Gilda, a 24 años del trágico final de la maestra jardinera que derribó prejuicios y se convirtió en mito
Y un día se convirtió en bandera. Su cara se multiplicó en estampitas, remeras, pósters. Su música sonó en todos lados: desde un boliche a cualquier fiesta de 15, casamiento, reunión de amigos. Sus letras se volvieron estandarte de muchas mujeres que encontraban en ella semejanzas con su vida, con sus deseos, con aquello a lo que aspiraban ser y no se aminaban. ¿Por qué Gilda, una maestra jardinera devenida en cantante causó tanto revuelo tras su muerte?
La madrugada del 7 de septiembre de 1996, Miriam Alejandra Bianchi perdía la vida tras un trágico accidente en el kilómetro 129 de la Ruta 12, en la provincia de Entre Ríos. Allí también murieron su madre, su hija, tres músicos de su banda y el chofer del micro que los trasladaba. Esa tragedia, fue el inicio de una leyenda popular que trascendió generaciones y que la elevó a la categoría de mito.
Su revolución feminista
Sobre el final de los años ochenta, Miriam trabajaba como maestra jardinera, estaba casada con el novio de toda su vida, criaba a dos hijos en edad escolar, se ocupaba de su casa y estaba por cumplir 30 años. Para la época se podía decir que lo tenía todo, pero no, ella no era feliz, no se sentía completa. ¿Qué opciones tenía para salir de esa rutina que la asfixiaba?
Había nacido el 11 de octubre de 1961 en una familia tradicional de Devoto y, si bien vivió varios años en Villa Lugano, se estableció en el barrio de su infancia. Su madre era profesora de piano y su padre empleado público. En 1977, tras la muerte de su papá, debió hacerse cargo de la familia. Un año después, tal como el mandato lo indicaba, se casó con Raúl Cagnin, un pequeño empresario fabricante de escobas que era su novio de la adolescencia; juntos tuvieron dos hijos, Mariel y Fabrizio. Hasta acá, puede ser la historia de cualquier chica de clase media de la época, que salta de la casa de sus padres al hogar conyugal y alterna sus días entre las tareas de cuidado familiar y su empleo de maestra en un jardín.
Todo comenzó a cambiar la mañana que Bianchi leyó un aviso clasificado en el diario en el que pedían vocalistas para un grupo musical. Algo se activó en ella y fue con el recorte en mano a la dirección indicada. En ese departamento en el que tuvo su primera audición, se abrazó a su sueño postergado de cantar y conoció a Juan Carlos "Toti" Giménez, compositor y tecladista de Ricky Maravilla, quien se convertiría en su impulsor, su socio, su compañero artístico y su amor. Junto a él se animó a romper cadenas y mandatos, no sólo puertas adentro de su casa sino también en el ambiente tropical.
Entre esas paredes, en las que se fue forjando, empoderando y tomando valor, completó su mutación: de la tímida Gil (como le decía su familia) al huracán imparable Gilda, en sintonía con Rita Hayworth, la protagonista de la película homónima. Pronto empezaron los primeros shows y también colgó el guardapolvo a cuadritos: la cantante le ganó a la seño del jardín. Pero, tal como temía en esos años de soledad en los que escribía temas sueltos en un cuaderno que no veía nadie, no fue un camino fácil. Nunca es fácil romper los moldes y mucho más para una mujer que pretende entrar a un ambiente machista.
Los primeros pasos en el ambiente tropical fueron desalentadores. Los hombres dominaban la escena por completo (no sólo cantaban, sino que creaban letra y música) y las únicas mujeres que lograron colarse no tenían nada que ver con ella. Eran épocas de Lía Crucet y Gladys "la Bomba tucumana": rubias, voluptuosas, con ropa ajustada, transparencias, impronta íntegramente sexual. Gilda era todo lo contrario y así se lo hacían saber. Tuvo que luchar desde abajo contra el prejuicio del mercado: una imagen como la de ella que no cumplía los cánones de la mujer de la movida tropical, que era morocha, flaca, que se negaba a operarse los pechos, que escribía sus propias letras, que fue educada en un colegio religioso. ¿Cómo una mujer de barrio, de familia, con hijos, iba a poder conquistar el universo de la cumbia?, cuestionaban algunos. Se equivocaban.
Primero vino De corazón a corazón (1992), luego La única (1993) y Pasito a pasito... con Gilda (1994). Los primeros productores le quitaron mucho dinero, le ofrecían contratos usureros, no la dejaban crecer. Corazón valiente (1995), ya producida por Leader Music, obtuvo el disco de oro y doble platino. Fue el comienzo de su consagración. Ya era un hecho: Gilda había derribado todos los juicios de valor y había enamorado a todos.
Te cerraré la puerta, en la cara
Las contradicciones y el dolor nunca cesaron en su casa y tal vez, eso no la dejó disfrutar al máximo de todo lo que fue cosechando. Raúl, su marido, aspiraba a una vida tradicional y su castillo de naipes se derrumbó cuando su compañera decidió que ella también quería pelear por sus intereses. "Nuestra vida fue como la de todos los matrimonios. Yo trabajaba, ella se ocupaba de los chicos, hablábamos de los proyectos que teníamos en común: comprar una casa, que la compramos, ir progresando, estar un poco mejor. Después se fue todo al demonio", contó él en el libro Santa Gilda, de Alejandro Margulis.
Pronto ella comenzó a trabajar de noche, a llegar cansada, a dormir de día, a tener poco espacio para sus hijos pequeños. A pelear con su exmarido por las ausencias y con su madre, que no la apoyaba del todo quizás porque ella misma no se había animado a cumplir sus sueños. La distancia se tornó real y si bien no llegaron a divorciarse, dejaron de convivir. Su hija mayor también comenzó a reclamarle por la separación. Su cabeza estaba por explotar de tanta presión.
Las idas y vueltas familiares y los arreglos económicos desventajosos deprimían por momentos a la cantante. Paradójicamente, mientras más éxitos cosechaba en su carrera, más perdía en su seno íntimo y ese cuestionamiento la llevaba a dudar si tanto sacrificio valía la pena.
"Nosotros trabajábamos bien a pesar de la crisis económica y era un buen momento para la movida tropical, pero no teníamos un contrato y el productor no nos pagaba lo que correspondía. En esas mini crisis Gilda decía: 'Yo mañana puedo dejar todo, volver a mis cacerolas, dar clases de gimnasia, hacer una vida normal y voy a ser feliz'. Pero los que estábamos cerca sabíamos que sólo era feliz cuando subía a un escenario", recordó tiempo después Toti Giménez.
En la última entrevista que brindó días antes de su muerte, ella misma le contó al periodista Marcelo Gopar que nada le resultaba sencillo: "Hay muchas cosas que me quedan por hacer. Creo que perder todas las expectativas es como morirse. Pero nunca hago planes a largo plazo. Creo que las cosas se tienen que ir dando solitas. Así fue como fuimos creciendo y, seguramente, vamos a seguir aprendiendo de este oficio que es bastante duro".
En esa que, sin saber, fue su última gira pudo reconciliarse con su mamá, con su hija, compartir con su hijo y disfrutar de esa nueva dinámica familiar de mujer separada que pudo predicar con el ejemplo eso de perseguir los sueños a pesar de todo. Y seguramente, despedirse en paz consigo misma, porque lo logró.
Su voz como bandera
Según Giménez, sobreviviente del accidente, a él fue dedicado el tema con el que la cantante trascendió las fronteras de la movida tropical: "No me arrepiento de este amor". Ese hit que aún hoy se corea en las canchas, que fue apropiada por otros géneros musicales (Attaque 77 la grabó en versión punk y Leo García la convirtió en pop) y hasta fue usada por partidos políticos en campaña, no fue más que una declaración de principios. Condensó las expectativas de una mujer de 33 años que buscaba una nueva vida cantando y terminó trazando un puente emocional y afectivo con los sectores populares de la década del noventa.
"Gilda era igualitaria y cantaba sobre las cosas que vivían las mujeres. Su música era alegre y romántica con algún mensaje. Las chicas la seguían porque podían descargar su tristeza con el baile", recuerda Toti.
A su público, particularmente mujeres adolescentes y jóvenes, llegaba porque les hablaba de cosas que nadie se animaba. Las invitaba a ir por sus sueños, a derribar patrones arraigados como el de relegar sus sueños por la maternidad o por un hombre. Las arengaba a ir por más, a que se animen a proyectar por fuera de los mandatos.
Su mensaje fue tan poderoso que no es raro ver hoy en movilizaciones feministas a chicas que ni siquiera habían nacido cuando ella cantaba, levantar carteles con sus frases. De hecho, en 2018, Natalia Oreiro (gran fanática suya que incluso protagonizó la biopic, No me arrepiento de este amor y sacó un disco con sus temas) adaptó el tema "Como marea", de Gilda, y le cambió la letra para convocar a un paro de mujeres.
Santa Gilda: ¿mito o realidad?
Para muchos, la cantante se convirtió en una santa popular. Aún hoy, 24 años después de su muerte, se erige un altar en la localidad entrerriana de Ceibas, a unos metros de donde se produjo el accidente. Allí, donde también se conserva el micro en el que viajaba, llegan fieles de todo el país que le dejan cartas, plegarias, placas de bronce, flores de colores, amuletos, ropa. Para ellos, Gilda los curó, los ayudó a conseguir un trabajo, a tener un hijo o salvó a un familiar. Entre todos alimentan el mito: la milagrosa, la sanadora, la poderosa. En esos metros cuadrados, el tiempo se detiene y se conectan la tierra y el cielo.
"Santa Gilda", ¿de dónde proviene semejante título? "Amar es un milagro y yo te amé como nunca jamás lo imaginé", canta Gilda frente a un público que no para de bailar. En la primera fila, se vibra otra emoción: Priscila y su abuela bailan abrazadas, llorando. La cantante advierte esa imagen desde el escenario y se agacha a acariciar a la nena. Minutos después del show, llegan hasta ella y le cuentan una historia que la dejó impactada: la mamá de la nena había pasado largos días en terapia intensiva y estaba convencida de que se había curado gracias a las cumbias que su hijita le hacía escuchar cada día en su walkman.
Las historias se multiplican. Incluso antes de su muerte, la cantante recibía cartas de agradecimiento por hechos que no llegaba a asumir ni a magnificar. Cuenta la leyenda que, previo al accidente en la Ruta 12 y casi como una premonición, Gilda había preparado un cassette con nuevos temas para su próximo disco. "No es mi despedida" formaba parte de la lista. La repercusión fue tal que la canción se resignificó y viró hacia lo espiritual. Sus canciones y su voz, sin dudas, cargadas de carisma y de realismo, llegan más allá de este plano.
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