Gerardo Rozín y la historia del “desnudo animal” que selló su carrera como conductor
En Sábado Bus, ciclo donde había estrenado su “Pregunta Animal”, el por entonces productor se animó a un desnudo en vivo que cambiaría su carrera para siempre y lo ubicaría al frente de la cámara
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A Gerardo Rozín, que murió el viernes a los 51 años a causa de un tumor cerebral, nunca le interesó colocarse él por sobre la historia. Como el gran periodista que era, supo que nunca debe ser el protagonista, sino apenas un catalizador de aquello que merece ser contado.
Y sin embargo, hubo momentos en su carrera en los que su figura trascendió el acontecimiento y, probablemente a su pesar, asumió un rol protagonista. Y hasta en eso es honesto consigo mismo, porque además de periodista es un productor de los buenos, de los que saben que hay que ir para adelante. Siempre.
Un desnudo de “cinco minutos y veinte años más”
“Salí en bolas en televisión a las ocho y veinte de la noche, hace quince años. No me da especial orgullo, pero tampoco ninguna vergüenza”, recordaba el conductor en el marco del programa Divina comida en 2020. Pero aquella historia, que lanzó como al pasar, en su momento fue un verdadero escándalo. Aunque la tecnología de hace dos décadas fue convenientemente pudorosa con la situación, lo cierto es que aquello resultó un cachetazo para la audiencia “bienpensante” de Telefe, el canal de la familia. Con altura e ironía, el Gerardo productor se dispuso a correr un límite, y lo logró.
Corría 2000, y el Sábado Bus, de Nicolás Repetto era la propuesta renovadora e imbatible del fin de semana. Una mesa en forma de “U”, varios astros y estrellas del momento como protagonistas, y Gerardo Rozín como ladero del conductor. “Cuando empezaba el programa siempre tenía que tener un chiste para Nico, él bajaba la escalera y yo lo esperaba con algo para decirle, pero ese día no teníamos nada”.
Con el vivo respirándoles en la nuca, a un productor se le ocurrió que la presencia de Rolando Hanglin (cultor del nudismo) podía ser la excusa perfecta: “¿Por qué no lo esperás desnudo?”, y Rozín se animó. “El tipo baja, mira y dice: ‘¿Qué hace Rozín?’. Enseguida hace un comentario favorable, porque es un amigo, y yo le respondo ‘Creí que como viene Hanglin hoy era sin ropa’”. Nunca quedó claro si Gerardo estaba realmente completamente desnudo o fue una fantasía para el televidente. Cada vez que surgió en su carrera la consulta por ese momento, decía algo distinto como para mantener el misterio. Aquel ida y vuelta no duró mucho más, pero el momento quedó en los anales de la televisión: “Hacerlo fue cinco minutos y explicarlo veinte años más”.
El animal que todos llevamos dentro
Tras aquel recordado episodio (que igualmente fue mínimo dentro de su participación en el ciclo), en octubre de 2003, un rato antes de la medianoche, llegó La pregunta animal. El ensayo había sido en Sábado Bus a modo de segmento, y le permitió a Gerardo adaptar su sapiencia periodística de extracción gráfica a los códigos de la tele. A su manera, por supuesto: pausado, íntimo. Para estridencias ya estaba Nico.
“No soy Jagger, no soy García, no soy una figura. Pero tener un invitado por día para hacerle una entrevista, es perfecto. Es un reportaje. Tan difícil y sencillo como eso. Originalmente, la idea era hacer dos entrevistas cruzadas con mucha edición. Pero cuando empecé a grabar las entrevistas me di cuenta de que era mucho mejor la charla que la edición. Mi generación se crio en la idea de que una imagen vale más que mil palabras, pero también es cierto que la palabra puede generar mil imágenes. Y el horario es maravilloso. Me siento libre de hablar de lo que yo quiero, sabiendo que no voy a molestar a ningún menor que esté dando vueltas por la casa”, se entusiasmaba en una charla con LA NACION a días de ese debut.
Y su primer intento también fue el mejor. La pregunta animal fue un espacio en el que al invitado se lo escuchaba, se lo tenía en cuenta. Un estilo de reportaje que abrevaba en el mejor periodismo, el de Antonio Carrizo, el del “Negro” Hugo Guerrero Marthineitz; por qué no, el de Fabián Polosecki. En El Nueve de Daniel Hadad, luego en América, el ciclo le dio a Rozín una impronta propia de conductor, al mismo tiempo que se dio el gusto de explorar y difundir el género periodístico en estado puro.
Tan orgulloso estaba de ese camino, que no volvió abandonarlo más. Cada programa, tanto en radio como en televisión, fue la reinvención de aquel comienzo. Y no podía ser de otra manera si era parte de su esencia, de su pasión.
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