Grace Kelly y Rainiero de Mónaco: el cuento de hadas que terminó en tragedia
A 61 años de la fastuosa boda de la actriz con el príncipe europeo, una historia de amor que escondía soledades, prohibiciones y angustias
En algunas ocasiones, el cuento de hadas se hace realidad. Aunque no siempre termina bien, como en los relatos rosa de ficción. La historia de amor de Grace Kelly y el príncipe Rainiero lll tuvo todos los condimentos que la convirtieron en un culebrón real (y Real), con los matices de una novela melosa rodada en escenarios distinguidos. Y con la dosis justa de sinsabores, machismo, sometimiento femenino, vocaciones truncas y tragedias que enlutaron los brillos de la realeza.
Y al igual que Tracy, su personaje en Alta Sociedad (1956), Grace debió sortear dudas, darse por vencida frente a imposiciones o adiestrarse en los protocolos que le dieron a su matrimonio la impronta de un acuerdo reglamentado. Hace 61 años, un 19 de abril de 1956, se consumaba la historia de amor seguida atentamente por millones en todo el mundo, confirmando la fascinación que despiertan esas vidas aspiracionales que esconden para el afuera las miserias que atormentan el adentro.
Infancias en dos continentes
Si algo unía a Grace Kelly y el Príncipe Rainiero lll eran las comodidades con las que se habían criado. Entre algodones, buena educación y costumbres conservadoras. Sin embargo, y a pesar de las coincidencias, los Kelly se diferenciaban, y mucho, de la Dinastía Grimaldi.
Grace era hija de Margaret Majer y de John Brendan Kelly, un adinerado empresario de origen humilde que había amasado fortuna con su fábrica de ladrillos y logrado cierta notoriedad como deportista olímpico: el remo era su gran pasión. Rainiero era hijo de la Princesa Carlota Luisa Julieta, Duquesa de Valentinois y del Príncipe Pedro María Javier Rafael Antonio Melchor, Conde de Polignac.
Grace transcurrió su infancia y primera juventud en Filadelfia. La “ciudad del amor fraternal” según reza la etimología de su nombre, la vio crecer y desarrollar su pasión por el arte, vocación que heredó de un tío dramaturgo. Rainiero padeció sus primeros años rodeado de niñeras, mucamas y educadores particulares que lo atendían las veinticuatro horas, pero que no suplían la contención que esperaba de sus padres. “Mi hermana y yo hemos sido educados por una niñera. A nuestros padres sólo les veíamos a las cinco de la tarde y únicamente durante una hora. El resto del tiempo estábamos confinados en una habitación de juegos”, confió alguna vez quien recibiría el título hereditario y la sucesión al trono por la abdicación de su madre en 1949.
Así fue como Rainiero accedió a la corona a sus jóvenes 26 años. Su formación militar le imprimió una rigurosidad que aplicó con ferocidad en su futuro matrimonio. Ella creció en los Estados Unidos; él en un principado pequeño que, gracias a su gestión, logró convertirse en un atractivo polo turístico famoso por las exclusividades y el bienestar lujoso.
Bella, dulce y apasionada
Grace Kelly ya era una estrella de Hollywood cuando conoció a su príncipe. Hermosa y carismática, había tenido varios romances, aunque nadie aún había despertado en ella esa pasión que llegaría de la mano de la realeza.
Siendo ya una joven adulta, su madre la reprendía por sus coqueteos con colegas del set. James Stewart, su compañero en La ventana indiscreta, alguna vez confesó con picardía: “Podría estar casado, pero no muerto”. Aunque nunca se confirmó si todo terminó en algo platónico o hubo algo más.
William Holden, con quien filmó Los puentes de Toko-Ri, también casado, se habría rendido ante la bellísima Grace. En La angustia de vivir -película por la que ganó un Oscar como mejor actriz en 1955-, su co estrella era Bing Crosby, 26 años mayor y viudo; no había necesidad de ocultarse, aunque él se quedó con otra. Tony Curtis habría hecho alardes de la fogosidad de la futura princesa: “Era muy caliente”. Clark Gable y Jean-Pierre Aumont también habrían ofrecido sus brazos para cobijar a una dulce Grace siempre dispuesta al amor.
Y un día llegó la pasión real
Dicen los ilusionados que el amor se encuentra agazapado a la vuelta de la esquina, que llega cuando menos se lo espera, en lugares imprevistos y de parte de quien menos se cree. Algo de eso sucedió en el encuentro de esta pareja, que nació con el sello de la perfección amorosa y estética.
Corría 1955 cuando el destino, ese azar sustentado en las causalidades antes que en las casualidades, jugó su partida. Musa de Alfred Hitchcock, a Grace la vida le deparó una llamada, aunque no fatal como la que padeció en el cine junto al maestro del suspenso y el terror. La bella estrella nunca imaginó que en el Festival de Cannes de 1955, donde fue la invitada de honor, conocería al hombre que le cambiaría la vida. La competencia congregaba a lo más granado del mundo del espectáculo internacional y a los habituales invitados de la industria, el universo de la moda y el jet set. Cannes brillaba aún más que de costumbre en esos días en los que se convertía en la vidriera del mundo.
Fue en ese marco en el que una revista internacional decidió realizar un photoshooting con la actriz. Para que el contexto fuese el adecuado y con todo el glam posible, se decidió, autorización mediante, hacerlo en uno de los castillos de los Grimaldi, concretamente en el palacio que habitaba Louis Henri Maxence Bertrand Grilmadi. Rainiero lll sabía de la existencia de la hermosa Grace y no dudó en abrirle las puertas de su elegante residencia. Lo que era una visita formal, protocolar, se convirtió en el momento más trascendental de su vida personal.
En medio de la sesión fotográfica, el Príncipe hizo su aparición. Ingresó a uno de los grandes salones rodeado de su séquito habitual. Ella posaba fresca frente a los flashes. Estaba en su métier. Imantadas, las miradas no demoraron en cruzarse. Personal de ceremonial los presentó. El elogió sus últimas películas, aunque no había visto ninguna; ella, agradeció y, apelando a sus dotes, inmediatamente personificó a una cándida retraída. Eso lo sedujo aún más. Conversaron animadamente. No tardó en llegar la invitación para visitar Mónaco cuando ella lo deseara. Grace agradeció con suma cortesía y pidió permiso para continuar con su trabajo. El se lo otorgó. Un primer permiso… Uno de los últimos que le concedería. Afuera diluviaba. Tronaba el cielo de la Costa Azul opacando los Alpes Marítimos. Sin embargo, para Grace y Rainiero, esas aguas fueron la bendición de un comienzo idílico.
Terminada la sesión de fotos, Rainiero personalmente acompañó a la actriz al vehículo que desandaría los 55 kilómetros que separan Mónaco de Cannes, previo paso por Niza.
Boda a la velocidad del amor
Ella abandonó Cannes rápidamente. Debía regresar a Estados Unidos para filmar El cisne. El, se refugió en Mónaco, sin poder dejar de pensar en esa mujer de cuentos de hadas que acababa de conocer. Las cartas iban de uno a otro lado del océano. Pero el tiempo y la distancia que, a veces, agigantan distancias y apagan ardores, en esta ocasión accionó en dirección contraria: encendió aún más ese vínculo precoz que ya parecía indisoluble. Una novela de ficción ciento por ciento real.
Pocos meses después se comprometieron. El, todo un caballero, viajó a Filadelfia. Allí, en el terruño de ella, sellaron el vínculo. El le regaló un diamante de tal envergadura que durante semanas los medios hablaron del costoso presente. Ella, casi a modo de homenaje, lo utilizaría en el rodaje de Alta Sociedad (1956), su última aparición en la pantalla grande. La bella Grace, la talentosa actriz, había encontrado a su Príncipe azul.
El se mostraba eufórico ante sus íntimos. Había llegado a su vida la mujer más hermosa que jamás haya conocido y la que le permitiría engendrar descendencia, una condición sine qua non con vistas a la continuidad de independencia del principado: si Mónaco se queda acéfalo, inmediatamente pasaría a formar parte de Francia.
La boda no tardó en llegar. Semejante enlace ameritaba preparativos dignos. Durante semanas fue de lo único que se habló en buena parte del mundo. La actriz que llegaría a princesa se preparaba a distancia para unirse con su marido. Desde Filadelfia, los Kelly se trasladaron a Nueva York, donde embarcarían en la nave que los depositaría en Europa. Una semana después, todo estaba listo para recibirlos. Grace ya había recibido el adiestramiento ceremonial y de usos y costumbres para manejarse como marca el protocolo de su nuevo status social. Incluso, aprendió términos básicos del monegasco, el idioma local.
En Mónaco, no todos disfrutaron de la llegada de Grace Kelly. Los prejuicios hicieron lo suyo y no fueron pocos los que objetaron que Rainiero se uniera a una chica del cine sin títulos, antecedentes ni protocolos a cuestas. Nada de eso le importó al Príncipe, quien siempre supo qué quería de su vida y logró sus objetivos a costa de lo que sea. Las habladurías no tardaron en ensombrecer a una joven Grace que, lejos de ambicionar poder, buscaba encontrar la felicidad y el sustento para armar su anhelada familia.
Algunos biógrafos indiscretos aseguran que ante los comentarios adversos, Grace se habría encerrado, antes de mostrarse en público, a llorar junto a su madre desconsoladamente y que fue su futuro esposo quien le secó las lágrimas y la condujo a la ceremonia.
El 18 de abril de 1956 se llevó a cabo la ceremonia en el Salón del Trono de Palacio. Grace obtuvo sus títulos. La actriz se convertía en princesa. Un día después, una boda religiosa de película obnubiló al mundo. Grace ingresó con un vestido diseñado por la vestuarista de los estudios MG, Hellen Rose. 600 invitados y 30 millones de televidentes siguieron el paso a paso del evento. Era un cuento de hadas tan perfecto como real.
Sinsabores
Las rosas tienen espinas. Y no fueron pocos los escollos por los que tuvo que atravesar la pareja. Sobre todo, una joven Grace que no parecía del todo dispuesta a dejar su profesión ni su espíritu libertario. Para contrarrestar ciertos rumores, la propia Grace dijo: “No era feliz con mi vida personal. Quería casarme y formar mi familia. Así que nunca me he arrepentido”.
Sin embargo, puertas adentro, Rainiero lll le marcaba el paso con rigurosidad. Nada de acercamiento con el jet set, despedida definitiva a su carrera de actriz, y solo fotografías familiares tomadas por los responsables de manejar la difusión de las actividades de la familia de manera oficial. El la amaba, pero no podía ceder ante su educación rígida y castrense y las inclementes normas de palacio.
Pronto la princesa comenzó a padecer su rutina diaria, asfixiante y sin la posibilidad de las decisiones libres marcadas por el deseo. Tal era el cuidado de la imagen de la nueva pareja que Rainiero lll mandó a prohibir la exhibición de las películas de su flamante esposa en todo Mónaco. Ni siquiera el propio Alfred Hitchcock pudo convencerlo para que le permitiese contar con Grace en el elenco de Marnie.
Herederos díscolos
Tanta represión tuvo su contrapartida en las díscolas hijas del matrimonio real: Carolina Luisa Margarita y Estefanía María Elizabeth hicieron y deshicieron a su antojo. Mucho más recatado, sobrio y con perfil bajo resultó el heredero al trono: el Príncipe Alberto ll. 101 balazos celebraron su llegada. Rainiero lll no se había equivocado al elegir a Grace. Bella, joven y fértil. Con la llegada de Alberto, Mónaco seguiría siendo independiente.
Escena final
El cuento de hadas de la puerta del castillo para afuera gozaba de todo el interés de la prensa internacional. Las angustias de Grace, sus enfrentamientos con Rainiero lll y la lucha por encauzar a sus hijas atormentaban el día a día de la ex actriz. Sin embargo, lo peor estaba por llegar. El 13 de septiembre de 1982, Grace y Estefanía regresaban de la casa de campo en Mont Agel, el punto más alto de Mónaco en la frontera con Francia; allí Rainiero construyó su residencia a la que denominó Roc Agel. Nunca quedó claro que sucedió en la carretera. Pero un accidente truncó la vida de Grace. Se dice que fue un ataque cardíaco de la Princesa mientras conducía. Pero otras versiones, jamás confirmadas, apoyaron una teoría más escalofriante: quien habría conducido el vehículo era la hija menor de los Grimaldi. Grace llegó viva al centro de salud, pero no lograron salvarla.
El 18 de septiembre, el cuerpo de Grace fue depositado en la cripta real. Un funeral tan impactante como lo había sido la propia boda: desde Lady Di hasta Cary Grant participaron de las ceremonias. Terminaba así, de manera trágica, el cuento de hadas que parecía perfecto, pero que escondía miserias, imposiciones y desplantes privados.
Aún hoy se la recuerda a Grace Kelly como una de las mujeres más bellas que jamás haya dado Hollywood. Y a Rainiero lll como el mentor de una familia idílica que se truncó de la peor manera. El jamás se repuso de la muerte de Grace y su relación con Estefanía jamás volvió a ser igual. Fin para el cuento de una familia de sangre azul que fue seguida con sus idas y vueltas por millones en todo el mundo, telón para la historia de la Princesa Consorte de Mónaco y su Alteza Serenísima el Príncipe monegasco Rainiero lll.
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