La actriz y conductora charló con LA NACIÓN sobre cómo es estar al frente de uno de los programas más exitosos de Telefe; su objetivo en la pantalla cada mañana, el recuerdo de los que ya no están y cómo hizo para atravesar el duelo por su marido, el Vasco
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Su nombre es sinónimo de diversión, espontaneidad y energía positiva. Ya sea sobre un escenario o al frente de un magazine, Georgina Barbarossa es dueña de un estilo único; ese que la hace tan cercana, querida y reconocible entre el público y sus pares.
Que el público se levante con una sonrisa cada mañana ha sido una de sus metas –explica– desde que arribó a la pantalla de Telefe con su A la Barbarossa aunque, a veces, la actualidad sea tan dura que se vuelva una tarea titánica. Sin embargo, ella lo logra. Como lo ha logrado en el pasado cuando la vida le jugó una mala pasada y le arrebató a su gran amor, al padre de sus hijos, al “Vasco” de su corazón.
Cómo logró salir adelante, cómo hace para abordar los casos policiales en su programa después de la tragedia personal y como la vida le dio recompensa en un imperdible mano a mano con LA NACION.
–Estás viviendo un gran presente: en lo personal, fuiste abuela, y en lo profesional, conducís uno de los programas más exitosos de la pantalla de Telefe…
–Cuando me ducho a la mañana rezo y digo: “Gracias, gracias, gracias”. Rezo y agradezco. Realmente no puedo estar más feliz. Primero porque nació Julia, mi nieta, que me tiene absolutamente gagá. Y eso que todavía es chiquita, va a cumplir seis meses, pero ya me empieza a reconocer y a sonreír porque hasta ahora solo le sonreía al papá y a la mamá. Y después tener este programa que a mí me da una alegría infinita, porque nunca me imaginé volver a conducir. Siempre fue mi asignatura pendiente.
–Te fue muy bien en la tele de los 90, después se terminó esa era y ahora tanto vos como Carmen Barbieri volvieron…
–Claro, porque después empezó a venir gente muy joven y nosotras quedamos como que ya éramos grandes. Y ahora esta posibilidad que nos da la tele a las dos, tanto a Carmen como a mí, es una alegría infinita, porque yo me siento realmente útil. Me levanto a la mañana, me visto con ilusión, vivo cada programa como un estreno de teatro (…) Al principio, yo quería hacer Movete pero después te das cuenta que el tiempo cambió y que la gente necesita ver actualidad. Cuando lo comprendí, me empecé a sentir útil, porque hay muchísima gente que no tiene posibilidades, que va a la Justicia, que va a una comisaría y no les prestan atención. Entonces nosotros somos el medio para que esa gente sea escuchada [se emociona y llora]. Yo creo que nuestro programa es un programa de servicio porque ayudamos a un montón de gente ¿Por qué la gente está esperando que llegue una cámara y un micrófono como si fuesen la Virgen de Luján? Porque saben que así la gente los va a escuchar.
–Hubo un momento que hacías el programa y La peña de Morfi los domingos, ¿de dónde sacas la energía?
–Yo me divierto mucho porque si no me divierto no lo puedo hacer, no me sale. Solamente dos veces en mi vida trabajé en cosas que no me gustaron pero porque necesitaba trabajar. Uno aprieta los dientes y es un pan amargo pero, por lo general, siempre trabajé en cosas que me gustaron y mucho. Y a mí hacer este programa me fascina. Y hacer La peña también me encantaba porque es uno de los programas que tiene que ver con nuestra identidad, que le da posibilidad a miles de artistas, de cantantes, de músicos, de bailarines. Es un legado de Rozín maravilloso y si bien fue una responsabilidad, yo me divertí con los cantantes, con los músicos, con todos.
–¿Te importa mucho el rating?
–Me importa que nos vaya bien. No es que estoy pendiente ni tengo la aplicación en el celular. Me dejo guiar más por el instinto.
–¿Ser artista te dio muchos golpes?
–No tantos, porque siempre me la rebusqué. O inventé un espectáculo o un unipersonal, hice mucha autogestión. El teatro en realidad es mi gran amante. Yo soy una actriz de teatro, mis raíces son el teatro. O sea, la tele es maravillosa y ahora te conoce todo el mundo por la tele, por YouTube, Instagram, Twitch y todas esas cosas pero, pase lo que pase, el teatro es mi gran salvavidas. Mientras tenga memoria voy a actuar… hasta el día que me muera.
–¿Tenés ganas de subirte a las tablas ahora?
–Ahora no puedo porque me levanto a las seis de la mañana a informarme, a escuchar la radio, a leer los diarios: es imposible. Inclusive me invitan a estrenos durante la semana y no voy porque necesito dormir bien porque si no soy una araña de mala, soy antipática si no duermo bien (risas).
–Y hay mucho teatro por suerte ante la falta de ficción en TV…
–Eso es tremendo. Yo ruego y pido que Telefe ponga ficción el año que viene porque hay unos artistas impresionantes en este país. Cuando digo artistas me refiero a los actores, directores, escenógrafos, vestuaristas, iluminadores, técnicos. Hay muchísima gente que está sin trabajo y a veces no tenés capacidad de autogestión.
–¿Qué papel te gustaría representar en un futuro?
–Me gustaría hacer todos los personajes de las mujeres de Lorca, que lo tenía pendiente y no lo pude hacer por esto de que no me dan los tiempos. Lo mismo que dar clases, que me encanta, pero con la televisión tan temprano no pude seguir.
–Cuando mataron a Vasco viviste uno de los momentos más duros que le puede pasar a una persona, ¿cómo se hace para abordar temas policiales todas las mañanas después de pasar por algo así?
–Ahora lo puedo hacer porque pasó mucho tiempo. Pero no lo hubiese podido hacer inmediatamente después del asesinato porque estaba quebrada. Una cosa es que se muera tu marido, otra cosa es que lo maten. Entonces fue un momento bisagra para toda nuestra familia, para nosotros tres y para la hija de Vasco también. Fue una tragedia y cuando estás atravesado por una tragedia no podés hacer casi nada. Por eso yo también me quedé sin trabajo en ese momento, no me contrataban porque estaba triste. Y podés actuar triste porque decís la letra de un personaje pero si tenés que conducir, no podés. Mi motor para salir adelante eran mis hijos pero hay un momento, un período de luto, donde no estás bien.
–¿Cuánto tiempo después volviste al trabajo?
–Al año me inventé un programa en un canal de cable pero no era yo, no era mi esencia. Necesitaba saber quiénes habían sido los asesinos y que se hiciera justicia, que gracias a Dios se hizo y se mandó a los asesinos presos. Eran cinco en total. El juicio fue lo peor que me pudo pasar; más que cuando me dijeron que lo habían matado al Vasco y fui al Hospital Rivadavia corriendo. Ahí escuché cómo lo habían matado. Pero yo necesitaba estar ahí, no me iba a mover hasta que se hiciese justicia. Yo necesitaba estar y escuchar. Inclusive los llevé a los chicos el último día y les dije: “¿Ustedes quieren ver la cara de los asesinos de su papá?”. Vinieron y los vieron por una puertita porque uno tiene que ver, uno tiene que tratar de entender. Después del veredicto, sentí como una especie de alivio pero fue un proceso espantoso. La tristeza y la llaga te queda toda tu vida. Es el día de hoy que hablo con el Vasco como si estuviese vivo. Le pido que cuide a los chicos.
–¿Fue difícil educar a dos varones sola?
–Sí, porque tenían 13 años. Al Vasco lo mataron dos días antes de que cumplieran los 14. Nos íbamos a festejar el cumpleaños a Villa Giardino, a nuestra casa de Córdoba, a inaugurar la pileta. Fue muy difícil porque dicen que los varones son de las madres pero no es así. Podrán ser de la mamá los dos primeros años pero después es el papá, es el fútbol, las minas, el sexo. Yo me acuerdo que me acerqué un día y les dije: “Chicos, tenemos que hablar porque ustedes tienen que usar profiláctico”. “Ese no es un tema para hablar con una madre, ya lo hablamos con Vasco”, me contestaron. Él ya se había encargado de explicarles.
–Era entender la muerte, el ser mamá y papá a la vez, tu carrera como actriz…
–Fue muy difícil. La soledad de la crianza, de perder a tu cómplice: Vasco y yo nos peleábamos muchísimo, nos separábamos y nos volvíamos a juntar. Al final él estaba viviendo en su casa y yo en la mía, habíamos decidido que esa era la mejor relación que podíamos tener. Pero era mi marido, era el padre de mis hijos, era mi sostén, mi roca. Era la persona que iba a todos mis ensayos de teatro, se sentaba en una butaca y me decía: “Fijate acá”, “Acá te repetiste”, él me conocía como nadie.
–¿Qué es lo que más extrañas?
–Anhelo con toda mi alma la escena familiar del almuerzo de los domingos, de cuando estábamos reunidos y Vasco hacía el asado y con los cajones de madera hacía espaditas de madera para que los chicos jugasen. En ese momento no teníamos un mango pero eso era todo, ese olor a asado, las glicinas del jardín, los chicos jugando con las espaditas que les había hecho el padre. A veces pienso lo que disfrutaría Vasco ahora con una nieta, ver a los chicos tan grandes, ver lo divinos que son y la familia que logramos tener. Es gracioso porque la primera mujer de Vasco y yo somos amigas porque Vasco ya estaba separado cuando yo lo conocí. Y es una familia bárbara porque también tengo nietos de parte de Lucrecia, Lucas y Mora que cumplieron 18 y 20 años. Cuando Lucrecia se casó, entró del brazo de mis hijos; son imágenes que uno lleva en el corazón.
–Te fuiste de esa famosa casa que compartías con él, ¿pudiste volver alguna vez?
–La tuve que vender porque me moría de tristeza. Era una casa que guarda recuerdos tan lindos que sin Vasco ya no tenía sentido. Y no, no pude volver. Ahora veo que Flor (Peña) está haciendo arreglos y digo: “Ay, qué ganas de ir” pero si voy me muero. Creo que es el único lugar al que no he podido volver. Se me pianta un lagrimón, me agarra una añoranza…
–Con Córdoba es distinto, te da mucha felicidad…
–Córdoba me da mucha felicidad. O sea, yo me quedo sola en la mitad de la montaña y no me da miedo. Sé que el Vasco me cuida, tiré sus cenizas ahí.
–¿Pudiste volver a enamorarte? En un momento, intentaste bajarte una aplicación muy moderna. ¿Cómo te fue?
–Bien, al principio no me creían que era yo (risas). Todos dicen “Sí, sí”, pero después arrugan, se asustan conmigo. Era gracioso porque yo estaba de temporada en Carlos Paz y me lo manejaban las chicas en el camarín. “Este no, este sí” y yo les decía: “Chicas, ¡¿me dejan ver un poquito a mí?!”.
–¿Llegaste a salir con alguien?
–No, creo que de la aplicación no pero después de enviudar todo el mundo venía y me presentaba a cada monstruo que yo no podía creer.
–Pero estuviste con alguien que conociste en Mar del Plata…
–Sí, como dos años. Nos quisimos mucho. Es más, con la hija me sigo hablando. Yo siempre me hago amiga de las hijas, de las novias de mis hijos (risas).
–¿Te gusta la compañía?
–Sí pero no necesito estar acompañada. Estoy fenómeno sola. Duermo en la cama brutal con López, mi perro. No necesito que me tengan de la mano. Sí, me encantaría tener un compañero pero salgo con mis amigas. Además, no te olvides que estuve 12 años cuidando a mi mamá que quedó ciega.
–¿Fue de un día para el otro?
–De un día para otro le agarró una lesión en el nervio óptico; como un tumor en el nervio óptico. Ella fue una persona con una hidalguía, una templanza… Yo hubiese sido una araña de mala si me pasaba a mí; sin embargo, ella nos hizo la vida sumamente agradable. Se la pasaba con los nietos contándole cuentos hasta a veces iba a la cocina y hacía scones como podía.
–¿La llevaste a vivir con vos?
–Sí, sí. Ella no quería pero yo no me quedaba tranquila, así que me la llevé a casa. Por ahí se iba unos meses a Córdoba con mi hermano o (mientras pudo viajar) a España a la casa de mi hermana. La extraño muchísimo.
–¿Tuviste alguna señal desde que no está?
–Cuando fue la final de MasterChef la llamé a mi hermana porque quería reversionar unas natillas, que es un postre español que hacía mi mamá todos los sábados cuando nos juntábamos a comer y quería la receta. Yo la tenía pero en la mudanza no sé a dónde fue a parar. Cuestión que mi hermana me dice que no la tenía porque las natillas en España se venden en el supermercado. Entonces me fijé en YouTube y reversioné una receta. Termina MasterChef y me pongo a ordenar porque tenía libros, recetas, un despelote en el escritorio y de repente cae en un folio la receta manuscrita de mi mamá. Yo siento que siempre está y nos protege. Lo mismo que mi viejo, que era muy divertido.
–Vos también sos divertida, una mujer optimista…
–Soy optimista, sí. A pesar de todo, siempre pienso que la vida es maravillosa y que te puede sorprender. Por eso disfruto mucho cada instante. El tema de la meditación me ayudó mucho porque te hace ver las cosas desde otro lugar, hace que vos puedas plasmar un poco lo que vos querés ser y hacer de tu vida.
–¿Sos una mujer feliz?
–Sí, feliz y agradecida a la vida a pesar de los golpes fuertes que me ha dado porque a veces pensás que no te vas a reponer nunca más. Yo me acuerdo que cuando rezaba le pedía a Dios que me devolviese la alegría. Pensaba: “¿Voy a ser feliz otra vez?” “¿Voy a reírme otra vez?” porque era como un esfuerzo sobrehumano. Me acuerdo que inclusive hasta lo escribía. Si vos querés, vos podés.
–¿Qué trabajo tuviste que hacer para reponerte?
–Hice de todo: terapia, terapias alternativas, homeopatía, antroposofía. En un momento tomaba una medicación que es de una planta que es la que más guarda los rayos de luz. Era para iluminarme de adentro hacia afuera y era muy gracioso porque yo tomaba una cucharada de ese polvito, era un polvito blanco, entonces iba en un taxi y decía: “Señor, no me estoy drogando, es un polvito de homeopatía” (risas). Pero hice muchas cosas para poder estar bien y fundamentalmente por los chicos porque si yo estaba bien, ellos iban a estar bien.
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