El productor, que está trabajando en una serie sobre la vida del fundador de Página 12, lanzó su primera novela y, en una entrevista con LA NACIÓN, habla de la relación con sus dos madres y con su padre, Raúl Portal
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Hace algunos años, Gastón Portal tomó la decisión de dedicarse a lo que siempre quiso hacer si no se hubiese “distraído con la televisión”: escribir y dirigir. “Me fui a vivir a los Estados Unidos y allá armé una pequeña productora. Hoy tengo 40 contenidos en diferentes estadios del proceso”, le dice a LA NACIÓN el hombre detrás de formatos “de archivo” como Perdona Nuestros Pecados o RSM, que por estos días se dedica a “crear historias”.
Este año presentó en la Feria del Libro su primera novela, Cyrana. “Siento mucha emoción; es algo que no me había animado a hacer antes aunque desde chico escribo cuentos”, asegura. En paralelo, siguió trabajando en tres proyectos: “Estoy terminando la última escena de una biopic sobre Jorge Lanata; un guion para un film de terror; y una película que va a ser muy grande: una sátira política, pero por ahora no puedo contar de qué se trata”.
—¿Con Lanata vas a hacer tu primera biopic?
—Sí. Es un gran reto, se trata de una historia extraordinaria. Nunca antes hice una serie sobre la vida de alguien que todos conocemos. Van a ser 5 capítulos, que probablemente dirija, producidos por Pampa Films y que saldrán el año que viene por Disney+. Página 12 es la columna vertebral de la historia, hasta el año 1998. Es un personaje que a mí en lo personal me marcó, lo veía en Día D y Hora 25. Hasta conocí a uno de mis poetas preferidos, Fernando Pessoa, escuchando a las 12 de la noche su programa. También me acuerdo de una frase que él repetía siempre en ese entonces: “El periodismo tiene que ser oposición, sino no es periodismo”. Es muy interesante el concepto.
—¿Por qué el límite temporal es 1998?
—Ese año marca el fin de una etapa: se va del diario que fundó y también se aleja, o lo sacan, de la tele. Ahí vive su segundo intento de suicidio, que es poco conocido. Ese suceso lo describió él mismo y también sus biógrafos. Era fin de año, había fuegos artificiales afuera, él está en la habitación de un hotel con drogas, un whisky y un revólver, y qué pasó por su mente en los 5 minutos previos a tomar una decisión.
—Ya había tenido un primer intento...
—A los 12 años. Y a los 14 entró a trabajar en Radio Nacional. Fue a pedir trabajo, dijo que tenía 22 y lo tomaron. Ahí empezó a salir con una mujer de 31, que creía que él tenía 22. ¡No me imagino cuando ella se enteró! Después de eso, crea Página 12. Hay cosas increíbles sobre cómo fue financiado el diario, y cómo termina, es muy interesante.
— ¿Hay información sobre esos sucesos?
—Bastante, él habló del tema y sus biógrafos coinciden también: tanto los que lo odian como los que lo respetan. Ahí me limito a mostrar esas coincidencias. Cuando tenés que hacer una escena y no estuviste adentro, tenés que escribir solamente sobre el que lo vivió.
— ¿Lanata firmó el consentimiento para que se haga la serie?
—Sí. Hasta leyó el primer guion, que es bravísimo y no puso ningún reparo. Es muy difícil que escriban sobre tu vida, nadie escribió sobre mi vida, pero me imagino. En definitiva vos la viviste, entonces es obvio que no va a ser igual. Por eso se hace ficción basada estrictamente en hechos reales.
Sus dos madres
En marzo, cuando lanzó su primera novela, Portal sorprendió a todos al revelar una historia desconocida en su vida. La dedicatoria rezaba:” A mis dos mamás”. Gastón no era el hijo biológico de Lucía Labora, la mujer de su papá y a la que siempre se refirió como su madre. Aunque admite que tuvo una “infancia feliz” sabe que no fue como la de cualquier niño. Por cuestiones de salud, Matilde, su madre biológica, no pudo hacerse cargo de él. ”Creo que no me contaron ciertas cosas para alivianar la carga”, reflexiona. Hasta los siete años vivió con su abuela materna.
—¿Cómo fueron tus primeros años?
—Mi infancia fue extraordinaria. A esa edad no sabés cómo es “afuera” para comparar: tu mundo es el mundo. Vivíamos en una casa de cuatro pisos en Belgrano R., una ama de llaves, mis abuelos y yo, y al lado vivían mis primos. Las casas estaban conectadas por el jardín asique nos cruzábamos de casa en casa por el patio de atrás. Vivíamos todos juntos y mi viejo venía a verme siempre. Mi abuelo vivía adentro de su biblioteca y yo crecí ahí adentro también.
—¿Qué pasó con tu mamá biológica?
—Mi vieja tuvo un quilombo en el parto. De grande fui reconstruyendo lo que pasó con mis tías. Ella tenía una relación muy difícil con su madre, era la oveja negra de su familia. Cuando se casó con mi viejo, no hicieron fiesta ni nada, su familia estaba totalmente en contra de la relación: ella era una “nena bien” y se juntó con mi viejo que venía de otro palo. Aunque él trabajaba y estudiaba ingeniería, tocaba música cubana y brasileña, su vida pasaba por el humor.
— ¿Se separaron apenas naciste?
—Al año más o menos. Eran dos personajes muy geniales, muy creativos, muy libres y por lo tanto no podían estar juntos. No había nadie que pusiera orden. Ella tenía ataques bravos, muy violentos. Yo corría peligro y mi viejo me agarró, y me llevó a lo de mi abuela materna, Sara. Podría haberme llevado con sus padres, pero de alguna manera lo hizo para demostrar que no había problemas entre las familias. Nací de casualidad, incluso mi parto fue como una de esas escenas que veíamos en las películas viejas, que salía el médico y le decía al marido que eligiera: “¿La vida de la madre o del hijo?”. Una locura el machismo de esa época...
— ¿Alguna vez te pesó que tu papá te haya dejado con tus abuelos?
—No, para nada, él me visitaba siempre después de trabajar. Tengo muy procesada mi infancia, de hecho hasta escribí un guion sobre la relación con mi viejo, pero mi personaje es una mujer. Me pareció más fácil separarme y verlo desde una óptica diferente.
La novela
El nombre Cyrana, relata una versión moderna de la obra de teatro del siglo XIX: Cyrano de Bergerac. La novela retrata la relación simbiótica entre una madre y su hija adolescente en una versión moderna, cambiando las cartas de amor por mensajes de Instagram; al igual que en el clásico de Edmond Rostand, simula ser otra persona para llegar a la persona amada. “Lo que era romántico hace dos siglos, hoy está penado por la ley: es grooming. Una mujer mayor haciéndose pasar por una chica para hablarle a jóvenes”, aclara sobre la trama de su libro.
—¿Cómo nació la idea de la novela?
—Escribir una novela siempre fue como un sueño. Quizás la literatura es el arte al que más respeto le tengo; aparte es solitaria, como el boxeador estás solo en el cuadrilátero. Primero nació para una serie. De hecho, le conté la idea a Daniel Burman y le encantó. Empecé a escribir y no podía parar. De alguna forma era un contenido que me envolvía y me daban ganas de seguir escribiéndolo. Y cuando intentamos hacer la serie, como una de las protagonistas es una adolescente, las opciones que teníamos estaban puestas en función del mundo adolescente y se tergiversaba la historia que quería contar. Seguí escribiendo como si fuera un cuento largo y dije “esto da para más”.
—¿Ahí se transformó en novela?
—Fue durante la pandemia, que dije: es ahora o nunca. Estaba en una quinta encerrado con mis hijos, que me prestó mi exsuegra, y me anoté en un concurso para tener un deadline. Y cuando tuve la primera versión empecé a moverla, al principio no se editaba nada. Finalmente salió en Planeta.
—Contrariamente a Cyrano de Bergerac, en tu historia las protagonistas son mujeres...
—Tengo muy clara la relación padre-hijo y madre-hijo. Sin embargo, siempre me pareció muy compleja e interesante la relación madre-hija. Eso de dos mujeres de diferentes edades, que son un poco las mismas personas y que son tan diferentes; que se miran una a otra en una especie de espejo. Pero un espejo deformado: la madre se ve como ella era de chica, pero no es ella; la hija ve como tal vez va a ser y no quiere ser eso. Al mismo tiempo, se quieren y son biológicamente lo mismo.
— ¿Y qué te dijeron las mujeres cercanas que lo leyeron?
— Hubo mucho trabajo de equipo. Le pedí a varias mujeres de diferentes edades que me dieran su opinión. Me decían que les llamaba la atención que estuviera escrito por un tipo y me daban consejos como “esto no lo pensaría una mina” o “esto es demasiado”. Incluso las escenas de intimidad están escritas por mujeres.
Un padre famoso
—¿Cómo era el vínculo con tu papá?
—Me crió con una libertad muy grande y de una forma muy madura. Yo trato de replicarlo con mis hijos. Hasta les expliqué el caso Loan, y mi hijo de ocho ahora me está preguntando todo el tiempo... No sé hasta dónde conviene que vivan la realidad y que entiendan. Le expliqué como a un chico de su edad pero sin esquivar el bulto; mi viejo me crió así.
—Ser hijo de Raúl Portal, ¿fue una carga?
—Todo lo contrario. Fue una experiencia surrealista y extraordinaria a la vez, porque mi viejo era básicamente un niño, con todo lo bueno de ser niño. Desde chico me permitió cambiar drásticamente los puntos de vista ideológicos y de ciertos conceptos totalmente establecidos que tenía él y que yo también tenía por haber crecido en dos familias muy conservadoras. Él siempre fue muy gorila, y yo la primera vez que voté, voté al peronismo.
—¿Te molestaba qué fuera famoso?
—Para nada. Él recién se hizo famoso con Semanario insólito, yo ya tenía 14 años y trabajaba con él. La fama fuerte llegó recién con NotiDormi, en el 88, a mis 19 y yo era el productor del programa. Nunca tuve ese conflicto.
—Empezaste a trabajar muy chico.
—Tenía 13, y en vez de juntarme a pasar el tiempo con mis amigos, trabajaba en un programa que hacía papá en Radio Continental a la tarde. Hacía recortes de audios de la tele en cassettes, era la prehistoria. Y también hacía una sección en un programa de mi viejo que se llamaba Robocopia, que producía Raúl Becerra, que fue muy importante para mí.
—¿Te dio un lugar de privilegio?
—Para nada. Fuimos un gran equipo: a mí me gustaba lo de atrás y él era todo adelante. Él era desordenado y creo que de alguna forma lo ordené y hasta logré que no sea pobre toda su vida. Sin embargo, me enseñó el valor del trabajo. A mis 15, yo era asistente de producción de uno de sus programas que salía los sábados. Jugaba al rugby en el club CUBA y se iban de gira a Uruguay, le dije que iba a tener que faltar al programa y su respuesta me dejó todo claro:” Vos decidís si querés trabajar o querés boludear”. Hoy no se si podría hacer eso con mis hijos. Pero era un placer laburar con la persona que más querés. Nunca entendí por qué mucha gente lo cuestiona. Éramos muy complementarios. Aparte nos pasó algo muy loco: en PNP [Perdona nuestros pecados] yo era su jefe, le pagaba el sueldo.
—¿Le resolviste la vida?
—Bastante. Por ejemplo, una vez decidió hacer exposiciones con monos. Entonces íbamos a Rosario con 100 monos, y yo producía eso: los permisos, el traslado, la publicidad. Él necesitaba estar libre. Era un loco en el mejor de los sentidos, y yo lo admiraba mucho. A nivel profesional fue un precursor de la televisión con Semanario insólito, Notidormi y después PNP, que hicimos juntos.
—Sus últimos años fueron duros…
—Sí. Mi viejo era el tipo más fiel que conocí. Defendió al padre [Julio César] Grassi porque creía en la inocencia de su amigo; no había ningún interés de por medio. De hecho, a partir de ahí, le cerraron todas las puertas que le quedaban. Fue muy difícil porque yo nunca estuve a favor, por una razón muy obvia: no podés decir que no pasó algo en un lugar donde no estuviste presente. Por lo tanto, una luz de duda queda, y para mí, cuando se trata de abuso, no hay matices. Pero conociendo a mi viejo, entiendo cómo le funcionó la cabeza y para él, la amistad lo cegó, no pudo con eso, y ya estaba bastante mal, terminó con una decadencia cognitiva muy grande.
—A raíz de la biopic sobre Cris Miró, muchos recordaron el juicio que mantuvieron con ella... ¿Cómo viviste eso?
—Entre todas las cosas que fui de joven, una fue que fui muy pel... en muchos sentidos. Soy de una camada que creció dentro de un machismo que hoy es inconcebible, esa era la norma. Cuando pasó lo de Cris Miró, no supe ver lo que hoy me parece, no evidente, sino imposible pensar de otra manera, que es lo que puede generar, sobre todo en una minoría, la opinión de una mayoría que no tiene ninguna empatía con ellos. Yo fui parte de eso haciendo un chiste de mal gusto. Respecto de mi viejo, él era muy drástico; él hacía cosas de machismo y hacía humor con eso, tenía el discurso que hoy veo en el Gobierno.
—¿Qué opinás sobre Milei?
—Primero, creo que tenemos que entender por qué llegamos a esto. Viví en los Estados Unidos durante la presidencia de Donald Trump, no hay mucha diferencia en el fenómeno. En lo que tiene que ver con valores e ideología estoy en las antípodas absolutas, cosa que me pone de alguna manera orgulloso viendo para dónde va el mundo. Pero tampoco estuve de acuerdo con lo que es la contra. Lo veo muy parecido a lo que critica, casi idéntico: muy agresivo y poco empático, ni siquiera puede decir que cree en la democracia, no le sale. Dicho esto, creo que un personaje así hacía falta para poder patear el tablero y empezar de nuevo. En el patear el tablero se logran romper ciertas cosas que estaban anquilosadas y que le hacían muy mal a la Argentina, como las leyes laborales o la fuerza casi mafiosa que tenían algunos sindicatos.
—¿Qué pensás de los recortes en los medios públicos y en particular en el Incaa?
—Todo lo que tiene que ver con el arte es como la peor pesadilla y muestra que es un problema ideológico y no real. Por lo tanto, esa proclama de ahorrar plata es una excusa que, en algunos casos, usa para romper todo lo que no sea una ideología igual a la suya. Un periodista hizo un video con datos del Incaa y el ahorro que implicaba sus medidas eran 16 millones de dólares, que encima estaban subvencionados... Ahí te das cuenta que es una cuestión ideológica. Milei debería darse cuenta que es el presidente de la Argentina y de todos los argentinos; aunque tampoco Cristina era presidenta de todos los argentinos.
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