Gonzalo Heredia: por qué se considera un “pasado de moda”, cómo es un día en su vida y el tip que le dejó su nueva serie
Vuelve a la ficción y prepara una obra de teatro y una nueva novela que publicará el año próximo; su rutina cotidiana, la actualidad y los deseos que persigue
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Vuelve a la ficción después de pasar por dos exitosas novelas en eltrece, ATAV y La 1-5/18. Esta vez, Gonzalo Heredia se mete en la piel de un chef en El sabor del silencio, un thriller que ya está disponible en Flow. A propósito del estreno, LA NACION habló con el actor sobre la industria audiovisual en nuestro país, la crisis de la cultura y su mirada sobre el gobierno de Javier Milei. También contó qué tips aprendió grabando esta serie de ocho capítulos, dijo cómo agasajaría a un invitado y cuál la rutina familiar con su mujer, la actriz Brenda Gandini, y sus hijos Eloy y Alfonsina.
-Sos uno de los pocos actores afortunados que hace ficción. ¿Qué pensaste cuando te convocaron?
-Grabamos la serie el año pasado cuando estaba haciendo Cómo provocar un incendio en teatro. Por ese entonces se avecinaba un cambio en el país y se imaginaba lo que podía llegar a pasar, aunque no lo que terminó pasando un mes después con las ficciones nacionales y las proyecciones. Entonces me siento un afortunado de poder estrenar una serie de factura nacional, con este elenco y con un género como el thriller, que no suele hacerse en nuestra industria. La gente acompañó, además, y el vecino de mi cuadra me dice que la vio y le gustó. O los padres de los compañeros de mis hijos, también. Cuando sucede el de boca en boca, es señal de que la ficción gusta y se ve.
-Creciste y desarrollaste tu carrera en una televisión con muchas ficciones en todos los canales, ¿cuánto te costó adaptarte a la transformación de la industria audiovisual?
-Yo soy de la generación que vivió el cambio de la comunicación. Por ejemplo, mi primer celular no era ese ladrillo gris, pero sí uno con tarjeta que me compré con los primeros pesos que gané, y viví la evolución hasta ahora. Lo mismo sucedió con la ficción. Fui parte del último coletazo de la ficción fuerte de los canales abiertos de la televisión, entre el 2008 y el 2018, cuando abundaban las novelas, los unitarios y se seguía apostado a eso. No había plataformas y todo sucedía en los canales de aire. Ahora hay furor con el streaming, y no sé si esto me califica como romántico, pero creo que las cosas son cíclicas, y las modas también. Con la televisión a color se creyó que la televisión iba a morir y no fue así, por ejemplo. Todo termina pegando la vuelta, el teatro sigue vivo, los libros se siguen leyendo y las cosas se sostienen por sí mismas y lo que no tiene peso, cae solo. Tampoco quiero decir que todo lo de mi época fue mejor porque me recibiría de señor mayor y tendría un discurso como el de mi papá. Trato de estar abierto a las nuevas formas, a las tendencias y sobre todo a los nuevos consumos.
-También viviste una extrema exposición, por ejemplo, cuando protagonizaste Valientes o Malparida. Eso también cambió y ahora podés ir al cine con tu familia, buscar a tus hijos en la escuela sin que te pidan fotos ni saludos a cada paso. ¿Cómo los vivís?
-Eso tiene que ver con ciertos momentos que podes atravesar en una carrera artística. La televisión es un negocio y vos sos un engranaje que puede tener más relevancia dentro de esa gran maquinaria. Siempre lo viví de esa manera y sabía que fui la novedad que en algún momento iba a pasar. El tema es tener algo para contar. Y uno va entrando en otro lugar y otros roles. Me gusta jugar con esto de ser un actor pasado de moda. Me divierte.
-¿Pero te sentís un actor pasado de moda?
-Lo digo por las nuevas generaciones, y las nuevas formas. Y eso me da un poco de gracia. Me siento una persona que trabaja de actor. Y la exposición, simplemente son momentos. Hay algo de efervescencia del público más joven, hay fugacidad y hay un negocio que te pone en ese lugar por un tiempo. Después, esa novedad se desgasta y se construye otra.
-¿Cuál es tu mirada sobre la actualidad del país?
-El otro día escuché la charla de Martín Kohan en la Feria del Libro y lo que decía con respecto al cierre del Instituto Nacional de Cine. Decía que si quieren discutir de cine, podemos hablar sobre las películas que el Estado podría solventar, qué género, qué tipo de historias, cuáles sí y cuáles no. Y eso sería una discusión sobre la cultura porque se debate sobre una forma de contar que representa la mirada de un país y se puede construir culturalmente una identidad. Pero si cierran el INCAA no hay posibilidad de discusión de nada, solo se está clausurando algo. Creo que tiene que ver con eso, se pueden tener discusiones sobre qué tipo de cultura tenemos o queremos construir para tener una identidad como Nación. Porque todos los países tienen identidad y cultura propias. Pero cuando cerrás algo solo por el hecho de cerrarlo, ya es una idea totalitaria que no permite ningún tipo de discusión. Como trabajador de la cultura vivo este momento con mucha incertidumbre, con mucha pena. La industria audiovisual se fue desgastando en los últimos años, quizá también por la llegada de las plataformas, por las distintas formas de contar ficción y ya no es negocio hacer una ficción nacional en un canal de aire. Sin embargo, tengo la esperanza de que esto se reconstruya, se reconvierta y aparezcan nuevos espacios.
-Tu mujer es actriz y quizá muchas veces hablaron en casa sobre si a un artista le conviene o no expresar su pensamiento sobre la actualidad. ¿La exposición de las ideas es una decisión?
-Creo que hay que separar las cosas. Cuando tenés la responsabilidad de estar frente a un micrófono y poder tener voz, hay que ser muy cuidadoso con lo que se dice. El artista tiene esta cosa un poco egocéntrica de creer que el mundo espera su opinión sobre todos los temas. Y me parece sano decir que uno no sabe sobre algún tema y callarse. Hay que tener una opinión cuando existe esa responsabilidad. Y por otro lado yo tengo mi opinión en la intimidad, y que conoce mi familia y mis amigos, porque vivo y soy un ciudadano. Tengo un pensamiento y una postura y hay cosas que me gustan y otras que no. Decir lo que pensás es una trampa porque todo se utiliza. Y yo creo que lo que pueda decir no le va a modificar la cabeza a nadie. Me parece que ya está tan viciado ese lugar, que la opinión de alguien se utiliza políticamente y el que siempre queda mal parado es el que lo manifiesta y se lleva la peor parte. Trato de vivir políticamente mi vida cotidiana y tener el pensamiento y las acciones acordes a mis valores. Contribuyo más a la sociedad de esa forma. De todos modos, los actores tenemos una herramienta para poder contar ciertas historias y es la ficción. Entonces, muchas veces manifestamos nuestros pensamientos a través de esas ficciones.
-¿Cómo es la vida cotidiana en la familia?
-Como la de cualquier familia. Tenemos ciertas estructuras de horarios y giramos en torno a eso, especialmente en las actividades de Eloy y Alfonsina. Somos una familia súper normal, con todo lo bueno y lo malo en nuestra convivencia. Eloy empezó primer año y Alfonsina, primer grado. Y en general yo los llevo al colegio y Brenda los busca. Y los acompañamos en todo. Siempre hay algo para hacer, siempre sucede algo. Nos entretenemos muchísimo.
-¿Cómo construiste al chef de El sabor del silencio que, de pronto, vive una situación inesperada y es tan difícil de descifrar?
-Lo primero que me gustó fue ser parte de un thriller porque nunca había hecho ese género y me gusta, lo he visto y lo he leído mucho. De chico, mis primeras lecturas fueron sobre policial negro. Amo el policial negro escandinavo y conocía su atmósfera en la que pareciera que todo el tiempo hay algo que está a punto de explotar. Y a partir de ahí construí a este chef que es Vicente, un personaje muy introvertido. Caminé por una cornisa atractiva. La serie habla de justicia por mano propia y me interesaba contarlo, pero no desde un lugar moralista con buenos y malos, porque todos podemos ser malos y buenos, y tenemos oscuridad y luminosidad.
-¿Cómo es tu relación con la cocina?
-No tengo pinta de cocinero, pero me gusta mucho y cocino bastante en casa. No soy un experto, pero no la vas a pasar mal si venís a casa a comer y cocino yo.
-¿Cómo sería una cena rica para agasajar a alguien que querés?
-Me gusta prender fuego y la carne, los diferentes cortes. Amo el ritual de encender el fuego, quedarse cerca de la parrilla. Haría un asado con cortes ricos… Un costillar, por ejemplo.
-¿Aprendiste algún tip en la serie?
-Sí, algunas cosas. Por ejemplo, cómo cortar en juliana a buena velocidad y sin cortarte las yemas de los dedos. Igual había un chef que era doble de manos y hacía ciertos detalles, además de traer los platos armados. Sin embargo, supe resolver muchas cosas correctamente. Creo que tengo algunas virtudes similares a las de un chef, y me refiero a la meticulosidad en la cocina. Me gusta que la mesada brille, tengo una obsesión con eso.
-Trabajaste con Luciano Castro, que fue compañero tuyo en varias ficciones, ¿cómo fue ese reencuentro?
-Hacía mucho que no trabajábamos juntos; la última vez hicimos teatro. Grabamos tres o cuatro jornadas, con muchas escenas. Fue una risa porque nos reencontramos desde un lugar diferente y la pasamos muy bien. Nos divertimos.
-¿Cómo sigue tu año laboral?
-Posiblemente haga teatro en agosto, en el Picadero. La obra se llama La mentira, de Florian Zeller, y es la segunda parte de La verdad, que ya se hizo. No puedo adelantar más, pero va a estar muy bueno. Y tengo el borrador de una tercera novela que está medio archivado, pero que ya terminé. Las protagonistas son dos mujeres, abuela y nieta, y la historia habla de la inmigración sirio libanesa; son dos voces que se van cruzando en el relato y se intercalan las temporalidades y vivencias. Es la primera vez que escribo en tercera persona y con voces femeninas como protagonistas. La idea es publicarla el año que viene.
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