Gonzalo Urtizberea: “A los 65 años estoy construyendo una historia de amor”
El actor, que vuelve al teatro con una comedia romántica, recuerda a su padre, el periodista Raúl Urtizberea, y revela que Hugo Moser le dio trabajo en Matrimonios y algo más después de que él le insistiera durante meses
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Siempre fue un buscavidas y nunca le faltó un plato de comida en la mesa, aunque muchas veces debió ganárselo debajo del escenario. Con 45 años de trayectoria, Gonzalo Urtizberea siente el mismo entusiasmo ante cada estreno y éste no fue la excepción: el sábado pasado estrenó una comedia romántica de Víctor Winer, en el Teatro Regina, Quince días para hablar de amor, protagonizada también por Emilia Mazer, Fabio Di Tomasso, Edda Bustamante y Esteban Prol, dirigidos por Mariano Dossena.
“La obra habla de la dificultad del amor, de las preguntas que te hacés cuando estás en pareja, si estás enamorado realmente o es una ilusión o un momento de apasionamiento. Y también habla de pretensiones en el amor, que dificulta el disfrute de las cosas simples que necesitamos revalorizar. Estamos muy condicionados a los espejitos de colores. El amor es más sencillo de lo que creemos y es tan corta la vida. Tengo 65 años y pienso que ya no tengo tanto tiempo para equivocarme. Buscamos siempre lo que no tenemos y no valorizamos lo que sí tenemos”, reflexiona el actor, en diálogo con LA NACION.
–¿Cómo te atravesó a vos el amor, a lo largo de la vida?
–Tuve un primer matrimonio a los 23 años y nos separamos al año y medio. Me volví a casar unos años después, estuvimos 28 años juntos con Julia García, la madre de mis hijos, y nos separamos hace siete años. Tengo dos hijos: Paloma, que es física, y Felipe, que es director de cine y está trabajando en la productora de mi hermano Álvaro, Vista Sur.
–¿La tercera es la vencida?
–Estoy en pareja, sí. A cierta edad el amor se vive de una manera diferente. Ya no es el metejón, sino que está más cerca de la construcción del amor, y creo que es lo más acertado. Si tuviera que aconsejar a mis hijos en esto, les diría que no se dejaran llevar por la pasión, como me dejé llevar yo alguna vez, sino que busquen a una persona bien plantada y construyan la relación. Porque el enamoramiento dura poco y deforma la realidad. Quizás es lo que estoy construyendo ahora, a los 65 años.
–¿Pasaron la pandemia juntos?
–Sí. Estaba en Mar del Plata, en marzo de 2020, haciendo la comedia Departamento de soltero cuando me enteré que mi hermano Raúl, el mayor, tenía cáncer de páncreas. Entonces me vine y nos instalamos en la casa de mi hermana Carmen, con mi hermano, su hija y su nieto, además de mi hermana, claro. Raúl murió unos meses después, en junio. Fue difícil, pero pude compartir esos últimos meses con él, en familia. Después me encontré con mi pareja y volví a mi casa.
–Alguna vez contaste que tu papá fue una persona muy importante en tu vida... ¿Cómo era tu relación con él?
–Muy cercana. Se llamaba Raúl Urtizberea y era periodista, uno de los que empezó con la televisión, en el ‘58; le decían “el abogado del diablo” y tuvo un programa que se llamaba así. Era un tipo muy inteligente, muy formado: abogado, escribano, licenciado en ciencias políticas, crítico de teatro, escribió obras teatrales también. Era muy afectivo, de ayudar a los hijos, de estarles encima. Hizo un programa de radio con Mex antes de morir. Muy buen padre, generoso.
–¿Qué te dijo cuando le contaste que querías ser actor?
–Fue todo muy natural porque en algún lugar del corazón él quería ser actor también. Participó en la película El descanso, dirigida por Rodrigo Moreno, interpretando el personaje del abogado, y se dio el gusto. Cuando tenía 9 años, me enseñó a hacer pantomima; era un gran admirador de Marcel Marceau y el día que lo conoció, Marceu le ofreció a mi viejo ir a estudiar a Francia, con él. De chico tengo una relación cercana con el teatro porque, a veces, hacían obras en el jardín de mi casa, los vecinos traían su silla, se les cobraba una pequeña entrada para darle dinero a los actores, y nosotros veíamos todo desde el techo y les tirábamos conitos del pino.
–Quizás ahí empezaste a pensar que querías ser actor…
–Yo creo que sí. A los 4 o 5 años fui al teatro y vi que los actores saludaban al final y la gente aplaudía. Y pensé: “Qué bárbaro, esta gente nos hizo vivir una historia que termina con un aplauso”. Recuerdo que eso me impactó muchísimo y dije: “Yo quiero hacer esto y hacerle vivir a la gente lo mismo que vivo yo”. Y mi papá me incentivaba. Cuando terminé la escuela secundaria entré al Conservatorio de Arte Dramático y uno de mis profesores fue Lito Cruz. Mi papá me dijo que me anotara en algo más, por las dudas, pero yo estaba recontra decidido: quería ser actor. Quise trabajar de chico, pero no me dejaron porque antes tuve que terminar los estudios.
-¿Cuál fue tu primer trabajo?
-Mi primer trabajo pago fue en La película, de José María Paolantonio, a quien siempre le estaré agradecido porque fue quien me dio las primeras oportunidades. Ahí gané mi primer sueldo, en 1975, y después hice una obra de teatro en el Margarita Xirgu que producía Andrés Percivalle. Y luego vino el primer éxito, Juegos a la hora de la siesta, con Gerardo Romano, Boy Olmi, Gustavo Luppi y un hermoso elenco. Fue una de las pocas obras del off que tuvo un éxito comercial muy importante. Había mucho teatro independiente en una época y actuabas, estudiabas y lo devolvías con trabajo, haciendo de todo, desde limpieza, escenografía, hasta vender entradas, lo que sea. Todo lo que era comercial era muy mal visto. Ahora estoy muy entusiasmado porque vamos a volver a juntarnos para armar algo similar a Juegos a la hora de la siesta. Es muy emocionante volver a encontrarme con ellos después de 45 años. Nunca volví a trabajar, por ejemplo con Romano, o con Olmi.
–¿Siempre te ganaste la vida como actor?
–No, hice muchas cosas. Tenía claro que quería hacer por lo menos una obra de teatro por año. Trabajé en el Círculo de Lectores, en 1978, vendiendo libros casa por casa; tuve una verdulería en 1985; en 2000 abrí un puesto en el mercado de Beccar: tuve un depósito de carbón en Fátima, cerca de Pilar.
–Hace poco dijiste que estabas dispuesto a manejar un Uber, ¿lo hiciste?
–No, porque tuve que renovar el registro y empecé a sentirme un poco grande como para estar muchas horas al volante.
–¿Pasaste momentos económicos difíciles durante la pandemia?
–Me arreglé gracias a mis hermanos. Somos una familia muy unida, nos juntamos seguido, aunque ahora no tanto por la pandemia, pero los domingos solíamos hacer asados en lo de Mex. Nos enseñaron a ser muy unidos y estoy muy agradecido. Los actores la hemos pasado muy mal económicamente en esta pandemia. Son muy poquitos los que hacen plata y los demás tratamos de llegar a fin de mes y tener trabajo con continuidad, nada más. O tenemos dos trabajos.
–Tuviste cierta exposición gracias al éxito de algunos programas de televisión en los que estuviste, ¿qué recuerdos tenés de aquel momento?
–En 1983 me enojé con la profesión y me duró unos años.
–¿Por qué te enojaste?
–Me enojaba no poder vivir del teatro. Y por seis años dejé todo. Lo único que hice fue dar clases de teatro en la Secretaría de Cultura de San Isidro, y tenía la verdulería. También trabajé como inspector en la AFIP. Esa es la vida del actor, un poco.
–¿Y cómo fue el regreso?
–Después de haberme enojado con el medio entendí que tenía que volver y lo que quería era trabajar en el Teatro San Martín, pero no me daban espacio. En 1988 vi que empezó a trabajar gente de televisión y me dije: “Pero yo soy un gil, si mi idea es hacer clásicos en el San Martín, como me enseñó Lito Cruz, tengo que ir a la tele y ser un tipo conocido”. Hasta aquel momento no le daba tanto valor a la televisión porque me gustaba el teatro. Fui a Canal 13 a ver a Hugo Moser, que estaba haciendo Matrimonios y algo más. Había visto Los hijos de López, Los Torterolo, La familia Falcón y me gustaba Moser, pero me decía que no tenía trabajo para mí. Estuve yendo durante dos meses todos los martes, a las dos de la tarde.
–Insistidor…
–Sí. Moser me decía: “Vení el martes que viene”. Entonces iba y así durante dos meses, hasta que un día me hizo ir a copistería a buscar los guiones. Después lo acompañé a la sala de ensayo, donde estaban Zulma Faiad, Gianni Lunadei, Hugo Arana, Cristina Del Valle y todos los actores sentados alrededor de una mesa. Y Moser dijo: “Les quiero presentar al nuevo integrante”. Me acuerdo y se me pone la piel de gallina. No recuerdo si lloré o no, pero tenía ganas. Me fue dando bolitos, después hice teatro y ahí me hice popular. No me gustó mucho la popularidad porque sentía a la gente un poco invasiva. El actor necesita de la privacidad, ser uno más para poder observar. De esa manera se nutre un actor, de la vida. Mi estrategia fue ser uno más aunque el otro pensara quizá que no, porque soy un actor conocido. Lo logré, aunque me costó muchísimo. Entonces la gente ya no te invade, no te para en la calle porque no sabe si sos o no sos. Si me saludan, por supuesto, saludo y doy las gracias. Pero sigo haciendo mi vida, y leo mientras viajo en tren o en colectivo.
Para agendar
Quince días para hablar de amor, de Víctor Winer. Dirigida por Mariano Dossena. Funciones: sábados y domingos, a las 19.30 y a las 21.30, en el teatro Regina, Santa Fe 1235.
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