Héctor Alterio: "En los momentos límite de un ser humano, uno sabe quién es quién"
MADRID.– Esta es su escena preferida. Sucede una y otra vez, en bucle. No hay un diálogo preciso, pero sí una acción llena de sentido. El nombre del autor es nítido, pero el director cambia de modo frecuente: a veces es el recuerdo, otras, la nostalgia y también la adrenalina. Un grupo de chicos lo mira embelesado en ángulo contrapicado. Él, un niño de padres napolitanos, es la estrella del barrio. Tiene un disfraz, no importa cuál, y sobre una tarima pronuncia, cual Hamelin, unas palabras que encantan a los pequeños. Héctor Alterio invoca así aquello que él llama vocación; otros, don. Aquello que León Felipe escribiría en forma de verso: "Soñé... ¡sueño!/No soy un cuento./Vengo de más lejos.../Soy y vengo del sueño".
A sus 91 años, Alterio, con la amenaza mundial de un virus al que el actor no teme, se sube este fin de semana en Madrid al escenario con Como hace 3000 años, un espectáculo donde, junto a la guitarra de José Luis Merlín, interpreta algunas composiciones del poeta León Felipe. Este espectáculo, filmado antes de la pandemia, puede verse vía streaming en Teatrix. Desde hace dos décadas Alterio rinde un homenaje intermitente a este poeta español que partió al exilio tras la Guerra Civil y se radicó en México. Alterio, cuando era adolescente, antes de su propio exilio, antes de convertirse en un actor de prestigio internacional, iba a ver a Felipe cada vez que se presentaba en Buenos Aires.
Radicado desde hace 40 años en España, cuando el actor recibió el Goya de honor, la máxima distinción del cine español, le dedicó el premio a la Argentina. Más de 150 películas [posee un récord único: cuatro de ellas fueron nominadas al Oscar como mejor película extranjera] y 50 obras de teatro conforman su trayectoria que sigue sumando capítulos. Además de su incesante actividad, sus hijos Ernesto y Malena son dos brillantes intérpretes que brillan en cine, teatro y TV de España.
El pibe de Chacarita
El maestro Confalonieri llamaba a menudo la atención de Héctor Benjamín, el hijo más travieso del matrimonio de inmigrantes italianos que se instaló en el barrio de Chacarita. Ese hombre fue no solo un docente responsable, sino un espectador de lujo, quizá el primero que advirtió que aquel pequeño era diferente. En un rincón del aula, a sus 8 años, en penitencia, sentía algo diferente al remordimiento: "La diversión que generaba a mis compañeros me proporciono en cierta medida el gusano del protagonismo y así empieza a nacer mi vocación". A los 12 años su padre falleció y ese hecho le forjó su personalidad. Se convirtió en una criatura tímida, algo que no tenía tanto que ver con la vergüenza, sino con el dolor, y salió a la calle a ganarse el pan como vendedor ambulante.
-¿Cuál fue el primer personaje que interpretó?
-Los carnavales eran mi momento preferido del año. Me divertía mucho porque me disfrazaba y salía a la calle, solo. Era muy tímido, muy apocado. Me sentía feo y me ponía algo encima, algo distinto, y eso me proporcionaba a mí ser otro. Esa era una fiesta, pero una fiesta con una responsabilidad absoluta. Hacía todo eso, para mí mismo.
-Pronto se incorporó al movimiento Nuevo Teatro.
-Sí, a los 20 años. Era espléndido, con Alejandra Boero y Pedro Asquini, como responsables de ese movimiento. Eso fue en el 50, ponele, y duró hasta el 70, pero todo sin cobrar. Lo hacíamos por vocación, pero me proporcionó una formación realmente solida. Hice autores desconocidos en esa época que hoy no lo son. Fue una época maravillosa, hasta que tomé la decisión de independizarme y empecé rápido a hacer televisión y cine.
-Uno de sus primeros trabajos fue en la adaptación para TV de La tregua.
-Sí, había un ciclo en el antiguo Canal 7, en la calle Viamonte, donde se hacían grandes novelas y entre ellas estaba La tregua, que adaptó Aída Bortnik y dirigió Sergio Renán, con Ana María Picchio. Tuvo tanto éxito que se hizo en cine y cuando estaba en el Festival de San Sebastián, en 1974, ya me quedé, me avisaron... no podía volver.
Mientras presentaba La tregua en España, recibió una llamada desde Buenos Aires. La Alianza Anticomunista Argentina había lanzado un comunicado donde lo condenaba a muerte. Sin haberse despedido de sus amigos, sin llevarse sus cosas, su vida dio un giro radical. Alterio tenía una hija de 4 meses y un hijo de 4 años. Pronto debió, como cuando era pequeño, salir a la calle a ganarse el pan.
-¿Quién le dio su primera oportunidad en España?
-Carlos Saura, en una película producida por Elías Querejeta, Cría cuervos (1975). Son situaciones que no me puedo olvidar, porque en los momentos límite de un ser humano, uno sabe quién es quién. Y si encuentras una mano y una actitud frente a estas situaciones, hay una sensación de generosidad enorme. Sin tener historia conmigo, españoles que no conocía, entre ellos Saura y Querejeta, me proporcionaron un trabajo que no tenía y que me daba la posibilidad de asentarme en la profesión, en el país y en la economía.
-Carlos Saura: ¡Motor!
-Técnico: Anda.
En España el "luz, cámara, acción", esos segundos previos antes de comenzar a filmar, se resumen en la orden del director y la confirmación del técnico. Alterio estaba en un ataúd, vestido de militar. La escena, para un actor curtido en Shakespeare, Arlt y Chejov, era relativamente fácil. Debía cerrar los ojos y no respirar. La cámara hacia un recorrido por su perfil y Saura le tocaba la rodilla cuando la lente había abandonado su rostro, para que pudiera así incorporar oxígeno.
-Esta escena es una de las que más recuerda de su carrera, ¿por qué?
-Esa situación se realizó durante casi diez veces. No me daba cuenta, pero cuando la cámara me enfocaba, me temblaban los párpados. Repetimos varias veces y así hasta que se cansaron y nos fuimos todos a dormir. ¡Yo me quería morir! Fui a mi casa, descansé lo que pude. Al día siguiente vino un coche a buscarme. Estaba muy mal. Me pusieron el vestuario, me acosté allí y me quedé. Trataba de controlar los párpados, hasta que alguien se dio cuenta de que si no escuchaba pronunciar "¡Motor!" ni "Anda" ni el golpe de Saura, no temblaba. Así que rodaron la escena sin que yo me diera cuenta.
-Ser nuevo en otro país nunca es fácil.
-Nunca. Esta gente debía pensar que contrataron a un tonto. Pero yo lo puedo contar. Hay gente que desgraciadamente no lo puede contar.
-¿Cuánto le costó insertarse en la sociedad española?
-Mucho, mucho. Pero en esa situación límites apareció gente: "Oye, ¿necesitas algo?", me decían algunos. Eso a mí me conmovió tremendamente porque no eran argentinos. Eran españoles que no me conocían, no eran amigos. Esos gestos me ayudaron mucho.
Con la frente marchita
Casi ocho años después de haber partido al exilio, Alterio volvió a pisar la Argentina. Ya había filmado Los siete locos junto a Alfredo Alcón, había trabajado en La maffia, dirigido por Leopoldo Torre Nilsson, y había sido un gaucho en Don Segundo Sombra, de Manuel Antín, pero el cine nacional dejaba aún una puerta para él. Ese hombre recio, de voz firme y presencia de trazos implacables estará por brindarle alguno de los personajes mejor construidos de la pantalla grande. María Luis Bemberg lo convocó para Camila (1984), donde interpretaría a un padre más leal a su Gobierno, que a su propia hija. Si esta historia de amor trágico tuvo un impacto internacional, La historia oficial (1985), de Luis Puenzo le hablaría al mundo de un tema que por entonces no toda la sociedad conocía. Alterio nunca ocultó su objeto mágico, aquel que mejor que nadie describió León Felipe: "Tú tienes una estrella en el bolsillo…/una estrella nueva de palacio, de fósforo y de imán".
-¿Qué recuerdo tiene de La historia oficial?
-Era la primera película que se hizo en mucho tiempo sin que la censura tuviera algo que ver. Con ese film tuve una sensación muy importante... sentí en cierta medida que sobrepasaba mis posibilidades como actor porque además del Oscar y del gran trabajo de Norma Aleandro, dio la vuelta al mundo. Sentía que le estaba diciendo a la gente lo que nos había pasado y que no queríamos que nos volviera a suceder. La película la hicimos con total libertad, pero me proporcionó a mí una responsabilidad, como un poco vocero, donde, a través de mi trabajo le contaba al público, lo que nos había ocurrido a los argentinos.
-Pronunció quizá la más famosa frase del cine argentino: "La puta que vale la pena estar vivo", en Caballos salvajes (1995), de Marcelo Piñeyro. ¿Cómo surgió?
-Aída Bortnik, gran amiga, con la que tuve la suerte de trabajar muchas veces, hizo el argumento de la película. Estábamos filmando en la provincia de Buenos Aires, en una especie de loma, y nos quedamos sin argumento y estaba todo preparado para rodar. Marcelo Piñeyro tuvo que llamarla para preguntarle qué diríamos. "Decíle que diga: «La puta que vale la pena estar vivo»". Esa frase me condenó a mí durante mucho tiempo porque todo el mundo me conocía por eso. Me la gritaban por la calle cuando iba a Buenos Aires. Es un recuerdo muy grato. A veces me lo dicen de manera equivocada, algo parecido: "la pucha..." y no me gusta.
-¿Cómo es representar a alguien, como en Cría cuervos, tan diferente a usted? Psicológicamente, ideológicamente…
-Los actores tenemos la posibilidad de hacer estas cosas. Eso es el entretenimiento y hace bien poder ser otro, pero es un camino incierto. No todos mis personajes salieron bien, pero sí busqué la manera de que fueran distintos.
-¿Cómo fue su trabajo junto a Juan José Campanella?
-Maravilloso, porque trabajé con él en cine, en El hijo de la novia (2001), y porque me permitió trabajar junto a mi hijo Ernesto, no en la misma escena, pero sí realizar el mismo personaje en dos momentos diferentes de la vida, en Vientos de agua (2006). Tiene un talento único, muy argentino, y a la vez universal.
-¿Siente aún la adrenalina antes de salir al escenario?
-Siempre se siente una curiosidad. Hay un motor ahí… Viene a mí la imagen de un señor desconocido que sale de su casa, va a una boletería, pide una entrada y paga un dinero del cual yo vivo. Ese señor se sienta pasivamente en una butaca para que, de alguna manera, lo movilicemos con nuestro trabajo. Ese señor tiene que ver un estreno y yo voy a repetir 100 o 150 veces lo mismo y olvidarme de todo lo que hice y ofrecerle ese estreno. Ese señor me merece el mayor de mis respetos. Me obliga a concentrarme, a ofrecer lo mejor de mi trabajo, a ofrecerle un estreno.
-¿Cuál es su motor, la fuerza que lo impulsa a continuar día a día?
-Lo más peligroso de esta enfermedad [Covid-19] es que no se sabe cuándo va a terminar, cuánto tiempo va a durar. Eso es mucho más peligroso que estar pensando todo el tiempo que a uno pueda tocarle. Estoy bien en mi casa, tengo un lugar tranquilo, mi mujer y mis hijos están bien. Todavía vivo y puedo pensar, ¿por qué me iba a quedar quieto?
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