Guido Gorgatti: el adiós a uno de los actores del siglo en la Argentina
Aunque fue un eterno y notable secundario en grandes momentos del cine, el teatro, la radio y la televisión en nuestro país, quedará en el recuerdo del público como un gran protagonista del espectáculo local
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Nunca fue protagonista estelar. Tampoco le tocó encabezar un programa propio o algún ciclo que llevara su nombre a lo largo de una trayectoria que empezó cuando tenía 12 años y se extendió hasta su novena década de vida. A Guido Gorgatti nunca lo acompañaron las grandes luces en las marquesinas o en los créditos de las películas y los programas televisivos, una ausencia que se compensó con creces gracias a un reconocimiento popular que jamás se apagó del todo.
Esa admiración adquirió sus contornos más tristes cuando se conoció en la madrugada del jueves la noticia de la muerte de Gorgatti. Tenía 103 años y vivía desde hace bastante tiempo en una residencia para adultos mayores. El público que siempre lo recibió con la simpatía y el aplauso que solo reciben las grandes figuras sintió en ese momento que con su partida se cerraba buena parte de la mejor historia de nuestra televisión. A Gorgatti le tocó participar de ella con nombre propio y con un talento que le permitió lucirse en el desafío más difícil que enfrenta cualquier actor: hacer reír.
En 2008, el propio Gorgatti recibió la explicación más sencilla y clara del secreto de un éxito que los actores de reparto como él suelen percibir como algo módico, imposible de remontar vuelo. Ese año, Elsie Yankelevich, integrante de una de las familias más identificadas con la historia y la vida de nuestra TV (hermana de Gustavo e hija de Jaime), lo llamó para que lo ayudara a recopilar información para un libro. Quedó sorprendida por la extraordinaria memoria del actor, una máquina interminable de evocar anécdotas y grandes momentos.
Elsie, poco después, le dijo que quería escribir la historia de su vida. Gorgatti esbozó una primera negativa. “¿Yo? ¿Por qué? Si nunca fui galán ni protagonista”, le dijo. La respuesta de Yankelevich fue imposible de refutar: “Gorgatti, usted tiene un carisma único”. De esa frase no solo se desprende una bella biografía (Amanece en el espectáculo es su título) llena de ilustraciones y datos sobre la memoria televisiva de nuestro país. El cariño que siempre recibió del público también se explica a través de sus páginas. El libro se presentó en el auditorio de la Asociación Argentina de Actores, que recordó a Gorgatti, al anunciar su fallecimiento, como decano de sus asociados.
En ese libro y en otros textos históricos o enciclopédicos sobre la televisión argentina (los de Jorge Nielsen, por ejemplo), aparece con una sola “t” la mención del apellido de este inquieto y vivaz emigrante italiano, nacido en el pueblito veneciano de Crispino el 5 de diciembre de 1919. “En mi pueblo todos eran rubios y de ojos celestes, menos yo”, explicaba con su cálida sonrisa y una voz de tono grave que siempre lo ayudó a afirmarse en el escenario y la pantalla.
Su padre decidió dejar Italia y viajar a la Argentina con sus seis hijos tras la llegada al poder de Benito Mussolini. El pequeño Guido vivió buena parte de su infancia en un conventillo del barrio de Constitución. Volvió muchas veces de paseo a su país natal, pero nunca pasó por su cabeza el regreso definitivo. “Siempre amé a la Argentina –dijo una vez-. Y aunque hubo épocas de miedo, nunca me quise ir. Me la aguanté piola, piola, como Gardel en el avión”.
Se acercó al Teatro Infantil Labardén, cercano a su casa, con la excusa de aprender actuación, pero con otro propósito más inmediato en esa época de escasez absoluta: después de las clases recibía un vaso de leche y un sándwich. Hasta que la chispa de una vocación artística oculta se encendió con la ayuda de una profesora de declamación. “De vez en cuando nos pedía permiso para decir malas palabras. Necesitaba sacarlas, porque de lo contrario no podía continuar con las clases”, contó sobre Alfonsina Storni.
De a poco su carrera de actor cómico empezó a encaminarse. En esos comienzos hizo teatro y radio, donde aprendió el oficio de musicalizador, tarea que luego Alberto Migré reconocería como valiosa ayuda para algunas de sus creaciones. Llegó a la televisión en su etapa pionera, con un primer aporte reconocido en 1957 cuando se sumó al elenco de un ciclo de comedia que parodiaba los muy exitosos programas de preguntas y respuestas de ese tiempo, La cacería de los quinientos mil pesos.
Una de las explicaciones de la popularidad de un actor cómico pasa por el talento y el sentido de la oportunidad para instalar frases que por alguna razón se quedan en la memoria colectiva. En ese primer programa, Gorgatti instaló una de esas muletillas: “¿Y la heladerita? ¿Dónde está la heladerita?”. Años después, ya instalado en el extraordinario elenco de La tuerca, agregaría otra, todavía más repetida y recordada: “Me lo dijo un muchacho que sabe”.
Esta última sentencia le pertenecía al personaje más feliz de toda la carrera, uno de los memorables jubilados que compartían quejas, anécdotas y comentarios chispeantes sentados en el banco de alguna imaginaria plaza porteña. Gorgatti personificaba allí a un eterno cascarrabias de acento español, siempre de sombrero, con una bufanda alrededor del cuello y un diario abierto entre sus manos. Allí nos hacía reír protestando sobre todo y contra todos, empezando cada intervención con el inevitable “Señor mío” y unos cuantos carraspeos.
Ese sketch compartido con Vicente Rubino, Tincho Zabala, Julio López y Rafael Carret era puntal de un programa cómico insuperable, estrenado en 1966 y que se mantuvo en el aire durante varias temporadas. A Gorgatti siempre le llamó la atención que a pesar de su raíz e identidad itálica lo buscaran para personificar toda clase de personajes con acento español, entre ellos un estereotipado portero de edificio con uniforme a rayas, cejas pobladas y barba incipiente sin afeitar. Menos se recuerda su participación en una genial parodia de la muy popular telenovela Rolando Rivas, taxista, en la que imitaba al personaje del Cortito (Carlos Artigas). El creador de La tuerca, Héctor Maselli, la bautizó “Rynaldo Roba, tachista”.
Desde entonces, y a lo largo de las décadas siguientes, Gorgatti nunca dejó de aparecer en toda clase de pantallas y escenarios, elevando así una popularidad que transmitía de la manera más natural gracias a su innata vis cómica y un vozarrón inconfundible. No era muy alto, pero la autoridad de su presencia actoral lo mostraba frente a las cámaras o al ojo del espectador teatral siempre más grande.
Así pasaron innumerables avisos publicitarios, unas cuantas películas (más de 25), mucha radio y varios programas de TV de gratísimo recuerdo en distintas épocas, de La revista de Dringue Farías a El chinchorro. Con el tiempo, ya en plena madurez y con su blanca cabellera como signo de identidad, logró instalarse con cierta constancia en el mundo de las ficciones locales (telenovelas, comedias, unitarios). Pasó en diferentes etapas por Vos y yo, toda la vida, Teatro como en el teatro, Ahí vienen los Manfredi, Primicias, Son amores, Tiempofinal y Resistiré, entre otras. En las historias más melodramáticas siempre recurrían a él para suavizar el relato con algún aporte próximo a la comedia. Cerca de cumplir los 90 le tocó en La ley del amor encarnar al padre de Pablo Alarcón, con quien además compartía el hobby de la cocina. “Siempre nos intercambiamos recetas”, comentó en esa oportunidad.
De esa última etapa también se recuerdan su personaje fijo de mozo en las historias de Un cortado, la creación de Leonardo Bechini, y una aparición que se vivió como gran homenaje a su carrera en un episodio de la segunda temporada de Los simuladores, “El clan Motul”. Allí personificó a uno de los ancianos que se resiste a la demolición del geriátrico en el que residen. “Hoy parece que todos nacieron de una incubadora. No hay viejos en la televisión”, se lamentaba en ese tiempo por las pocas oportunidades de trabajo que se le presentaban.
Inclusive en sus años más altos, Gorgatti nunca dejó de evocar desde su excelente memoria con gran lucidez los buenos tiempos que vivió como actor. De lo único que siempre se resistió a hablar fue de su vida privada, a la que aludía muy de tanto en tanto. Como cuando dijo para refutar algunas habladurías: “Yo tuve muchas novias y no me casé porque me gusta la vida del pájaro libre”. Otra muestra de discreción del eterno secundario que se convirtió en el gran protagonista de una vida extraordinaria con el espectáculo. En la memoria del público, el pequeño gran Guido Gorgatti fue uno de los actores del siglo.
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