Las caras de Hilda Bernard: la niña rebelde, la leyenda del radioteatro y la actriz a la que le aburría hacer “de buena”
La reconocida actriz murió este miércoles, a los 101 años
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La muerte de Hilda Bernard no es solamente el adiós a una figura que ganó el justificado reconocimiento del público en cada una de las muchas etapas de su extensa trayectoria. Con ella se convierte definitivamente en historia una etapa gloriosa del radioteatro, género admirable de otro tiempo, forjador de estrellas que se hicieron famosas gracias a la palabra.
Bernard conservó durante muchos años el recuerdo de aquellos logros mientras disfrutaba de la admiración de generaciones mucho más jóvenes, que la descubrieron en el tramo final de su destacada carrera como una poderosa villana de la telenovela. Hasta logró, a sus 99 años, superar la amenaza del Covid-19, enfermedad que pudo sobrellevar desde el establecimiento geriátrico en el que pasó el último tramo de su existencia. La noticia de su muerte fue confirmada por la Asociación Argentina de Actores este miércoles al mediodía, a través de un comunicado que daba cuenta de su extensa trayectoria en cine, televisión y teatro. Tenía 101 años.
El primer amor
Su vida se inició en Puerto Deseado, provincia de Santa Cruz, el 29 de octubre de 1920 como Hilda Sarah Bernard, hija de padre inglés y madre austríaca. De adolescente, ya en Buenos Aires, se plantó frente a ellos y les dijo que quería estudiar teatro. “Mis padres eran europeos y tenían una mentalidad abierta. Me dejaron abandonar el colegio y entrar al Conservatorio con una condición. Me dijeron que si no tenía aptitudes, tenía que dejarlo”, recordó una vez. La vocación se impuso y siempre contó con orgullo que, recién egresada del Conservatorio Juvenil de Arte Escénico, ganó un concurso para un papel de “dama joven” en una obra montada en el Teatro Cervantes, que estaba a pocos metros. Allí fue su debut.
La fortuna y su talento le dieron una nueva oportunidad poco después, pero en otro ámbito. En 1942 comenzó en El Mundo su extraordinaria carrera radiofónica. No tardó en sumarse al elenco estable de esa emisora, la más escuchada de aquellos tiempos. “Estábamos en los maravillosos estudios de Maipú 555, donde actualmente funciona Radio Nacional. Allí trabajamos bajo la dirección artística de José Tresenza, Armando Discépolo y Luis Pérez Aguirre, entre muchos grandes maestros que supieron enseñarnos no sólo en teoría, sino también en la práctica”, le recordaba a LA NACION en 2003.
Su presencia se fue haciendo cada vez más constante y esperada en los popularísimos radioteatros de la época. Allí formaba pareja con algunos de los grandes galanes del momento como Oscar Casco, Eduardo Rudy y Fernando Siro, nombres que luego pasaron con éxito a los primeros tiempos de la televisión. El entendimiento entre los actores era clave para lograr la atracción y el interés del público. Las grandes parejas del radioteatro, en palabras de Bernard, lograban “hablar con los ojos”. Y esa magia resultaba tan poderosa que los oyentes habituados a estos programas lograban identificar a una actriz y diferenciarla de otra antes de que hablaran, a través de la respiración.
“Estábamos en la radio prácticamente todo el día -contaba en 2003-. Sobre todo en aquellos primeros años, porque participábamos de diversos programas de la emisora. Los radioteatros importantes podían emitirse a la tarde o por la noche y duraban generalmente un mes. Fueron años inolvidables recreando historias de amor que la gente escuchaba con fervor”.
Con su memoria íntegra, recorría en sus entrevistas de los últimos años algunos de esos papeles memorables: la Cathy de Cumbres borrascosas para la compañía de Pedro López Lagar, la novia rica de Los Pérez García, la figura central de Peter Fox lo sabía. Y muchos otros. Fue una de las grandes estrellas de las historias escritas por Nené Cascallar. Y tenía entre sus anécdotas preferidas aquella ocasión en la que salía de la radio y una mujer, al verla con el cabello muy oscuro, le dijo: “Yo me la imaginaba a usted rubia y de ojos celestes”.
También hablaba del gran acontecimiento de la radio de entonces, la gala de los sábados. “Llegábamos a la tarde para una primera lectura en seco. Luego otra con los efectos sonoros y finalmente nos presentábamos ante el auditorio colmado: las mujeres súper maquilladas y con trajes de largo, y los hombres de smoking”, relataba en 2003.
Un nuevo mundo
Bernard llegó a la televisión en 1959 y junto a uno de sus galanes radiofónicos, Fernando Siro, le puso imagen y palabra al primer éxito de Alberto Migré, Esos que dicen amarse, un éxito del dial que fue ratificado en aquellos primeros tiempos de la pantalla chica argentina. Volvió a trabajar con Migré en uno de sus éxitos de la década siguiente, Mujeres en presidio. Allí interpretaba a una celadora llena de bondad, un papel extraño para quienes solo están familiarizados con la última etapa televisiva de la actriz y sus apariciones como gran villana de las telenovelas.
Ese perfil tan celebrado en los últimos tiempos apareció por primera vez en Pobre clara, una exitosa novela de los años 80 que tuvo como protagonista a Alicia Bruzzo. Bernard era su madre. Volvió a lucirse una década después en un papel de esas características, pero en este caso la tía de los galanes de turno, en la hoy olvidada Milady, la historia continúa, en la que Florencia Raggi era cortejada por Gabriel Corrado y Osvaldo Laport. También fue la abuela de Andrea del Boca en Celeste y una de las malas predilectas de las historias imaginadas por Cris Morena. Ya octogenaria, se despidió de las novelas televisadas en Se dice amor, mientras recibía invitaciones para papeles episódicos que aparecían casi como prematuros homenajes, como el que le brindó Damián Szifron en un episodio de Los simuladores. Y hasta se dio el lujo de sumarse por ese tiempo a elencos de comedias televisivas como La niñera, Socias, El patrón de la vereda y Los exitosos Pells.
“Las buenas me aburren profundamente. Ahora solo acepto papeles que me impliquen un desafío. He sido varios tipos de locas y en el último tiempo me divertí mucho haciendo para cine, en un film que no se va a estrenar en la Argentina, una vieja catatónica que se muere”, decía con una sonrisa en 2005.
Añoranzas
En todo ese nuevo tiempo de reconocimiento en la televisión nunca dejó de añorar los viejos buenos tiempos del radioteatro, pero estaba convencida de que nunca regresarían. “No creo que alguna vez el radioteatro que conocimos pueda volver. Ahora importa la imagen. Todo es comentario y más comentario. Lo nuestro era la palabra y la imagen la fue matando. ¿Quién escucharía ahora Esos que dicen amarse? Además, cambió la gente. Antes, la gente joven tenía sueños. Ahora, no creo que a los jóvenes les interese el romanticismo”, reflexionó una vez, nostálgica.
Ese desfile constante de personajes muy aplaudidos en la pantalla chica hizo que finalmente Bernard reconociera que casi toda su carrera había transcurrido allí. “Tengo el ritmo televisivo muy incorporado”, confesó en los últimos años. Pero como todo actor o actriz de raza, soñaba con encontrar en el teatro el lugar de máximo compromiso para cumplir con su vocación.
Logró cumplir ese anhelo en los últimos años con un papel de “vieja hippie” que la divertía mucho en Cuando te mueras del todo, de Daniel Dalmaroni, con puesta de Lía Jelín, y en un par de apariciones para José María Muscari: Fetiche y Póstumos. Pero no dejó de rendirle tributo a textos más densos y profundos como el de El último encuentro, de Sandor Marái, que le permitió lucirse junto a Duilio Marzio y otro recordado galán de radioteatro, Fernando Heredia.
En la inmensidad de sus recuerdos sobresalía uno, la llamativa similitud de su apellido con el de Sarah Bernhardt, que desde pequeña la acompañó: “Mi apellido es verdadero y mi segundo nombre, Sarah, no era un homenaje a la actriz, sino a una tía que murió joven. Pero evidentemente mi destino estuvo siempre marcado y, por suerte, le hice caso”.
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