Junto a Mauricio Dayub protagoniza El amateur, un material tan exquisito como conmovedor que ya se convirtió en un clásico del repertorio nacional; la atípica vida de un hombre que venció los prejuicios del medio y se ganó un lugar propio
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“Nadie pidió la devolución de la entrada”, bromea Gustavo Luppi en un claro guiño a un latiguillo de Mauricio Dayub -su compañero en la obra El amateur-, quien suele decirle al público que, de no gustar el espectáculo, el valor del ticket será reintegrado. Para constatar la respuesta de la gente, los intérpretes, luego de cada función, se acercan al foyer de la sala para mantener vivo ese ida y vuelta que, desde ya, va más allá de lo anecdótico y significa poder intercambiar sobre la conmovedora experiencia que propone el material.
“El otro día, una señora nos comenzó a repetir frases de la obra y, cuando le preguntamos cuántas veces la había visto, nos dijo que era la primera vez, pero que le había impactado mucho lo que decían los personajes”, comenta Luppi con no poco orgullo, pero también con cierto grado de sorpresa.
El actor disfruta de la actual temporada desdoblada entre el Chacarerean Teatre, el bello espacio de Palermo donde El amateur realiza funciones los días jueves, y el Atlas de Mar del Plata, donde se volverá a presentar el 26 de febrero y el 30 de marzo. Ya pasaron por Miami y Montevideo y próximamente visitarán Caracas, además de continuar con una gira nacional en simultáneo con la temporada porteña.
Gustavo Luppi -inevitable no decirlo- es hijo del recordado actor Federico Luppi. Aunque el parecido físico es inocultable, su camino es bien diferente al de su padre ya que, además de subirse al escenario como lo hacía él, desdobló su vocación artística convirtiéndose en un destacado director de televisión. Actualmente, la tira de Polka Buenos chicos (eltrece) cuenta con su esmerado trabajo de dirección de cámaras y puesta en escena.
“La relación era difícil”, adelanta en torno al vínculo con quien fuera uno de los más destacados nombres de nuestra escena y el cine, aunque no se priva de remarcar que cierta rebeldía y dejarlo hacer libremente son fruto de una educación no convencional que agradece. Luppi recuerda y cuenta, como quien decide ir en busca de su propio biodrama teatral, de esa biopic de apellido ilustre, pero que él construyó a su modo, desde la autenticidad.
Soñar en tándem
En El amateur, Luppi interpreta a Lopecito, un bailarín de tango formado en los empedrados que sufre una caída literal y simbólica, “engañado por la vida y sintiendo que está en su final”. El encuentro con El Pájaro, a cargo de Mauricio Dayub, “que está más roto que él”, le devuelve cierta ilusión por la vida. “López se suma al sueño del otro, no se lo quiere perder, es contagioso”.
-¿Cuántas veces en tu vida alguien se sumó a tu sueño?
-Me hace sucedido en varias oportunidades.
-¿Por ejemplo?
-A los 16 años, acababa de leer sobre el viaje del Che y deseé emularlo, así que me fui a dedo a Perú porque quería conocer Machu Pichu. En Córdoba me alcanzó un amigo, que terminó sumándose al viaje, juntos llegamos a Lima y luego a Machu Pichu.
En Lima fueron alojados en la casa de la cuñada de Lito Cruz, un apoyo fundamental para un chico de 16 años involucrado en semejante travesía. “Era un nene, pero eran otros tiempos, se jugaba a las escondidas hasta tarde, en los baldíos se armaban los picados de fútbol”.
Nació en La Plata porque su padre, entonces empleado del Banco Provincia, había llegado a la ciudad fundada por Dardo Rocha para estudiar dibujo y escultura porque quería ser dibujante de historietas. De su puesto en el banco pasó a desempeñarse en el Ministerio de Educación y, estando allí, se enteró que en un frigorífico de Berisso estaban tomando personal y pagaban más que en el Estado, un incentivo para mudarse a esa ciudad pegada al Río de la Plata. “Allí conoció a mi abuelo, un búlgaro comunista, y luego a quien sería mi madre. En aquella época, Berisso era un lugar donde las puertas no se cerraban con llave, era la capital nacional del inmigrante, debido a que mucha gente llegaba para trabajar en alguno de los tres frigoríficos que allí estaban asentados”.
-Un lindo crisol.
-Iba al almacén con mi mamá y escuchaba acentos italianos, rusos, gallegos, era hermoso.
-¿Cómo se relacionó tu padre con el teatro?
-El bar al que iban a comer los obreros del frigorífico era atendido por Lito Cruz, ya que el dueño era su padre. Ahí se hicieron amigos.
-En Buenos Aires, tu infancia cambió.
-No tanto, llegamos en 1968 y fuimos a vivir a Viamonte y 25 de Mayo, que, si bien era un lugar céntrico, con los chicos de la cuadra aún podíamos jugar a la pelota en la calle. Por otra parte, mi familia no era convencional, así que había libertades. De hecho, no les llamó la atención que me quisiera ir solo a Perú.
-Familia de artistas.
-En el círculo de amigos de mi viejo estaban David Viñas, Lito Cruz, Carlos Gandolfo, entre tantos otros.
-¿A qué se dedicaba tu mamá?
-Era asistente odontológica, pero era muy “progre”, de mente abierta.
Influencia
-¿Cómo podrías cuantificar el influjo de tu padre a la hora de vislumbrar tu propia vocación?
-El oficio de mi viejo era muy diferente al de los padres del resto de los chicos, era un mundo donde se hablaba de cuestiones que no eran los más frecuentes. Me acuerdo que él formaba parte del “Clan Stivel”, lo cual me hacía convivir con los hijos de David Stivel, Bárbara Mujica, Oscar Ferrigno. Escuchar esa usina de ideas, sueños, historias, era un mundo muy valioso. Me divertía más que escuchar lo que contaba un tío médico.
-Entonces, ¿nunca fue impuesta la vocación?
-Para nada, fue como seguir con el boliche del viejo. Sólo cuando volví del viaje a Perú me surgió la idea de ser guardaparque o marino mercante, pero el teatro pesó más.
Siempre apoyado por Federico Luppi, debutó en el teatro Embassy a los 12 años, dirigido nada menos que por Hedy Crilla. En ese elenco también estaban Mónica Villa, Betty Elizalde y Norberto Díaz, entre otros. Al tiempo de trabajar juntos, la directora austríaca fue quien lo conectó con Agustín Alezzo, su primer maestro.
-Sos un gran actor, pero también sos hijo de quien fuera un talentoso y con quien compartís un enorme parecido físico. Todo eso, ¿te ha pesado?
-Sí, era un poco incómodo, siempre estaba la comparación. Si laburaba bien o laburaba mal, algunos decían “está porque es el hijo de Luppi”. Una vez mi viejo me dijo “si seguís en este oficio, te vas a tener que bancar a todos mis amigos y a todos mis enemigos”.
-¿Pasaste situaciones incómodas?
-A veces me llegaba el pelotazo y no sabías si era para mí o un tiro por elevación para mi viejo. Una vez, me llamaron para hacer el programa Situación límite y el productor me dijo “te llamé porque quiero hacerle un homenaje a tu viejo porque a vos todavía te falta”. Encima me lo dijo antes de grabar.
-Muy estimulante.
-Llegué a casa y lo llamé a Cacho Bidonde para contarle lo que me había sucedido y decirle que no lo quería hacer.
-¿Qué te respondió?
-”Si no lo hacés, dejás que la partida la gane ese productor”. Yo sabía que estaba expuesto a esas situaciones.
-También habrá sucedido todo lo contrario, el afecto por traslación.
-Eso me sucedía mucho. Lo primero que hice en televisión fue Rosa de lejos y me acuerdo que Leonor Benedetto me súper apoyaba, me enseñaba, lo mismo Betiana Blum, que me conocía de chiquito.
-¿Cómo era Federico Luppi en la intimidad y en su rol de padre?
-Era un muchacho difícil. Se hizo solo, ya que había quedado huérfano a los 16 años, tuvo que pelear por sobrevivir y salirse de los cánones de su entorno, donde no había actores y lo miraban como si estuviera loco. Pero, como siempre se autogestionó la vida, siguió su deseo, aunque también se endureció bastante.
-¿Cómo era en cuanto a lo afectivo?
-La familia y los vínculos le costaban. No sabía cómo manejarse, incluso de grande.
-Gestionar la emoción es aprendizaje...
-Por supuesto, ese no era su fuerte. No se tomaba vacaciones, si terminaba de filmar lejos de Buenos Aires, quizás se podía quedar unos días más recorriendo el lugar, pero nada más. No era de cortar e irse. Vivía para el trabajo, le gustaba eso, amaba lo que hacía, era su mundo. Trabajaba en televisión, teatro y cine alternadamente, no concebía otro modo de transitar su vida. Navidad y Fin de Año lo agarraban donde lo agarraban, no había un plan, una organización. No era el padre que reunía a la familia para una reunión o pasar las fiestas. Me acuerdo que la única vez que salimos de vacaciones fue porque la organizó el “Clan Stivel” y nos fuimos todos juntos, pero se hablaba de teatro todo el tiempo.
-¿Discutías mucho con él?
-Era difícil discutir con papá, era muy rotundo en sus opiniones y visión. Discutir con él era ir al choque, a una pelea, había que buscar la manera. Era parte de su historia, se fue haciendo de retazos.
Una vida atípica
Entre influencias intelectuales, deconstrucciones y libertades, Gustavo Luppi conformó una personalidad libre que le dio sustento a una vida atípica. Su primera vocación ha sido la actuación, pero, con los años, se convirtió en un muy destacado director de televisión, rol que le permitió ponerse al frente de éxitos como Mi cuñado, Naranja y media, la primera temporada de Verano del ´98, Lalola, entre muchos otros. “No fue algo muy buscado por mí, fui como una hoja al viento”.
Si bien también en su haber aparece la dirección teatral -algo previsible dada su historia- lo cierto es que se reconvirtió en televisión en director de cámaras, con el plus de conocer muy bien el manejo y la marcación actoral. “Me gustaba la cámara y la impronta de la televisión, para mí era como un juego, algo que no me sucedía con el cine”.
Lo lúdico que le despertaba el oficio televisivo fue una mirada que incorporó desde muy chico: “Acompañaba a mi viejo a las grabaciones en los canales y para mí toda esa gente estaba jugando. Hacían escenas de peleas o de amor y después se iban a la casa”.
Luppi aún era actor cuando le sugirió al recordado director de televisión Martín Clutet que le interesaba ese oficio. Fue este profesional quien le comenzó a enseñar desde la praxis y a permitirle dar sus primeros pasos en la dirección. “Clutet estaba haciendo Alta comedia y yo me pegaba a él para aprender, era inseparable. Me vio con tantas ganas que me dio la oportunidad de preparar una primera escena”.
Luego llegó la producción, donde también incursionó, hasta que se vinculó con Hugo Alejandro Moser, quien le permitió oficiar de asistente de dirección y luego dirigir en exteriores. “Me hice en la práctica, luego se abrieron carreras como Imagen y sonido”.
-Siendo actor, había un conocimiento extra invalorable.
-Nunca le tuve miedo al planteo actoral de las escenas porque era lo mío. El gran esfuerzo estuvo en el trabajo de cámaras y lo técnico, un aprendizaje interesante. Como era una época muy industrial del medio, uno se entrenaba a fuerza de mucho trabajo, el ojo se acostumbraba rápido.
-En tanto director, ¿qué no le perdonás a un actor?
-La falta de disponibilidad. No es un problema que alguien no sepa, la dificultad aparece cuando no le interesa aprender. Hay mucha gente que llega a la televisión para hacer plata y eso es una pena. Siempre digo que la televisión es un gran radiador, agarra a todos los bichos. Uno cuenta con elencos de 20 personas, de los cuales 10 son actores y otros 10, que provienen de diversos ámbitos, son puestos a dedo por el canal. Por ejemplo, te pueden meter en una ficción a la secretaria de un programa de juegos o a un youtuber que tiene millones de seguidores.
-¿Es complejo dirigir a ese tipo de personas?
-El director no tiene una varita mágica que puede convertir en actor a cualquiera. Actuar es un arte y un oficio con sus técnicas y conocimientos. Ser carpintero no es clavar un clavo, es mucho más. Una escena es lo mismo, no se trata de repetir una letra, sino de avanzar en una hipótesis de conflicto y en una resolución. No es decir el texto con naturalidad, como muchos creen.
-Esas situaciones deben ser muy incómodas para un actor de raza.
-Cuando les toca compartir escenas con gente que no es profesional ponen piloto automático; no me parece mal, es preservarse. Una escena entre actores de verdad es un ping pong, pero si una de las partes falla, todo se viene abajo.
-¿Sos un director de repetición de escenas o tratás de manejarte con pocas tomas?
-Repito hasta lograr lo óptimo. Entendí que lo óptimo es enemigo de lo perfecto. Ya que lo perfecto jamás se consigue, uno tiene que optimizar y sacar lo mejor de las personas que tienen que hacer la escena. Sin embargo, a los personajes mediáticos, que no son actores, no sabía cómo entrarles, les decía “relajate” y ellos no sabían qué hacer.
Fin de ciclo
Hasta fines del año pasado dirigió las grabaciones de Buenos chicos, tira que está por culminar su salida al aire en eltrece y que, tal como adelantó Adrián Suar, será la última producción de Polka en bastante tiempo. Tampoco los demás canales cuentan con tiras diarias nacionales en el aire, salvo los unitarios de la TV Pública.
-Tenés el doloroso privilegio de haber dirigido la última tira de la televisión abierta.
-Fue muy triste enterarse que Polka dejaba de producir. Conocí esa casa con un montón de gente trabajando, con proyectos incesantes, era una usina. Era lo mismo que sucedía con Alejandro Romay en Canal 9, te podían gustar más o menos las ficciones que hacía, pero había mucho trabajo para los actores, técnicos, autores, productores, para toda la industria.
Alteridad
Como decía María Elena Walsh en “Canción de caminantes”, uno de sus clásicos, “dame la mano y vamos y ya”. Algo de eso se pone en juego en el entramado narrativo de El amateur, escrita por Mauricio Dayub, dirigida por Luis “Indio” Romero, y con la banda de sonido compuesta por Jaime Ross.
El Pájaro y Lopecito, los personajes interpretados por Dayub y Luppi, conmueven al ofrendar un relato esperanzador, donde el sueño de uno de ellos termina haciéndose carne en el otro. Juntos van en busca de ese deseo, que termina siendo un anhelo compartido. Una parábola, un canto a la amistad y el enaltecimiento del esfuerzo por lograr un objetivo.
“Hay una suerte de cultura de la individualidad, de la cancelación del otro si dice algo con lo que no se está de acuerdo. Ese tipo de célula, de caparazón de tortuga donde se mete la gente, atenta contra la idea que proponemos en la obra, donde decimos ´es posible que tu sueño también sea mi sueño´”. Luppi traza un paralelo con la experiencia vivida cuando transitó el Camino de Santiago en España.
“Todos tenemos hemos tropezado más de una vez y nos hemos caído. Quién no tiene sueños secretos o anhelos profundos que pueden ser cuestiones cotidianas como los pequeños logros, el reconocimiento del otro, el afecto. Siento que todo eso es lo que más le pega a la gente que ve El amateur”.
La obra se estrenó en agosto de 1997 -con Vando Villamil acompañando a Mauricio Dayub y con supervisión dramatúrgica de Mauricio Kartun- y contó con una versión cinematográfica homónima que se vio en cines en abril de 1999, dirigida por Juan Bautista Stagnaro. Hoy, la pieza se define con el mote “segunda vuelta”.
“Lo paso ´bomba´ arriba del escenario”, dice sin rodeos Luppi, quien reconoce que la emoción del público “es liberadora” y agrega “¿quién no quiere que lo quieran?, lo que pasa es que salimos a la vida con una armadura para poder pelearla”.
-¿Habías visto la obra?
-Sí, pero, además, como soy amigo de Mauricio (Dayub), él me iba contando cómo iba avanzando con la escritura del proyecto.
-Históricamente estuviste cerca del material.
-Sí, pero no es lo mismo encararlo como actor. Tuvimos un período de tres ensayos semanales, en donde yo confiaba ciegamente en que lo que me indicaban tanto el “Indio” Romero como Mauricio (Dayub) me llevaría por el camino correcto. Además, el texto sufrió una revisión, es una versión muy trabajada.
-Volviendo a pensar en herencias y vocaciones, tus hijos heredaron tu atravesamiento por el arte.
-Antonio es bailarín del elenco estable del Teatro Colón, Juan es actor y Josefina hace stand up.
-La dinastía continúa.
-Así parece. Me pone muy feliz.
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