El actor inglés habló de sus adicciones y como la sobriedad le cambió en la presentación del film Parthenope, de Paolo Sorrentino, en el que interpreta al escritor John Cheever
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En la terraza del hotel donde atiende a la prensa, Gary Oldman habla a la vez que lucha contra los pelos que le invaden la cara. El viento no cesa; al inglés no parece importarle mucho. En realidad, en la expresión plácida del actor reina una sensación: nada le molesta, el tiempo está congelado, no hay prisas, solo queda espacio para el disfrute y la charla calma. Ante un grupo de periodistas acelerados en la presentación de Parthenope, de Paolo Sorrentino, que se estrena mañana en España aunque aún no tiene fecha de lanzamiento en la Argentina, donde su vio como parte de la semana del Festival de Cannes en noviembre pasado, en la que Oldman encarna al escritor John Cheever, el londinense decide que es momento de abrirse y pasear por su vida, la de un hombre que lleva sin beber desde hace 27 años. El actor respira profundamente, y no deja hueco para muchas preguntas; solo habrá respuestas.
Parte de esa tranquilidad vital de Oldman nace de su matrimonio (el quinto del británico), desde 2017, con la fotógrafa y galerista Gisele Schmidt. “Viajamos siempre juntos, Gigi [saluda desde una mesa a pocos metros], mi hijastro [al lado de su madre], y yo. Y eso logró que esté atravesando el mejor momento de mi vida. “Te lo dice alguien que se pasó media vida viviendo con una valija, en hoteles. Solo. Cuando terminaba la jornada, me iba al hotel, pedía una cena asquerosa al servicio de habitaciones y, como escribía John Cheever: ”Mi mano temblorosa alcanza el teléfono para llamar a Alcohólicos Anónimos y luego alcanzo lo que queda de whisky, la ginebra, el vermouth… Ya llamaré mañana”. Me llevó mucho tiempo quitarme la resaca, conocer a alguien y disfrutar de viajar y ser feliz. Sé que también hay gente que no lo consigue. Yo sí. Estaría muerto si no hubiera parado de beber”.
John Cheever es el último de los adictos, en el caso del escritor al alcohol, al que ha dado vida Oldman, un intérprete especializado en personajes turbulentos a los que se terminó pareciendo durante largo tiempo. Si para el público del cine pochoclero el londinense es ese actor que hizo de villano en téxitos de taquilla como Avión presidencial (1997) o que aparecía en la saga Harry Potter y los Batman de Christopher Nolan (encarnando al comisario Gordon), el cinéfilo recordará cómo a finales de los ochenta, el tipo paliducho explotó en el cine indie inglés con Sid y Nancy y Susurros en tus oídos antes de aterrizar en los Estados Unidos para la prodigiosa seguilla Tiro de gracia, JFK y Drácula de Francis Ford Coppola. Desde entonces, hizo de todo, películas de presupuesto medio y otras de grandes despliegues, ganó el premio Oscar por dar vida a Churchill en Las horas más oscuras (2017) y fue nominado por tercera vez a una estatuilla de la academia de Hollywood (la primera había sido por su trabajo en la excelente El topo) gracias a Mank, el film de David Fincher disponible en Netflix.
Con el correr de los años, Oldman jugó con todo tipo de acento y le prestó su voz a films de animación y hasta videojuegos, pero su histrionismo desaparece en persona, y su voz natural es mucho más un susurro que el chorro que emana de la pantalla. Con los años fue abandonando los personajes sádicos, psicópatas retorcidos como el que interpretaba en El perfecto asesino, por papeles con cierta bonhomía. Cheever es uno de esos, un autor que ha naufragado por el alcohol en el Nápoles idílico que dibuja Sorrentino en Parthenope. Oldman siente que el papel le llegó en el momento adecuado: sus vivencias son similares, aunque el actor se salvó: “Paolo me contó que John Cheever era un escritor melancólico, triste y borracho. Sé qué es eso. No es un secreto que yo solía beber y, de hecho, acabo de cumplir 27 años de sobriedad”.
Oldman se detiene, pero queda claro que su respuesta no concluyó: “Cheever era un alma torturada que sufrió por una doble vida. Estaba casado, con una familia y tuvo que ocultar su homosexualidad porque era lo que se hacía en aquel momento. Toda esa culpa, vergüenza y secretos los ahogaba en alcohol. Ya conocen el dicho: ‘Estás tan enfermo como tus secretos’. Los secretos te comen vivo, igual que cuando dudas de ti mismo o te odias. Entendí el personaje instintivamente, y creé mi propia versión melancólica de ese estereotipo de escritor solitario y alcohólico, tipo Hemingway, con bloqueo creativo, que esconden a un creador que les susurra en un oído y a un crítico en el otro. Todo eso lo conozco bien. Supongo que es lo que lo llevó al alcohol, porque es lo que me llevó a mí al alcohol”.
El actor insiste en que, más allá de los premios o del aplauso popular, lo que le salvó de la autodestrucción fue la aceptación de cómo era y su asistencia a reuniones de Alcohólicos Anónimos: “La sobriedad puede acabar en segundos. La aceptación tiene que surgir de ti mismo. Como dicen en el libro de Alcohólicos Anónimos: “Una aceptación fue la respuesta a todos mis problemas.” Y larga la carcajada: “Cuidado, el Oscar también está bien. Paso delante de él de vez en cuando.”
Esa comprensión le permite ahora dar vida, desde su sobriedad, a borrachos como en Mank, esta Parthenope o la serie Slow Horses (disponible en Apple TV+. “No es buena esa romantización que la ficción suele hacer del alcoholismo. Desde luego, existe y ha sido así siempre. Todos mis héroes de niño eran unos borrachos. Y ahora mirame, yo mismo atravieso mi periodo de personajes alcohólicos… ¿Sabes quién creó al mejor borracho del cine? Denzel Washington en El vuelo. Denzel nunca decepciona”, se ríe.
La conversación nunca abandona la autocontemplación. “A ver, es mi historia. Sé que hubo períodos en que podría haber sido más creativo. Hubo momentos en que preferí estar borracho a hacer cualquier otra cosa. Pero ya no soy ese tipo, el camino prosigue. Y quizá tuve que pasar por todo aquello para llegar hasta aquí ahora”. En una entrevista por la serie Slow Horses meses antes, explicaba: “Es muy egoísta ser artista o actor. Te absorbe una visión y sacrificas muchas cosas. Me gusta la fotografía, tengo muchos libros que ver, muchas películas que ver, cosas que quiero hacer. No dejaré de ser creativo, solo bajaré el ritmo de todo lo demás”. ¿Se siente de verdad así? “Por supuesto, disfrutemos”.
Oldman, el nuevo chamán de la autoaceptación, aconseja: “Hay una frase muy popular, que dice algo así como: ‘Tenemos un pie en el pasado, otro en el futuro, y nos meamos en el presente’. Es decir, no disfrutamos el momento. Es obvio que no podemos hacer nada contra el envejecimiento, así que no tiene ningún sentido oponerse a él. Por eso, hoy soy más feliz que nunca, me siento más cómodo en mi propia piel que cuando era joven”.
EL PAISTemas
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