La actriz, en una charla sincera con LA NACION, habló sobre su carrera, la gran repercusión que tuvo su personaje y reveló cuál fue su participación en un momento clave de nuestra historia y por qué todavía no pudo ver la película Argentina, 1985
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Aunque debutó en los años 80 e hizo decenas de ficciones y de obras de teatro, la popularidad le llegó de la mano de Malala, la malvada de Floricienta. Hoy, dieciocho años después, siguen recordándola por ese personaje. En charla con LA NACION, Graciela Stefani recorrió su historia, habló de sus hijos — también actores — que se fueron a vivir a Los Ángeles, donde está su padre Aníbal Silveyra, y aseguró que el coaching ontológico la ayuda a reforzar su misión de vida. Además reveló que fue parte de un grupo creativo que acompañó a los fiscales Julio Strassera y Luis Moreno Ocampo en el juicio a las Juntas y que, quizá por eso, todavía no pudo ir a ver la película Argentina 1985.
-Tus hijos, Josefina y Estanislao ‘Talo’ Silveyra, su mudaron a Los Ángeles, ¿cómo lo vivís?
-Con alegría, porque les está yendo muy bien. Josefina es cantante y actriz, y Talo es actor y director, y hace cinco años se fueron a vivir a Los Ángeles. Aunque los extraño, me da mucha alegría que estén con su padre (el actor Aníbal Silveyra), que vive allá hace casi 30 años. Se fue cuando los chicos eran muy chicos, e iban a visitarlo en el verano y el resto del año estaban conmigo. Hace cinco años tenían trabajo los dos, pero no les alcanzaba, tenían un techo muy bajo para sus posibilidades y decidieron irse. Mi hijo se fue con su novia, Micaela Racana, también cantante y actriz. Vienen a visitarme este año y después voy a visitarlos yo, posiblemente en mayo. Los veo felices y me da alegría que tengan muchas posibilidades de trabajo.
-¿Vos pensaste en seguirlos?
-Pensé en ir a España y quizá lo haga porque hay varios exalumnos que se fueron a vivir a diferentes ciudades y me dicen que me conoce todo el mundo, porque llegaron muchas tiras que hice. Ir a dar clases es una opción interesante. Hace cuarenta años que doy clases de teatro siempre presenciales hasta que en la pandemia empezaron a ser por Zoom y tuve alumnos de todo el mundo. Se armó una linda movida.
-Josefina se fue poco tiempo después de separarse de Nicolás Cabré. En una entrevista contaste que fue un yerno ausente, ¿cómo viviste esa relación como mamá?
(Ríe con ganas) — No me digas nada de mis hijos porque me sale una verdulera y me olvido de todo. Después Nico la llamó para pedirle disculpas porque había estado mal con ella y eso me pareció muy bien. Mi hija también es muy perfil bajo: no me contaba ni a mí. Quedaron en buena relación. La verdad es que no tengo problemas con Nicolás. Dije que fue un yerno ausente porque iba a buscar a Josefina a casa y se iban. Y apenas lo saludaba: “hola y chau”.
-¿Tenés proyectos en Buenos Aires?
-Tengo muchas propuestas como actriz, pero no son lo que deseo y no es soberbia. A esta altura quiero hacer lo que me hace feliz, me genere placer y me una al objetivo de haber elegido esta profesión, que es generar algo en el espectador, algo que los divierta, que los modifique, que los haga pensar. Tuve que decir que “no” a gente muy talentosa. Y puedo decir que “no” porque soy una busca, siempre lo fui, y me armo trabajo. Lo que sí voy a hacer es un proyecto para una ficción de Cris Morena, pero no se va a grabar acá y será en febrero. No puedo contar nada más.
-¿Tuviste una buena experiencia trabajando con ella en Floricienta? A pesar de que tenías muchos años de carrera, fue Malala el personaje que te dio popularidad.
-La verdad es que no me lo esperaba. Pasaron 18 años y ese personaje quedó sellado en mi frente y en la de quienes la vieron. Todavía me recuerdan a Malala y me escriben por redes. El personaje fue muy llamativo. A la gente le encantó y me da felicidad ver lo que genera, que mujeres de 40 años me digan “fuiste me infancia”, o “lo veo con mi hija en YouTube”. También debo decir que hay gente prejuiciosa y quizá hay productores que temen que un nuevo personaje que yo pueda hacer esté teñido de aquel. Entonces, de alguna manera, también me limita. Pero amé a Malala porque no era una mala sino una psicótica. Me divertía su humor malévolo porque podía jugar. Me saqué todos los prejuicios y lo disfruté. Fueron dos años maravillosos, pero nunca imaginé que iban a pasar 18 años y la gente seguiría hablando de ese programa.
-Pero no te encasillaron porque seguiste trabajando y no siempre de mala…
-No, para nada. El personaje siguiente sí fue de mala, en La ley del amor, pero ya después no.
-Se dijo que podrían hacer una obra de teatro de Floricienta, ¿es cierto?
-Yo no tengo ninguna información de eso. Nadie me llamó y lo pregunté porque en redes me consultan todo el tiempo. Como idea es brillante, pero no creo que se dé.
-¿Cuándo decidiste que querías ser actriz?
-Es mi vocación primera. De chiquita quería ser actriz y generar lo que generaban en mí Niní Marshall, Luis Sandrini, María Aurelia Bisutti, que me hacían llorar y reír. Deseaba generar cosas en los otros. Mis padres me dijeron que sí, pero que terminara la secundaria. Lo hice, le di el título a mi padre y después tuve que pedírselo porque fui a anotarme al Conservatorio de Arte Dramático y fue lo primero que me pidieron. También estudié con Agustín Alezzo, Carlos Gandolfo, Lito Cruz, hice tap, jazz, danza, canto. Una formación completa y pronto arranqué con audiciones.
-¿Y cómo empezaste?
-Tuve mucha suerte. Hice un casting para una obra de teatro de Jorge Maestro y Sergio Vainman y no quedé, pero me ofrecieron ser parte de un programa infantil que hacía Berugo Carámbula, que combinada dibujos animados con personajes infantiles. Yo fui una araña mala durante mucho tiempo y tenía mi propio decorado. Después me llamaron para hacer una tira con Verónica Castro y cuando terminamos, la misma productora me contrató para otra novela, y nunca paré. Fui muy afortunada. Y en teatro, lo primero que hice fue una obra que dirigió un maestro del Conservatorio, Olvida los tambores, de Ana Diosdado. Tenía 18 años y hacía de una mujer de 30. En esa época hacía televisión y teatro, pero no me alcanzaba, así que también trabajaba como moza y ganaba más que como actriz. Pero era mi placer.
-Sos coach ontológico, ¿decidiste estudiar como una nueva salida laboral o por otra razón?
-Estoy abriendo un curso que está relacionado con encontrar los dones de cada uno. Es algo que a veces no es fácil de descubrir. Y a partir de eso, buscar un objetivo e ir hacia esa meta. El coaching ontológico tiene que ver con lograr objetivos y con una técnica y preguntas específicas y dinámicas que acompañan para conseguir esa meta. Me di cuenta que siempre tuve ese don. Y esta historia está relacionada con la película Argentina, 1985.
-¿Cómo?
-En ese entonces había un grupo de creativos que acompañaba a Julio Strassera y Luis Moreno Ocampo, y yo estaba en ese equipo, convocada por un profesor de teatro. De verdad, no sabía ni lo que estaba haciendo porque no era militante, ni activista, ni nada. Simplemente era un grupo creativo de directores, actores, escritores que acompañaban a Strassera y Moreno Ocampo para poder afrontar el primer juicio oral y público a las Juntas. Eso fue fuertísimo para mí y con los años me di cuenta que tengo el don de poder acompañar al otro para que logre su deseo. Nos juntábamos en una casa en Villa Devoto, llegábamos escondidas y nos mostraban en Súper 8 cómo chupaban a las personas y veía las fichas de los desaparecidos.
-¿Qué recuerdo tenés de ese momento?
-Primero fue un darme cuenta de una realidad que desconocía. No tenía compromiso político y me enteré ahí. Me acuerdo que mi primer novio tenía un Ford Falcon rojo, y mi papá casi lo saca carpiendo, pero el chico no tenía nada que ver, simplemente tenía ese auto porque se usaba y le gustaba y nada tenía que ver con los horrorosos Falcon verdes. Esa vivencia con el grupo creativo fue tan fuerte que terminé haciendo terapia con ataques de pánico sin saber que eran ataques de pánico. Había como una negación a darme cuenta lo que sucedió. La psicóloga me hizo ver que yo sentía miedo y ahí me cayó la ficha.
-Claro…
-Estaba aterrorizada. Me acuerdo que no me animaba ni a preguntar. Cinco años me duraron los ataques de pánico. Terminé de darme cuenta cuando fui en un auto a Tribunales con Moreno Ocampo y parte del grupo creativo y me dieron una tarjeta con mis datos, igualita a las fichas de los desaparecidos, y mi sensación fue: “Me van a chupar en cualquier momento”. Me acuerdo que estaban Strassera y Moreno Ocampo y algunos militares en la sala del juicio y después había un pasillo y otra sala en la que estaban el resto de los militares, muertos de risa y fumando. Fue muy fuerte, lo cuento y lo siento en el cuerpo.
-Decís que los ataques de pánico te duraron cinco años, ¿cómo pudiste superarlos?
-Empecé a mejorarme cuando supe que no estaba loca. Resulta que una amiga me sacaba a comer a veces porque yo no quería ni salir de casa. Y en una de esas salidas fuimos a comer con un novio norteamericano que ella tenía y el tipo se dio cuenta que eran “panic attacks”. Saber qué me sucedía me ayudó a salir adelante. Con los años me di cuenta que siempre estuve del lado de querer acompañar a la Justicia. Esa es mi vocación, acompañar a alguien en el deseo de cumplir una meta y dar clases también es eso. Hace 40 años que ayudo a mis alumnos a lograr sus objetivos. Me recibí de coach ontológico hace un año y medio. Estudié en pandemia e hice el trabajo final en Los Ángeles cuando fui a visitar a mis hijos. Me dijeron que había aprobado y ellos me prepararon una fiesta. Fue hermoso.
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