Héctor Olivera: “El cine me dio y me quitó todo, pero no me quejo, es parte de las reglas del juego”
Como director y codirector Héctor Olivera filmó 23 películas, entre ellas La Patagonia rebelde y No habrá más penas ni olvido (que obtuvieron el Oso de Plata en los festivales de Berlín en 1974 y 1984) y La noche de los lápices, por las que seguramente será recordado. Y al frente del sello Aries Cinematográfica Argentina, que creó en 1956 con Fernando Ayala, produjo un total de 113 largometrajes de todo tipo: desde envíos picarescos protagonizados por Jorge Porcel y Alberto Olmedo hasta musicales de verano, pasando por grandes títulos de autor como Tiempo de revancha y Últimos días de la víctima, ambos dirigidos por Adolfo Aristarain.
Luego de la quiebra de Aries y de su último film, El mural, de 2010, se dedicó a escribir su autobiografía, que acaba de publicar Sudamericana bajo el título de Fabricante de sueños. En el libro (escrito con buena prosa, información casi enciclopédica y mucha ironía), Olivera pasa revista a su carrera, entrelazándola con los hechos más sobresalientes de la historia argentina y de su vida íntima. En este último plano sorprenden varias revelaciones, sobre todo la relacionada a su condición de “hijo ilegítimo” y a la “relación íntima” que mantuvo durante un tiempo con Fernando Ayala, su amigo y socio a lo largo de 50 años. “El cine me dio y me quitó todo, pero no me quejo, es parte de las reglas del juego”, dirá a manera de corolario, a punto de cumplir 90 años, en la siguiente entrevista con LA NACION, sentado frente al escritorio de su departamento alquilado de Barrio Norte.
–¿Cuáles son las películas que más valora de su carrera?
–La película que me ubicó como director en el mundo fue, sin dudas, La Patagonia rebelde. Fue una película muy arriesgada. Si Fernando y yo hubiésemos sido “sanos empresarios” no la hubiéramos hecho, porque se empezó a filmar después del asesinato del secretario general de la CGT José Ignacio Rucci, lo cual fue un disparate, porque era obvio que la primavera camporista había terminado y se venía la maroma. Pero, bueno, en fin, la hicimos. Otra película que para mí es muy significativa, la más premiada internacionalmente, es No habrá más penas ni olvido. Comienza como una comedia provinciana y termina en una tragedia, un poco lo que le pasó al país. Y después La noche de los lápices, que surgió después de haberme negado a filmar una película sobre los desaparecidos.
–¿Cómo fue eso?
–El tema es así: en 1984 yo había ido a Los Ángeles a presentar No habrá más penas…. Hubo un coloquio con el público y un muchacho me preguntó en inglés, pero con evidente acento argentino, cuándo iba a hacer “la película de los desaparecidos”. Le respondí que no la iba a hacer por una razón muy simple, porque siempre tuve una posición muy crítica respecto de la guerrilla. No acordaba con su actitud suicida y con la cantidad de jóvenes que murieron por una utopía. Ahí quedó el tema. Pasaron unos meses y con LA NACION me llega un suplemento: el Diario del juicio a los comandantes en jefe. Y ahí leo el testimonio de Pablo Díaz, que fue el único chico secuestrado esa noche (la llamada “noche de los lápices”) que salvó su vida. La historia de estos chicos (que bregaban en La Plata por el boleto estudiantil) sin dudas me conmovió más, porque eran todos menores de edad. Ahí cambié de opinión y entendí que era imprescindible contar la historia de estos desaparecidos y dejar testimonio de lo que habían hecho con ellos. Desde entonces hubo muchas películas sobre desaparecidos, pero ninguna que conmueva tanto como la nuestra. Aún hoy todos los 16 de septiembre se proyecta en Colombia y en Chile, y Cuba es tratada como materia de estudio.
–Por lo visto usted reivindica sus películas testimoniales. ¿Y las otras? ¿Por ejemplo Psexoanálisis, que marcó su debut?
–Tiene razón. ¿Cómo olvidarme de esa primera película? Fue una sátira sobre esa manía que le había entrado súbitamente a los argentinos, la de psicoanalizarse. En otro plano, también sumo a la nómina a Los viernes de la eternidad, un ejemplo de realismo mágico rioplatense. También hice películas sobre rock (Buenos Aires Rock) y folclore (Argentinísima I y II), que ya son parte de la cultura argentina. Y también le tengo estima a Una sombra ya pronto serás porque rompe con el código habitual de planteo, desarrollo, desenlace. Es una road movie que gira y gira, en la que los personajes vuelven a encontrase, que me dio muchas satisfacciones. Y para cerrar te nombro Ay, Juancito, que fue la penúltima que dirigí.
–¿Por cuál de todas ellas cree que quedará en la historia del cine nacional? ¿Por La Patagonia rebelde?
–Posiblemente. Fue la primera película que se metió con el Ejército argentino, que criticó un hecho muy duro. ¿Por qué se hizo? Porque veníamos de siete años de la dictadura de Onganía- Levingston-Lanusse, donde no había libertad de expresión; entonces, cuando la hubo, y me enteré de este tema (el fusilamiento de obreros patagónicos por efectivos del Ejército, en los años veinte) por un artículo de Osvaldo Bayer en la revista Todo es Historia, me dije: caramba, esta es la película para hacer en este momento en que entramos en democracia.
–Rodar ese film le costó en 1974 una amenaza de muerte de la Triple A.
–Sí, la amenaza llegó a la Asociación Argentina de Actores, y nos mezclaban a nosotros con Daniel Tinayre y Susana Giménez por La Mary, a Carlos Monzón (supongo que por su relación con ella), a La Coca Sarli y Armando Bo y al llamado clan Stivel. Fue una amenaza disparatada, pero todos los días aparecía un muerto, así que tampoco podíamos tomarla como un chiste. Nosotros, Fernando Ayala y yo, nos dirigimos al jefe de policía, Alberto Villar, que nos dijo que el que quisiera tener custodia la tendría, y el que optara por portar armas también lo podía hacer; en fin, nos dijo que la Policía Federal nos iba a defender. Sin embargo, 48 horas después, él y su mujer volaron por los aires en una lancha, mientras que desde el muelle sus custodias se mostraban sonrientes…
–¿Ese fue el peor momento de su carrera?
–También vivimos un hecho terrible con La noche de los lápices. Pusieron una bomba en la puerta de nuestra oficina, que si hubiese explotado volaba toda la empresa y al menos un cuarto del Colegio del Salvador, que estaba enfrente. Era una bomba real, hecha por expertos, y estábamos en plena democracia, en 1986.
–¿Es verdad que Néstor Kirchner participó como extra del rodaje de La Patagonia rebelde?
–¡Eso es un disparate! Cuando él forma la unidad básica “Los muchachos peronistas” tiene que hacerse el tal y, como La Patagonia rebelde era una institución en Santa Cruz y los locales que habían trabajado en ella se vanagloriaban de eso, a Nestor se le ocurrió hacer lo mismo. Pero nunca estuvo en la película. Yo sé que él afirmaba eso, y si entrás a YouTube encontrarás un video titulado “Kirchner en La Patagonia rebelde”, que incluye una larga escena filmada en… ¡los estudios Baires de Don Torcuato, que él jamás pisó! Y al que señalan en esa escena como Kirchner con un circulito, no se parece en nada a él.
–¿Cuál es a su criterio la importancia de Aries en la historia del cine argentino?
–Fue una empresa que durante un par de décadas estuvo en la cresta de la ola y que tuvo la habilidad de hacer un cine popular, como fueron las 36 películas protagonizadas por Jorge Porcel y Alberto Olmedo, algo insólito en la cinematografía mundial; y otros muchos films, como Hotel alojamiento, que cambiaron la industria del entretenimiento.
–¿Cómo se llevó en su momento con la “grieta” que se estableció entre el cine industrial, que Aries representaba, y el Nuevo Cine Argentino?
–El Nuevo Cine Argentino –y con él estamos hablando de los ´60- fue muy respetable. Hubo directores que hicieron películas muy buenas, pero simplemente eran más sencillas, filmadas con menos recursos, pero, en fin, eran más o menos películas como las que filmábamos nosotros. Es decir, nadie inventó nada nuevo… Ahora, en cambio, con los nuevos sistemas de fijación de imágenes, sí se está haciendo un cine independiente de mayor calidad.
–¿Y con la censura? ¿Cuál fue la película que más dolores de cabeza le dio en ese sentido?
–La Patagonia rebelde estuvo dos meses parada, no estuvo prohibida, pero no la autorizaban y no la autorizaban y….curiosamente se terminó autorizando por orden del general Perón, veinte días antes de morir. El 13 de junio de 1974 se estrenó y el 1 de julio murió el General.
–Hablemos de política. A lo largo del libro se define antiperonista y se mofa de su fama de “gorila”; sin embargo, también declara repetidamente su admiración por Juan Domingo Perón, ¿cuán importante fue en su vida?
–A los 15 años tocan el timbre de mi casa, abro la puerta y me encuentro parado frente a mí a quien era entonces general de brigada. Al mes asumiría la presidencia. Era un hombre puro magnetismo y virilidad, con la gorra clavada en la cabeza tipo las SS. Perón me pregunta: “¿La señora de Álzaga?” Yo me cuadro, como me habían enseñado en el Liceo Militar y le respondo: “segundo piso, mi general”. Ahí cambió su gesto adusto de general por ese Perón carismático, simpático y entrador que muchos alaban y me dice: “Gracias m´hijo”. No creo que a muchos le haya dicho algo así Juan Domingo Perón. También lo admiro por su habilidad para manejar las masas.
–Aunque hizo la secundaria en el Liceo Militar no me lo imaginaba como “un hombre de acción”. Sin embargo, en el libro cuenta que participó en un hecho armado para defender la Revolución Libertadora.
–Sí, eso sucedió en 1956, tras un alzamiento peronista en contra de la Revolución Libertadora. Nadie me presionó, me sumé por cuenta propia a un grupo de voluntarios para retomar algunas plazas en las vecindades de La Plata. Rechacé una metralleta que no sabía usar, pero acepté una pistola calibre 45 porque era un arma que había conocido en mis ejercicios en el Liceo. Participé, sí, pero no maté a nadie, ¿eh? De todos modos, hoy reconozco que la Revolución Libertadora no estuvo bien, fue un acto de usurpación de poder y de intento de poner las cosas en orden que no era necesario. ¿Para qué voltear a Perón si ya no era el mismo, si ya no le quedaba mucho camino? El Perón de 1946 y el de 1954 parecen dos personas distintas. Él ya se estaba yendo hacia la perdición, no hacía falta empujarlo.
–En un momento dice que el único medio por el cual la familia se relacionaba con el mundo, durante su niñez, era LA NACION. De hecho su mamá luego ingresó a trabajar en el diario, ¿no?
–Yo estoy en el cine gracias al diario LA NACION. Yo prácticamente no tuve padre, por eso mamá salió a ganarse los garbanzos para que yo y mi hermana pudiéramos comer. Como de chica había estudiado dibujo (además de francés y mandolina) se le ocurrió hacer algo llamado “La moda en el cinematógrafo”, que consistía en sumarle a unas fotografías de divas del cine norteamericano un par de bocetos, dibujados por ella, con la ropa de esas fotos; y al pie la explicación de la tela utilizada y todo lo demás. Yo, a los 12 años, me encargaba de ir a las distribuidoras a buscar las fotos que ella utilizaba como modelos. Luego, esos trabajos mi mamá los publicaba en LA NACION. Ahí conoció a un gran crítico de cine del diario, Manuel Peña Rodríguez, quien luego creó el Museo Cinematográfico Argentino y la empresa Sur Cinematográfica Argentina. Éste, más tarde, le ofreció trabajo como vestuarista en la industria del cine. Ella lo aceptó pero no dejó de hacer los bocetos, sólo que entonces me empecé a ocupar yo de llevarlos al diario. Por último, mamá me hizo entrar a la industria como ayudante. Y así empezó mi carrera.
–Usted acaba de decir que prácticamente no tuvo padre. A propósito, a los 54 años su madre le confesó que no era hijo de Emilio Olivera. ¿Qué sintió al descubrirse “hijo ilegítimo”?
–Nada negativo. De repente comprendí todo. Ah, claro, me dije. Porque yo me había visto poco con Emilio Olivera y nunca había sentido nada por él; ni siquiera su falta. No sentía afecto por él ni por la familia Olivera en general, mi familia era la materna. Cuando mamá me lo dijo no sentí absolutamente ningún shock, tanto que ella me preguntó: “¿No me odiás por lo que te acabo de decir?”. No, le respondí, ¿por qué te voy a odiar a vos? Yo ya tenía una edad para comprender que si había pasado algo así por algo habría sido. Nunca más volvimos a hablar del tema y me arrepiento de eso. Le hubiera dicho: Mamá, prefiero ser hijo de la pasión y no de la hipocresía o del aburrimiento.
–¿Su relación estrecha con Fernando Ayala, once años mayor que usted, habrá tenido que ver con la búsqueda de una figura paterna?
–Sí, supongo que sí. De entrada mi relación con Fernando fue la de maestro y discípulo, ya que él era asistente de dirección y yo segundo ayudante. Nos tratábamos de usted, como correspondía a la época.
–¿Cuándo pasó a ser “una amistad particular”, como usted la describe en su autobiografía?
–Sí, después tuvimos una relación íntima. Si yo revelo esto ahora es porque no podía escribir mi autobiografía sin contar toda la verdad, sin ser sincero conmigo mismo. Además, hablemos claro, a los 90 años a uno le importa un pito el qué dirán. No debería sorprenderle a nadie una historia así. Se ha hablado mucho de la bisexualidad de los estudiantes de Oxford, de Cambridge, de Harvard… y eso no los marcaba para toda su vida ni los convertía en demonios. Así que, bueno… Los lectores que ya han leído el libro me felicitan por mi sinceridad, pero soy consciente que para mucha gente el tema de las relaciones homosexuales es aún algo horrible. Tengo amigos a los que les he enviado el libro y no me han llamado para nada, y creo que es por esta confesión.
–¿Por qué concluyó la relación íntima?
–Un día Cecilio Madanes (recordado director de teatro) dijo: “yo lo que le envidio a Fernando Ayala es a Héctor Olivera”. ¿Por qué dijo eso? Porque yo a Fernando lo estaba transformando, profesionalmente, en un director con continuidad y empresa propia.
–¿Y qué tenía de malo todo eso?
–Ahí ya no me gustó, no quería pasar a ser la pareja de Fernando Ayala. Cuando me di cuenta que se nos consideraba una pareja, dije basta. Entonces lo hablé con él, y bueno…las rupturas no se producen de un día para el otro. El final fue consensuado y luego el afecto se fue transformando. Lo nuestro devino en una amistad muy sólida pero sin sexo. Seguimos siendo muy amigos y socios durante 50 años.
–¿Usted estuvo enamorado de Fernando?
–No. Pero pienso que él sí. Y por su afecto hacia mí aceptó terminar la relación, cuando le dije que no quería ser su pareja. Luego, de alguna manera, yo le di una familia.
–¿Su primera mujer, Beba Etchebehere, estuvo al tanto de esta relación? ¿Y Dolores Bengolea, su actual esposa?
–Beba lo intuía, aunque nunca se habló del tema claramente. A Dolores, al poco tiempo de conocerla, le conté todo. Ella lo quiso mucho a Fernando. Él siempre tuvo una suite en mi casa, para venir cuando quisiese, era parte de la familia. Fue padrino de mi primer hijo (Javier) y como un abuelo para los otros (Marcos y Andrés). Estuvo vinculado con nosotros hasta el final, hasta su muerte en 1997.
–En el libro también se refiere a una hija extramatrimonial, que tuvo con su secretaria. ¿Mantiene un vínculo con ella?
–A mi hija ilegítima, Clara, la reconocí en su momento, pero hoy no nos vemos por decisión de ella. Traté de acercarme, pero no hubo caso. Nunca me negué a tener más hijos, e incluso acepté como propios los que no eran míos. Por ejemplo, cuando la hermana de Dolores se suicida y deja huérfana a una niña de cinco años, Sofía, la trajimos a vivir con nosotros. Poco después Dolores quedó embarazada de Serena, que hoy tiene 27 años, y es el único fruto de nuestro matrimonio. No obstante, Sofía después se apartó de nosotros y hoy vive en Berlín. Pero yo nunca hice diferencia entre hijos legítimos e ilegítimos.
–¿Insiste con que la muerte de Aries y de su carrera se deben a Cristina Kirchner?
–A mí, Cristina siempre me tuvo antipatía. Cuando me surgió hacer una coproducción con Estados Unidos, fui a ver locaciones a El Calafate. Todo el mundo me decía: no pierdas el tiempo, andá a hablar directamente con Cristina, acá la que manda es ella. Entonces fui al Senado a pedirle apoyo porque necesitábamos levantar un pueblito patagónico del 1900 en las afueras de la ciudad. Nunca me atendió. Después nos vimos una vez, cuando firmó el decreto que determinaba que los directores somos parte de la autoría de un film. Fue en la quinta de Olivos y justo era el día de su cumpleaños. Pese a mi reconocido anti peronismo, me sumé al cántico general y luego ella se dignó a saludarme. Pensé que la relación había mejorado, pero no.
–¿Por qué?
–Tiempo después yo tenía entre manos el proyecto de hacer El mural (sobre la historia del mural Ejercicio plástico, de David Siqueiros, que estuvo por años “atrapado” en contenedores). La pensaba filmar en coproducción con México y España, pero tras la crisis de Wall Street y la pinchadura de la burbuja inmobiliaria española, me quedé sin socios. De golpe me entero que, increíblemente, Cristina quería hacer una película sobre el tema para los festejos del Bicentenario. Entonces me pongo en contacto con sus allegados, luego tengo una entrevista con ella. Esta vez me sonríe y me da un beso. Fue pura simpatía y toda una señora. Luego todo anduvo de maravillas hasta que saltó el tema del dinero, no con ella por supuesto. En vez de darme los tres millones de pesos que habíamos acordado, me dieron uno solo y yo tuve que endeudarme para completar la película, siempre con la promesa de que al momento de su estreno me entregarían el resto. Eso no sucedió nunca. Ahí empezó la decadencia de Aries y prosiguió cuando ARSAT (Sistema Argentino de Televisión Digital Terrestre) se negó a comprarnos el material del sello. Tuvimos una reunión con Julio De Vido, estuvo encantador y nos dijo a todo que sí, pero luego nos derivó a Luis Vitullo, quien se encargaba del tema, que lo único que hizo fue poner palos en la rueda porque no había coima. Ahí nos fuimos a pique, porque en este país las tasas de interés son escandalosas y porque tampoco nos decían que no, así que no podíamos decidir venderle nuestras películas a ningún canal.
–¿Por qué luego el gobierno de Macri no ayudó a salvar la empresa?
–Cuando pensé en hablar con Macri, una persona muy vinculada a él me dijo: ni lo intentes, para Macri la gente del cine argentino es toda peronista, troska y anarco. Era un momento en que había manifestaciones frente al Instituto Nacional de Cine y al Cine Gaumont y eso parece que lo irritaba mucho. Así que él no quería saber nada con el cine local. Por eso yo digo: el cristinismo hirió de muerte a Aries y el macrismo, que podría haberla salvado de alguna manera, a través de la Fundación Banco Nación o del Instituto Nacional de Cine, la dejó morir.
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