Además de actor, es mimo, bailarín y clown; hoy forma parte de dos atractivas obras teatrales: El clásico binomio y Muerte accidental de un anarquista
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Dice que un día descubrió que el arte suma y se convirtió en un bicho de teatro. Actor, mimo, clown, bailarín, acróbata, autor, director, Gerardo Baamonde es, sin dudas, un tipo inquieto. Todos los jueves a las 20, protagoniza Muerte accidental de un anarquista en el Teatro Border y acaba de estrenar El clásico binomio, todos los viernes a las 20, en El Tinglado, junto a Daniel Miglioranza y con la dirección de Eduardo Lamoglia. Además de las dos obras en cartel, se prepara para hacer Microteatro en junio, y también va a dirigir un espectáculo circense con la compañía de Juan Manuel Scazziotta, hijo de Carlos Scazziotta. En diálogo con LA NACION, Baamonde habla de sus inicios en el medio, de la popularidad que ganó con Mesa de noticias y Peor es nada y de su familia. “Siempre nos admiramos con Daniel y Lamoglia tuvo la gran idea de juntarnos para hacer este clásico argentino de Rafael Bruza y Jorge Ricci, que es una obra deliciosa. De a poco, nos fuimos casi ‘simbiotizando’, encontrando, trabajando, jugando. Fue un desarrollo feliz y hubo un encuentro”, se entusiasma.
–¿De qué trata El clásico binomio?
–Es una metáfora de la relación humana en la creación artística. Es la historia de Chiche y Chiquito, dos hombres que toman el arte como algo propio pero a la vez les es ajeno por sus condiciones personales. Tratan afanosamente de superarse y en esta aventura dejan todo atrás. Es una historia sobre la búsqueda de los sueños, la perseverancia y la amistad. En pos del arte, este dúo deja hasta la familia y durante veinte años van de pensión en pensión buscando el espectáculo perfecto, la temática. Pero no los acompaña el talento. Los tres nos fusionamos rápidamente, lo que proponíamos nos venía bien y así se fue armando, amigable y creativamente, para hacer el mejor espectáculo. El clásico binomio habla de los sueños en los que las irrealidades se vuelven reales. Es una obra muy poética y tiene puntos de contacto con Vladimiro y Estragón en Esperando a Godot, de Samuel Beckett, porque están siempre en un no lugar. Hicimos grandes espectáculos y con buenas críticas pero cada vez tenemos los mismos miedos, seguimos buscando la temática, la obra, el personaje.
–Y como tu personaje, ¿alguna vez dejaste todo de lado en pos del arte?
–Durante muchos años dije que estaba casado con el teatro y tenía a las mujeres de amantes. Por suerte, formé una familia con Marcia. Hace 26 años que estamos juntos y tenemos un hijo, Juan, de 17 años. Y ahora la familia está primero y el teatro, al lado y no después (ríe). Soy un bicho de teatro.
–Clown, mimo, actor, bailarín, acróbata, director. Todo un apasionado…
–Fui voraz porque un día descubrí que el arte suma. Hice la Escuela Municipal de Arte Dramático pero después me metí en la Escuela de Mimo, después en la danza, en la de acrobacia, hice la técnica Lecoq y el estudio de los géneros puros.
–¿Y cuándo descubriste que el arte suma?
–No vengo de familia de artistas, a mí me obligaron a ser actor.
–¿Cómo es eso?
–Todo el mundo me decía: “pero vos sos actor, tenes que estudiar”. Era capaz de ir al cine y ver tres películas en un día, pero no iba al teatro porque no era costumbre en mi familia. Un día, un amigo me dijo que iba a dar el examen para entrar a la Escuela de Arte Dramático e insistió: “vos tenés que venir también”. Tendría unos veinte años y recién salía de la colimba, di el examen y entré… Y recuerdo que dije: “¿y ahora?” Y al mes era el jefe de la banda (ríe). En 1978 estrené El centroforward murió al amanecer, de Agustín Cuzzani, en el Teatro Payró. Al poco tiempo me crucé con un amigo que me dijo que tenía que ser mimo. Y me metí en la escuela de mimo.
–Hacés caso a lo que te dicen…
–Todo me atraía teatralmente y todo me sumaba. Después, conocí más sobre danza y dije: “quiero ser bailarín”. Durante años hice teatro-danza y viajé a Europa con mis propios espectáculos.
–No pudiste vivir siempre del arte, ¿cómo surgió la idea de tener un restaurante?
–Porque mi mujer es muy buena cocinera y durante veinte años tuvimos un restaurante que se llamaba Acá Bar, en Honduras y Bonpland. Fue un lugar muy particular que se puso de moda, era muy ecléctico y todavía no era Palermo Hollwood, más bien era Palermo Bronx y, a la noche, éramos los únicos que estábamos abiertos. Era un lugar muy particular que fue una fábrica de juguetes: allí se desarrolló toda la línea de Sarah Kay. Empezó como algo muy chiquito, cocinábamos rico, creció y creció y llegamos a tener 500 cubiertos. Lo abrimos con la familia de mi mujer, aunque en realidad vienen de otro palo; Marcia además de chef es paisajista y durante diez años tuvo vivero, y mi cuñado es psicólogo.
–¿Por qué cerraron?
–Porque nos sobrepasó, y el edificio ahora está en venta. Durante mucho tiempo atendí las mesas.
–¿Vos cocinas?
–Sí, y muy bien. Pero mi mujer cocina mejor.
–¿Cómo viviste la popularidad en Mesa de noticias y Peor es nada?
–Soy un bicho de teatro y, de pronto, con Mesa de noticias hacíamos mucho rating y no podíamos salir a la calle. En aquel momento yo hacía también muchas publicidades y así fue como me llamaron para Mesa de noticias. También fue por casualidad, porque acompañé a un amigo a un casting, me vio el director y me convocaron. Y quien me dio el primer consejo fue Alberto Fernández de Rosa, que enseguida se me acercó y me dijo: “vos sos de teatro, ¿no? Bueno, acá te toman medio plano, o plano corto así que si vas a usar el cuerpo tenés que avisarle al director”. Durante años viví de la publicidad y no quería hacer televisión porque me robaba tiempo. Estuve cuatro años ahí y después en Peor es nada, donde hice varios personajes, entre ellos era Garkamel.
–¿Hablabas de casualidad o causalidad?
–Causalidad, porque todo pasa por algo. La verdad es que no tenía en la cabeza hacer televisión porque en aquella época si hacías teatro, no hacías televisión; había mucho prejuicio. En Mesa de noticias me vi bastante invadido con eso de la popularidad pero en Peor es nada ya fue diferente porque éramos muy amigos y, además, iba una vez por semana, entonces podía hacer teatro. Jorge Guinzburg me vio haciendo teatro independiente y me llamó, como a muchos de nosotros: Ana Acosta, Aníbal Silveyra, Claudia Fontán... Así nos fue eligiendo. Era una fiesta hacer Peor es nada. Jorge era un tipo muy abierto, veía algo en vos y al otro día tenías un sketch. Por ejemplo, “Kato y el samurái” y nació a raíz de un personaje: tenía que hacer de Fujimori y como no me salía el tono peruano hice más bien un chino y cuando Jorge me escuchó me sumo al sketch y me convertí en su ayudante Kato. El Negro Fontova era un hermano, y nos divertíamos mucho, también con Roberto Fiore. Y me gustó mucho trabajar con Gabriela Acher en Hagamos el humor, porque era una mujer capocómica, algo poco común. Ahora, si me preguntan por qué no hago televisión, respondo que tendría que hacer un curso de panelista para eso, porque no hay ficción. Y si me preguntan si prefiero actuar o dirigir, elijo lo primero porque ahí soy libe. Es como una escultura, como decía Rodin: “¿qué es una buena escultura? mirá, hay que sacar bien lo que sobra y ahí te queda una buena escultura”.
–¿Qué hacés cuando no trabajás?
–Básicamente cuando no hago teatro, sufro. Todo lo que hago tiene que ver con el teatro, estudio, pienso en la última obra. Lo peor de la pandemia fue no poder hacer teatro, porque puse obras en streaming pero yo no las hacía, aunque me gustaba que la gente las viera. También escribo, hace unos años estrené El hombre que salía del piano, hice mi unipersonal y tengo algunas obras en el tintero. De todas maneras, hay autores tan maravillosos… Mi preferido es Beckett y la primera vez que compré derechos de autor fue una obra suya, Acto sin palabras, que hice en los años 80. Soy un apasionado y este es el punto de contacto que tengo con El clásico binomio. Además me gusta estar en casa, corto el pasto, me encanta hacer las compras, cocinar.
–¿Es verdad que te seleccionaron para ser parte del Cirque du Soleil y decidiste no aceptar?
–Sí, es verdad. Soy clown seleccionado por el Soleil pero rechacé ser parte porque había nacido mi hijo y no quería estar un año y medio lejos de mi casa. Como Gabriel Chamé Buendía, también del Soleil, soy mimo-clown y es un estilo, porque fuimos compañeros en la escuela de Elizondo. Vengo de una generación multifacética.
Para agendar
Muerte accidental de un anarquista
Jueves, a las 20, en Border, Godoy Cruz 1838.
El clásico binomio
Viernes, a las 20, en El Tinglado, Mario Bravo 948.
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