Hugo Arana, un actor que se identificó siempre con la ficción televisiva local
Hay pocas figuras que podrían ayudarnos a definir a través de su trayectoria la identidad que fue construyendo a lo largo del tiempo la televisión argentina desde la ficción. Hugo Arana fue una de ellas. En su presencia, en su modo de hablar, de moverse y hasta de mirar al mundo (de actuar, en definitiva), el gran actor que acaba de dejarnos representó como pocos las múltiples expresiones del costumbrismo, la modalidad preferida de los creadores de ficción en nuestro país.
Hay generosas muestras (sobre todo en los últimos años) del trabajo interpretativo de Arana desde esa faceta en el cine, pero fue sobre todo la televisión el lugar en el que quedó a la vista, con momentos de extraordinario lucimiento más allá de la brevedad de algunas de sus apariciones. Porque Arana siempre fue uno de esos actores dispuestos a darle espesor y entidad a lo que entendemos como elenco, como ensamble actoral.
Muy pocas veces lo encontramos en TV ocupando un lugar protagónico, ubicado por encima del resto. Su talento natural para actuar, sin dudas, podía llevarlo a destacarse por sobre los demás, y así ocurrió en varias ocasiones y en distintos momentos de su notable trayectoria. Pero casi siempre, y sobre todo en las últimas décadas, con eso que en el diccionario televisivo se conoce como "participación especial". Un papel siempre episódico, pero que en algún momento gravitará de manera decisiva en el curso de los acontecimientos.
Curiosamente, el único momento en el que podríamos definir una aparición televisiva de Arana como protagónica de verdad tuvo que ver con algo que hoy inmediatamente no podríamos asociar a lo más característico de su trayectoria. Fue El groncho y la dama, que adquirió a fines de la década del 80 un espacio como programa propio a partir de su éxito colosal entre los sketches de la etapa más vista de Matrimonios y algo más, la clásica comedia de costumbres de Hugo Moser.
Allí, Arana interpretaba a un mecánico de modales ciertamente ordinarios que se marcaban sobre todo a partir del contraste con la mujer a la que terminaba enamorando, una chica de elevada posición económica (interpretada por Cristina del Valle) que también estereotipaba los gestos de las mujeres de clase alta. Esas diferencias eran exacerbadas al máximo por Moser sobre todo cuando Arana relataba frente a ella y a su atolondrado compañero de taller Gianni Lunadei todas sus proezas amatorias previas, que siempre terminaban con una mirada a cámara, las manos estrechadas con un ruido muy apreciable y una expresión de elocuente orgullo (¡paaaaaaaa!) muy celebrada e imitada por esos tiempos.
Eran las de Matrimonios y algo más miradas y descripciones costumbristas que hoy tendrían muy poco lugar entre nosotros, por el cambio de visiones sobre las relaciones entre los sexos y sobre ciertos prototipos de comportamiento. En ese mismo programa, Arana hizo otra composición muy aplaudida en ese tiempo tan diferente al actual, el de un gay muy amanerado, peinado con rulos y gel y con un ruidoso smoking de lentejuelas, que oficiaba de presentador de cada uno de los sketches del programa. Hugo Araña era el nombre de ese personaje satírico que todavía muchos recuerdan y que estuvo entre las mejores apariciones del actor en su faceta de comediante, en la que siempre supo brillar.
Fue justamente en la comedia y el humor donde Arana empezó su recorrido televisivo. Lo vimos en los años 70 asomando como parte del elenco de Humor y nada más, creación de Ricardo Parrota en el viejo Canal 7, junto a figuras ya consagradas como Miguel Ligero, Henny Trayles y Raimundo Soto. En esos años también se sumó a alguna de las temporadas de La vida en Calabromas, junto a Juan Carlos Calabró, y fue partícipe de Los hermanos Torterolo, otra de las creaciones exitosas de Moser, un autor que siempre lo tuvo en cuenta.
En los 80 reencontramos a Arana como el padre bastante irresponsable de Andrea del Boca en Hay que educar a papá. Manejaba un taxi y cantaba tangos, descuidando el cuidado de su hija. Y también interpretó en el olvidado El trececito al director de un canal de TV que recibía a un grupo de chicos dispuestos a descubrir la magia de la pantalla.
Los años 90, después del éxito de El groncho y la dama, fueron una gran década televisiva para Arana. Interpretó a un actor venido a menos en uno de los mejores papeles secundarios de La banda del Golden Rocket y muchos lo recuerdan hoy como el secretario general del "gremio de los giles" en uno de los ciclos de Tato Bores (Tato de América). Era uno de los personajes del programa con más llegada al público, según recuerda el historiador de la TV Jorge Nielsen en su exhaustiva enciclopedia La magia de la televisión argentina. Completó sus apariciones en ese tiempo con un par de comedias: Buena pata, como un veterinario que llevaba adelante una historia de amistad intergeneracional con Leonardo Sbaraglia, y No todo es noticia, creación de Jorge Guinzburg en la que era el gerente de programación de un canal.
Más adelante lo vimos, siempre en papeles episódicos destacados, en novelas o comedias de largo aliento como Buenos vecinos, Resistiré, Panadería Los Felipe, El capo (donde personificaba a un divertido capo de la mafia), Los exitosos Pells y Para vestir santos, aquí con el papel de un hombre mayor perturbado por las indefiniciones sobre su sexualidad que parecía una respuesta madura a su antiguo personaje de Matrimonios y algo más.
La nostalgia tiñó su personaje de Los Sónicos, el poder testimonial y el compromiso social marcaron a su personaje de barrio en La Leona y se despidió a lo grande con un pequeño papel en Casi feliz, la excelente comedia de Sebastián Wainraich y Hernán Guerschuny. Era el padre de Wainraich, un hombre que descolocaba todo el tiempo a su atribulado hijo.
Fue un cierre "de familia" para un actor al que todos descubrieron en la tele desde un lugar ajeno y complementario a los programas. El de un muchacho que en las publicidades del vino Crespi (12 entre 1970 y 1985) protagonizó una de las más extraordinarias historias con continuidad de la historia de los avisos televisivos, y a través de la cual iba construyendo una familia a través de consignas como "pasan cosas lindas" e imágenes que quedaron grabadas en la memoria como la de un par de escarpines como símbolo de la llegada de un hijo.
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