La actriz se encuentra desarrollando varios trabajos donde desarrolla su faceta actoral y su vocación por la música, sin dejar de seguir de cerca la crianza de Cielo y Vida en un contexto que no siempre contiene a la discapacidad
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Inés Estévez hizo una pausa en su vida alejada de los ruidos de la urbe. Desde hace un tiempo, la actriz vive en Escobar, junto a sus hijas Cielo y Vida, un entorno que le permite una crianza más relajada y la posibilidad de contar con una cercanía a la naturaleza que Buenos Aires no permite.
Sin embargo, la actriz atraviesa un presente laboral intenso, con varias actividades en simultáneo. Entre ellas, el estreno de este jueves de Miranda, de lunes a viernes, el último film de la realizadora María Victoria Menis, que la cuenta como protagonista. “Me mudé a Escobar durante el único día libre que tuve mientras filmaba esta película”, cuenta al comienzo de la charla Estévez. “Nos cambió la vida”, remarca en torno a su nuevo estilo de vida. Para poder cumplir con los 54 kilómetros que separan a Buenos Aires de aquel poblado lindante con el Paraná de las Palmas, aprendió a manejar “de grande”, el año pasado.
Así como la intérprete construye su presente y alterna su tarea artística con la crianza de sus hijas, en la ficción cinematográfica Miranda, la profesora de literatura a la que le da vida, se pone al hombro la denuncia y la lucha de algunas de sus alumnas que han sido abusadas. El hecho transforma también su vida, un efecto dominó donde el statu quo vigente cambia de envergadura. Miranda recupera a su banda de rock adolescente, se independiza de sus hijas, balancea el vínculo con los hombres y se replantea la relación con su madre.
“La directora me llamó sin saber que yo también me dedico a la música y sin conocer mi realidad como madre. Desconocía que tengo dos hijas y que las dos tienen discapacidad, así que fue muy curioso su llamado”.
Miranda, de lunes a viernes se rodó a finales de 2021, cuando aún los controles sanitarios por la pandemia estaban vigentes. “Nos testeábamos permanentemente, usábamos barbijos y cumplíamos con todas las precauciones. Fue bastante hostil. Lo curioso ese que se estrena ahora, en un momento donde la cultura, el arte y el cine están siendo muy cuestionados, donde el contexto también es muy hostil. Por eso digo que es una película muy valerosa, se impone a las adversidades de las circunstancias”.
–A pesar del lugar que hoy ocupa la mujer en la sociedad, historias como la que narra el film dan cuenta de zonas que aún hay que explorar y temáticas que deben seguir siendo visibilizadas y denunciadas.
–Creo que estamos en plena transformación en el mundo. Sin embargo, en la ficción, las mujeres, a partir de los cuarenta años, hacemos de madres. Se supone que no somos personas sexuadas ni sujeto ni objeto de deseo, y que no perseguimos sueños. Para que suceda, la historia tiene que ser escrita y dirigida por una mujer. Hay un lugar donde todo eso se está manifestando, pero está en plena transformación.
En teatro, el año pasado Estévez protagonizó la pieza Bosque adentro, donde también su rol era el de madre de una adolescente, pero con una búsqueda muy diferente a los prototipos imperantes. “En el noventa y nueve por ciento de las madres, aún existiendo una figura paterna, la carga mental, el día a día, siempre recae sobre la mujer, por eso Miranda es un personaje que, a partir de un hecho fortuito, hace una toma de conciencia con la consecuente transformación; aunque, desde ya, un cambio de vida no es solo inherente a la mujer, por eso interpela también al hombre”.
–El personaje es sostén de su familia.
–Lo es de sus hijas y de sus padres; incluso, cuando su exmarido se ofrece a apoyarla, ella termina sosteniéndolo a él.
De varias de estas cuestiones, la actriz puede dar testimonio en primera persona. Su historia de adopción de dos hijas con neurodiversidad la llevaron a transitar un camino nada sencillo. Incluso, su vínculo con Fabián Vena, el padre de las adolescentes, no siempre fue del todo fluido, aunque, en más de una ocasión, y rompiendo el estricto bajo perfil del actor, se ha podido ver a toda la familia unida.
–Tal como puede observarse en la película, la mujer asume roles que, en muchos casos, duplican o triplican la tarea del varón, aún cuando la figura paterna se encuentre presente.
-Incluso, cuando las mujeres delegamos en los hombres ciertas actividades, terminamos enviándoles un tutorial para que lo apliquen. Y aún así se cometen errores. Hay excepciones, pero, en general, sucede de este modo.
Método
–A la hora de enfrentarte a una aventura ficcional, ¿existe un camino que define esas búsquedas?
–No hay una serie de pasos, aparece algo instintivo e intuitivo que es sentir lo que el personaje siente y arrojarme a esa realidad, olvidándome completamente de la mía. Puedo sentarme a analizar exhaustivamente al personaje, pero hay una facilidad previa y absoluta para ocupar otro cuerpo.
–Habitarlo...
–Ocupar otro cuerpo y habitar otro espíritu.
–A pesar de que te puede tocar interpretar a una criatura alejada de tus principios o escala de valores, al personaje jamás se lo juzga...
–A mis alumnos siempre les digo que, a la hora de interpretar, un personaje no debe ser visto desde la mirada de un espectador.
–¿Por qué?
–Al personaje, si lo ves desde el ojo del espectador, lo juzgás, para bien o para mal, y eso es mirarlo de afuera. Si eso sucede, no te podés adentrar en el personaje. Por otra parte, si juzgás al personaje, no podrías interpretar a un asesino serial. El actor y la actriz no pueden no estar de acuerdo con el personaje que les toca. Mientras se interpreta, hay que creer en lo que el personaje cree, es el único modo de hacerlo carne y defenderlo. Hasta el personaje más maquiavélico, en algún momento de la historia tiene un texto donde describe por qué hace lo que hace.
La actriz lleva diecisiete años enseñando, formando a nuevas generaciones de actores. “Me da muchas gratificaciones. Yo no tuve la posibilidad de estudiar, desarrollé un método propio basado en mi experiencia profesional, que es de muy fácil abordaje. Voy bastante a contramano de todo lo que tiene que ver con la verticalidad. En la educación está mal que se aplique la verticalidad, mucho más en el aspecto creativo. Mis clases son horizontales, no hay juicio crítico ni calificación y, quienes se acercan, toman lo que les sirve: Es instar al alumno a autoevaluarse y superar su propia marca; no hay que ser como nadie”.
–¿Qué te da la docencia?
–Descubrí y me permite plasmar mi vocación de servicio. Creo que soy una buena docente, eficaz y clara. Veo resultados de transformación muy grandes, tanto en la gente que asiste porque quiere actuar como en aquellos que lo toman como un camino de depuración de su capacidad creativa. Me hace muy feliz ver esos cambios, quiere decir que le hago bien a alguien.
La gran ciudad
Inés Estévez nació en Dolores y su primera inclinación artística estuvo definida por la música y las letras. “Cuando llegué a Buenos Aires no tenía cómo mantenerme; fue un tiempo donde me di cuenta que para actuar no necesitaba otra herramienta que a mí misma y era algo que me salía muy naturalmente. A partir de la dificultad económica, empecé a buscar por ese lado”.
A pesar de que aún la vocación por la actuación no estaba del todo definida, lo cierto es que en su ciudad natal ya había participado de algunas experiencias, como su paso por Saltimbanquis, una obra para niños. El director que la había convocado en Dolores tenía los derechos del material y, al enterarse de que Estévez se había radicado en Buenos Aires, la volvió a convocar para realizar ese mismo material en el Teatro Presidente Alvear de la calle Corrientes. “Una gran experiencia, hacíamos funciones de martes a domingos; me fogueé mucho. También pintaba cerámicas y hacía lo que podía para mantenerme”.
Durante siete años golpeó puertas que, de a poco, se fueron abriendo. Cuando le tocó interpretar a Clementina, el recordado personaje del musical El diluvio que viene, fue premiada por ese rol. Ese mismo año se ganó el Cóndor de Plata por su protagónico en la película Matar al abuelito y la nominaron como revelación para el Martín Fierro por su tarea en la ficción televisiva Zona de riesgo. “Confluyó el remo de los siete años previos, fue un gran espaldarazo”.
A la hora de pensar en El diluvio que viene, reconoce que, si bien hoy puede leerse como un planteo con aristas algo vetustas, también lo entiende como una hipótesis “disruptiva” dada la lógica del argumento: “Un cura se enamoraba de una chica menor y Dios lo autorizaba”.
–¿Volverías a protagonizar un musical en teatro?
–No lo sé, me parece una demanda muy grande cantar todas las noches.
Con su banda, una vez por mes toca en Bebop Club. La próxima fecha será el 22 de junio, donde volverá a ofrecer un repertorio sumamente personal en torno a la bossa nova, el jazz y el blues. En simultáneo, participa de la versión en vivo del programa Enramada, conducido por el Chango Spasiuk. También en su agenda figura el estreno de Previa, miniserie de Chaya Miranda que está buscando su lugar en alguna plataforma. Además, la actriz no descarta realizar gira con la obra Bosque adentro y guarda la discreción en torno a un nuevo proyecto teatral por concretarse. “Me gusta la diversificación”.
–Sos una artista multitasking.
–Quisiera volver a escribir, tengo varios libros publicados, pero no tengo tiempo para organizarme, hacerme de un método para poder plasmarlo. También quisiera volver a dirigir, como ya lo hice en tres oportunidades. Si no fuera madre, creo que ya tendría varios discos más editados, unas cuantas obras de teatro escritas y más libros publicados. Y hasta hubiera dirigido cine, pero no tengo tiempo. Es algo que no me propongo, no puedo evitar, me sale, me sucede, a pesar de que hago mucho menos de lo que quisiera. Es una pulsión vital.
Maternar
A la hora de pensar en sus hijas, quienes poseen la característica de la neurodiversidad, -Cielo tiene parálisis cerebral y Vida, un retraso madurativo-, la actriz se enfoca en problematizar qué abordaje hacen el Estado, las instituciones y la sociedad en su conjunto sobre la temática: “El problema no es la discapacidad, sino la cerrazón del sistema frente a esa realidad, como sucede con todos los sectores invisibilizados o desatendidos, maltratados o combatidos. El problema no son esos sectores, sino la sociedad. El origen es existencial, la falta de aceptación de la diferencia, el no quererte si no sos como quieren que seas”.
–Un punto de partida fundamental para pensar en cuestiones más complejas.
–Cómo vamos a hablar de bullying si en la vida cotidiana no estás practicando la aceptación de la diversidad. La educación, sin ir más lejos, masifica, uniforma. No es concebible que treinta y cinco millones de personas respondan a una misma currícula entre los seis y los doce años, y otro tanto en el secundario. Es una locura. Estamos sofocando la singularidad. Por eso el artista aparenta ser único, porque, de alguna manera, es alguien que se rebeló a la uniformidad y logró emerger de la masificación. La gente lo endiosa porque hizo lo que muchos hubiesen querido. Desde ahí podemos empezar a hablar de discapacidad.
–Interesante pensar en el concepto de “sofocar la singularidad”.
–Es anular la identidad. Los seres humanos luchamos por adaptarnos, sofocándonos a nosotros mismos. Llega un momento en el que te acostumbran y, si salís corriendo en la mitad de la cuadra, estás loco; si te ponés una pollera y sos varón, estás demente; ni hablemos de la identidad de género, de las parejas gays o de los discapacitados.
–Vos has sostenido los rasgos de tu personalidad, saliste de cierta media...
–El costo es altísimo, es una vida muy solitaria, no pertenecés.
–¿Sentís “no pertenecer”?
–Absolutamente.
–¿En qué lo percibís?
–En todo. No tengo gustos masivos, no adhiero a lo que adhiere la mayoría, no me río de lo que la gente se ríe, me conmueve lo que a otros no le conmueven; no es una elección, es algo que no he podido evitar. No he podido rendirme a imitar al resto, practico lo que en autismo se dice masking.
–¿Qué significa?
–Sería el “actuar como sí”, “que parezca que”, pero es un sobreesfuerzo muy grande. No me vanaglorio de eso, hoy esgrimo mi singularidad como un baluarte, pero ha sido una carga.
–Ser la “diferente”, ¿ya lo vislumbrabas en tu época de estudiante adolescente?
–Sucede desde que nací, en mi propia casa, en mi familia.
–No claudicaste.
–No puedo, antes me tengo que matar.
–Decías que también sucedía en tu familia.
–Había allí algunos deseos de manifestación artística, pero nadie plasmó nada; siempre tuve ciertas particularidades que me dejaban sola. También sucedía en el colegio, en los marcos sociales, incluso en este mundo profesional. Tengo algunos amigos con los que me siento cómoda en la intimidad, pero no integro circuitos, no me sale. No sucede ni les sucede, no me llaman y me dicen “venite con nosotros”. Pero no juzgo a nadie, cada cual elige su camino evolutivo.
Su militancia comprometida en torno a cuestiones de neurodiversidad hoy la llevan a trabajar en la búsqueda de un predio para poder montar una institución que vincule experiencias y que sea un espacio de contención cuando las personas con diversas discapacidades pierden a sus padres o a las personas que los tienen a cargo.
“La mayoría de las madres de chicos con parálisis cerebral, sin autovalimiento, como le sucede a mi hija menor, te dicen: ‘el día que me vaya, se va conmigo’. Entonces, mi objetivo es crear, por mis hijas y por todos estos chicos, un centro terapéutico y educativo, no formal, donde ellos puedan ir a desarrollar sus habilidades y, una vez que eso esté funcionando, y esos chicos sientan una pertenencia, la idea es crear un cierto hogar de tal modo que los padres puedan irse unos días y dejarlos hasta que llegue un día en que los padres ya no estén y esos chicos, ya adultos, con discapacidad, puedan seguir viviendo allí al cuidado de personas que ya los conocen”.
La idea es que los adultos con discapacidad, una vez que sus padres mueren, no continúen sus vidas en geriátricos o instituciones psiquiátricas, como sucede en la mayoría de los casos. “Terminan a merced de cualquier cosa”.
La actriz está en busca de un predio de tres a cinco mil metros cuadrados en la Zona Norte del Conurbano. “Necesitamos que nos donen ese predio para poder iniciar nuestro proyecto junto con otros padres”.
–¿Cómo se encuentran tus hijas?
–Muy bien.
–¿Están escolarizadas?
–Vida, la más grande, va a una escuela especial y Cielo asiste a un centro terapéutico.
–¿Estás en pareja?
–No.
–¿Demasiada actividad lo impide?
–Debería ser alguien del que no me tuviese que ocupar.
–A diferencia de lo que le sucede a Miranda, tu personaje.
–Exacto, no convertirme en su madre.
Este jueves se estrena Miranda, de lunes a viernes y, tal su costumbre, la actriz no ingresará a la sala para presenciar la avant premiere. Una vez más, emerge su singularidad. “No me gusta obligar a nadie a que me tenga que hacer una sonrisa o elogiarme por compromiso”.
–¿Cómo es tu vínculo con el espectador?
–Nunca hice un camino muy popular, pero la gente se acerca a mí con mucho respeto y cariño. Nadie me abruma, no hay fanatismos, nunca fue un problema. Una trabaja para el público.
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