Silvia Kutika, que acaba de estrenar Te espero en la oscuridad y sigue con El cuarto de Verónica, que lleva cuatro temporadas en cartel, repasa su carrera y su vida, lejos del mundo mediático; “Meterme en escándalos no es lo mío”, asegura
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Cuando era una niña, una tía la llevó al cine a ver una película de terror. Al terminar la proyección, lejos de amedrentarse, la pequeña Silvia Kutika dijo, anticipatoriamente: “Quiero hacer esto”. No sólo cumplió el deseo de la actuación, sino que hoy es una fiel representante de un género que gana oscuridad en los puntos suspensivos que propone el relato. “También me encantan los libros de terror y suspenso”, cuenta.
Kutika parece estar decidida a hacer del suspenso macabro un género instalado en los escenarios porteños. Luego de la muy buena repercusión de El cuarto de Verónica, pieza de Ira Levin que se estrenó en Broadway en la década del 70; la actriz acaba de estrenar Te espero en la oscuridad, material escrito por Frederick Knott, estrenado en 1966 y cuyo suceso en Nueva York, con el protagónico de Lee Remisk y Robert Duvall, impulsaron la producción del film icónico en la trayectoria de Audrey Hepburn, con dirección de Terence Young.
Ambas piezas se presentan en la sala del Metropolitan 2 con el mismo equipo creativo: Virginia Magnago a cargo de la dirección de actores, Nicolás Scarpino en la dirección general y un elenco en el que Kutika está acompañada por Fabio Aste, Adrián Lazare, Fernando Cuellar, Camila Barberis y Jorge Almada. La música, de gran valor estético y metafórico, pertenece a Martín Bianchedi.
Al natural
La actriz recibe a LA NACION sin maquillaje, algo que dice mucho sobre ella, todo un símbolo de su relación con el paso del tiempo: “Quisiera ser útil para hacerles entender a las chicas muy jovencitas que todo pasa por otro lado, no puede ser que los padres apoyen cirugías estéticas en nenas”.
Kutika, de 67 años, entiende: “Nuestro bienestar no tiene que ver con el afuera, sino con cómo estamos por adentro. Ahora me canso más que antes, pero se trata de un aprendizajes, de ir despacio, haciendo de a poco. Por otra parte, el paso del tiempo es una lucha perdida, tendrías que morirte a los 30 años para que te recuerden joven. Además cuantas más cirugías te hacés, se nota más”.
-¿Te has hecho alguna?
-No, uso cremas y me hago masajes. Lo que ves es lo que soy. El paso del tiempo es maravilloso, te da reflexión, te hace no darle bolilla a lo que no tiene importancia, no hay tiempo para perder en lo que no vale la pena, en estupideces. Hay tantas cosas lindas que aparecen con el paso del tiempo, una mirada distinta que es tan hermosa y es contra lo que, muchas veces, se busca luchar. La juventud es divina, es bárbara, pero el espíritu vale más. El presente es un regalo, por eso se llama así, y es lo único que tenemos. Si querés parecer más joven es porque hay algo en el presente que no estás resolviendo, que no mirás, y necesitás ir para atrás. Hay que liberar el pasado, ir liviano de cargas y disfrutar el hoy.
La construcción de la sabiduría acaso también resida en esos dolores que la marcaron fuerte: “Una enfermedad de mi viejo fue una de las peores cosas que pude atravesar”, comenta.
-¿Cuándo sucedió?
-Arrancó cuando yo tenía 11 años y terminó con su muerte, en 2001. Fue una enfermedad mental, la verdad es que nunca hablo sobre eso.
-¿Qué edad tenía él cuando empezó eso?
-A los 45 años tuvo un brote psicótico tremendo, pobre...
-¿De una forma repentina?
-Sí, son brotes que nacen de la nada. Quizás podías percibir algo que te llamaba la atención, pero uno lo tomaba como una broma. De un momento a otro la vida te cambia por completo; aquello fue algo que marcó mi vida absolutamente, de lo más doloroso que me tocó transitar y siendo muy niña. Lo internamos muchas veces. Lo que sucedía era que, cuando se iba sintiendo mejor, dejaba la medicación, entonces aparecían las recaídas. Pobre viejito, tenía una gran sensibilidad. Un médico nos dijo que, justamente, son enfermedades que atraviesan las personas muy sensibles.
-Casi un no poder con el mundo.
-Es así, entonces esa sensibilidad se canaliza de alguna forma. Era un ser superior, un bufón de una enorme inteligencia, pero se topó con un mundo que no comprendía o que no le interesaba.
Intimidad
La charla es en su casa del barrio de Chacarita, un rincón de la ciudad donde muchos vecinos despliegan en sus ventanas una bandera en oposición a la construcción en altura, que alteraría la fisonomía y la paz del lugar. “Esto es un oasis”, dice Kutika. No miente. El empedrado de la calle comulga muy bien con esta casa enmarcada por una persiana que esconde un viejo local, hoy convertido en el amplio living de la propiedad que comparte con su marido, el actor Luis Luque.
“Cuando nos mudamos, vino un vecino a pedirnos entrar porque en el patio de la casa se reunían para los bailes de carnaval”, explica la actriz, quien recuerda que aquel hombre no pudo contener las lágrimas al volver a ingresar a esa casa “chorizo” centenaria, donde las plantas son protagonistas, resabios de la vocación de Kutika por la biología. “Cada tanto me hago un curso en el [Jardín] Botánico o en [la Facultad de] Agronomía”.
También hay objetos y muebles con historia; nada está por azar. “Acá funcionaron una peluquería y una carnicería. Los pisos originales son calcáreos, no se los puede lustrar porque se les borraría el dibujo”. Se acerca el mediodía y hace su ingreso Luque, desde la calle. Trae el almuerzo y pregunta cuánto falta de entrevista para poder ir encendiendo las hornallas, pero, intuyendo que resta un rato, se va a su estudio -donde realiza artesanías y hace música- a leer el diario.
Trabajar en pareja
En Te espero en la oscuridad, Luis Luque bien podría interpretar alguno de los roles masculinos. Su eximia capacidad interpretativa y su porte dialogarían acertadamente con la tensión que establece el material. “Nos conocimos trabajando juntos, pero, en ese momento, no nos enganchamos como pareja”. Aquel proyecto fue la telenovela Lucía Bonelli, protagonizada por Analía Gadé.
Pasaron ocho años y ambos fueron convocados para trabajar en Primer amor, otra ficción diaria, esta vez con Grecia Colmenares al frente del elenco. “Ahí nos enganchamos”, dicen. La actriz Alejandra Darín, compañera de ambos, ofició de Celestina.
Luego llegó la historia Cartoneros, la tercera oportunidad en la que compartieron la actividad. “Nos llevamos bien, trabajamos contentos, pero es cierto que estar las 24 horas pegados y hablar de lo mismo todo el día es medio aburrido”.
-¿Nunca una discusión que se llevó al set?
-Sí, claro. Estábamos haciendo Cartoneros y llegamos a grabar enemistados por una discusión que habíamos tenido en casa, pero tratábamos de disimular ante los compañeros. Al mediodía fuimos a almorzar y nos dijimos: “Ya pasó, ya está”, y nos seguimos divirtiendo. A los dos nos gusta trabajar en grupos donde hay buena energía, no nos interesan los chismes ni las rispideces entre compañeros. En lo personal, estoy vieja para engancharme en esas cosas. “Pipo” -apodo de Luque- siempre dice que todos somos únicos, que el ego hay que cajonearlo porque nadie puede hacer lo de uno, ni uno puede hacer lo de la otra persona.
-No son competitivos entre ustedes.
-Para nada, es muy lindo ver al otro potenciado. Nos pone muy contentos cuando la gente saluda al otro.
-Nunca se te vio involucrada en chismes de la farándula.
-Para nada, y a Pipo tampoco. Mis padres me hablaron mucho, mis amigas siempre me alertaron con un “guarda con lo que vas a hacer o decir”. Es muy sano tener un entorno que no tiene nada que ver con el medio. Cuando fui mamá, me cuidé aún mucho más de no meterme en problemas. Cada uno elige qué contar, donde meterse. Siempre supe que metiéndome en escándalos no me iba a sentir cómoda, no es mi naturaleza. Si van a hablar sobre mí, elogiarme o criticarme, que sea por el trabajo y no por mi vida personal.
-En televisión no se te ve demasiado.
-Voy a algunas entrevistas, pero los actores no tenemos mucho espacio para contar sobre nuestro trabajo.
-Además, hay muy poca ficción en televisión abierta.
-Y se mide de una forma extraña. Hace poco hice una participación en ATAV 2, que no tiene demasiado rating, pero, en la calle, la gente no paró de comentarme que me vio, eso quiere decir que se ve por otras vías que no son las tradicionales.
-Existen muchas opciones para consumir una ficción, a través de la web de los canales o de plataformas como YouTube...
-Entonces cuando algo no mide bien, no significa que no se vio, sino que, quizás, se vio a través de todas esas opciones.
-El teatro es un refugio ante la falta de producción televisiva.
-Es increíble lo que sucede, la calle Corrientes está explotada y los teatros independientes se llenan.
Ser o no ser
Kutika nació y se crio entre Wilde y Don Bosco, esa zona de casitas residenciales del sur del conurbano. Estudió en el colegio San José, de Quilmes, donde forjó amistades que aún persisten. Los veranos los vivió en el Club Don Bosco, “era una segunda casa”. Allí disfrutó de carnavales y kermeses. Creció junto a Margarita y Víctor, sus padres, y un hermano, que luego se radicó en Brasil.
La vocación matriz de Silvia Kutika fue la biología, que cursó hasta cuarto año en la Universidad Nacional de La Plata. “Cada tanto, Pipo me sugiere que termine la carrera”, dice.
-¿Cómo llegás al mundo de la actuación?
-Como tenía que bancarme los estudios, empecé a hacer avisos, ayudada por una amiga que trabajaba en una agencia de publicidad; pero no había ninguna vocación, sólo la necesidad de solventar los gastos.
-¿Y en qué momento se encendió?
-La historia es extraña, nunca encontramos explicación a por qué mi viejo me anotó en el concurso Miss Siete Días.
Aquella temporada en La Feliz
Ese arranque de su padre implicó que, un verano, la familia rompiera con la tradición de ir de vacaciones a un paraje poco frecuentado de la provincia de Córdoba y se instalara en la bulliciosa Mar del Plata. “Mi viejo, que era matricero, se le ocurrió ir a la playa, en busca de los fotógrafos y periodistas que elegían a las chicas para Miss Siete Díaz, algo insólito. Con mi mamá le seguimos el juego y aprovechamos para conocer el mar”.
-¿Encontraron a la gente que hacía las fotos?
-Sí, hice la producción y, un tiempo después, me llamaron para anunciarme que había llegado a la final y que tenía que practicar cómo caminar en una pasarela.
Sorpresivamente, la joven estudiante de biología quedó elegida como primera princesa. “De ahí me mandaron a un reinado panamericano en Colombia, donde fui elegida reina. Aquello sucedió en Cali, donde hasta me designaron un chaperón para que me cuidara”. Fue el espaldarazo para un sinfín de avisos y publicidades.
-¿Cuándo llega la actuación?
-Ya siendo reina, me llamó el secretario de Juan Carlos Calabró para preguntarme si me animaba a participar en un sketch de su programa. Le aclaré que no era actriz, pero él me aseguró que sería algo sencillo, que lo podía hacer bien.
De ahí le propusieron asistir a un casting para participar en una película de Sergio Renán. “Mi coach fue Franklin Caicedo, quien me ayudó a poder prepararme para ese desafío”, recuerda. “Esa película me impulsó a estudiar teatro”.
Aquel film fue Sentimental, réquiem para un amigo. Carlos Moreno y Lito Cruz fueron algunos de sus maestros, los que terminaron de confirmarle el camino: “Meterse en un mundo de exploración de vidas ajenas me resultaba interesante, me hacía acordar a las investigaciones de laboratorio de la biología”.
-Es un buen paralelismo.
-El arte es un laboratorio, tenés que descular algo oculto.
Tiempo de periplos
Al principio, desde Don Bosco se iba a estudiar a la Universidad de La Plata, para luego desandar el camino con destino en la ciudad de Buenos Aires: “Me venía con una muda de ropa y los tacos, porque para estudiar Biología me iba muy crota”.
Con los meses, el cansancio hizo lo suyo y se terminó mudando a un departamento de capital, que alquilaba con una amiga. “Al tiempo, dejé la facultad de a poco. Me da nostalgia todo aquello, no me gusta haber abandonado la carrera, porque no soy de dejar las cosas inconclusas”.
La actriz es madre de Santiago, fruto de su relación con Darwin Sánchez, ya fallecido; pero no duda en decir varias veces “nuestro hijo”, en alusión a su pareja, Luis Luque. “Santi es hijo biológico de Darwin, pero nos separamos cuando el nene tenía tres años. Cuando cumplió los seis, empecé a estar con Pipo. Formamos un triángulo”.
Reconoce que “Santi habla de Pipo como su papá”. Una anécdota pinta cabalmente el vínculo: “Yo estaba de gira y el papá de Santi internado, Pipo se encargó de acompañarlo a verlo y de pedir los partes médicos. Una noche, me llama al hotel donde estaba alojada y me dice: “Acaba de pasar algo muy loco”.
-¿Qué había sucedido?
-Pipo, hablando con un enfermero, le dijo: “Mi hijo tiene que ver a su papá”. Estaba muy afligido, lo tuve que calmar. Por otra parte, no era más que la verdad, porque Santi habla de sus dos papás.
Santiago hoy les dio un nieto de poco más de un año. “Faustino nos agarró en otra etapa, lo mimamos mucho”.
Tradición
En Te espero en la oscuridad, Kutika se convierte en Susan Hendrix, una mujer no vidente con residencia en Nueva York. Cuando su marido decide llevar una pequeña muñeca a su casa, se desata una trama de intrigas en la que tres hombres buscarán ingresar a la vivienda bajo cualquier pretexto para poder dar con el objeto, que encierra un verdadero misterio.
En Buenos Aires, figuras como Narciso Ibáñez Menta y Daniel Tinayre han sido responsables de temporadas memorables del género macabro. Quien fuera el marido de Mirtha Legrand comandó los destinos de El segundo disparo -con Thelma Biral-; Luz de gas estuvo a cargo del recordado Marcelo Lavalle y protagonizada por Myriam de Urquijo.
En Broadway, Te espero en la oscuridad (Wait Until Dark, es su título en inglés) se convirtió en un gran suceso, en una versión interpretada por Marisa Tomei y Quentin Tarantino. “A pesar de las temáticas, las piezas encierran cierto humor, algo que descubrimos a través del público”, reconoce Kutika y agrega que “se trata de risas para descomprimir la tensión”.
Al ser su personaje una mujer no vidente, Kutika tuvo que entender el modo de habitar el espacio que poseen los ciegos y el sentido de ubicación y distancia que puede verse tergiversado ante la falta de visión: “La directora, Virginia Magnago, me hizo ensayar mucho con los ojos vendados”.
-¿Cómo fue esa experiencia?
-Al principio, perdía la noción del espacio, necesitaba a alguien que me sostuviera. A veces, la directora me preguntaba si sabía en qué parte del escenario estaba y yo le respondía diciéndole el lugar exactamente inverso al que me encontraba. Fue muy difícil entender la percepción del espacio.
Kutika apela a una posición de la mirada de manera alta y recta y, en el proceso creativo, recurrió a artilugios como contar pasos, escuchar las pisadas de sus compañeros y los sonidos del ambiente. “Al principio bajaba la mirada, no me salía mirar al horizonte. Siempre intento no fijar la mirada en mis compañeros, una forma de desafiarme, de no estar cómoda”. Como en todo desarrollo creativo, también la angustia fue parte de trabajo: “Llegaba a casa y me ponía a llorar delante de Pipo, le decía que no iba a poder. Él, con su palmadita, me respondía que ya estaba pudiendo, que todo era parte del proceso”.
-En los materiales aparecen los personajes más oscuros desde un lugar de cierta humanidad, lo cual los convierte en más inquietantes.
-Es que hasta un asesino tiene una familia y ciertos vínculos de afectos.
-El villano sin matices, es un mohín.
-Es que no existe el bueno buenísimo o quien es sólo malísimo. Los seres humanos tenemos todos los condimentos y elegimos cuál usar.
Para finalizar, la actriz reconoce que ese mundo tantas veces hostil para muchos puede ser recortado de muchas formas. En Te espero en la oscuridad, un planteo existencialista la conmovió y la llevó a escoger el material: “Mostrar la lucha entre el bien y las oscuridades del mal me parece muy valioso”.
Te espero en la oscuridad. Domingos a las 21.15. El cuarto de Verónica. Martes a las 21. (reestreno en octubre) Teatro Metropolitan (Avenida Corrientes 1343).
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