Isabel Sarli y Armando Bó: una pasión marcada a fuego
Jamás formalizaron su pareja, era un romance prohibido, pero ella lo amó con devoción y paciencia y juntos fundaron un imperio del negocio del erotismo
"Está visto que la infidelidad en el matrimonio es muy natural para el hombre". (Isabel Sarli en la piel de Delicia, su personaje en el film Carne).
El 9 de Julio de 1816 nuestra Patria decretaba que se liberaba de la dominación de los colonos foráneos. Capricho del azar, 119 años después, el 9 de julio de 1935 en Concordia, Entre Ríos, nacería quien fue símbolo de otro tipo de liberación. Aunque, paradójicamente, es curioso cómo esa mujer, la más audaz que jamás haya transitado los sets del cine argentino, puertas adentro siempre se comportó con extrema timidez, temerosa de la vida social hasta niveles patológicos y atada a los sometimientos familiares. Además, el amor ha sido con ella tan intenso como egoísta. Primero se casó, sin convencimiento, con el hombre equivocado; luego, se enamoró, sí, pero vivió con su amado un romance prohibido porque él ya estaba casado.
De su marido, casi nada se sabe, y de su gran amor, Armando Bó, se conoce casi todo porque los unió el cine y la vida pública a la que obliga la pantalla grande. Una atracción irrefrenable, que ninguno de los dos quiso dejar de sentir. Armando jamás dejó a su mujer legal. Sin embargo, eso no le impidió desarrollar una relación fogosa y duradera con su musa cinematográfica. Ambos construyeron un imperio taquillero y una de las historias de amor más intensas de la farándula argentina. "La Coca" y Armando formaron una pareja indestructible y fundaron una sociedad comercial perfecta, que se constituyó en símbolo del erotismo, el camp y el kitsch del cine local con injerencia en varios mercados latinoamericanos y europeos.
Y el demonio creó a los hombres
Hilda Isabel Gorrindo Sarli se crió marcada por las carencias. No solo las materiales, sino también las afectivas. Ningún lujo y una familia desintegrada. Su padre se fue cuando ella tenía solo 6 años. Su madre, María Elena, la educó a su modo. Sola. Y la acompañó mientras vivió, asfixiándola sin dejarla decidir. Esa madre odiaba a los hombres y fue ese mensaje el que le transmitió a su hija.
"Me casé para rebelarme de mi mamá", dijo alguna vez la más auténtica de las divas del cine local. Pero la búsqueda de libertad no llegó a buen puerto. Isabel contrajo enlace con Ralph, un apático individuo de ascendencia alemana al que no amaba. Lo hizo para intentar alejarse de los férreos lazos matriarcales, pero su madre terminó viviendo con la pareja en el sobrio departamento de la porteña calle Vidt. Aquel joven era pintón y compartía con su aún ignota esposa la pasión por el tenis y alguna cena fuera de casa como gran distracción. Poca pasión y sexo infrecuente, aunque fue con él con quien perdió la virginidad. Desde el inicio, el matrimonio tenía un destino claro: el naufragio, pero este fracaso no dejó huella en una joven que buscaba otra brújula para su corazón.
La leona
Corría 1955. El país se convulsionaba en el preámbulo de un golpe de Estado. Mientras trabajaba como secretaria, Isabel probó suerte como modelo publicitaria. Su imagen vendió electrodomésticos al por mayor. A tal punto que fue coronada como Miss Argentina y llegó a semifinalista de Miss Universo. Su belleza le abrió la puerta a otros mundos y le permitió conocer a personalidades como Juan Domingo Perón, quien le dijo, en su despacho de la Casa Rosada, que su rol era más importante que el de cualquier embajador.
Un año después, otro hombre de temple se cruzaría en su vida. Aparecería en escena Armando Bó. Y la historia de la secretaría ejecutiva bella y desencantada por un matrimonio sin pasión daría un giro drástico y comenzaría una nueva vida.
Lujuria tropical
Armando Bó estaba casado con Teresa. Hasta la muerte del director, la mujer ofició como esposa formal en un matrimonio consumado a la vieja usanza. Pero el flechazo entre Isabel y Armando fue instantáneo, de esas atracciones donde sólo habla el corazón y el cuerpo.
"La Coca" y Teresa se vieron por primera vez en una tertulia que se gestó con motivo de la lectura del guion, escrito por el paraguayo Augusto Roa Bastos, de la primera película que realizaría la dupla Sarli – Bó. Era el año 1957 y en casa de los Bó, ellas cruzaron sus miradas. Se saludaron con cortesía. La señora Bó no sospechaba nada, pero Isabel se sentía sumamente incómoda. Ya era amante de Armando. Luego de aquella reunión de producción, juró no pisar nunca más ese lugar.
Un año después se estrenó El trueno entre las hojas, el primer exponente de una nutrida lista de títulos que hizo de lo bizarro Clase B un género de culto local y del erotismo soft todo un lenguaje, amparado en los pechos exuberantes y el cuerpo tallado de su protagonista; las hoy repudiables escenas de violencia ejercidas hacia la mujer; y los paisajes paradisíacos. Una estética que marcó a fuego el cine de Bó.
"Armando fue el padre que no tuve", dijo alguna vez la protagonista de La tentación desnuda. La diferencia de edad y la protección que el actor, director y productor ejercía sobre ella, mucho tuvo que ver con ese lazo paternal que Isabel nunca conoció.
Al comienzo, Isabel se desnudaba sin imaginar que el lente de la cámara podía tomarla en detalle a pesar de la distancia. Cuando su madre vio aquella primera película con su hija despojada de ropa, esperó a tenerla sola y a mano para castigarla físicamente. "El desnudo era un trabajo. Como una chica que va a la oficina, iba, filmaba, volvía a mi casa y era la nena de mamá. ¡Pobrecita! Me retó tanto, pero después lo aceptó", contó a LA NACION la diva tiempo atrás.
"La Coca" también se enojó mucho cuando vio sus pechos al descubierto, en primer plano. A tal punto que le estampó un cenicero a Bó, pero, el director, sagaz, sabía que el escote de Isabel lo sacaría de la bancarrota.
Isabel y Armando hicieron 28 películas, casi todas taquilleras. Cada estreno era un acontecimiento. Los cines de la calle Lavalle se peleaban por contar con las películas de la Sarli en sus programaciones. Aunque, en no pocas ocasiones, los films eran víctima de la censura por sus escenas eróticas y de desnudez. Tiempos de pacaterías y regímenes dictatoriales.
A su modo, fue un cine de vanguardia, poco transitado por la industria local. Muy criticado en su momento y luego reivindicado por la intelectualidad que hoy lo considera "de culto". Bó conocía las tendencias que, en los años ´60, impulsaban una nueva mirada sobre la ficción en pantalla grande. Era amante de las corrientes francesas que ocupaban las páginas de la revista Cahiers du Cinéma. A su manera, apostaba por traer esos nuevos lenguajes, pero los tamizaba con una sensibilidad propia. El producto final poco tenía que ver con aquellas fuentes de inspiración nacidas a orillas del Sena. De todos modos, sus films recorrieron el mundo y aún hoy participan en festivales con secciones retrospectivas.
Desnuda en la arena
Armando la convirtió en una gran diva nacional y popular. La obligaba a rodar más de una película por año y con grandes esfuerzos físicos. "Pasé mucho frío filmando, era un gran sacrificio", aseguró la diva. Él le decía que gracias a sus sensualeescenas comían muchas familias y así la presionaba sabiendo que ella era una mujer noble. Además, Isabel se sometía como una forma de retenerlo y no perderlo.
Ya lo dijo Voltaire que el amor convierte a los amantes en poetas. Algo de eso sucedió con Isabel y Armando. No se convirtieron en poetas, pero sí en los hacedores de un cine diferente. Y, sobre todo, de una vida entramada en la pasión de los cuerpos y la protección amorosa.
Un amor torturado
La relación entre Isabel y Armando no fue sencilla. Ella debió soportar la tiranía de un hombre con carácter. Y así, la actriz vivió, primero, bajo los mandatos implacables de su madre, y luego, bajo las directivas de su pareja. Al comienzo de la relación, ella soñaba con que él dejaría a su mujer, pero, con los años, la fantasía se fue convirtiendo en pesadilla. Por eso, decidió aceptar ese vínculo en el que el trabajo los unía permanentemente, ganaban fortunas, y alternaban con buenas noches de pasión.
Durante un tiempo, la gran morocha argentina idealizaba con una descendencia propia que llevase el apellido Bó, pero solo era un sueño. Ella le tenía terror al dolor de un parto natural y Armando desalentaba la idea imaginando que una bomba sexy embarazada terminaría por acabar la exitosa factoría erótica. "¿Y si dejo todo y te doy un hijo?", le propuso ella alguna vez. "No seas tonta, yo puedo ser tu hijo, tu hombre y hasta tu padre. No necesitás nada más, sonsa", le habría retrucado él.
Las discusiones en los rodajes eran moneda corriente. Y no sólo eso, él la subestimaba intelectualmente, pero aseguraba quererla. Aunque, sin lugar a duda, los sentimientos de ella por él eran infinitamente más sinceros y sentidos.
La mujer de mi padre
En varias de las producciones que hicieron juntos, desarrolló escenas de alto voltaje con Víctor Bó, hijo de Armando. Esto fue muy repudiado por una sociedad conservadora, pero hipócrita, que consumía con morbo los films y encontraba en la interacción ficcional entre Isabel y Víctor connotaciones incestuosas. Nada más alejado de la realidad. Ella siempre fue una mujer de notables valores morales, muy alejada de sus personajes.
Con el tiempo, la relación con el hijo de su gran amor sufrió desavenencias. Incluso hasta un nieto de Armando, guionista del premiado filme Birdman, la ninguneó diciendo que solo fue una amante de su abuelo. Isabel estalló ante ese desafortunado comentario.
La diosa impura
Bó murió prematuramente a los 67 años. Su vida se apagó el 8 de octubre de 1981. Cuando agonizaba, Isabel se dirigió hasta la casa que el director compartía con su esposa y mientras la diva lo acariciaba, él dio su último respiro. Murió junto a ella. En el cuarto de al lado, Teresa aguardaba su turno para despedirlo. Todo un símbolo.
Isabel jamás se consideró "la otra", sino el gran amor de un hombre que no se atrevió a ponerle un punto final a su matrimonio, aunque alguna vez le dijo a su musa que se divorciaría para irse con ella. Algo que finalmente nunca hizo.
Una mariposa en la noche
Durante las madrugadas, Isabel rezaba. Lo hacía por sus seres queridos y por Armando y Teresa. Y, según dijo alguna vez, hasta se acerca a la bóveda familiar para dejarle un beso a él y una flor a ella, a quien consideró siempre "una buena mujer".
Durante casi 60 años, "La Coca" vivió en su caserón de Martínez, rodeada de decenas de animales. Papagayos, tortugas, perros y gatos convivían con ella. Un amplio parque rodeaba su mansión que contaba con una piscina que le permitió desarrollar su afición por la natación. Isabel crió a Isabelita y a Martín. Sin embargo, después de la muerte de Armando, la soledad y la depresión se apoderaron de ella. Asimismo algunos embates en su salud la debilitaron mucho en los últimos años.
Sus últimas apariciones frente a la cámara fueron de la mano de Jorge Polaco con La dama regresa y con Juan José Jusid en Mis días con Gloria. En teatro, varios años atrás se la había podido ver junto a Moria Casán, Miguel Angel Cherutti y Nito Artaza en la revista Tetanic, en el Atlas marplatense y luego en la avenida Corrientes.
"Salgo poco de mi casa. Voy a lo del doctor Alfredo Cahe para que me vea y nada más. Siempre fui retraída", había contado la diva en 2017 sobre su vida cotidiana.
Al ser consultada por LA NACION sobre qué sentía al mirar atrás, Sarlí había respondido: "Satisfacción. Dejé 33 películas".
La de Isabel Sarli y Armando Bó es una de las historias de amor más intensas que se hayan conocido entre dos referentes de la cultura popular argentina. Curiosamente, un vínculo jamás formalizado. La más legal de las relaciones clandestinas.
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