A diez años de su muerte, un recorrido por los momentos más salientes de la vida y la carrera de una de las últimas grandes divas del cine
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Muchos la consideran la última gran estrella de la época de oro de Hollywood. Y no es para menos: Joan Fontaine puede exhibir todos los pergaminos que suelen adjudicársele a las grandes estrellas. Fue la gran musa de Alfred Hitchcock y ganó el premio Oscar a sus órdenes por el largometraje Sospecha, de 1941; filmó más de 40 películas y brilló sobre los escenarios de Broadway, pero, sobre todo, tuvo una vida llena de escándalos y sobresaltos.
Joan de Bouvoir de Havilland nació el 22 de octubre de 1917 en Tokio, Japón. Su padre, Walter de Havilland, era un exitoso abogado y su madre, Lilian Ruse, una actriz británica con una carrera frustrada. Un año y medio atrás, su madre había dado a luz a su hermana Olivia, quien desde el primer encuentro se convertiría en su gran enemiga.
“Una de las nanas fue la encargada de presentarme cuando era apenas una recién nacida. Claramente no lo hizo de la mejor manera porque a partir de ese momento me consideró una intrusa que había llegado al mundo a arrebatarle el amor y la atención de nuestros padres”, indicó la actriz mucho tiempo después.
Enemigas íntimas
La mala relación entre las hermanas se hizo con el correr de los años tan evidente como la predilección de Lilian por su primogénita. En una de las tantas peleas físicas que mantuvieron durante sus primeros años de vida, Joan terminó en el hospital con la clavícula rota. Tiempo después, las autoridades del colegio al que ambas concurrían llamaron a sus padres, alarmados. Olivia había publicado un testamento ficticio en el periódico escolar en el que expresaba: “Le dejo a mi hermana la capacidad de ganar los corazones de los niños, una cualidad que ella claramente no tiene”.
Lo cierto es que las dos vivían en medio de un eterno clima de inestabilidad: a las continuas infidelidades de su padre se sumaba la frustración de su madre por no poder desarrollar en Japón una carrera acorde a sus ambiciones. Todo se complicó aún más cuando Joan desarrolló una fuerte anemia y una severa infección por estreptococos. Los médicos recomendaron un cambio de hábitat y Lilian entendió que era el momento indicado para hacer las valijas y mudarse a los Estados Unidos.
Los cuatro se instalaron en Saratoga, California, pero muy pronto Walter decidió dar por terminado su matrimonio y regresar a Japón. A los 15 años, Joan también decidió volver a Tokio: su madre estaba demasiado ocupada en convertir a Olivia en una estrella.
Dos años más tarde, decidió regresar, con la firme convicción de seguir los pasos de su hermana, que ya se había convertido en una de las actrices más prometedoras de la época. Tenía 17 años y todo el ímpetu necesario para probar suerte, pero le faltaba algo: un apellido porque su madre se negó a que usara el mismo que su adorada Olivia.
Nacen dos estrellas
Con el seudónimo de Joan Burfield hizo sus primeras apariciones en los escenarios, pero pronto tomó prestado el apellido del segundo esposo de su madre, Fontaine. Su debut fue en la película No más mujeres, de 1935, protagonizada por Joan Crawford y Robert Montgomery, bajo las órdenes de Edward H. Griffith y George Cukor. Luego vendrían Señorita en desgracia (1937), junto a Fred Astaire y Ginger Rogers y un puñado de papeles sin demasiado desarrollo.
En 1938, Fontaine se presentó a las audiciones de Lo que el viento se llevó. Su idea era quedarse con el rol principal de Scarlett, pero cuando le propusieron interpretar a Melanie, estalló de furia. “Para hacer el papel de tonta, llamen a mi hermana”, vociferó. Y le hicieron caso: Olivia de Havilland terminó interpretando ese papel y su actuación no solo le valió una nominación al Oscar sino que fue la plataforma de despegue de su esperado estrellato.
A esa altura, todo Hollywood estaba al tanto de que las hermanas no solo competían por los papeles. En 1939, Joan se casó con su primer marido, Brian Aherne, un actor británico con quien su hermana había mantenido un fogoso romance. La tensión entre las dos hermanas, claramente, no se había apaciguado con el correr de los años. Y todo se complicó aún más cuando la noche anterior a la boda el novio de Olivia apareció en la casa de Joan. El hombre en cuestión era nada menos que el magnate Howard Robard Hughes Jr. y su intención era pedirle que no se casara porque estaba enamorado de ella. Esta escena, que Joan contó alguna vez en una entrevista es considerada por muchos como la gran grieta que nunca más pudieron zanjar: la mayor de las hermanas confirmaba una vez más que Joan solo había venido a este mundo a quitarle lo que le pertenecía.
Mientras la relación con Olivia empeoraba a pasos agigantados, Joan tuvo su gran golpe de suerte. En una cena coincidió con David O. Selznick, productor del film que había terminado de consagrar a su hermana. Durante la charla, él le propuso que se presentara a una audición para la película que marcaría el desembarco de Hitchcock en Hollywood: Rebeca, una mujer inolvidable.
Y el Oscar es para...
En total, fueron seis meses de pruebas en las que compitió con más de cien actrices, pero finalmente se alzó con el ansiado rol protagónico. La película se estrenó con éxito en 1940 y Joan obtuvo su primera nominación al Oscar, pero no logró quedarse con la estatuilla. Tendría revancha un año más tarde con otro film de Hitchcock, La sospecha.
En esa misma categoría competían Bette Davis, Greer Garson, Barbara Stanwyck y su hermana Olivia, por Si no amaneciera. Fue durante la ceremonia que quedó en claro para todo el mundo que las diferencias entre ellas eran irreconciliables: cuando Joan subió a buscar la estatuilla, Olivia quiso saludarla, pero ella se hizo la desentendida y siguió como si nada. Años después, la escena se repetiría, pero con los roles invertidos.
Amores perros
El matrimonio con Aherne duró solo seis años, pero volvió a probar suerte en 1946 con el productor William Dozier. Junto a él concibió a su única hija biológica, Deborah Leslie, que nació dos años después de su segundo paso por el altar.
En su libro autobiográfico No fue un lecho de rosas, la actriz fue muy clara con respecto a sus relaciones amorosas: “Escucho la marcha nupcial y salgo corriendo”, explicó. Tuvo cientos de amoríos y cuatro matrimonios; a Dozier le seguiría el también productor Collier Young y el periodista Alfred Wright. “Es imposible encontrar a un hombre que pueda estar casado con una estrella del cine”, se justificaba.
En marzo de 1951, Joan fue invitada junto a Gérard Philipe, Pedro Armendáriz, John Derek y Silvina Mangano a participar de la primera edición del Festival Internacional de Cine de Punta del Este. La actriz, que ya se había separado de su segundo marido, decidió que era una buena oportunidad para conocer algunos otros puntos turísticos del Cono Sur. Fue así que desembarcó primero en Lima y Luego en Cusco, para conocer las ruinas de Machu Pichu.
Fue allí donde conoció a una nena de cuatro años que amó a primera vista, Martita Pareja. Con el permiso de sus padres, la actriz se convirtió en su tutora y se la llevó a vivir consigo a los Estados Unidos. El plan era brindarle a la pequeña un futuro mejor, pero sin dejar de lado sus raíces. Por eso, Joan se comprometió a llevarla cada dos años a Perú para que se reencuentre con su familia y a regresarla a su tierra cuando terminara de cursar su educación secundaria, a los 16.
No pudo cumplir su promesa. A pesar de que las fotos de la época las muestran muy cercanas y amorosas, Martita se hartó de los manejos y del mal carácter de su tutora y antes de cumplir los 16 años se fugó de su casa para nunca más volver. Tampoco regresó junto a su familia de origen.
Tiempo después se sabría que uno de los motivos por los que la actriz se enojó profundamente con Martita y con su hija biológica, Deborah Leslie, es que descubrió que las dos adolescentes se comunicaban a escondidas con su tía Olivia. “Los únicos que merecen mi cariño son mis cinco perros”, expresó la actriz tiempo antes de su muerte cuando le preguntaron quiénes eran sus grandes amores.
Un tigre y un león
Si bien siguieron encontrándose en eventos a lo largo del tiempo, las hermanas, que continuaron cosechando premios y buenas críticas por sus trabajos, sobre todo durante la primera mitad del siglo XX, dejaron de hablarse definitivamente en 1975. La última vez que cruzaron unas palabras fue cuando Olivia la llamó para anunciarle que la madre de ambas debía ser operada de cáncer.
Lilian murió en el quirófano, pero -según su versión- Joan se enteró semanas después. En ese momento se encontraba de gira con una obra de teatro y Oliva en lugar de llamarla a su hotel, le envió un telegrama que no llegó a tiempo. Cuando la prensa notó su ausencia en el funeral, la mayor de las hermanas brindó una versión bien distinta: “Debe haber tenido otra cosa que hacer”, respondió molesta.
Por supuesto que la mala relación entre ellas estuvo presente en cada entrevista y artículo que se escribió sobre ellas a lo largo del tiempo. Y ellas, lejos de negarse, se prestaron al juego una y otra vez, destilando veneno contra la otra. “El odio, lo agotamos siendo jovencitas. Ahora nos ignoramos”, expresó Joan, ya anciana. Y explicó: “Ella es un león, y yo un tigre; y la ley de la selva dice que no podemos llevarnos bien”.
En otra ocasión, indicó, filosa: “Me casé primero, gané un Oscar primero, tuve un hijo primero. Si me muero, ella estará furiosa porque otra vez le habré ganado”. Su profecía se cumplió: Joan murió en su residencia de Carmel, California, en la que se encontraba recluida desde hacía un tiempo, el 15 de diciembre de 2013. Olivia, en tanto, siguió mencionándola cada vez que tuvo oportunidad y murió en plena pandemia, el 26 de julio de 2020.
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