James Dean, la estrella que abrazó la tragedia y la eternidad, cumpliría 90 años
Si su auto, un Porsche Spyder 550 bautizado “Little Bastard” (pequeño bastardo), no se hubiese incrustado a un sedán Ford Tudor en una carretera de Cholame, California, hoy festejaría sus 90 años, pero seguramente poco importaría para una sociedad que lo encumbró como eterno ícono rebelde de la juventud. Porque James Dean cimentó su leyenda a la misma velocidad con la que ocurrió su muerte, y con sólo tres películas como protagonista conquistó el halo de mito eterno de Hollywood: junto a Humphrey Bogart, Marilyn Monroe y Audrey Hepburn es, posiblemente, uno de los rostros que mejor representa a la dorada iconografía de la “meca del cine”.
Contemporáneo generacional de Clint Eastwood, Sean Connery, Christopher Plummer o Gene Hackman, Dean competía con Steve McQueen y Paul Newman por los roles juveniles al mismo tiempo que admiraba a Marlon Brando o Montgomery Clift. Nacido el mismo día que Jack Lemmon, Nick Nolte o Lana Turner, encarna una amalgama precisa entre una vida y obra cinceladas en la celeridad del estrellato y lo evanescente de una existencia vivida, como su personaje en Rebelde sin causa, al límite de las posibilidades y también al borde de la incomprensión. Definiciones que lo convertirán en reflejo de toda una generación y en ese perdurable ícono pop.
Camino a la fama
Dean, que tenía 24 años cuando murió el 30 de septiembre de 1955, era hijo de un granjero y creció en un contexto de gran austeridad con el anhelo ser corredor de autos y también actor. En una vida marcada por constantes altibajos emocionales, encontraría en la pasión por la velocidad su refugio, pero también su desenlace sintetizada en la frase “vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver”, que se le atribuye y que en realidad fue pronunciada por John Derek en la película Horas de Angustia, coprotagonizada por Humphrey Bogart. Nadie dudaría hoy, sin embargo, que esa sentencia sintetiza la explicación de una vida marcada a fuego por la transgresión de todo límite.
Hasta su papel como Cal Trask, el joven confundido que busca darle un sentido a su vida en Al este del paraíso, de Elia Kazan, Dean era una “cara bonita” que no había trascendido de comerciales y participaciones en diversas series televisivas. Pero el cine era una búsqueda desde los comienzos en su deseo de ser estrella y se convierte finalmente en oportunidad en la película Bayonetas caladas (1951), un extraordinario film bélico dirigido por Samuel Fuller y ambientado en la Guerra de Corea, donde Dean tuvo un papel insignificante hacia el final del relato pero que le permitió conocer la “usina de estrellas” por dentro. Le seguirá Que suerte tiene el marino (1952), como un asistente del boxeador que se enfrenta al impar Jerry Lewis, también sin diálogos, y Lo que hace el dinero (1952), de Douglas Sirk, donde se cruza por primera vez en un set con Rock Hudson antes de Gigante. No tienen ninguna escena juntos, porque Hudson ya era una estrella y James Dean tiene estos breves papeles, de tan sólo segundos, sin siquiera figurar en créditos.
Si bien conseguía algunos roles menores en cine, luego de interminables castings no conseguía hacer pie en la industria luego de su esforzado derrotero que lo llevó desde su Marion natal (una pequeña ciudad de Indiana, donde nació el 8 de febrero de 1931, en el seno de una familia muy conservadora y religiosa), a California, adonde se mudará en 1949 para estudiar en la UCLA, y luego a Nueva York por indicación de su profesor de teatro. Previo a esos años de papeles sin acreditar sólo podía ostentar que luego de su debut televisivo en Colina número uno, como Juan el Bautista, se creara en Los Ángeles el “James Dean Fans Club”, en el año 1951. Tan sólo un año atrás su primer rol teatral había sido en una versión de estudios de Macbeth, en la que personificó a Malcolm y no tuvo buenas críticas.
Su carrera daría un vuelco definitivo al ingresar al Actors Studio, mientras continuaba su coqueteo con el cine e intervenía en Camino de adversidad (1953), de Michael Curtiz, como un simple espectador de un partido de futbol, sin aparecer en créditos y apenas en pantalla. Con Mira el Jaguar (1953) conseguiría el respeto de la crítica de Broadway, aunque la puesta sería un fracaso rotundo de público; luego, en El inmoralista, de André Gide adaptada por Augustus y Ruth Goetz, encarnó al árabe seductor que le valdría un premio al mejor actor de reparto. Esa labor fue tan renombrada que llegó a oídos de Elia Kazan de la mano del guionista Paul Osborn, y es entonces cuando comenzará a delinearse el otro James Dean, aquél que será el rostro de una era.
El salto de James
Al este del Paraíso adaptó un pequeño fragmento del tercio final del libro de John Steinbeck y asimismo actualiza la historia de Caín y Abel con dos hermanos, Aaron y Cal, que buscan constantemente la aprobación del padre, un granjero (Raymond Massey) obsesionado con la religión. El realizador encontraba en la historia rasgos autobiográficos que también estarían muy marcados en el vínculo que el personaje de Dean tenía con su progenitor, tal como intuía al elegirlo para el papel y constató en una visita donde lo acompañó a la casa paterna. En su autobiografía A life, Kazan confesó que Massey en el set sentía un desprecio semejante al vivido por Dean en la vida real y que él nunca se encargó de mejorar el vínculo para que esa conflictividad quedara plasmada en la pantalla que, por otro lado, por primera vez mostraba la firma del realizador en colores y con un impactante uso del cinemascope.
Kazan utilizó todos los recursos visuales con los que abrazaba la nueva era del cine para enfatizar los estados de ánimo de los personajes. Además de su inmenso rol protagónico, James Dean tendrá otra contribución con la película y será con la banda sonora, al presentarle al director al compositor Leonard Rosenman, de quien era alumno, y pedirle que considerara la partitura que había compuesto para el film. Rosenman repetiría su rol en Rebelde sin causa y en su larga carrera ganaría dos Oscar por las partituras de Barry Lindon y Esta tierra es mi tierra. Muchas de las escenas de Al este del Paraíso fueron rodadas en largas jornadas, incluso por la noche, en los estudios que Warner Bros poseía en Burbank. Luego, su rebelde protagonista transitaba bares bebiendo cerveza y fumando marihuana hasta el amanecer.
El 9 de marzo de 1955 tuvo lugar en Nueva York la premiere mundial de Al este del paraíso a beneficio del Actors Studio, y Karen Clemens Warrick en su libro James Dean: Dream as if you’ll life forever anotaba que “Estrellas como Marilyn Monroe, Eva Marie Saint y Marlene Dietrich, hicieron de acomodadoras”, en un evento que contó con la asistencia de Jack Warner, Elia Kazan, John Steinbeck, Raymond Massey y Richard Davalos pero no así de su hoy icónico protagonista, que abandonó la ciudad para retornar a Hollywood el día anterior. Tenía miedo de verse en pantalla y sólo lo hizo cuando la película se estrenó mezclándose entre la gente como un espectador más. Curiosidades del destino, finalmente fue la única película que James Dean pudo ver de las tres que protagonizó. Los asistentes de esa gala a beneficio pagaron hasta 150 dólares también para verlo porque, si bien aún no era un mito, ya su nombre tenía el halo de una fulgurante estrella.
El sitial dorado llegará con Rebelde sin causa, de Nicholas Ray, pensada exclusivamente en derredor de su figura y donde se narra la historia del adolescente Jim Stark (James Dean), llevado a la comisaría luego de una noche de alcohol y donde conoce a John “Plato” Crawford (Sal Mineo) y Judy (Natalie Wood), arrestados por otros delitos menores. Todos tienen problemas con la ley pero principalmente con sus padres, y fueron exacto reflejo de la brecha generacional y de un inconformismo adolescente que permanece inalterable en el tiempo.
Curiosamente el informe del New York Board of Censors explica que Rebelde sin causa pasó “sin eliminaciones” de ninguna escena específica o diálogo y por lo tanto su publicidad podía continuar. Se añade por esos días el juicio de The legion of Decency, guardiana moral para la audiencia católica que la encontró “moralmente inobjetable para público adulto”. Así el 11 de octubre la cadena ABC presentó un “detrás de cámaras” de la película de unos 15 minutos de duración, y un día más tarde Jack Warner en persona recibiría a la prensa especializada para su función privada en el Paramount Theater de Los Angeles.
Rebelde sin causa tuvo finalmente su premiere mundial el 26 de octubre de 1955 en el Teatro Astor de esa misma ciudad. A la Argentina llegaría al año siguiente, el 11 de abril de 1956, teniendo solitario estreno en el entonces bello edificio art-decó del cine Pueyrredón de Flores. “James Dean cumple una soberbia actuación, en la que se alían sensibilidad y dotes magistrales para interpretar violentos vaivenes anímicos del protagonista, en una compleja escala de estados de ánimo que va desde una depresiva melancolía hasta una desesperada exaltación a través de un laberinto de sutiles matices con los que le da relieve y sustancia humana”, escribía por entonces el Heraldo del Cine.
El éxito acompañó al instante a un film destinado a permanecer delineando los contornos rebeldes de su por siempre juvenil protagonista, ya que la noticia de que James Dean se había matado en su “pequeño bastardo”, tan sólo semanas antes de la premiere estadounidense había dado la vuelta al mundo. Pocos meses antes, en el epicentro del vértigo, James Dean se integraría al elenco de Gigante, de Georges Stevens, basado en la novela de Edna Ferber, secundando a Rock Hudson y Elizabeth Taylor, a quien le confesó durante el rodaje los abusos sexuales que había sufrido por parte del pastor de su Iglesia. El drama sobre una familia ganadera que es presionada para convertir su hacienda al mundo del petróleo le dio su segunda nominación al Oscar; la primera había sido por Al este del Paraíso, pero ambas fueron en forma póstuma. Incluso en Gigante se incluyó a un doble de cuerpo y de voz porque el accidente fatal ocurrió cuando el film no estaba aún terminado.
Cuando la Academia de Hollywood reconoció su talento, James Dean podía ser recordado en la pluma de André Gide en aquella obra que le brindó el salto a la fama: “Para el que ha sido tocado por las alas de la muerte, lo que parecía importante, deja de serlo”. Ya la persona había dejado paso al personaje y se consustanciaba, en un cruce de caminos, con el mito del eterno chico rebelde. Aquél que permanece inalterable así pasen los años y no permite siquiera sospechar como serían las décadas siguientes si James Dean hubiese vivido para festejar sus 90 años, un día como hoy.
Mitos, mitos y más mitos
La oda a la rebeldía juvenil titulada Rebelde sin causa que se transformó en referencia de toda una generación, sin embargo, añadiría con el correr del tiempo un costado trágico que algunos calificarían de “maldición” dado que James Dean, como se sabe, murió a los 24 años en un trágico accidente, su compañera de elenco Natalie Wood murió ahogada frente a la isla Santa Catalina un cuarto de siglo más tarde a los 43 años; y el tercer protagonista, Sal Mineo, murió apuñalado en su departamento neoyorquino cuando había cumplido tan sólo 37 y había participado en la película con sólo 16.
Otro mito alrededor de la figura de Dean señala que la noche anterior a su deceso había discutido con uno de sus examantes en una reservada fiesta gay por la imagen de seductor varonil de hermosas y jóvenes actrices que, en apariencia, era sólo para contentar a la Warner Bros y así alejar rumores. Sin embargo, el guionista William Bast publicó en Surviving James Dean (Sobrevivir a James Dean), su vínculo con el actor durante un lustro, contando detalles de la vida íntima en común y dando por tierra las versiones sobre sus inicios en el mundo de la prostitución masculina, aunque confirmando su homosexualidad. Sin embargo, por otra parte, también se destaca en sus biografías el vínculo con Ursula Andress y antes con la joven Pier Angeli, a la que conoció en el rodaje de Al este del paraíso. El romance culminó por negativas de la madre de la actriz italiana y el obligado compromiso con el cantante Vic Damone. Angeli se suicidó con un cóctel de pastillas a los 39 años y en su carta final escribió: “Tengo un miedo horrible a envejecer; para mí, los cuarenta son el comienzo de la vejez... El amor ha quedado atrás, murió en un Porsche”.
“La vida que salva podría ser la mía”, decía Dean en un anuncio sobre la responsabilidad al volante para el Consejo Nacional de Seguridad Vial. Fue tan sólo un par de semanas antes de ser detenido por la policía por exceso de velocidad. Iba a más de 100 kilómetros por hora en su flamante Porsche Spyder 550 pero luego de la advertencia apretó más el acelerador. En compañía del mecánico Rolf Wütherich, Dean colisionó frontolateralmente y murió en el acto fracturándose el cuello. Los demás protagonistas del accidente, con diversas heridas, sobrevivieron. En 2005, un documental emitido por Channel 5 elaboró otra teoría que sostiene que Dean salió despedido de su auto rebotó en el parabrisas del otro vehículo y retornó al asiento del copiloto, destrozado por el golpe y agonizante. Poco antes, por un presentimiento, había dejado a su gato al cuidado de Elizabeth Taylor, su mejor amiga.
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