Gustavo Rey: fue “galancito”, conoció el éxito abrumador, pero debió alejarse del medio por un tema personal
El actor de 68 años, que prepara su regreso al teatro, rememora los tiempos de éxito de la televisión y el teatro, asume que es un tipo afortunado y habla de amor y de la relación entrañable que tiene con su hijo Ignacio
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Fue uno de los galancitos en los 80, trabajó en películas, obras de teatro y novelas que quedaron en la memoria de todos. Dice Gustavo Rey que es un tipo de suerte y que la vida siempre fue muy amorosa con él. En una charla sincera con LA NACION, el actor explica por qué se considera afortunado, recuerda sus inicios en la película No toquen a la nena, cuenta por qué se cambió de nombre en medio del éxito y habla de la relación con su hijo Ignacio y de cómo sobrevivió durante los años que debió alejarse del medio por un tema personal.
“Hasta antes de la pandemia estaba haciendo tres obras de teatro al mismo tiempo: La monja judía, La herencia y Las de Barranco. Había días que me tocaba salir corriendo de un teatro a otro y cuando se me juntaron dos estrenos me volvía loco, pero dicen que ‘sarna con gusto no pica’, y es verdad. Encima durante cinco meses tuve que ir y venir a Córdoba todas las semanas porque a los 80 años mi mamá decidió irse a vivir a Los cocos, donde no hay nada... Eso fue hace 13 años, pero en el 2019 se enfermó y después falleció y yo me ocupaba de acompañarla en la semana y los fines de semana venía a hacer teatro a Buenos Aires. Fueron cinco meses que me liquidaron; de hecho tenía más pelo... (risas). Este año hubo proyectos que no llegaron a buen puerto y ahora hay intención de reflotar una obra que ya hicimos y otra que estamos armando con amigos en común: Claudio Mesina, Rodolfo González, que la está escribiendo y va a dirigir, y Lizzy Mansilla. Estamos muy entusiasmados porque es una comedia poco convencional”, cuenta Rey.
-¿De qué vive un actor cuando no actúa?
-Tengo 68 años y estoy jubilado. Mi mamá me dejó su casa de Córdoba que está en venta y eso me generó deudas en un momento porque los impuestos son carísimos. Mientras está alquilada y tengo ahorros. Hubo épocas en que trabajé muchísimo y casi no paraba en casa, terminaba una novela y empezaba otra. Ahora no hay nada, es una tristeza. En las épocas en que había poco, vendí seguros de vida. Fue en el 98 y además estaba en una situación personal complicada. Hace años que también doy capacitaciones en empresas y hago dirección de castings también. Nunca me faltó trabajo.
-Por esos años te alejaste del medio, ¿fue por esa situación personal complicada que mencionás?
-Sí, tuve que dejar la profesión por unos cuantos años, entre 1998 y 2003, porque me separé y no en los mejores términos, y mi hijo Ignacio era muy chiquito; vive conmigo desde los 6 años. Hoy tiene 27, es periodista deportivo, pero se gana la vida vendiendo relojes de alta gama y le va muy bien. Es fanático de River -como yo- y le gusta mucho el box y las artes marciales mixtas. Vivimos juntos todavía y tiene ganas de irse a probar suerte a Europa. Se me desgarra el corazón (risas), pero al mismo tiempo creo que estaría bueno porque tenemos una relación muy simbiótica.
-¿Cómo son dos hombres, padre e hijo, viviendo juntos?
-Un desastre (risas). Entre los dos cocinamos, limpiamos, ordenamos. Más yo que él, pero bueno... Nos llevamos muy bien.
-¿Fue difícil volver al medio después de cinco años?
-Me acuerdo que alquilé un departamento y no tenía cómo pagar el alquiler, pero como soy un tipo con suerte, estaba yendo a buscar a mi hijo a la escuela y pidiéndole a Dios que me tirara una soga y recibí un llamado de mi representante diciéndome que tenía cinco libros para hacer Rincón de luz. El programa todavía no había salido al aire así que no sabía ni de qué se trataba. Me quedé todo el año y me salvó. Después hice Padre coraje y no paré más. De verdad soy un tipo con mucha suerte.
-En un momento te cambiaste el apellido, ¿por qué?
-Gustavo Don Rey (risas). Hay mucha gente que se acuerda de ese pecado de juventud y lo loco es que yo ya estaba trabajando hacía rato, pero fui a un numerólogo al que después fue todo el mundo, inclusive Ricardo Darín y Susana Giménez, que en esa época estaban juntos. En el 82 yo estaba casado con Déborah Warren, nos sugirieron ir a un numerólogo y fuimos, por separado. Se llamaba Quirof, si mal no recuerdo. Yo estaba por empezar una novela con Verónica Castro y era bastante conocido porque estaba trabajando desde 1976. Y este señor, con su mejor intención, a Déborah le recomendó agregar una h a su nombre y a mí me dijo que tenía que agregar la sílaba “on” porque parece que tiene mucha fuerza. No podía ponerme Gustavon y a él se le ocurrió Gustavo Don Rey. Me pareció un poco tirado de los pelos, pero acepté. La cosa es que en los títulos de Verónica el rostro del amor me pusieron Gustavo Don Rey. Cuando terminó esa novela volví a usar mi nombre y apellido reales.
-Dijiste que sos un tipo con suerte, ¿por qué lo tenés tan claro?
-Para empezar, tuve la oportunidad de hacer No toquen a la nena, de Juan José Jusid, a los tres meses de estudiar teatro con Hedy Crilla. Ni siquiera tuve que ir a un casting sino que cuando terminó la clase, se acercó un tipo y me dijo que era Alejandro Saderman y buscaba actores jóvenes para una película. Soy muy tímido y cuando tenía 20 años todavía más. Entonces no participaba demasiado en la clase, pero justo ese día había preparado un trabajo. En ese momento estaba haciendo la colimba en la policía, pero lo llamé, me sacaron unas fotos, me presentaron a Jusid y me dieron un personaje. ¡Todo eso es suerte! La vida conmigo fue muy buena y cuando tuve problemas, me los generé solito... (risas). Debuté con Julio Chavez y Cecilia Roth, y el asistente de dirección era Adolfo Aristarain.
-¡Entraste por la puerta grande!
-Por eso digo que soy afortunado. El primer día de trabajo llegué diez minutos tarde, pero ya había avisado que podía pasar porque venía de la colimba, en Villa Lugano. Y me encontré con todo el elenco de No toquen a la nena: Lautaro Murúa, Pepe Soriano, Norma Aleandro, María Vaner, Luis Politti, Julio De Grazia. Fue maravilloso. Me encanta el cine y ya a los 14 años sino jugaba a la pelota, me iba a los cines de la calle Lavalle y veía varias películas. Entonces no podía creer estar haciendo cine. Después hice algunas publicidades que pegaron y Jusid me preguntó por qué no trabajaba en televisión. Yo le respondí que era porque no conocía a nadie. Entonces fui a su casa, me presentó a Luisina (Brando) que era su mujer, y me hizo una carta de recomendación para el gerente de Canal 13 que era Enrique García Fuertes. Me atendió, me dijo que lo llamara la semana siguiente y empecé en la novela Una promesa para todos con Leonor Benedetto, Germán Kraus, Graciela Pal y un elenco enorme. Volvemos a la suerte porque arranqué con un personaje casi mudo y como no tenía letra, me armé un personaje que tartamudeaba, era muy tímido. Y a los dos meses, cuando me dan los libros para grabar la semana siguiente, vi que mi personaje, Luis, tenía letra y todo un bloque entero con el personaje de Leonor. Yo creí que se habían equivocado (risas). Al otro día me encontré con Leonor en los pasillos del canal, que me dijo que habían cambiado al autor y había pedido que hicieran esa historia para mí. Después hice Crecer de golpe, de Sergio Renán, recomendado por Adolfo Aristarain.
-También fuiste uno de los galancitos, en los 80. ¿Qué recuerdos tenés?
-Siempre la pasé bien y tuve buenos compañeros. Estuve en una novela que se llamaba Somos nosotros y hacíamos de hermanos con Carlín Calvo. Después volvimos a trabajar juntos en El Rafa y se paraba el país para mirarlo. Esa fue la época de los galancitos con Ricardo Darín, Carlín, Pablo Codevilla, Raúl Taibo y después se incorporó Darío Grandinetti. El nombre quedó por una temporada en Mar del Plata de una obra que se llamaba La vida fácil y que hacíamos con Ricardo, Raúl, Pablo, Silvia Pérez y Virginia Faiad. Me divertía mucho, aunque el éxito no me gustaba tanto porque era casi acoso; no podía estar en la playa tomando sol porque de pronto veía que se oscurecía todo, abría los ojos y tenía a veinte personas alrededor. Ricardo, que es muy gracioso, decía “a la foto con el burrito” (risas). Fui parte de los galancitos gracias a Raúl Taibo, con quien hacía Señorita Andrea, con Andrea Del Boca. Me acuerdo que recibíamos bolsas enormes de cartas que nos traían al camarín y cuando Jorge Mayorano se fue a hacer Los galanes, a Taibo se le ocurrió sugerir mi nombre. Pensábamos que nos iba a ir mal esa temporada, menos Guillermo Bredeston que era el productor. Y tenía razón porque fue un exitazo, parecíamos Los Beatles y teníamos que salir corriendo del teatro. Se extraña ese momento de tanto trabajo. Lo último que hice en televisión fue hace mucho, creo que Herencia de amor, con Sebastián Estevanez, hace diez años.
-¿Estás en pareja?
-Hace algunos años que estoy solo. No estoy apurado tampoco. Soy muy enamoradizo, pero ahora tengo un poco de miedo porque este (se señala el corazón) se rompe siempre.
-Tu primera mujer fue Déborah Warren, ¿te enamoraste de otras actrices?
-No me enamoré de otras actrices. Débora fue mi primera mujer y nos casamos el 3 de agosto de 1981. Fue muy popular en ese momento porque trabajábamos mucho en televisión, los periodistas querían entrar a la fiesta, pero yo siempre fui perfil bajo. Estaba perdidamente enamorado de Déborah y estuvimos juntos 4 años.
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