Jessie Buckley, la actriz que no le teme a los desafíos extremos y quiere que la provoquen
La intérprete irlandesa de 32 años es la protagonista de la nueva película de Alex Garland, Men, y es una gran figura a tener en cuenta ya que desde que comenzó su carrera no dejó de asumir riesgos
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“Cuando era niña estaba obsesionada con las ballenas asesinas. Siempre parecían estar sonriendo. ¿Saben que viajan 160 km por día en el océano? Pero en cautiverio, sus ondas sonoras rebotan contra las paredes y quedas tontas y sordas. Algunas hasta enloquecen. Leí sobre una ballena que se rompió todos los dientes tratando de escapar. Fue demasiado para ella. Ya no quería sonreír”. La mirada de Jessie Buckley asoma fija tras la pantalla, detrás de la máscara que Moll le ofrece con su falsa sonrisa. Como la sonrisa de las ballenas, aquella que deja entrever su bestialidad aún en los límites del cautiverio. Moll fue uno de los primeros personajes importantes de Buckley, una aparición feroz y demoledora en una fábula sobre bestias y asesinos despiadados en la pequeña isla de Jersey, en la costa normanda. Escrita y dirigida por el británico Michael Pearce, Beast (2017) –disponible en Amazon Prime Video y Movistar Play bajo el poco auspicioso título Secretos ocultos- puede haber sido una fuente de inspiración para Alex Garland a la hora de elegir a Buckley para ser la protagonista de su nueva película, Men. Una mujer atormentada por una culpa incierta, dispuesta a abandonar toda condescendencia y confrontar angustias y temores, habitar esa naturaleza oscura y misteriosa, vital y exultante.
Quizás el cabello pelirrojo fue la insignia perfecta para su presencia en esos entornos grisáceos de niebla, azulinos de cielo y mar. En Beast, Moll viste de colores pasteles, canta en el coro de la iglesia, acepta los mandatos de su madre, los deberes de su comunidad, esconde en su pasado la culpa por un arrebato de ira, ¿por una secreta venganza? En Men (2022), Harper transita el duelo por la muerte de su esposo en un caserón de la ciudad de Cheltenham, rodeado por extensos bosques y estaciones ferroviarias abandonadas. Allí la visitan los recuerdos de las últimas horas con James (Paapa Essiedu), sus reproches y amenazas, sus lamentos manipuladores. Pero también en ese entorno solitario y bucólico, Harper debe lidiar con aquellos hombres que la rodean, reales y simbólicos, arquetipos y caricaturas, amables y ladinos, que la instigan a volver al orden, al deber, a lo previsible, a la sonrisa. Como la de las ballenas. Buckley demuestra de nuevo que puede brillar en esas oscuridades, gritar con un alarido contenido, enfrentar con proeza los mayores desafíos.
Pisando fuerte
Beast puede haber pasado desapercibida para el gran público, pero al año siguiente Jessie Buckley, hoy de tan solo 32 años, compuso otra de sus criaturas rebeldes y cautivantes, salida de la cárcel, en la ciudad de Glasgow, con la ambición de convertirse en cantante de country en la meca de Nashville. Fue en Wild Rose (2018) –disponible en Amazon Prime Video, Movistar Play, Apple TV y Google Play-, su siguiente protagónico y también la amalgama entre su audacia como actriz y su talento como cantante. Su voz vigorosa sale entre sus dientes amplios, de esa mueca torcida que se niega a ser una verdadera sonrisa. Pero también emerge de sus ojos encendidos, sobre el escenario de la ficción de Wild Rose, pero también como una herencia de su familia de artistas. Hija de un padre poeta –y excelente hippie como ella lo denomina- y de una madre concertista de arpa, allá en las tierras rojizas y católicas de Irlanda, Buckley se siente artista en todo su cuerpo, sobre el escenario y ante las cámaras.
Después de su llegada a Londres cuando tenía 17 años, y de su paso por el concurso de canto ‘Ill’Do Anything’ para ser una intérprete del musical teatral –donde fue defendida por Andrew Lloyd Weber, aunque sin conseguir ningún premio-, inició el camino de la actuación: pasó por varios dramas históricos a la british –algunos convencionales como la miniserie Guerra y Paz, donde conoció a su exnovio James Norton en 2016; otros extravagantes como Taboo (Netflix), serie comandada por Tom Hardy en 2017- y pisó fuerte donde podía ser escuchada, como la aguerrida intérprete de la banda sonora de Wild Rose, que la unió a la música de manera indeleble. Tras esos años en el corazón de la narrativa británica, Buckley desembarcó en Chernobyl (2019) de HBO, su inesperado pasaje transoceánico. Allí fue la esposa embarazada de un bombero corroído por la contaminación nuclear –donde abandonó su cabellera pelirroja por un color rubio ceniza-, uno de los personajes decididos en ese territorio apocalíptico y guiado por mandatos de obediencia. Su aparición le valió el reconocimiento fuera de aquel territorio cercano a casa, si bien las nóminas de premiación fueron injustamente esquivas. Y poco faltaría para que los medios de los Estados Unidos la anunciaran como la “estrella en ascenso” de aquel lejano tiempo antes de la pandemia.
Lo que nos dejó el naufragio
A mediados de 2020, Jessie Buckley despertaba en el piso 43 de un rascacielos de Chicago donde había quedado varada tras la suspensión del rodaje de la cuarta temporada de Fargo, la serie de antología de Noah Hawley (disponible en DirecTV GO). Tal como lo revela en una entrevista con The New Yorker en aquel tiempo, la estancia en ese departamento anodino de sofá gris y paredes de cristal –”estilo hámster”, como ella misma lo bautiza- la convirtió en testigo del estruendo de las sirenas de bomberos, el sonido de los helicópteros y los enfrentamientos entre manifestantes y policía en las jornadas que definieron al ‘Black Lives Matter’ en aquella ciudad tan lejana de su Killarney natal. Para pasar la cuarentena había traído varios libros desde Inglaterra y también la obra Romeo y Julieta de Shakespeare, que interpretaría junto a Josh O’Connor en el National Theatre de Londres casi un año después. Pero entonces ya asomaba la película que instalaría a Buckley definitivamente entre el radar del público internacional: Pienso en el final (2020) –disponible en Netflix-, la extraña pieza de reflexión de Charlie Kaufman sobre la condición interna de una joven mujer sin nombre. O con demasiados.
“Pienso en el final. Cuando esta idea aparece, no se va. Se fija. Persiste. Prevalece”, reflexiona esa mujer que emprende un viaje junto a su novio (Jesse Plemons) por la ruta cubierta de nieve. La idea que le ronda, que persiste como si fuera vieja aunque se siente nueva, que no la abandona y la invade, la aleja de todos los otros pensamientos, es la de terminar con todo, ponerle fin. El recorrido de la película es también el de la mente del personaje, conducido por la suave voz de Buckley, en un tono tan bajo que resulta extraño que sea la misma que llenaba los escenarios de Wild Rose. O la que define el sorprendente disco For All Our Days That Tear The Heart, lanzado hace apenas un mes y medio junto al productor musical Bernard Butler, exguitarrista de Suede. Su voz es sinuosa como el hilo de su pensamiento, escurridizo a las imágenes, mimetizado con ese papel florido que cubre las paredes que la enmarcan. ¿Rara, absurda, pretenciosa? Todo eso y mucho más se dijo del experimento de Kaufman, que corrió como reguero de pólvora por todos los hogares ya hastiados de buscar algo con qué entretenerse en ese año de encierro. Una mirada surrealista sobre la condición humana, como había sido calificada la novela de Iain Reid que le dio origen. También la película más audaz de Kaufman, la apoteosis de su estilo. “La primera nota que recibí de Charlie, durante el período de audición, fue ‘esta chica es molecular’”, le cuenta la actriz a The New Yorker. Y entonces ella se preguntó: “¿Qué diablos significa ‘molecular’?”. Durante el rodaje intercambió correos electrónicos con el director: poemas de Anne Sexton, videos de ASMR (los sonidos de moda para la relajación). Pero nunca descubrió los que significaba molecular. “Soy una molécula de mí misma”, concluyó ya desorientada.
Buckley es el centro de la historia, el ojo del torbellino, la voz del hada encantadora que nos lleva por ese camino amarillo hacia un lugar de misterio, de incertidumbre. Esa conexión se estableció para siempre, y logró un nuevo momento de gloria en La hija oscura (2021) –disponible en Netflix-, ahora dirigida por Maggie Gyllenhaal, también inspirada en una novela, en este caso de la italiana Elena Ferrante. ¿Quién era Jessie Buckley en este nuevo mundo? La versión joven de Leda, la académica a la que da cuerpo Olivia Colman durante un viaje de descanso por las costas griegas. En esa versión juvenil, temprana, ya se prefiguran impulsos inciertos, pensamientos recurrentes, un inquietante estado de ánimo que invade los espacios de la película. Una playa convertida en laberinto, una broma en cruel capricho. Pero en el pasado de Leda asoma esa maternidad opaca que parece anunciar el título, un precario equilibrio en la vida doméstica, un intento de ser ella misma sin perderse en las demandas de los otros. Jessie Buckley consigue cautivar las miradas aun compartiendo la escena con Colman, ya entonces por demás oscarizada. Su interpretación es magnética y dolorosa, y esa misma intriga que había agitado a sus otros personajes acorralados pero temerarios, aquí también define su presencia.
El promisorio presente
Mientras terminaba de filmar La hija oscura y se imaginaba como la nueva Sally Bowles en la producción de Cabaret para el West End junto a Eddie Redmayne –que le valió varios premios Olivier-, llegó la propuesta de Men, de la mano del director Alex Garland. Hay algo que queda claro en las múltiples entrevistas que siguieron a la presentación de la película en el último Festival de Cannes: no hay demasiadas respuestas que Buckley puede brindarles a los espectadores. No en general, sobre los aparentes sentidos ocultos de Men, tampoco sobre las intenciones de Garland, sobre las claves que todos pretenden descifrar en la película. “Se trata de aceptar los interrogantes, de experimentar esa sensación de que no hay un sentido definitivo sobre el que cerrarse”, declaraba en una entrevista con Vanity Fair el pasado mes de mayo. La misteriosa experiencia de Harper en esa casa de ensueño del condado de Gloucestershire, en la que su duelo acomete la forma de la pesadilla, y el entorno real asume el paisaje mental del asedio, y los hombres se conjugan en el omnipresente rostro de Rory Kinnear, es también una experiencia radical para la actriz. “Tuve una conexión muy visceral con Harper, no usé el personaje para protegerme sino que me puse en contacto con ella a través de la piel. De hecho nunca había usado mi propio acento en un personaje y eso me permitió estar más cerca de ella”.
El viaje de Jessie Buckley parece tener muchas paradas por delante. Ahora disfruta el lanzamiento del disco con Butler, que ya les deparó una nominación al Premio Mercury, uno de los máximos galardones de la música británica. Y en el cine, la película que acaba de terminar de filmar es Women Talking, en la que comparte cartel con Frances McDormand, Claire Foy, Ben Whishaw y Rooney Mara, dirigidos por Sarah Polley, y cuenta la historia de un grupo de mujeres abusadas en el seno de una comunidad menonita. “Solo quiero que Jessie Buckley la pase bien” fue una frase recurrente en las redes en respuesta a otro calvario en puerta que parece anunciarse para su próximo personaje. Pero Buckley no quiere cuentos de hadas con aroma a vainilla y no teme a los desafíos más extremos. “Están pasando cosas en el mundo, y hay cosas que en mi vida que me he empezado a cuestionar. Y eso me encanta. Eso es lo que me impulsó a elegir este tipo de personajes. Quiero que me provoquen. Y estas películas lo hacen. La hija oscura, Men y Women Talking me permiten explorar lo que significa ser una mujer en el mundo, y una mujer en relación con las personas que amo. Estoy tratando de aprender y crecer con esos interrogantes, aunque no siempre pueda despejarlos”.
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