En diálogo con LA NACION; el exmodelo y actual conductor de Pasapalabra y Un pequeño gran viaje habló de su carrea y de sus elecciones de vida
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Dice que los años aplacaron su verborragia solo un poco, pero su curiosidad está intacta. Iván de Pineda supo unir sus deseos y ambiciones con sus necesidades y el resultado es una carrera de casi treinta años en los medios, primero como modelo internacional y luego como conductor, pasando por la actuación también.
Pasapalabra, que Telefe emite los sábados y domingos a las 21, ya lleva siete temporadas y por estos días estrenó la quinta de Un pequeño gran viaje, branded content de Warner Bros Discovery que también puede verse por la pantalla de Telefe los domingos a la medianoche y, además, en TNT, TNT Series y TBS.
En charla con LA NACION, el conductor reflexiona sobre su elección y ritmo de vida: “Nunca paso más de tres meses sin subirme a un avión, excepto en pandemia, claro”, asegura. Además, fantasea con qué hubiera sido de su vida si el modelaje, y luego la televisión, no se hubiera cruzado por su camino.
-¿Te hubiese gustado estudiar otra carrera?
-Llegué a anotarme en el CBC para hacer Derecho. Siempre me gustaron las Relaciones Internacionales y pensé alguna vez en hacer una carrera diplomática. Pero los insondables caminos de la vida me llevaron por otro lado.
-Igual la diplomacia está cerca de los viajes…
-Qué cosa de locos... (ríe). No sé cuántos países visité porque no llevo la cuenta. En cambio, podría nombrarlos porque soy más de las ciencias humanas y sociales que de las exactas. Son decenas y decenas, arriba de los cientos, y ciudades, arriba de miles.
-¿Qué lugar nunca conociste y te gustaría recorrer?
-Hay lugares que no visité porque están atravesados por conflictos. Pude conocer algunos y otros no, pero no va a faltar la oportunidad. Uno tiene que setearse para lo que está por venir. No importa cuánto conozcas, siempre hay algo más para ver. Llevo 27 años viajando por el mundo y sigo sorprendiéndome con algo. Me sucede ahora con Un pequeño gran viaje y me pone contento porque tengo la posibilidad de conocer nuestro país em profundidad. Siempre hay alguna localidad nueva para ir, un paisaje que no vi. Esa es la magia de encarar un viaje, saber que no lo has visto todo porque es imposible abarcarlo todo y me genera adrenalina lo que está por venir y descubrir.
-¿Qué sitios vamos a poder ver en Un pequeño gran viaje?
-Ya vimos La Rioja y la Ciudad de Buenos Aires y el próximo domingo vamos a visitar Jujuy. Seguimos luego con San Luis, Mendoza, Córdoba, la Costa Atlántica, Jujuy, Santa fe, Chubut, La Pampa, Bariloche y Neuquén.
-¿Sugerís rincones de nuestro país para descubrir?
-Sí, básicamente se trata de eso, de revelar qué hay para mostrar en cada lugar. Nos juntamos con la producción, discutimos el destino, contamos historias, curiosidades de lugares, cómo queremos mostrarlo. Y el propósito es que quienes viven en esos lugares estén orgullosos cuando ven el programa y que todos puedan sorprenderse, lo conozcan o no. Hay que despertar esa semilla de las ganas y la curiosidad.
-Cuando se apagan las cámaras, ¿seguís paseando o te vas a descansar?
-Muchas veces después de un día largo de grabación me voy a caminar por ahí solo, o con alguien del equipo que me quiera acompañar. Camino y hago una especie de reflexión peripatética. Es una manera de bajar y mirar otras cosas desde otro lugar. En el programa podemos plasmar todo, nuestra geografía, nuestra cultura, nuestra idiosincrasia... Argentina es uno de los diez países más grandes del mundo y tiene una geografía fuera de lo común, con tantos diferentes de paisajes. Me encanta mostrarlos.
-Cuando te tocan vacaciones, ¿te quedás en tu casa o seguís viajando?
-A veces me quedo en casa (ríe) y aprovecho para estar en mi lugar. Me ha tocado salir de vacaciones también, pero entre viaje y viaje aprovecho para estar en casa porque sino me la paso afuera todo el tiempo. A los 17 empecé a viajar trabajando como modelo, eran tiempos de producciones en lugares increíbles y eso me permitió ser un trotamundos desde muy joven. Me acuerdo que me sorprendía mucho todo el tiempo. Viajar de muy chico me enseñó a tener una mente abierta, a tener mucho respeto, a informarme sobre los lugares que iba a conocer. Pude interactuar con gente cercana y con otros que están en las antípodas de todo y sin embargo pude entablar un ida y vuelta franco, intercambiar opiniones. Es una linda escuela, y a mis casi 45 años sigo aprendiendo.
-¿De chico viajabas con tus padres?
-Nací en Madrid y vine a Buenos Aires a los 7 años. Crecí en el día a día con mi mamá y mi abuela, rodeado de un ambiente en el que la lectura era muy importante y había intercambio de opiniones y de conocimientos. Aprendí a leer a los 4 años y me pasaba horas en la biblioteca, leyendo los clásicos de aventuras y después consultaba una enciclopedia para chequear si era verdad. Mi mundo pasaba por ahí. Y sigo siendo curioso. Aprendí que el tiempo pasa rápido y los viajes también, pero podés disfrutarlos en la preparación, en la proyección y sobre todo en lo que te dejan. Una muesca que aflora en algún momento o te regala una idea, un pensamiento.
-Imagino que no tenés rutinas…
-Un día mío nunca es igual al otro. No hay rutinas y eso está bueno por un lado, pero por el otro tengo que adaptarme continuamente a los cambios que trae cada día. Una mañana me levanto en la montaña con 9 grados y a la semana siguiente estoy en la selva y a los tres días en mi casa y después en el estudio y así sucesivamente...
-¿Cómo te acomodás con los viajes y las grabaciones de Pasapalabra?
-Dejé grabadas varias emisiones, sobre todo para estar más tranquilo. Antes grababa lunes, martes y miércoles, y de jueves a domingos, viajaba. Y así durante muchos meses. Tengo la suerte de trabajar con equipos de producción maravillosos, lo cual me facilita mucho todo y me ayuda a acomodarme, porque vivo yendo de un lado al otro.
-Pasapalabra sobrevivió a cambio de canales, de días y horarios, ¿cuál es su encanto?
-Ya llevamos siete temporadas. Creo que la gente nos sigue porque es un programa en el que jugás en el lugar que estés, y lo hacés al mismo tiempo que los participantes y podés verlo con amigos, en familia, con hijos, con compañeros de trabajo. Es muy lúdico, nos divertimos y siempre aprendemos algo. Lo hacemos con mucha responsabilidad, cariño y buena onda. El equipo de producción la rompe, hay camaradería y eso se ve reflejado en la pantalla porque cuando nos toca armar juegos, nosotros nos divertimos como el primer día y quizá cada día más.
-Además de la conducción, ¿cuáles son tus aportes al programa?
-Hay un equipo de producción enorme, otro de guionistas, uno que se dedica al Rosco, otro a los juegos, otro de invitados, una coordinadora general. Y yo estoy en el lugar que me toca, acompaño y soy una especie de “sparring” para los juegos y los Roscos. Aporto mis ideas, lo que siento en cada uno de las salidas al aire y todos juntos logramos un programa que estamos orgullosos de hacer.
-Tus productores aseguran que respondes las 50 preguntas y normalmente te llevás el Rosco de los Roscos... Cuando fuiste jurado de Los 8 escalones nos enteramos que sos un hombre viajado, culto y muy leído
-Siempre fui así, interesado, curioso. Ya de chico. La lectura es un solaz, donde me siento cómodo y aprovecho para bajar a tierra. Si me hubiera dedicado a otro metiere hubiese sido igual porque es algo mío y lo considero muy importante, porque puedo desarrollar cuestiones que tienen que ver con mi vida privada, curiosidades e inquietudes.
-El próximo 11 de julio cumplís 45 años, ¿qué sentís cuando pensás en ese número?
-Pienso que quizá los años calmaron un poco la verborragia de la juventud, aunque siento que sigo siéndolo todavía... (ríe). Más allá de los años me parece que está bueno mantener ese espíritu de hacer constantemente y seguir avanzando y generando cosas buenas que impacten en los demás. Quiero tener esas ganas de perpetuar esas cosas, y no perder nunca ese ímpetu.
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