Ingrid Bergman, una diva que no se dejó moldear por las presiones de Hollywood
La actriz vivió intensamente y siempre hizo lo que quiso: se jugó por amor y soportó las críticas y las maldiciones
Ya desde chica, Ingrid Bergman supo que nada sería fácil en su vida. El modelo tradicional de familia se desplomaba ante sus ojos. A los tres años murió su madre, Friedel, y diez años después, su padre, Justus Bergman. Huérfana a los trece, no tuvo más opción que juntar sus pertenencias en una valija e irse a vivir con sus tíos. Al terminar la secundaria y pese a que todos se oponían, comenzó a estudiar actuación. Gracias a su determinación arrolladora, a los 22 años ya había participado en 6 películas, una de ellas la llevó directo a Hollywood y el resto es historia conocida. Llegó a ser presidenta del prestigioso Festival de Cine de Cannes y a lo largo de su carrera recibió muchos premios importantes: ganó tres Oscar (y fue nominada cuatro veces más), premios Emmy, Tony, Globos de Oro y demostró una y otra vez que podía actuar como estrella en cualquier papel, en el cine, el escenario o la pantalla chica. Pero sin dudas, una de sus interpretaciones más aclamadas y recordadas es la de Ilsa Lund en el film Casablanca junto al actor Humphrey Bogart. Su frase: “Siempre tendremos Paris”, marcó generaciones y es un sello de las historias románticas.
De armas tomar
"Nunca tuve la intención de quedarme en Suecia", dijo en un documental sobre su vida y esa convicción la llevó a lo más alto de la cumbre. Fue gracias a una de sus películas, Intermezzo, que el productor norteamericano David Selznick, especializado en versionar éxitos del cine europeo, le propuso rodarla en Hollywood. Enamoró al público y sobre todo, sorprendió cuando se negó a ajustarse a los cánones de belleza que querían imponerle. Su piel era luminosa; su cuerpo, real y carnoso; tenía el aspecto de alguien que disfruta de su trabajo, del amor y de la comida (era fanática de los helados). Su belleza natural, porque apenas usaba una base de maquillaje a diferencia de las divas de la época, la hacía auténtica y ese también terminó siendo uno de sus sellos distintivos. Siempre decidió sobre su vida y jamás se conformó con menos de lo que creía merecer.
Según Alfred HItchcock, quien la dirigió en varias películas, "el problema de Ingrid Bergman era que sólo quería hacer obras maestras". Quizás fue ese impulso por alcanzar lo sublime lo que la llevó a escribir una de las cartas más famosas del cine: “Señor Rossellini: he visto sus dos films y me han gustado mucho. Si necesita una actriz sueca que hable inglés perfectamente, que no ha olvidado el alemán, a quien apenas se entiende en francés y que del italiano sólo sabe decir 'ti amo', estoy dispuesta a acudir para hacer una película con usted. Ingrid Bergman". Y así con estas palabras, sin saberlo (aunque tal vez sospechándolo) su vida daría un vuelco de 180 grados. Cuando envió esta carta, en 1948, ya había ganado un Oscar y se había hecho eterna plantando a Bogart en Casablanca. Era una estrella y también, madre de Pía, una niña fruto de su matrimonio con el dentista Petter Lindström, con quien se había casado en Suecia, a los 21 años.
El destinatario de su carta también se había ganado un lugar con sus primeras películas, tenía esposa, dos hijos y amante: la actriz Anna Magnani. En realidad, Roberto Rossellini no estaba seguro de quién era Ingrid Bergman, pero alguien le recordó la versión sueca de Intermezzo. La respuesta que llegó al 1220 de Benedict Canyon Drive fue la siguiente: "Acabo de recibir con gran emoción su carta que, por coincidir con mi cumpleaños, se ha convertido en el regalo más precioso. Ciertamente he soñado en rodar una película con usted y desde este momento me esforzaré en que sea posible. Le escribo una larga carta comunicándole mis ideas. Con mi admiración acepte, por favor, mi gratitud y mis cordiales saludos". El destino después hizo lo suyo.
El Strombolinazo
Ingrid no lo dudó y antes de lo que imaginaba, estaba armando las valijas y partiendo a Roma, con la promesa de volver pronto. La película que le propuso el italiano fue Stromboli, pero el escándalo llegó antes de pisar el set de filmación. Es que Rossellini le había prometido el papel a su amante y Magnani montó un escándalo tras enterarse que sería desplazada. Los programas de chimentos de la época aseguraban que una noche, preparó unos espaguetis con aceite de oliva, tomate y parmesano y cuando el director esperaba que se los sirviera, le tiró el plato sobre la cabeza. Para la Roma ultracatólica, los rumores de romance entre el director y la recién llegada eran demasiado. Y ellos alimentaban el fuego: fue el mismo Rossellini quien fue a recibirla al aeropuerto.
Antes se habían encontrado en Nueva York, donde él había acudido para recoger el premio de la crítica por Paisá. Años más tarde diría: "Cuando estuve frente a ella, me pareció más hermosa de lo que había imaginado, la mujer más hermosa que había visto en mi vida. Sin maquillaje. Era más guapa al natural que en la pantalla. Resplandecía. La cámara jamás podría captar ese resplandor".
Ni sus parejas, ni sus hijos, ni las dificultades con el idioma (él no manejaba un buen inglés y ella sólo sabía decir “ti amo” en italiano) pudieron frenar tanta pasión. Una foto de la revista Life en la que ambos aparecían tomados de la mano hizo que el mundo hablara de ellos. Pero la bomba explotó semanas después, cuando al finalizar el rodaje la actriz comenzó a notar los primeros síntomas de embarazo. Roberto Jr llegaría al mismo tiempo que el lanzamiento de Strombolini en las salas, lo que llevó a la película al fracaso: nadie quería comprar una entrada para ver a dos adúlteros.
El desprecio público
Las críticas y sobre todo sus admiradores estallaron de furia. Cada día, recibía miles de cartas preguntándole cómo podía hacer algo así, dejar a su marido, a su hija, destruir no una, sino dos familias. Ella misma lo contó tiempo después en sus memorias. "Me llegaban cartas atroces, cada sobre iba lleno de odio. En algunas ponían que yo ardería en el infierno por toda la eternidad. Otras decían que era una agente del diablo y que mi pequeño era hijo del diablo. Y otras que mi bebé nacería muerto o sería jorobado. Hablaban de toda clase de horrorosas deformaciones que afectarían a mi hijo. Me llamaban puta y fulana. No podía creer que me odiara tanta gente. Al margen de lo que pensaran sobre mi vida, se trataba de mi vida privada, y yo no les había hecho nada. Estaba en estado de shock. Llegaban cartas de todas partes, pero la mayoría de América. América es muy grande, así que había gente para escribir cartas de todas clases. Roberto me preguntaba por qué las leía si me afectaban tanto. Decía que era como leer reseñas de críticos a quienes nunca les gusta tu trabajo. ¿Qué sentido tiene? Yo le respondía que era el único modo para encontrar cartas de amigos que me animaban y me apoyaban". Uno de esos escasos amigos fue Ernest Hemingway, quien envió una carta dando su bendición a la pareja: "Si tenés quintillizos puedo ir al Vaticano y ser el padrino".
La iglesia católica y luterana desaprobaron públicamente la relación, incluso hasta llegaron a denunciar a Ingrid en el Senado de los Estados Unidos. Nada los detuvo: una semana después del nacimiento de su hijo, ambos se divorciaron y en la primavera de 1950 se casaron en México. Dos años después, llegarían las gemelas Isotta e Isabella. La actriz era una mujer directa y de carácter fuerte que no se arrepintió de nada. “No hubiera vivido mi vida de la forma en la que lo hice si me hubiera preocupado por lo que la gente opinaba”, admitió en una entrevista. Comenzaba así una nueva etapa en su vida.
Juntos hicieron cinco películas más, todas fueron un fracaso comercial. La crítica fue arrolladora y los conflictos comenzaron también a cruzar la puerta de su casa. Ella había dejado Hollywood para rodar películas de bajo presupuesto y, encima, él le prohibía trabajar con otros directores, lo cual agravaba la situación artística y financiera. El matrimonio tenía certificado de defunción.
El resurgimiento
Finalmente, en 1956, Rossellini permitió que Ingrid trabaje para su amigo, el director francés Jean Renoir. Mientras ella rodaba Elena y los hombres, él se fue con una amante a la India. Había llegado el momento de ponerle punto final. Fue la misma actriz quién sentó a su marido y le planteó: "Oye Roberto ¿quieres divorciarte?". No obtuvo respuesta. Volvió a lanzar la pregunta con idéntico resultado. "No repetiré lo mismo tres veces. Esperaré". Al final, luego de unos minutos, él respondió: "Sí. Estoy cansado de ser el señor Bergman". Ya no había mucho para hacer en Europa y luego de librar una batalla por los tres hijos, Ingrid regresó a Hollywood para recuperar todo lo que era suyo. Filmó Anastasia, el público la perdonó al instante y la Academia la premió por este papel.
Tiempo después, volvería apostar al amor y se casaría con el empresario teatral de origen sueco, Lars Schmidt, del que también terminaría divorciándose veinte años después. A finales de los setenta se le diagnosticó un cáncer de mama contra el que luchó durante varios años. "No quiero morirme, pero tampoco quiero temer a la muerte", dijo la actriz que trabajó hasta el final de sus días. Apareció, bastante desmejorada ya, en Sonata de Otoño (1978), su último trabajo en el cine y no tuvo tiempo de recoger el Emmy por su interpretación de la Primera Ministra israelí Golda Meir en el film televisivo A Woman Called Golda (1982).
Murió la noche de su cumpleaños número 67, luego de un íntimo festejo en Londres junto a sus amigos. Tal y como fue su deseo, sus cenizas fueron llevadas a Suecia, lejos del panteón de Rossellini (donde sí acabaron los restos de su amante, Anna Magnani).
Fue, sin ninguna duda, una mujer adelantada para su época, talentosa, luchadora, determinada y sin prejuicios. Y el cine la recordará siempre.
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