A días de estrenar Pura sangre, un espectáculo de teatro físico que habla de mandatos y de amor, la actriz reflexiona sobre sus sueños, la popularidad y la relación con su hija Margarita
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Griselda Siciliani vuelve al teatro para hablar de amor y, adelanta, tiene más preguntas que respuestas. Pura sangre, el amor es un monstruo, que estrena el próximo 18 de febrero en el Multitabaris, es una creación de la actriz junto a dos grandes amigos, Jorgelina Aruzzi y Carlos Casella, y por eso el proyecto tiene un significado muy especial para ella.
En diálogo con LA NACION, Siciliani relata el proceso creativo de la obra, habla de sus sueños de adolescente y de cómo la sorprendió la popularidad, y dice que dejar a su hija Margarita durante cinco meses para filmar una película en México fue más doloroso para ella que para la niña, que quedó al cuidado de su padre, Adrián Suar.
-¿Cómo vivís la espera, a días de volver a subirte a un escenario después de haber protagonizado Sugar (2018) y La mujer de al lado (2019)?
-La verdad es que íbamos a estrenar a principios de febrero pero debimos reprogramarlo porque unos días antes tuve covid, y aunque la pasé muy tranquila, estuve guardada. Así que estoy con muchos nervios y siento mucha emoción, porque después de la pandemia parece otro mundo. Hace rato que tratamos de encontrar el hueco para que los tres pudiéramos enfocarnos en hacer el espectáculo, porque había que crearlo. Y nos llevó muchos meses.
-¿Cuál fue el disparador?
-En las primeras reuniones nos preguntamos de qué queríamos hablar... Enseguida nos reímos y dijimos ‘del amor’. Porque todo habla del amor: películas, obras, canciones. Primero creamos mi personaje, porque Carlitos hace la puesta y dirige junto con Jorgelina, que además escribe. Hubo tormentas de ideas, improvisaciones, pasó de todo en mi living. Fueron muchos meses de encuentros hasta que finalmente nos dimos cuenta de que en el amor básicamente hay más preguntas que respuestas. Y se nos ocurrió esta comparación del pura sangre con un personaje atormentado de mandatos y exigencias, porque un pura sangre tiene que ganar una carrera y a nosotros se nos exige amar de determinada manera y sino es un fracaso, una frustración. Mi personaje está arrasado por mandatos, tratando de cumplirlos, de ser eficiente, de ser una buena pura sangre. Investigamos mucho y nos enteramos que al pura sangre lo sacrifican si se le quiebra una pata, y también conocimos sobre otros caballos como el cimarrón, que en algún momento fue doméstico pero se emancipó y ahora es salvaje. Todo se nos llenó de significados y así empezamos a construir esta metáfora.
-¿Cómo surgió la idea de comparar el amor con caballos?
-No lo sé, quizá porque vivimos en un sistema que nos obliga a amar de una manera determinada. El amor tiene que ser en pareja, por ejemplo. Aunque es una comedia, necesitábamos a este personaje extremado por la derrota, que trata de hacer todo lo que le dicen, se adapta, hasta que de tanto cumplir con las exigencias de la sociedad, de la familia, de los otros, ya no sabe quién es. Porque hasta las personas con las mejores intenciones siempre tienen un juicio sobre el otro. Con Jorgelina y Carlitos recolectamos muchas anécdotas de amigos que quizá no quedaron o se deformaron, pero alimentaron la obra. Es un espectáculo que está atravesado por la música y el movimiento, tiene mucho humor y de verdades alucinante.
-Trabajaste en muchos espectáculos con Carlos Casella…
-Fui su alumna durante muchos años. Cuando terminé la escuela nacional de danzas, busqué maestros de danza contemporánea, entre ellos Carlitos. Con el tiempo nos hicimos amigos, fui asistente en algunas obras, por ejemplo en Nunca estuviste tan adorable, de Javier Daulte, donde Carlitos era el coreógrafo y yo su asistente. Tendría 18 años. Después hice una temporada con El Descueve, la obra Hermosura, y vinieron muchas otras, Amor idiota, Estás que te pelas. Siempre queremos trabajar juntos, nos sentimos muy unidos. Ahora se sumó Jorgelina, y nos dimos cuenta que hay cosas que no decimos porque las dábamos por hecho, pero necesitamos ponerlas en palabras.
-Y con Jorgelina, ¿cómo nació la amistad?
-Trabajando en Educando a Nina, en el 2016. Nos habíamos cruzado antes, pero en esa tira pasábamos muchas horas juntas. Un día fui a verla en Carmen en la cruz, un unipersonal que hacía ella, y a partir de ahí nos quedó la idea de que ella iba a escribir un espectáculo para mí. No encontrábamos el momento, porque necesitábamos mucho tiempo para crear, ensayar, estrenar y hacer la temporada. Era un pendiente, y coqueteábamos mucho con la idea hasta que se dio.
-¿Fue durante la pandemia esta creación?
-Fue antes de la pandemia. Viajé a España para filmar Sentimental, con Javier Cámara, que es la adaptación de la obra de teatro Los vecinos de arriba, y por la que me nominaron a los Premios Goya. Y cuando volví estábamos a punto de empezar a trabajar con Carlitos y Jorgelina, tuve que ir a Los Ángeles para hacer un casting y quedé para hacer una película de la que no puedo contar mucho.
La película de la que no puede hablar por cuestiones de confidencialidad es Bardo (o falsa crónica de unas cuantas verdades), dirigida por Alejandro González Iñaturri, y que Griselda protagoniza junto a Daniel Giménez Cacho. “Filmé dos meses primero y luego otros cinco. Es un proyecto muy importante, estoy feliz por esa experiencia. Pero el asunto es que a Carlitos y Jorgelina tuve que decirles por qué no podía embarcarme en este nuevo espectáculo. A mi regreso, entonces sí nos pusimos a trabajar en Pura sangre y va a ser una temporada limitada de dos meses y medio porque después tengo otros compromisos”, detalla la actriz.
-¿Cómo fueron esos cinco meses lejos de tu hija Margarita?
-La extrañé muchísimo. Pero fueron las circunstancias, porque yo nunca decidí eso. Jamás pensé que iba a estar tanto tiempo lejos de mi hija, pero sucedió por los continuos cierres de fronteras. Estuve muy ayudada por la tecnología, y la verdad es que no pensé que iba a amar tanto el facetime, el zoom y todo eso. Por ahí pasábamos dos o tres horas conectadas todos los días y hacíamos la tarea, cocinábamos, jugábamos, charlábamos.
-¿Es verdad que la invitaste y no quiso ir?
-Sí, porque no quería faltar a la escuela. Estaba muy feliz acá con su papá, con sus amigos, había vuelto la escuela presencial después de un año entero y estaba contentísima. Y me dijo que si viajaba, a la vuelta tenía que estar una semana en cuarentena y era demasiado tiempo sin ir a la escuela. Obviamente hubiese querido que viniera pero también quiero que haga lo que la hace feliz. Ella estuvo genial acá con el papá. No es que la dejé con una tía, una amiga y vamos viendo. Cuando me fui no sabía que iba a estar lejos tanto tiempo y fueron cambiando las restricciones. Por otra parte, tenía en cuenta el privilegio y la felicidad de estar viviendo una experiencia increíble, muy tomada por ese trabajo y viendo a mi hija muy bien. Se lo agradezco infinitamente porque para mí fue más liviano. Me hablaba con alegría.
-Margarita no cortaba llorando…
-No, para nada. Llorando estaba yo (ríe). La extrañé mucho. Pero yo la extraño si no la veo un día o dos. Somos muy pegadas y fue raro tenerla lejos tanto tiempo.
-Contás que Pura sangre habla de mandatos, ¿fue difícil para vos sacártelos de encima y vivir el amor de la manera que deseas?
-Nunca me sentí tan atrapada por los mandatos, he tenido bastante suerte porque mi familia es muy especial. Después, hay mandatos sociales y culturales que tenemos todos y siento que voy aprendiendo día a día. Cuanto más sé quién soy y qué deseo, más fácil se hace y trato de mantenerme en ese lugar. Así me manejo con el trabajo, la familia, el amor. No soy demasiado parecida a mi personaje, que está aplastada por los mandatos. De todas formas, en algún momento todos se van a sentir identificados con algo de ella y eso es lo atractivo de la propuesta.
-Hablemos del amor en tiempos de redes sociales, ¿tenés aplicaciones de citas?
-No tengo nada. Lo que tengo es una dificultad y es que soy una ignorante tecnológica y apenas manejo mi Instagram. Soy muy torpe. Y soy más del encuentro, del mirarse a los ojos, compartir una charla. No estoy buscando a otro, así que si tiene que aparecer, va a aparecer donde sea. Pero siempre algo hay.
-Durante muchos años hiciste teatro under, ¿cómo te llegó la popularidad?
-Trabajar en la televisión fue una circunstancia porque hice en Sin código un personaje que hacía en teatro, en la obra Revista nacional. Apenas tenía una escena por capitulo y a veces ni aparecía, pero era una secretaria muy desopilante. En ocasiones lo analizo y llego a la conclusión de que le pongo pasión a cada proyecto en el que estoy y eso ha terminado siendo una especie de religión. Quiero decir que pongo la energía en el trabajo que hago, sin querer estar en otro. El camino artístico me sorprende con cosas que no esperaba y que relaciono con la pasión que le pongo a lo que estoy haciendo, a valorarlo y dignificarlo, por más pequeño que sea. Y después, será magia (ríe).
-¿Cuál era tu sueño de chica?
-Ser bailarina. Hago danzas desde muy chica y en la adolescencia estudié con Hugo Midón y la comedia musical me sorprendió, porque para mi la vida era la danza. Así descubrí ese mundo de humor y música que finalmente es lo que siempre me acompañó. A los 19 hice Tan modositas, con Virginia Kauffman, un espectáculo del under que disfruté mucho. Tenía un boca en boca increíble. Inventábamos escenas todo el día y hay algo de esa libertad y desparpajo que me encantaba. Nos tomábamos todo muy en serio, estudiábamos cómo hacer humor, éramos muy obsesivas las dos. Estábamos metidas en nuestro trabajo sin pensar en que podíamos levarnos a otro lado, y eso nos dio un montón de otras oportunidades.
-¿Cuándo volvés a la tele?
-Tengo ganas de hacer tele. Hay muchas propuestas de plataformas, pero estamos viendo.
-Ya pasaste los 40, ¿por dónde te atravesó la famosa crisis?
-Tengo 43 ya. Creo que a los 40 tuve una crisis, aunque no muy profunda, pero algo se me removió. Y lo relacioné porque se habla de la crisis de los 40, pero seguramente tuve muchas antes. Siento que a cada paso que doy soy más auténtica, más fiel a mi singularidad, respeto más quién soy y lo que soy.
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