistas y esperan en uno, simbólicamente, al macho alfa que se construyeron por haberme visto en algunos trabajos. En ese juego, lo paso tremendamente mal. Yo me veo más parecido a Adam Sandler que a Brad Pitt. Soy tímido, torpe, no tengo tan claro cómo expresar mis deseos. Hice un trabajo enorme para que eso no se vea en mi profesión.
El actor sentía que todo ese bagaje lo estaba perjudicando a la hora de componer a su personaje en el film El aroma del pasto recién cortado. “La película me sirvió para desacomodar todo eso que me terminaba provocando angustia”. Una pregunta matriz le allanó el camino: “¿Cómo sería sacarse la masculinidad heredada e inventarse una nueva?”, pero también había otros interrogantes que fueron emergiendo: “¿Les seguiré gustando a las mujeres si no soy el macho alfa que me construí a través de tantos personajes?”.
Furriel fue pareja de Paola Krum durante poco más de media década. Fruto de esa pareja nació Eloísa, su única hija. “Hoy veo cómo ella se relaciona con su novio y no tiene nada que ver con la cabeza que tenía yo cuando era adolescente o mucho más joven; las nuevas generaciones fluyen de otra manera”.
-Incluso rompen con lo binario.
-A mí había algo que ya me venía generando incomodidad, pero respondía a los personajes que me pedían. Actuaba de galán, no me sentía de esa forma. Lo que me sucedió con la película de Celina es que, paradójicamente, no lo podía actuar; masculinamente hablando me sentía débil. Todo eso lo aprendí con la película.
Cuando terminaba de rodar algunas escenas, el actor se acercaba a la directora y le susurraba: “Sentí que no le pasó nada al personaje” y ella le respondía con un contundente “yo vi que te sucedieron un montón de cosas”. Vio, por primera vez, la película completa en la platea del Festival de Tribeca: “No me reconocía; estaba ´suave´ comparándome con otros personajes que me había tocado interpretar”.
A pesar de su propia mirada, tan válida como auténtica, sobre su labor, lo cierto es que es uno de los enormes referentes actorales de su generación. Basta con mencionar films como El patrón o El hijo -ambos del notable realizador Sebastián Schindel- para comprobar rápidamente cómo su paleta de colores puedo conducirlo por insondables caminos creativos.
El aroma del pasto recién cortado propone dos caminos paralelos en torno al vínculo que nace entre un profesor universitario casado y con dos hijos -interpretado por Furriel- y una estudiante; y su contrapartida, la relación naciente entre una docente casada y con dos hijas -a cargo de la actriz mexicana Marina de Tavira- y un alumno.
Junto a los intérpretes que encabezan el elenco, se destaca el trabajo de Alfonso Tort, Romina Peluffo, Emanuel Parga y Verónica Gerez. ¿La sociedad observa de igual modo ambas realidades? El material interpela a todos y se pregunta si, aún en una sociedad que se ha transformado, cómo se afrontan estos caminos desde los paradigmas instalados. “Para mi generación, mirar la película es exorcizar el miedo de toda la presión de esa rueda en la que estuvimos metidos. ¿Por qué no se puede estar frágil? ¿Por qué no se puede llorar frente a los hijos?”.
Joaquín Furriel construye su relato desde las propias preguntas, algunas aún sin respuesta. Quizás más interrogantes que el corriente. Su oficio sensible lo lleva a interpelarse. “La película te muestra, sin juzgamientos, que todos estamos arrojados a la misma dificultad, a los mandatos, a responder a determinadas imposiciones y a que, llegado un momento de la vida, aparecen las preguntas. A veces hay respuestas, otras incomodidades, pero, casi siempre, nos enfrentan al miedo, la angustia y la tristeza, porque, a partir de los cuarenta y pico, uno se da cuenta que esto se termina y se termina muy rápido, sobre todo, cuando menos sorpresa tenés”.
-¿Cómo es eso?
-Mi hija se sorprende por todo, pero, cuando te vas alejando de eso, aparece la sensación de la finitud, la idea de la muerte. El amor es lo mejor que te puede pasar en la vida, porque es lo que te aleja de la muerte.
Un tal Scorsese
-¿Cómo fue el vínculo con Martin Scorsese?
-Cuando te encontrás con alguien que ama lo que hace y percibe que uno es igual, lo que compartís es el amor. Llegamos con Marina de Tavira, una enorme actriz nominada al Oscar por la película Roma, y Scorsese nos habló de El aroma del pasto recién cortado, de nuestros personajes, a los que describió como “entrañables” y agregó “no es fácil”. No lo podía creer. Me decía para adentro, “Martin Scorsese está hablando sobre mi laburo”. Lo admiro mucho, vi todos sus trabajos.
-¿Dónde se produjo el encuentro?
-En el Consulado Argentino en Nueva York, luego de la proyección de la película.
-¿Sobre qué otros temas conversaron?
-Le pregunté que era lo que más valoraba de un actor frente a cámaras y me dijo que era la concentración y saber discriminar lo importante.
Furriel viene de rodar una serie en España y de realizar una campaña publicitaria para una destacada marca de indumentaria. Ya son varios los proyectos internacionales que lo cuentan en sus elencos y de producciones argentinas que han trascendido las fronteras de nuestro país.
-Madrid es una ciudad que te acogió. Así como lo han hecho otros actores como Oscar Martínez, ¿te radicarías lejos de Argentina?
-No podría; más allá que, en Madrid, vas caminando para todos lados y hay una calma social evidente y tranquilizadora, la gente es de ir a los bares y los actores la pasan bien, es un sitio amable.
-Entonces, ¿por qué no te irías?
-Más allá de lo que nos cuesta encontrar consensos y construir un país como el que nos merecemos, pero no tenemos, los argentinos le hemos dado un valor a la amistad que no se encuentra en otro lugar. Tengo muy buenos amigos, tengo fotos con algunos de ellos desde bebés... Eso y mi familia me contienen, son mi identidad. Y, desde ya, está mi hija, aunque ella, en un par de años, hará su vida, pero sabe que siempre puede contar conmigo. Además, me gusta vivir en ciudades culturalmente poderosas y Buenos Aires lo es. Esa cultura, en época de crisis, es un espacio de batalla y yo pertenezco a esa batalla.
Voz propia
Su última pareja pública fue la actriz y exmodelo Guillermina Valdés. Durante el tiempo que duró la relación, el actor se mantuvo con cautela ante los ojos públicos, pero sin esconderse.
-Enumerás tus inseguridades, sin embargo, contás con algunas herramientas que son aspiracionalmente anheladas.
-Hay construcciones que hace el afuera, que no son propias. Ante eso, hay dos opciones, o se vive para el afuera o no se le da entidad a eso. Yo no se la doy. Cuando me enamoro de una mujer, me enamoro y punto. ¿Me he enamorado de mujeres conocidas? Sí, pero eso es lo que menos me interesa de ellas. Como estoy en un medio donde se mueven este tipo de personas, cuando me sucede, sucede. Tampoco las conozco desde ese contexto, porque no consumo tapas de revistas, mi contexto es otro.
A la hora de relatar su “modus operandi” también reconoce que “mi formación fue el conservatorio y supe preservarme; siendo galán de telenovelas, elegía no hacer tapas de revistas”.
-…
-No me gustaba fomentar el combustible para ese lado.
-¿Te pedían hacer tapas y decidías no hacerlas?
-Exacto y eso me provocaba grandes conflictos con la gente que producía las telenovelas. Por eso, cuando comencé a ser un poco más conocido, ya lo aclaraba en los contratos. Uno decide qué relación tiene con la prensa, ahí también se construye un vínculo estético. No estoy en un montón de lugares por decisión propia, es una ética. Tengo muy claro dónde está puesto mi foco.
-¿Dónde?
-En el trabajo, que es como cualquier otro. Me levanto, voy a laburar y me vuelvo a mi casa. Tengo una fuerte vocación que descubrí a los trece años, un espacio que hace que mi vida sea mejor. Hay algo que hago que me calma.
-En tu forma de relacionarte con el medio, no hay histeria. Pensando en tu última relación con Guillermina Valdés, no te escondías ni te mostrabas ex profeso.
-Nunca tuve nada para mostrar ni para ocultar; tampoco me creo una persona tan importante. ¿Qué es lo que puede suceder, que te pidan una foto? También es cierto que, cuando te ves las primeras veces con alguien, no querés salir rifado. Ahí aparece el afuera que arma su narrativa, porque hay una gran construcción de la mentira, la verdad solo la sabe uno. Cuando estaba promocionando la película La quietud, nos estábamos separando con Eva de Dominici y decían que ella me había dejado por Romeo Santos. Era tan absurdo que me preguntaran sobre eso que lo tomaba como un paso de humor, pero también entiendo que esa ficción es necesaria porque la gente la pasa mal.
-¿Qué relación encontrás en eso?
-Somos un país muy voyerista. Mi teoría es que, cuanto más voyerista sos, es porque peor está tu vida. Si mirás mucho para afuera es porque adentro no pasa nada. Eso en España no sucede, nos parecemos más a Italia. He comido en veredas de Madrid con actores muy famosos y nadie los mira, no hay presión del afuera. Todos critican Gran Hermano, pero muchos hacen de la vida un reality show. ¿Da guita? Yo no vivo de eso. No juzgo, que cada uno haga lo que le parezca. Disfruté y disfruto de la zona en la que estoy, estoy seguro ahí. Me preparo, estudio y trato que los nuevos proyectos que tengan un plus con respecto al anterior, que vaya creciendo el vínculo con el público desde ese lugar.
-Trayectoria no te falta.
-Tengo cincuenta años y no puedo creer todo lo que hice a esta edad. Lo que me interesa es que, cuando haga una nueva obra, los espectadores también me hayan visto en Hamlet, Final de partida o La vida es sueño; ese es el director que busco construir. Acabo de viajar a Europa para charlar con el director que me dirigirá el año que viene, del que no puedo decir nada, pero que se trata de un armado de dos años.
-¿No podés adelantar nada?
-No, en diciembre se sabrá.
El amigo Alfredo
En 2013, Furriel formó parte de Final de partida, el clásico de Samuel Beckett. La versión, dirigida y protagonizada por Alfredo Alcón, se dio en el Teatro San Martín y significó la última pieza en la que se pudo disfrutar del gran actor argentino.
-¿Recordás lo último que conversaste con Alfredo Alcón y cómo fue su despedida íntima?
-Me acuerdo de dos cosas muy significativas. La última charla que tuve con él fue horas antes que Alfredo se desconectara y no hablara más. Esa última noche que lo vi, me hablaba, pero también me confundía con su padre. Se estaba empezando a despedir. En un momento, dijo mi nombre, y me remarcó que, si yo disfrutaba trabajar acá, también debía hacerlo en otro país. Él había estado en México en la época de Luis Buñuel y yo estoy filmando en España.
-¿Vuelve el recuerdo de las palabras de Alcón?
-Sí, cuando estoy en Madrid, lo pienso mucho.
-Compartiste la última noche de Alfredo Alcón con algunos amigos íntimos.
-Sí, Jorge Vitti, el gran amigo de Alfredo, invitó a un grupo de gente que él quería mucho, entre los que estábamos Adrián Suar, Guillermo Francella, Juan Gil Navarro, Nicolás Cabré, Peto Menahem, Pablo Kompel. Arededor de Alfredo, contando anécdotas hasta las tres de la mañana, riéndonos muchísimo. Cuando nos despedimos y nos fuimos, a la hora y media falleció.
Furriel aclara que “partió de este plano, pero sigue estando” y recuerda cuando el gran actor le decía “pibe, vos sos un boludo”. El primer maestro de Joaquín Furriel dictaba clases en Adrogué y usaba un cabello similar al de Alcón a modo de homenaje y admiración. De eso se trata. De lo simbólico que propone la vida.
-¿Recordás alguna frase de Alcón en el trajín de la cotidianidad de las funciones de Final de partida?
-Una vez, antes de salir a escena, me dijo “estoy cagado en las patas”. Ahí te das cuenta que lo mejor de nuestra profesión es estar conectado con la inseguridad permanente.
Recuperarse
-El ACV que padeciste hace unos años, ¿te transformó en algo?
-Hubo un antes y un después. Fue la primera vez en mi vida que tomé contacto certero con la finitud y la primera vez que tuve miedo de poder dejar a mi hija tan chica. Al mismo tiempo, me conectó con la vulnerabilidad, algo de lo que me escapaba muchísimo. Antes, podía estar triste y lo careteaba, ahora me lo permito. Me asusté tanto y me quedé tan triste durante tanto tiempo que lo empecé a compartir, pero no desde el lugar de la victimización, no me parece una salida atractiva. La victimización es una manipulación. Luego del ACV me fui a hacer Hamlet, me tenía que probar ahí.
Recurriendo a la etimología del término, el actor define el “amor” como la “no muerte” y se despide contundente: “Lo más importante es el amor, lo que hay que entender es que hay una construcción en torno a eso y hay muchas variantes”.
-También se demoniza socialmente a la soledad.
-Es un gran tema. No todos estamos para estar toda la vida con alguien; mi hermano está con mi cuñada desde los dieciséis años y yo he estado la mitad de mi vida solo y la otra mitad acompañado, pero solo la paso muy bien. Me encanta estar solo, pero también estoy lleno de amor. Desde ya, el amor de una mujer es diferente y siempre deseo que me pase, pero es un enigma, a veces funciona y, lo que funciona, a veces deja de funcionar. Lo que no está bueno es que se viva como una exigencia. Si algo encuentro de fascinante en esta etapa de mi vida es la liviandad, solo habitar los espacios que quiero habitar. Eso es la libertad. Trabajar con quien quiero trabajar y estar con la mujer que deseo estar. En los últimos años, cuando una relación no funcionó, no fue grave, sino un aprendizaje. Ya no va el mandato de tener que hacer fuerza para que funcione, sostener y sostener. Ya fui padre, ya formé una familia, viví casi siete años con la madre de mi hija, nos hicimos una casa. Algo de lo que para la clase media es mandato, ya lo hice. Punto. Lo sublime también tiene fecha de caducidad.
-Por eso es sublime.
-Los encuentros amorosos de mi vida los tomo como momentos sublimes.
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