Llegó a Perros de la calle en silencio y se ganó un espacio en el clásico programa radial de Andy Kusnetzoff; su pasión por la cerveza artesanal, por qué nunca fue a buscar su título de psicólogo y su impulso por aprender continuamente cosas nuevas
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Nicolás Salvarrey, o Harry para todos los oyentes del programa de Andy Kusnetzoff, Perros de la calle (lunes a viernes de 9 a 13 por la FM 104.3, Urbana Play), entró a la radio casi por casualidad y gracias a una gestión de su abuela. Sin proponérselo, encontró un lugar que le gustó y decidió quedarse. En diálogo con LA NACION, Harry habla de esos comienzos, allá por 2004, del riesgo que tomó el programa con el cambio de emisora, de su pasión por la cerveza artesanal y de su manía por querer saber todo sobre todo lo que le interesa.
-¿Es verdad que sos primo segundo de Andy Kusnetzoff y que tu abuela fue la que te consiguió el trabajo en la radio?
-Fue un arreglo entre abuelas: de mi abuela con la de Andy, que eran muy cercanas. Y en un momento, entre esos favores de familia que se piden, le dijo: “¿Che Andy no podría ubicar a Nicolás en algún lado?”. Ni me consultaron. Yo le había pedido que no dijera nada porque me daba mucha vergüenza. Estaba empezando la facultad y había hecho algunas changas, pero nada en serio. Fue algo así como Game of Thrones, un arreglo entre dos matriarcas.
.¿Tu abuela, entonces, te marcó el camino? Porque ya estudiabas psicología...
-Es relativo, porque mis padres son periodistas y yo le huía un poco al mandato familiar. Para ser exactos, el mandato era estudiar una carrera y yo pensaba que le estaba huyendo, pero en realidad estaba siguiéndolo. El camino me lo marcaron entre todos, porque mamé muchas cosas en mi casa, donde siempre se leyeron los diarios, se escuchó radio y se veían los noticieros. Consumí muchos medios desde chico. Y de adolescente escuchaba radio de noche: la Rock & Pop, Supernova, Kabul...
-¿Andy te bautizó como Harry?
-No, fue Gabriel Schultz en un especial de Navidad. Nadie sabía mi nombre y fui a la transmisión que hacíamos en vivo. Obviamente se bebía bastante y nadie sabía quién era quién y Gaby dijo: “eh.. llamalo a Harry”. Y me quedó. En una época no me gustaba, en otra si y hoy me da exactamente lo mismo. Para mi familia y mis amigos soy Nicolás.
-¿Cuándo sentiste que ese espacio era tuyo y no un arreglo entre abuelas?
-Fue un cambio mental. Primero tuve que descubrir que el laburo me gustaba y que quería hacerlo. Perros de la calle siempre fue un programa que dio oportunidades, porque si llevabas algo que podía servir, lo más probable era que terminara al aire. Cualquier persona que pasara cerca del micrófono iba al aire: el mozo, el kiosquero, los operadores, la gente de limpieza, el dueño de no sé qué. Y Andy se nutría mucho de eso. Si querías generar algo, podías. Cuando ves un espacio vacío, tenés que llenarlo y no esperar a que alguien te diga algo. Y eso aplica a todo en la vida. En aquel momento, yo era asistente de producción, hacía lo que me pedían y no tenía iniciativa. Pero un día estaban hablando de lunfardo, me acordé que mi mamá había hecho una nota en su momento y que podía sumar, y sin preguntarle a nadie llamé al presidente de la Academia del Lunfardo, le dije a la productora y fue al aire. Para mí fue la certificación de que podía hacer algo más de lo que me pedían.
-Te había picado el bichito...
-Sí, y era más divertido. Todos los días eran distintos y podía generar mis propios espacios. Fue un desarrollo natural. Me costó encontrar mi lugar porque uno siempre quiere tener las fortalezas de los otros: ser el más gracioso, el carismático, el galán, el que todo el mundo quiere. Dejé de desear las habilidades de los demás y tratar de ocupar todos los espacios de la cancha. Porque no podés ser bueno en todo. Fui domando la ansiedad y pude establecerme en la mesa.
-¿Y qué piensan hoy tus padres periodistas sobre tu propio camino?
-Puede ser que al principio estuvieran más desconcertados, sobre todo mi papá. Pero hoy, después de tantos años laburando, saben que es un camino que desarrollé con mucha responsabilidad y están contentos.
-Y la gente también te aceptó...
-Considero que la fama, entre muchas comillas, es un daño colateral de mi trabajo, y no me gusta. La gente es buena onda y siempre agradece y eso me hace feliz y está bueno. Soy muy poco ambicioso y podría trabajar de lo que me gusta por mucho menos. Podría hacer un podcast y estaría feliz. Tengo la vara de exigencia muy alta, pero soy feliz con muy poco.
-El año pasado dejaron la Metro después de 18 años y su mudaron a Urbana. ¿Te costó tomar la decisión o fue fácil seguir a Andy?
-Fue muy natural. La pandemia ayudó mucho, había algo del ciclo que estaba terminado, pero no tiene que ver con las personas sino con algo energético que estaba gastado ya. Necesitábamos cambiar y era difícil porque cuando las estructuras están muy estables durante mucho tiempo, el sacudón es agresivo. Y lo que en un momento fue hermoso, y sentías como tu casa, se vuelve más complicado. El cambio duele y viene con un torbellino de emociones, pero te da vida y volvés a sentir eso que habías dejado de sentir y tenes una responsabilidad otra vez.
-¿Por qué crees que los oyentes fueron fieles al programa?
-Eso me sorprendió y les estoy muy agradecido, sin demagogia. Cuando sos oyente fiel de una radio, no te gusta cambiar. Creo que ayudó mucho YouTube, ver que transmitíamos con tele. Y después hay algo mágico que tiene que ver con Andy, con el programa. Armamos un equipo riesgoso con Lizy (Tagliani), no sabíamos que iba a pasar y terminó siendo la gloria y nos amamos. Ella se quedó un año, pero ya sabíamos eso.
-¿Costó construir otra vez un grupo de trabajo?
-Si claro, hubo que laburarlo. En su momento me sorprendí y hubo gente también que quedó enojada porque sintió que no nos habíamos despedido lo suficientemente bien, que no sabían qué había pasado. Eso trajo mucha inestabilidad, porque la radio es rutina. Y hoy sé que estamos haciendo algo sólido.
-Sos psicólogo, ¿ejercés o ejerciste alguna vez?
-Nunca, y ni siquiera fui a buscar el título. Está en el departamento de alumnos de la sede de Yrigoyen de la Facultad de Psicología, supongo.
-¿Por qué?
-Guerra de mandatos, supongo. Me cuesta no terminar las cosas, aunque ahora estoy aprendiendo, y la cantidad de series malas que anda dando vueltas me ayudaron muchísimo a dejar cosas a mitad de camino. Aprendí a dejar libros, series, dejé de querer completar todo. Pero en ese momento sentía que tenía que terminar, y que había una diferencia entre tener un título o no tenerlo. Lo quería, pero la verdad es que el papel en sí no me sirve para nada. Tengo el título y no necesito la medalla. Debería buscarlo porque mi madre estaría feliz. Pero pasaron más de diez años, y ya está. Siento que si voy me van a mirar con una cara tremenda.
-Tu otra pasión es la cerveza, tanto que aprendiste a hacerla y abriste dos bares.
-Sí, somos cinco socios y tenemos dos bares en Palermo, Desarmadero y Desarmadero Session, uno frente al otro. Me apasiona la gastronomía, las bebidas y la birra en particular. Hacemos algunos de los estilos en una fábrica de amigos y también tuve mis experiencias como cervecero casero, bastante fallidas porque requiere de mucho trabajo, más de lo que parece. Es un hobbie que lleva mucho tiempo y siento que en algún momento voy a volver a retomarlo.
-¿Cocinaste cerveza en tu casa?
-Teníamos el equipo en la casa de un amigo. Necesitás bastante tiempo y no mucho espacio. Pero en las cocciones de cerveza casera siempre algo falla, y lo que creés que te va a llevar seis horas, te lleva diez porque hay un conector que se rompió o una manguera floja, o algo no sale como tiene que salir o la temperatura no es la que necesitás. Pero es hermoso.
-¿Cómo empezó a interesarte el tema?
-Me pasa con todo, soy medio nerd. Es mi manera de relacionarme con las cosas que me gustan mucho. Quiero absorber todo. Y la gastronomía es inagotable. A veces hago cursos para aprender cosas que no hago nunca, simplemente quiero saber. Hice un curso de ramen (sopa japonesa), por ejemplo, y no lo voy a hacer jamás porque lleva diez horas hacer un caldo. Pero me encantó aprender.
-Tenés otras pasiones?
-Dejé de sumar cosas y encontré mi lugarcito. Hay mil cosas que me gustan y las quiero aprender. Hace un tiempo descubrí el shibari, que es una técnica japonesa de atadura erótica, y estoy haciendo un curso. Me divierte.
-Hace tiempo que estás en pareja, ¿cómo se conocieron?
-Nos conocimos en el programa, hace 14 años. Ella era prensa de teatro, un día vino acompañando a Mercedes Morán y Andrea Pietra, y empezamos a charlar. Siempre les digo que son mis madrinas. No hablo mucho porque ella es perfil bajo y no se prende al juego. Ahora es productora de teatro.
-¿Les gustaría ser padres?
-Por ahora no. Tenemos una perra, Pipa y ya somos responsables de seres vivos. Plantas ya teníamos. Fue todo un salto porque es la primera vez que tengo mascotas en mi vida y estoy asustadísimo. Hace dos meses apareció en el bar, hicimos posteos en Instagram, no apareció el dueño y lo adoptamos.
-Cumpliste 39... ¿se acerca la crisis de los 40?
-A los 30 me replanteé algunas prioridades. Hoy estoy contento, me siento capaz de poder estar parado en un montón de lugares al mismo tiempo. Me parece una edad maravillosa. Hay que huir de todos los falsos consensos, como por ejemplo que hay una crisis a los 40. Hay que disfrutarlos porque es una edad increíble.
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