Gabo Usandivaras: dejó todo, viajó a México y Estados Unidos, vivió en una comunidad y ahora ya está listo para volver
El bailarín habló con LA NACION y contó qué estuvo haciendo estos meses, en que se alejó del país y emprendió un camino totalmente diferente al que venía realizando en los medios
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Se fue por unos meses, que se convirtieron en un año. Tras la muerte de su madre, en octubre de 2019, el bailarín Gabo Usandivaras decidió emprender un viaje que terminó siendo casi un retiro espiritual. No lo planeó, simplemente sucedió. Se alejó del “Bailando...”, de los escándalos mediáticos y de sus amigos. Casi no se conectó a Internet y gastó muy poca plata. Vivió en comunidad en medio de la montaña y ahora, listo para volver, decidió contar su experiencia. Buscó un lugar con señal de wifi en el alejado pueblo de los Estados Unidos en el que se encuentra y habló por Zoom con LA NACION.
“Al principio de la cuarentena, como estaban cerrados los puertos, dejé mi casa en una isla de Tigre y me instalé en la casa de mis padres. Me sirvió muchísimo para poder hacer el duelo de mi mamá, en cuarentena, encerrado... Pero sentía que me faltaba una motivación de vida”, dice.
-¿No trabajaste durante la cuarentena?
-No, sentí demasiado forzado eso de que el artista “tiene que reinventarse y hacer algo”. Fui de invitado al programa de Lizy Tagliani y al de Guido Kaczka, pero no lo tomo como un trabajo. Estuve cuando Lizy se contagió de Covid y zafé. Pero después me contagié de Guido, justo antes de viajar. El día que saqué el pasaje fui a su programa y me contagió. Me pasé mis últimos quince días en la Argentina encerrado en mi casa con coronavirus.
-¿A dónde te fuiste después?
-A California. Arranqué mi viaje en San Francisco, invitado por una amiga. Ahí empecé a hacer montaña, recorridos... Empecé a meterme en la movida cannábica, en voluntariados y en distintas actividades que hay respecto al cultivo. Soy un amante de la marihuana, una planta que ayudó muchísimo a mi vieja durante su tratamiento contra el cáncer. Mi vida estaba quieta en Buenos Aires y quise probar otras cosas. Desde chiquito le he metido mucho power a mi carrera artística y creo que este es el primer año que me tomo para mí. Desde que empecé, a los 9 años, es el primer año que no bailo. El primer año que mi cuerpo se toma un descanso.
-¿Qué hacías exactamente en las plantanciones de cannabis?
-Todo el proceso, desde el clon que sale de una planta madre hasta ponerlo en la tierra. Sé que en la Argentina se está liberando paso a paso y para mí es un proyecto hermoso. Es una planta muy amorosa.
-Te gustó tanto que terminaste quedándote.
-Es que en Buenos Aires seguían cada vez con más problemas, encerrados y yo no quería volver. Entonces, arreglé con mi hermana para vernos en México, hacer ahí setenta días de viaje juntos y poder, por primera vez, acompañarnos por el duelo de mi vieja. Así que viajamos un montón, fue todo muy lindo.
-¿Y después volviste a California?
-Sí, me fui metiendo en granjas de amigos, hice la ruta canábica, fui conociendo distintas formas de cultivo, fue un viaje bastante interesante.
-¿Esa actividad te sorprendió o era algo que vos pensabas hacer en algún momento?
-No, me recontrasorprendió. Yo quería curiosear un poco el tema, pero nunca imaginé que iba a meterme a aprender, a pasar tiempo en esta vida de montaña. Mi plan era dar una vuelta, ver algunas plantaciones y después irme a Los Ángeles, a la casa de otro amigo, a entrenar allá, tomar clases de baile, estar en otro plan y el viaje fue mutando poco a poco. Después de recorrer México con mi hermana decidí quedarme en Playa del Carmen y ahí fue donde comencé a bajar los decibeles. Empecé a verme en otras actividades, a verme libre. Empecé a caer en la realidad del duelo de mi madre y en la necesidad de encontrarla.
-¿Cómo es eso?
-Yo creo que hay un vínculo más allá del plano físico en el que estamos, algo que ella me inculcó desde niño. Entonces tenía que encontrar este nuevo medio de comunicación con mi mamá. Sé que ella dejó de existir en este plano, pero yo sigo teniendo a mi madre, sigo teniendo mi vínculo y por eso, después de México, no volví porque no sentía el deseo de compartir, estar en una ciudad, rodeado de enojos de otro, quería estar en soledad absoluta. Me acordé de una mujer que había conocido en California, ella había heredado una propiedad muy grande cerca de Potter Valley y yo le había dicho que estaría buenísimo ir a vivir una experiencia ahí, armar un campamento y bueno, la contacté y fuimos.
-¡Qué espectacular!
-¡Fantástico! Son 320 hectáreas en medio de la montaña y yo le dije: “Bueno, dale, loca, vamos ahí a hacer una salida del sistema, vamos a pegarle una limpiada, vamos a hacer una pequeña comunidad de viajeros, el que quiera pasar se queda”. Empezamos siendo cuatro, yo era el único latino y... ¡no hablaba inglés! Pero nos organizamos. Cada diez o quince días bajábamos a la ciudad de Ukaiah a comprar comida.
-¿Y qué hacían todo el día?
-Huerta, nuestras cosas, vida de montaña... Yo tuve tiempo para mí, para aprender inglés en la charla diaria con los chicos y pasé mucho tiempo en soledad y silencio. Yo siempre he sido muy apasionado, has visto cómo he llevado mi carrera, siempre muy intenso, dándolo todo y realmente el vacío de mamá fue muy grande, por la historia que tenemos juntos. Por eso, antes de seguir viviendo la vida, para mí era prioritario sanar y encontrarla.
-¿Por qué decís que es muy especial la relación con tu mamá?
-Ella me crió así de loco, fue la auspiciante de mis sueños, cuando de chico le dije que quería ser patinador artístico no lo dudó y con los recursos de nuestra familia -que era clase media ajustada- me puso a entrenar como yo lo pedía. Y entrené, entrené y entrené y resulté ser bueno y entonces, para poder seguir con ese ritmo, ella aceptó que yo dejara la escuela en quinto grado. Seguí rindiendo libre y ella se convirtió en mi maestra.
-¿Por qué dejaste la escuela?
-Porque entrenaba ocho horas diarias y la loca de mi madre apostó a eso. Era entregarse a la pasión y el sistema no importa, siempre me lo dijo.
-¿Ella a qué se dedicaba?
-Era contadora, tenía con mi viejo una empresa de construcción en Córdoba, hacían remodelaciones y todo eso, pero además me acompañaba en todo. Y no era solamente ella la loca, era una familia entrelazada por los sueños de los cuatro. Después por problemas en mi rodilla no pude seguir patinando. Estuve un año y medio boyando y como mi mamá me veía todas las tardes bailando todos los videos de MTV en la cocina y haciendo destrozos, me dijo: “¿Por qué no vas a bailar? Vos tenés que ir a bailar”. Me llevó a una clase y me volví loco. Al año siguiente empecé con la danza.
-¿Cómo llegaste a trabajar de bailarín?
-Empecé a ganar becas y en una de esas me sale venirme a Buenos Aires. Ricky Pashkus me encuentra en un seminario y me da una beca para un año de estudios en la escuela de Julio Bocca. Mi familia decide venirse conmigo. He tenido una vieja loca, fuera de lo común, el mayor referente de crecimiento personal. Ella, de jovencita, pasó por la iglesia mormona y terminó siendo una reikista dedicada a toda la movida energética, holística y demás, alejada completamente de la parte religiosa. Ella tenía la magia de solucionarme todo al instante, con sus cuencos, con sus velas, con sus cosas. Por eso digo, si teniéndola viva, ella podía modificarme cosas incluso a la distancia, ¿cuál es la diferencia ahora que no está en este plano? Antes del viaje se lo cuestioné y estando en la montaña la encontré.
-¿Cómo fue?
-Yo estaba con unos inconvenientes acá, en los Estados Unidos, con el tema del visado y tenía que resolver temas que son burocráticos. Entonces le hablé a ella y a los 40 minutos me llaman y me ponen en orden todas las cosas ¿Cómo algo tan complicado se había resuelto tan rápido? A partir de ahí, y esto puede ser medio cursi, pero viendo las montañas, esas masas grandotas, las observaba y sentía el abrazo de mi vieja y esa paz que me generaba. En estos silencios de la naturaleza hay mucho margen para encontrar señales completamente desarmadas para un no creyente. Pero yo he encontrado y sentido a mi madre muchas veces.
-¿Cuando volvés a la Argentina?
-Primero voy a ir a los Ángeles a visitar a un amigo y a mediados de noviembre ya estaré por allá. No tengo pasaje ni nada. En este año he aprendido que todo se da sobre la marcha, pero sí quiero volver para festejar mi cumpleaños allá, el 26 de noviembre. Quiero pasarlo con amigos, juntar un poco de amor.
-¿Es muy austera la vida en la montaña? ¿Con cuánta plata viven por mes?
-Los gastos acá son rebásicos: nafta para el generador porque no hay corriente eléctrica y combustible para el auto para poder movernos y la comida. Debo haber gastado 400 dólares por mes. Nunca he pasado hambre, pero no he comprado ropa ni tecnología. No me hace falta nada acá. En Buenos Aires mi guardarropas es más grande que el lugar donde vivo ahora. Y en este año me moví con 30 kilos de equipaje, una valija. Un nivel de despojo absoluto, pero cero forzado.
-¿No extrañaste nada?
-Lo que más extraño en mi vida es mi madre, entonces si está por debajo de eso, es solucionable. Y nada estuvo por encima. Quizás un poco el fernet y el dulce de leche... (risas).
-¿Hay algo que no harías en tu vuelta a la Argentina?
-Sigo siendo el mismo, con una hermosa experiencia en el medio. Creo que haber venido de este semillero del “Bailando...”, doce años metido ahí, te fogonea un poco. Jugué el juego, me encantó, pero aprendí que no necesito pelear para tener la razón. Prefiero cuidar cómo mantener mi calma. Entonces desde ese lugar quizás he aprendido. Con el tema de no hablar inglés, acá a veces no me quedó otra que callar. Eso fue una práctica. Me tocaba escuchar, aprender más y darme tiempo a lo que quiero decir. Así que vuelvo recargado conmigo y sin ese chip que el “Bailando...” y los medios te hacen creer: que si no estás en el aire, te falta el aire y como artista desaparecés. No es así. Antes de estar en los medios, yo soy un artista y mi arte viene conmigo. Vuelvo con muchas ganas de bailar, de moverme. Estoy dispuesto a lo que me depare la vida, me da un poquito de ansiedad, pero estoy contento.
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