Este sábado, el mítico colectivo de artistas creado por el recordado Jean François Casanovas ofrecerá Banquete de Caviar en un espacio de San Telmo fundado por Lino Patalano
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El Grupo Caviar es un clásico de la noche porteña que ha dejado una huella fundacional en torno al transformismo con estética elegante, estilizada, al servicio de una galería de personajes donde aparecen desde divas y cancionistas icónicas hasta anónimas mujeres -siempre llamativas e imponentes- y muchachitos de fina estampa.
Este sábado a las 20.30, Caviar se presentará en Cástor y Pólux, el preciso espacio de San Telmo que fuera creado por Lino Patalano y que marida muy bien con la estética del grupo que fuera creado por Jean François Casanovas y que dirige Walter Soares, quien ingresó a la compañía en 1985, tres años después que Casanovas fundara este colectivo de actores de técnica precisa.
La actual propuesta lleva por título Banquete de Caviar y está conformada por una sucesión de cuadros marcados por el humor, la poesía, la música y la danza, y sobre todo, por la colorida estética de este grupo de características propias y bien definidas, mezcla de Moulin Rouge, café concert, teatro de revista y algo de bataclán.
“Cuando llegó Caviar, rompió con el tabú y abrió la puerta para que los hombres se pudieran pegar una pestaña”, reconoce el director Walter Soares, interrumpiendo un ensayo para la charla con LA NACION, en medio de un divertido caos donde hay decenas de pares de zapatos, vestidos, pelucas y tocados. Un desborde de estilismo.
El Grupo Caviar hoy está integrado por Mauricio Guzmán, Luna Bordi, Richard Pintos y el propio Walter Soares. Verlos a todos “de civil” hace imaginar en el arduo trabajo de producción física al que se someten antes de cada presentación: “Nos lleva una hora y media maquillarnos”, afirman. Es tal la velocidad del show que, entre cuadro y cuadro, a veces cuentan con pocos segundos para cambiarse desde la ropa hasta las pelucas, zapatos y maquillajes. El backstage es un espectáculo aparte, “si no te corrés, te pasamos por encima”, bromean.
En Banquete de Caviar se sucede “Mama Morton” del musical Chicago, un homenaje a Carmen Miranda y una estrella “que conduce a otro mundo”, tal como explican. “La diva no se sabe si es hombre o mujer, pero siempre existió”, dice Soares. En el cuadro “Puerto Rico”, un clásico de Caviar aparece el humor, una pata que siempre acompañó al grupo, y un precioso cuadro en referencia al film El color púrpura.
Un poco de historia
Walter Soares se topó con Jean François Casanovas en una disco porteña llamada Área. “Nos conocimos ese día y no nos separamos más”. En esa época, Soares trabajaba en un negocio de iluminación y estaba muy lejos del arte y Casanovas ya había creado Caviar. Dos mundos que podrían no haberse cruzado jamás.
De aquel primer encuentro nació una íntima amistad. Meses después, Jean François Casanovas le propuso ingresar a la compañía como asistente, con vistas al estreno de un nuevo espectáculo que harían en Michelangelo, el famoso reducto de San Telmo. “Yo estaba atrás del escenario para ayudar a vestir a los artistas, pero era tal mi compromiso, que siento lo mismo que ahora. Siempre tuve respeto por el trabajo”.
Finalmente, Walter Soares se subió al escenario en el espectáculo Moria y Caviar, donde el grupo compartía el cartel con Moria Casán. “Todos querían trabajar con nosotros, era tal el éxito que íbamos a muchos programas exitosos, desde Almorzando con Mirtha Legrand a Badía y Compañía”. También eran moneda corriente en Monumental Moria, el programa que la vedette tenía en Canal 9, formaron parte de Grandes valores del tango y de Botica de tango. Tampoco se han privado de trabajar junto a la cantante Estela Raval.
“He ido decenas de veces preso, aún en democracia, y sólo por caminar por la avenida Santa Fe, pero como me veían mariquita, me metían adentro”. Corrían los inicios de la década del ochenta y no eran tiempos fáciles para la comunidad gay. Caviar se enfrentó a eso como un acto de rebeldía. Una forma de marcar la cancha y tomar partido.
Si algo caracterizó a estos artistas fue el profesionalismo, las líneas refinadas, el lujo estético y la perfección de la técnica. “Jean François Casanovas era muy exigente, más de una vez nos hacía llorar con sus frases, nos decía ´no sirven para nada´, pero gracias a eso aprendí mucho”, recuerda el actual director general, cuyo primer rol en la compañía fue interpretar a un marinero y un número de 42nd Street.
En el repertorio de Caviar podía aparecer un cuadro en homenaje a ABBA y luego el “Ave María” o podían convivir “Taquito militar” de Mariano Mores con una pantomima de “Se dice de mí” de Tita Merello.
Caviar siempre fue una factoría. “Trabajábamos desde la mañana a la noche cosiendo los trajes, pegando lentejuelas y brillos. Ensayábamos horas y horas diarias, algo que se fue perdiendo, y, sobre todo, disfrutábamos estar juntos”.
A la hora de pensar en el hoy, siente que hay algo que se ha transformado en torno a la mística de los artistas: “Nosotros tirábamos para el mismo lado, queríamos que todos tuviéramos el culo bien parado, no se iba en busca del lucimiento personal”.
Tal fue la repercusión del grupo que, en 1986, ya muy instalados en la cultura argentina, fueron convocados para ofrecer su arte en el mítico Canecao de Río de Janeiro: “Estuvimos dos meses y medio con localidades agotadas. En esa época, Manuel Puig tenía proyectado hacer una versión de Boquitas pintadas protagonizada por nosotros”. Una pelea de cartel entre Jean François Casanovas y el encumbrado novelista hizo naufragar esa propuesta que hubiese sido soberbia.
Soares hace memoria y afirma que “en Chile conocimos el verdadero Jet set. En el teatro California de Santiago hicimos un suceso tal que hasta tuvieron que cortar el tránsito. Jean François llegó a la sala acompañado por Cecilia Bolocco, los dos subidos a elefantes y nosotros veníamos detrás a bordo de un Roll Royce”.
A pesar de lo exótico de la mística que los rodeaba, Soares entiende que “todo era un juego y jamás nos creímos nada, no nos sentíamos importantes, no teníamos tiempo para pensar eso”.
Disruptivos e inclusivos
“No sentíamos miedo a vestirnos de mujer, eso era mérito de Jean François Casanovas. Hay que pensar que, en ese momento, expresiones como ‘drag queen’ no existían”. Caviar abrió puertas y expandió ideas desde el arte, pero trascendiendo a lo social. Esos hombres enmascarados en purpurinas, pestañas salientes y labios carnosos a fuerza de pintura se pararon firmes para ofrecer lo suyo.
El aporte de Caviar en la visibilidad de una cultura haute couture, sofisticada, de buen gusto y audaz fue fundamental. Desde ese lugar, realizaba un trabajo inclusivo cuando tal cosa no estaba validada. La comunidad gay, hoy definida como LGBT+, encontraba en estos artistas una reivindicación a sus gustos, placeres y, sobre todo, a una identidad, cuando todo ello sólo era aprobado clandestinamente, en el ostracismo, fuera del foco de la masividad y los permisos. “Rompíamos prejuicios sin necesidad de gritar. A la cultura gay, Caviar la elevó, le dio status artístico. Un espectáculo del grupo era de una educación sublime”.
Este colectivo de artistas solía ofrecer sus espectáculos en lugares referenciales de la noche porteña como la confitería La Ideal. Y si el circuito llamado underground era un caldo de cultivo de creatividad, en el mainstream de los teatros convencionales lograban acercarse a un público más masivo.
El sello de un francés
Jean François Casanovas nació en París en el año 1949. Por una grave enfermedad, hasta los 18 años no caminó. En ese tiempo de estar confinado en una cama, aprendió cuatro idiomas. Ya de pie, lo primero que le dijo a su madre fue “quiero que la gente me aplauda”.
Con menos de veinte años, se presentó en una audición en el casino de París, donde ofreció una performance en patines. Deslumbró. Finalmente formó parte del staff de ese centro de entretenimientos. Al tiempo, un grupo de argentinos lo vio y lo tentó para instalarse en nuestro país para trabajar en los cabarets. “Hoy hay ausencia de arte real y de respeto al otro, pero Jean François Casanovas imponía trabajo de grupo, admiración por el compañero y rigurosidad”, dice Soares.
Casanovas trascendió con esa marca que inspira refinamiento. Impuso un estilo único que mixturó fonomímica con transformismo, logrando que sus actores, y él mismo, se convirtieran en representantes de un arte propio con inspiraciones internacionales, pero muy poco transitado aquí. Al menos con la perfección que impuso Casanovas.
Un director diferente
Walter Soares padeció un ACV hace algunos años. Hoy, cierta dificultad en la vista no le impide moverse con comodidad en el escenario, como así tampoco poner manos a la obra como albañil ya sea para construir su propia casa o las de sus vecinos. “Mi plata está toda puesta acá”, dice, mientras señala el pomposo vestuario, y reconoce que “siempre quise tener una casa hecha por mí”. Lo logró en un amplio terreno de San Rafael, en la provincia de Mendoza, donde está radicado desde el 10 de junio del 2022.
“Mis vecinos me enseñaron a preparar la mezcla y a hacer el piso. Sabiendo eso, empecé como el último ayudante”, dice este hombre que hizo del transformismo un estilo de vida, pero que puede pasar de caminar muy cómodo montado en un zapato stiletto y un vestido con escote, al fratacho.
“A los 33 años tuve cáncer con metástasis. Morí y volví. De las drogas me tendré que cuidar toda mi vida. Pero siempre está la posibilidad de aprender y de disfrutar de lo simple, de reírme”. Entre el cemento y los revoques de paredes de ladrillos, Walter Soares encontró un escape a una vida vertiginosa: “Me cansé de vivir en las capitales del mundo, por eso decidí irme cerca de la naturaleza, elegí la montaña y San Rafael, lugar que conocí cuando hice temporada en Las Leñas”.
Vivió en Bogotá, Caracas, Río de Janeiro, Montevideo. “Una temporada de Caviar eran meses enteros, conviviendo con una compañía que llegó a tener quince personas y viviendo en hoteles de cinco estrellas”.
Celebridades fans
La cantante cubana Celia Cruz llegaba a la Argentina sólo para ver a Caviar. “Bailábamos toda la noche”, recuerda Soares y agrega “cuando estuvimos en la confitería La Ideal, Celia Cruz y Amelita Vargas venían a vernos cada quince días”.
Olga Guillot era otra de las seguidoras del grupo: “Con ella hicimos un espectáculo en ATC (Argentina Televisora Color) que duró dos días. Era como una tía que nos quería”.
Norma Aleandro, Marilina Ross, Eleonora Cassano fueron algunas de las celebridades argentinas que no se perdían un estreno de Caviar. “Cuando venía Mirtha Legrand, nos pedía entrar por el camarín, le encantaba lo que hacíamos”.
Este sábado, Caviar volverá a ofrecer ese menú que hace viajar en el tiempo desde la fantasía y la atmósfera glam. “Con humildad digo que he hecho casi todo. Hoy el ego solo lo pongo arriba del escenario”, finaliza el director Walter Soares, dejando en claro que el grupo mantiene viva su esencia. Esa que hace que el espectador se conecte con un plano onírico muy alejado de la realidad más terrenal. Enhorabuena.
Para agendar. Banquete de Caviar. Sábado 14 de octubre a las 20.30 en Cástor y Pólux (Tacuarí 955).
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