Historias de verano: la trágica muerte de Cristina Lemercier
Diciembre de 1996 significó el comienzo de una temporada de verano que arrancó signada por una de las más recordadas tragedias de la farándula local. Un hecho que conmovió a la opinión pública y que abrió la puerta a varios interrogantes y versiones encontradas. ¿Su protagonista? La actriz Cristina Lemercier , una mujer que conoció la fama con Señorita Maestra , la popular telecomedia de Abel Santa Cruz encabezada por el querible personaje de la maestra Jacinta Pichimahuida que interpretaba Lemercier. ¿El hecho? Su muerte, a los 45 años, en circunstancias poco claras, al menos a partir de la lectura de las primeras versiones. ¿Suicidio? ¿Accidente? ¿Asesinato? El domingo 22 de diciembre de 1996, el país amaneció sacudido, conmocionado, por la muerte cerebral, a causa de un disparo, de esa mujer que conoció la popularidad en los ´80 y era una de las estrellas de la Argentina Televisora Color de la pizza con champagne.
Acababa de comenzar el verano en una Argentina tórrida de temperaturas agobiantes. Mar del Plata ya había levantado el telón de varias de sus compañías teatrales con marquesinas encabezadas por Rodolfo Bebán, Claudio García Satur, Nito Artaza, y Miguel Angel Cherutti. En Villa Carlos Paz, la comedia Brujas , Enrique Pinti y Doña Jovita calentaban motores para volver a cautivar a los espectadores. Buenos Aires, con su seguidilla de estrenos veraniegos desde enero, transitaba esas semanas de letargo en el espectáculo, pero de vorágine en las calles y centros comerciales. Se acercaban las fiestas y el caos reinaba en la gran ciudad. En un chalet rodeado de bellos jardines, se desencadenaría una tragedia de la que se hablaría durante toda la temporada, incluso opacando estrenos y chismes veraniegos de rigor. La muerte prematura de Cristina Lemercier puso fin a una vida joven y dio lugar al juego morboso de las mil y un conjeturas. Y a una de las historias de verano más recordadas, con una protagonista del espectáculo llenando centímetros de texto en las páginas policiales.
Escenas de una guerra conyugal
Cristina Noemí Perone, tal su verdadero nombre, vivía en una casa confortable en Muñiz, una pequeña localidad pegada a San Miguel en el noroeste del conurbano. Estaba separada de Raúl Ortega, su marido y padre de sus tres hijos Pablo, Paula y Julia. Ortega desarrollaba actividades políticas apadrinadas por el entonces presidente de la Nación Carlos Saúl Menem. Su rol de embajador plenipotenciario en Costa Rica lo mantenía alejado del país. Pero, cada vez que regresaba a la Argentina, volvía a compartir el hogar familiar.
Raúl es hermano de Ramón “Palito” Ortega, pero su vínculo con la parte más estelar de la familia tucumana no era fluida. Nunca lo fue. El ex marido de Lemercier también tuvo su cuarto de hora sobre los escenarios cuando cantaba bajo el nombre artístico de Freddy Tadeo, allá lejos, en épocas de carnavales que convocaban multitudes a partir de números artísticos populares. Tiempos de El Club del Clan. La carrera de Tadeo no fue lo brillante que se esperaba, quizás algo opacada por el “fenómeno Palito” que arrasaba en sus presentaciones en vivo y en las películas de trama simple y familiar que colmaban las plateas de los cines. Sin embargo, el nombre de Freddy Tadeo cobró cierta promoción, aunque por pocos años.
Alejado del espectáculo, Raúl Ortega encontró en la política una nueva vocación. Aquel diciembre de 1996, había llegado al país para pasar, como cada temporada, la Nochebuena y el fin de año junto a los suyos. A pesar de estar separado de Cristina, los hijos en común y cierta esperanza de reconstrucción del matrimonio lo impulsaban a hospedarse en el coqueto chalet, aunque las peleas hacían bastante difícil esa convivencia de pocos días. A decir verdad, Cristina también soñaba con volver a compartir las noches con el gran amor de su vida.
Varios habían sido los motivos de desavenencias. A los desencuentros personales, se habría sumado la molestia que le causaba a Ortega el nuevo perfil público de su mujer. Lemercier, para despegarse del rol de la cándida maestra que le había dado popularidad, había aparecido muy sexy en la revista Libre, actitud que molestó al padre de sus hijos. Fue en tiempos del advenimiento de la democracia y de apertura de libertades. A pesar de los años transcurridos, Raúl no le habría perdonado esa actitud promocional. Por otra parte, ya en los ´90, en los corrillos chimenteros se la vinculó con Menem, pero jamás ellos confirmaron tal cosa ni se los vio en situaciones que permitieran afirmar esas conjeturas. Muchos atribuyen a esa simpatía personal, las varias posibilidades laborales de la animadora infantil en la pantalla de Argentina Televisora Color, ATC, único canal estatal y con una programación donde los amigos del poder tenían buena llegada. Raúl Ortega enfurecía al leer esas noticias que, con cierta mala intención, sugerían un romance. Pero, más allá de lo que generaba la figura pública de Cristina, lo cierto es que la pareja, puertas adentro, ya no funcionaba y lo que era un vínculo amoroso se habría convertido en una disputa de enfrentamientos y reproches verbales sin fin. La separación sucedió en 1991, pero el matrimonio jamás perdió el contacto, en gran medida por los tres hijos en común y por el anhelo de ambos de volver a construir sobre las cenizas de una relación trunca y traumática.
¿Qué sucedió realmente?
Corría la madrugada del domingo 22 de diciembre de 1996. Lo que pasó puertas adentro de la casa familiar es casi un misterio. Aún hoy lo sigue siendo. “Tentativa de suicidio” fue lo que confirmó primeramente una fría carátula judicial. ¿Fue así realmente? Según cuentan algunos amigos, Cristina Lemercier solía llevar consigo un arma. Algo extraño para una actriz y una actitud que le reprochaba su marido y su círculo más íntimo. Fue esa costumbre riesgosa la que terminó con su vida.
Buenos Aires iniciaba su temporada estival. Luego de la cena del sábado 21 de diciembre, los menores de la familia se fueron a dormir. Afuera, el silencio solo era interrumpido por los grillos de una noche calurosa. Tal era la apacibilidad de la zona que permitía que cualquier acontecimiento desacostumbrado pueda ser oído desde las casas adyacentes. Una vez más, algo desencadenó, esa noche, una nueva discusión entre Cristina y Raúl.
Algunos vecinos declararon que eran habituales ciertas peleas que se dejaban entrever a partir de los gritos que se escuchaban desde la calle. No era La guerra de los Roses , sino los encendidos reclamos de una y otra parte. La charla subió de tono más de la cuenta. “Cristina, dejá ese revolver”, habría dicho Raúl cuando vio a su mujer juguetear con el arma apuntando a su sien. El Smith and Wesson calibre 38 estaba cargado. El ruido seco desencadenó el comienzo del fin.
Depresión
¿Un juego que salió mal? ¿Intento de suicidio? ¿Lemercier pensó que el arma estaba descargada? Cristina Noemí Perone se llevó con ella el secreto, ante un marido atónito que nunca terminó de comprender algunas actitudes de su mujer. Y, mucho menos, la más extrema, la que puso fin a su vida. A pesar de las constantes discusiones, la fe de Cristina en la posibilidad de recomponer su matrimonio era la esperanza que la mantenía de pie, a pesar de transitar una profunda depresión.
Se dice que Lemercier estaba bajo tratamiento psiquiátrico y psicológico para poder superar la insondable angustia que le causó la muerte de su cuñado Luis Ortega, quien estaba casado con Gloria, una hermana de la actriz. El fallecimiento se produjo como consecuencia de un accidente en la Ruta 9, el 26 de julio de 1996. Habían pasado cinco meses, pero la tristeza de Lemercier ante la pérdida del familiar era inconmensurable.
¿Si la actriz quería recomponer su matrimonio por qué se habría suicidado? El deseo choca de bruces con una actitud terminal, aún a pesar de la profunda depresión por la que transitaba. Pablo, el hijo mayor, quien ya le había dado nietos convirtiéndola en una abuela muy joven, fue el encargado de desestimar cualquier intento de suicidio. El joven se manifestó categórico: “Fue un accidente”.
Agonía
El cuerpo de la actriz llegó a una clínica de San Miguel, a pocas cuadras del hogar familiar, en estado desesperante. Algunos moretones en su piel encendieron algún alerta sobre lo sucedido aquella noche. La agonía duró cinco días. El 27 de diciembre se produjo el paro cardiorrespiratorio que puso fin a su vida, aunque desde el instante en que una bala ingresó en su cuerpo, la muerte cerebral fue irreversible. Hacía 120 horas que Cristina era tan solo un cuerpo con latidos en su corazón. Durante las horas de internación, estuvo conectada a máquinas, absolutamente dormida. Inconsciente. Rodeada de cables, tuberías y ese sonido de letanía agónica de la terapia intensiva.
Paradojas del destino, en aquellos días ATC emitió la última grabación de A los que me quieren , un ciclo de entrevistas conducido por la actriz. Antes, la pantalla estatal le había dado espacio con Dulce de leche, Cristina y sus amigos, y Boomerang , programas dirigidos a los niños. Como actriz, también formó parte de Alta Comedia y Atreverse . Pero ninguno de sus trabajos tuvo la repercusión de su personificación de Jacinta Pichimahuida. Fue la última actriz en interpretar a esa samaritana maestra, antes en manos de su cuñada Evangelina Salazar y de María de los Ángeles Medrano. Curiosamente, Lemercier hizo un reemplazo de Salazar cuando su cuñada encabezaba la recordada historia de ficción escolar.
Mientras en ATC aún salían al aire las promociones con la imagen de Lemercier, en la Nochebuena de 1996, y con la actriz agonizando, Pablo, el hijo mayor, repartió los regalos que su madre había comprado para todos. Obsequios de despedida.
El final llegó el 27 de diciembre. El velatorio se realizó a puertas cerradas. En el camposanto privado esposo, hijos y amigos, entre lágrimas desconsoladas, se preguntaban "¿por qué?" Y se lo siguen preguntando. La tragedia de Lemercier opacó marquesinas y chimentos de temporada. Aquel verano no se habló de otra cosa.
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