Franco Zeffirelli, un hombre de dos amores: Maria Callas y Luchino Visconti
Nació en Florencia en 1923. No podía ser en otro lugar. La genialidad del creador de Hermano Sol, Hermana Luna, tuvo su germen allí, en esa ciudad que es cuna de Michelangelo Buonarroti y en la que cada rincón es un verdadero museo a cielo abierto. Inspiración pura en el centro de Italia que atravesó la sensibilidad de Franco Zeffirelli.
Controvertido, polémico. Provocador desde el arte. Para muchos, revulsivo. Para otros, lo más cercano a la genialidad estética. Se involucró en política siguiendo a Silvio Berlusconi, algo que no cayó bien entre los que admiraban materiales como la versión incólume de Romeo y Julieta o algunas de las óperas llevadas a la pantalla grande como Otello o La Traviata. Solo él. A su modo. Gian Franco Corsi Zeffirelli hizo lo que quiso. Y, en general, le salió bien.
Enamorado del arte, que no es otra cosa que estar enamorado de la vida. Enamorado del ser humano y la sublimación estética que hace de su alma. Aunque, hombre al fin, terrenal y ampuloso, no se privó de amar. Fue un tipo de pasiones inconmensurables, definidas por el atractivo de los cuerpos, pero también por la seducción de la inteligencia. Pocos amores, pero intensos. Franco no se andaba con chiquitas a la hora de dejarse atravesar. Tenía que sentir admiración por el otro. Hombres y mujeres. Amplio y entregado. Así fue este artista gigante que dejó huella en el legado de su obra. Y marcó a quienes compartieron la intimidad con él. En 2006 publicó su Autobiografía, género y título del material. ¿Para qué más? Quizás, intuyendo el final acontecido en 2019, cuando tenía 96 años, se anticipó más de una década en contar. Y acaso contarse. Catarsis para el hombre que no sublimó pasiones y se atrevió con él y con ella.
En aquella Autobiografía reveladora, Zeffirelli confirmó públicamente su homosexualidad, insinuada en otras ocasiones, aunque aclaró que detestaba la palabra gay y que no le interesaba sumarse a ningún tipo de marcha organizada por minorías o reivindicando cuestiones de género. En aquellas páginas no se privó de hablar de un primer amor de esos que marcan para siempre. Se trataba de un compañero del colegio. Pero no pudo vivirlo plenamente. No eran tiempo de hablar de bullying, pero si de burlas. Segregaciones que lo marcaron para siempre. Acaso el trauma que le impidió mostrarse, durante casi toda su vida, junto a los seres que amaba. Aquello lo marcó. Pero no le impidió volver a confiar. A creer.
La niñez y la juventud no fueron fáciles. Como si esas burlas no fuesen suficientes, también debió convivir con el trauma imborrable del acoso de parte de un religioso. En la Florencia creyente del Dios todopoderoso y eterno vivió la obscenidad de quien profesa algo que no ejercita, manchando sotanas y credos con su inmundicia. Aquello lo marcó. Ese oratorio donde sucedió el hecho, se convirtió, para él, en el lugar oscuro y tétrico donde sintió, por primera vez, la vulnerabilidad, la sensación de no poder contar y el rechazo que sufriría en una familia y una sociedad que, sobre algunas cuestiones, prefería hacer la vista gorda. La vida sexual de Franco tuvo sus idas y vueltas. Eran tiempos de una Italia pacata, dictatorial, aunque él no se privó de probar y probarse.
Caro Luchino
Franco fue discípulo de Luchino Visconti. Pero la cosa empezó mal. El entonces joven Zeffirelli, admirador de la obra de Visconti, se presentó a una audición para acceder a un papel bajo la dirección de su admirado director. Sin embargo, el responsable de Boccaccio 70 no encontró talento en el aspirante y hasta criticó su acento toscano. Franco resopló y se marchó. Ese gesto de soberbia impactó en Visconti, quien lo convocó para otros menesteres. Así, Franco se convirtió en su asistente de dirección, trabajaron juntos en La terra trema, Bellissima y Senso. Fue en ese período, entre 1948 y 1954 cuando afianzaron su relación.
Venían de extracciones diferentes. Llevaban vidas disímiles. Al comienzo, el vínculo estaba sostenido en la atracción física. En las noches, y días, de entreverarse en las sábanas. Pero la relación fue creciendo y, a medida que se consolidaba, se profundizaban los puntos en común, los intereses por el arte y la vida sibarita y divertida. Fue Luchino el que le hizo conocer un mundo nuevo a Franco. Si hasta le presentó a Coco Chanel y Salvador Dalí. Pero el joven Zeffirelli no lo hacía quedar mal. Se comportaba a la altura de las circunstancias. Tal era su nivel cultural que eso enceguecía a todos. Las tertulias hasta la madrugada eran moneda corriente. Y si uno mencionaba a Puccini, el otro se desvivía por Bizet. Redoblaban la apuesta y discutían sobre arte como si se tratase de una pasión futbolística. Siempre esas noches de debate intelectual conducían a un amanecer de cuerpos desnudos.
Pero, se sabe, todo llega a su fin. Incluso, aunque no siempre, el amor. La ruptura tuvo ribetes policiales e insólitos. Resulta que, ante la ausencia de objetos de valor en su mansión romana, Visconti decide llamar a la policía para hacer declarar a su numeroso personal de servicio. Lo que sorprendió a los agentes es que también pidió que se indagara a su pareja, Franco Zeffirelli, quien jamás le perdonó semejante humillación. Allí culminó todo. La pareja, que parecía indestructible, a pesar de sus acaloradas discusiones, se disolvió. Ni las diferencias por ideología política habían podido minar el vínculo. El perdón de Visconti no fue demasiado enfático. Esto ofendió aún más a Franco que, portazo estruendoso de por medio, se marchó para no volver. Aunque, claro, una pasión tan intensa no se olvida fácilmente. Y él lo reconoció en su autobiografía. Hasta el último día oró, fiel a su religiosidad, por aquel hombre con el que conoció el amor de verdad.
Cara María
En Callas Forever, película de 2002 protagonizada por Fanny Ardant, Zeffirelli rindió homenaje a esa diva que revivió el bel canto. Lo hacía porque se reverenciaba ante el talento de la soprano, a quien había dirigido en algunas óperas. Sin embargo, algo más encerraba ese tributo sincero: Callas fue la única mujer de la que se enamoró el director. Cuando la conoció, ella estaba muy excedida de peso, pero, quizás impulsada por Zeffirelli, en un año había recuperado su silueta. El vínculo, sobre todo platónico, fue profundo y sincero. Y, como también había sucedido con Visconti, la admiración intelectual y la inteligencia definían la atracción.
Ya en pareja con el magnate Aristóteles Onassis, Maria Callas decidió retirarse de los escenarios. ¿Decisión propia o impulsada por el amor de entonces? Franco, obviamente, no compartía ni avalaba este confinamiento prematuro. Así que, hombre de armas tomar, fue en busca de esta mujer que le había roto el corazón y a la que deseaba volver a dirigir. El director llegó hasta la isla de Skorpios para convencerla. Tamaña sorpresa se habría llevado el cineasta y regisseur cuando, según declaró, Aristóteles se le insinuó sugestivamente. Para Zeffirelli, aquella situación se convirtió en un hecho traumático. Se vio obligado a mantener silencio y a guardar un secreto que, de romperlo, destruiría el matrimonio de su amada María. Esa amiga que admiró, con la que trabajó y hasta se enamoró, demostrando que el amor es algo mucho más profundo y libre que una cuestión estanca de géneros.
Franco adoptó a Pippo y Luciano, esos hijos de la madurez que ya tenían más de 40 años cuando llegaron a su vida. Hasta el final, fue un confeso devoto de Jesús y los dogmas de una Iglesia que no compartía el modo de vida del director, libre y desprejuiciado, aunque era un caballero de las formas, el buen gusto y la discreción pública. "La vejez es una enorme carga, pero sigo buscando ideas para llevarlas a cabo, y eso al menos me ocupa el tiempo", confesó al Corriere della Sera casi a modo de telón final. Lo llora Alla Scala de Milán y el mundo de la ópera. Lo añora Cinecittá. El Dolce sentire, melodía que definió su película sobre San Francisco de Asís, que sonó en la catedral Santa María del Fiore de Florencia ante una multitud que le rindió homenaje cuando partió, acaso explique cabal y poéticamente a ese artista genial. Y a ese hombre que solo amó a ella y a él.
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