Elena Sedova fue una figura popular en los 70 y los 80, pero desde hace años que no se sabía de ella, incluso la llegaron a dar por muerta; LA NACION habló con la actriz para saber qué fue de su vida y por qué se alejó del medio
- 13 minutos de lectura'
Elena Botschagow –tal su verdadero nombre– nació en Vöcklabruck, Austria, y llegó con sólo un año al país junto a sus padres, quienes ambicionaban el presente de paz y trabajo que Europa les negaba. Empezó como actriz a los 9 años interpretando textos en ruso, de la mano de su madre Ludmila Sedova, la fundadora del Teatro Ruso en la Argentina. Su debut fue en la sala de la Iglesia Ortodoxa rusa de la Santísima Trinidad, de San Telmo. Después trabajó en el Consejo de Mujeres (hoy Teatro del Globo) y en el extinto Teatro Lasalle, pero siempre bajo la supervisión de su progenitora y de manera vocacional.
Al terminar la secundaria, la suerte de Elena Sedova cambió inusitadamente gracias a la insistencia de un almacenero vecino del barrio de Malaver. Don Tito le apuntó que en la revista Radiolandia había aparecido un concurso ideal para ella: el de Cinzano busca la chica de oro. En principio no demostró demasiado interés en participar y se fue de vacaciones, pero su padre, a escondidas, envió una foto suya al certamen y fue elegida como finalista, junto a una docena de chicas bellas, entre más de 2000 aspirantes. Finalmente –paradoja del destino– el concurso lo ganó la única morocha, pero esa fue su plataforma de lanzamiento como modelo. La mezcla de genes rusos y eslavos, sus ojos “color del tiempo” y su piel extremadamente blanca impactaron a la gente de la productora Delta Film y a la de la agencia Walter Thompson y así arribó a su primer comercial: uno de cremas Pond’s. En pocos meses se convirtió en la cara de varias marcas y esa alta exposición en los medios la condujo de regreso a la actuación. Nené Cascallar la requirió para sumarse a la telenovela boom de los 60: El amor tiene cara de mujer, pero terminó inclinándose por Nino, las cosas simples de la vida, protagonizada por Enzo Viena y María Aurelia Bisutti.
A partir de allí no paró de trabajar. Filmó 15 películas (La fidelidad, El inquisidor, El amor infiel y Tiro al aire, entre otras), participó en una veintena de ciclos televisivos (Malevo, Papá corazón, Los hijos de López, Aquí llegan los Manfredi y Teatro de humor, por ejemplo) y en una decena de obras de teatro. En el medio vivió dos resonantes romances: uno con Juan José Camero (al comienzo de su carrera) y otro con Alberto Closas (que le llevaba 25 años de diferencia). Fue figura destacada durante toda la década del 70 y parte de los 80. Hasta que de golpe desapareció del medio y nunca nadie volvió a saber de ella, al punto que algunos la dieron por muerta. De ahí la enorme sorpresa que causó su presencia semanas atrás en el Luna Park cuando subió al escenario para participar del espectáculo Sandro De Película Sinfónico, un homenaje al ídolo de América (con el que llegó a rodar dos films: Siempre te amaré y El deseo de vivir), que, con producción de Ángel Mahler, reunió a varias de las actrices que hicieron rubro con él en la pantalla grande.
Ahora, unas semanas después de aquel emotivo evento, la actriz recibe a LA NACION en su casa de Belgrano R y habla de todo.
–¿Por qué abandonaste la profesión?
–Por amor. Primero porque quedé embarazada de Ludmi y me pareció que era lo correcto esperarla sin trabajar 12 horas diarias en los sets de filmación, con tanta luz y tanto estrés. Me dije: es mi primera hija y quiero esperarla con tranquilidad. Al año volví a quedar embarazada de Alexis y chau, ahí abandoné la profesión para siempre. También tenía a mi mamá enferma, quien estuvo nueve años y medio hospitalizada en diferentes establecimientos y eso me obligaba a ir dos veces por día a visitarla y ocuparme de todo.
–¿Y cómo resultó tu vida a partir de allí?
–Bárbara. Me ocupé exclusivamente de mi familia y siempre estuve chocha de la vida. No es que el objetivo principal de mi vida era formar una familia, pero cuando sucedió me encantó y me dejó de interesar todo el resto.
–¿Cómo conociste a Rubén Ojagnan, tu marido? ¿Era del medio?
–Él tenía agencia de coches y alquilaba los autos que llevaban y traían de Sonofilm a Verónica Castro. Yo trabajaba con ella en Verónica: el rostro del amor, una telenovela que también protagonizaban Jorge Martínez y Germán Kraus. Verónica le tenía tal confianza a Rubén que hasta le dejaba a su cuidado a Christian, al que llevaba a jugar a la plaza. En ese contexto nos conocimos, nos gustamos, tuvimos un noviazgo corto y nos fuimos a vivir juntos. Estamos juntos hace 39 años, él ahora es empresario inmobiliario y yo ama de casa.
–Hoy tus hijos son los artistas de la familia, ¿no?
–No son actores pero sí artistas plásticos y de los buenos. Ludmi pinta cuadros de distintas temáticas, aunque se ha hecho muy famosa por los deportivos. La FIFA la nombró representante argentina en el mundial pasado y pintó un cuadro sobre la copa, que se expuso en La Rural y hoy ya se exhibe en Suiza. También pintó un cuadro con Messi y Maradona besando la copa, que fue vendido a alguien que vive en los Estados Unidos y que, como conoce a Messi, logró que él lo firmara. Y mi hijo Alexis se especializa en retratos y también en vitraux. En las redes mi hija aparece con mi apellido, Sedova, y mi hijo con el del padre, Ojagnan.
–¿Sabías que al no tener ninguna noticia sobre vos se te llegó a dar por muerta?
–Sí, un día una amiga me llamó y me dijo que en un programa de televisión dijeron: “aparentemente Elena Sedova ha muerto”. Yo me maté de la risa. También se dijo que estaba radicada en el exterior y que me había casado con un magnate o que era una suerte de Greta Garbo, que vivía en el ostracismo. ¿Greta Garbo yo? Nada que ver. Desde la cocina de mi casa no podía parar de reírme. Inventaron cada pavada... Como verás, acá estoy, entera y en la Argentina.
–¿Nunca te interesó salir a aclarar la situación?
–No, para nada. Recién ahora, cuando la gente me escribe por Instagram, les aclaro algo. Antes me daba vergüenza, no me animaba a hacerlo y mis hijos me decían: “Pero respondé, la gente quiere saber de vos, te siguen recordando y eso significa que te quieren”. Me llevó un tiempo comprenderlo.
–Tu debut en el cine, con La fidelidad de Juan José Jusid, en 1970, casi terminó en un escándalo. ¿Qué te acordás de aquel episodio?
–A mí me tocó hacer un comercial con Jusid para Dolca. Ahí nos hicimos amigos y me comentó que estaba escribiendo un guion para filmar un largometraje. Me dijo que necesitaba una protagonista, yo me ofrecí y me rechazó. “No das el phisique du rol que necesito”, me comentó. Pero le supliqué y le supliqué hasta que finalmente me permitió hacerle una improvisación. Me preparé bien con mi mamá y luego di la prueba ante todos: Jusid, el productor, el camarógrafo y el resto del equipo. Me tuvieron una semana esperando la respuesta hasta que un día me llamó Jusid y me dijo: “Lamentablemente... ¡vos saliste elegida para hacer el protagónico!”. ¡Lo quería matar! Después, lo que pasó fue un disparate. Intentaron prohibir el afiche del film porque pensaban que en él yo estaba desnuda cuando en realidad había sido fotografiada arropada por un toallón y, debajo, obviamente, tenía una bombacha y un corpiño. Fue una cosa de esa época, en la que se prohibía mucho. Aunque algunos piensan que también se trató de una estrategia de promoción. Yo ya había hecho algo en televisión, pero esto fue mi gran debut. Por eso la revista Antena me dio el premio a la revelación del año.
–¿Qué otros recuerdos atesorás de tus 18 años de carrera?
–Bueno... de ahí pasé a hacer teatro en Mar del Plata, con Los Galanes: Bebán, Satur y Bredeston. Con Cada vez me gusta más hicimos dos funciones diarias a full, de mil doscientas personas cada una, durante toda la temporada, de diciembre a marzo, en el Teatro Provincial. Ahí viví una experiencia con mi mamá que aún recuerdo nítidamente y me emociona. Ella en realidad hubiese querido que yo fuese farmacéutica, siempre me lo decía, pero un día llegando las dos juntas al teatro en auto, vio cómo todo el mundo me reconocía y me golpeaba la ventanilla en busca de un saludo. “Esta es mi hija, esta es mi hija”, empezó a gritar. Nunca la había visto tan orgullosa de mí. Después de ese verano me llamó Mirtha Legrand para hacer Rosas amarillas, rosas rojas, otro exitazo. ¡Qué más te puedo decir! Ah, sí, que hice muchas giras por todo el país junto a Darío Víttori y también con él mucha televisión. En esa época las giras se hacían en auto, no en micro o en avión y no existía la palabra descanso. Tampoco existían los micrófonos inalámbricos, por eso me quedaba sin voz y debía asistir dos veces por semana a una foniatra.
–En general siempre te llamaban para hacer de bonita y sexy. ¿Te sentías así? ¿Eso te condicionaba?
–No, yo quería ser actriz. En todo caso eran los productores los que me encasillaban, pero yo no me ponía límites. De todos modos no me molestaba que me llamaran para roles de ese tipo porque yo siempre les sacaba el jugo y por eso, supongo, los críticos siempre me trataron muy bien.
–¿Fuiste mujer de muchos amores?
–No, no tantos. No era de enamorarme de cualquiera. Siempre fui medio conservadora; si alguien me gustaba, primero teníamos que charlar mucho, luego generar un vínculo y recién después ver hasta dónde llegábamos.
–No obstante tuviste dos parejas de alta exposición: una con Juan José Camero y otra con Alberto Closas. ¿Cuántos años estuviste con ellos y cómo fue cada una de esas relaciones?
–Con Juanjo estuve cuatro años, del 70 al 74. Nos conocimos trabajando como modelos haciendo fotos para un catálogo de una fábrica, yo en camisón y él en pijama. Fue antes de su apogeo, de que explotara con Nazareno Cruz y el lobo. Éramos muy chicos... Y con Closas habré estado otros tres o cuatro años. Con él, además de pareja, éramos compañeros de trabajo. Debutamos en el Teatro Avenida con Pato a la naranja y luego nos fuimos de gira. En esa misma sala luego hicimos otra comedia: Cuerpo diplomático. Después me fui a vivir con él a España y recorrimos todo el país con una obra de Antonio Gala, ¿Por qué corres, Ulises?, que era una sátira de la mitología griega. Yo hacía de Nausícaa (un personaje de la Odisea). Con él tuve otro tipo de relación, me gustaba que me hablara de teatro, todo era más académico.
–¿Es cierto que el final de la relación con Closas fue tormentoso?
–Yo me volví a la Argentina, con eso te digo todo. Me fui a trabajar a Mar del Plata y ahí nos separamos. Nunca más lo volví a ver ni quise saber nada de él.
–Con Sandro trabajaste en dos películas, ¿llegaron a enamorarse?
–No. Roberto era divino, pero no era mi tipo. Era un hombre encantador, con él pasé unos momentos fantásticos. Durante los rodajes todos éramos felices gracias a él, generaba un clima de alegría permanente. Se la pasaba haciendo chistes y salía con locuras todo el tiempo. Además era sumamente profesional. Yo lo admiraba mucho porque sabía de su historia, de cómo empezó. Su familia era muy pobre, vivían en Valentín Alsina y sin embargo su progreso fue notable. Asimismo era un hombre culto, sabía de todo, leía mucho. Era apasionante trabajar con él, siempre era muy correcto, nunca decía malas palabras. En fin, era un caballero.
–¿Recordás alguna anécdota junto a él?
–Durante uno de los rodajes lo invité a cenar a mi departamento, en el que vivía con Juanjo. También estaban invitados (el director) Alejandro Doria, (la actriz) Ivonne Fournery y una pareja amiga que no era del ambiente. A las 21 en punto llegó con su guitarra y todos estaban enloquecidos porque iban a conocer a Sandro. Yo había decidido hacer agnolottis, pero no tenía demasiada experiencia en la cocina... Llené hasta casi el borde una cacerola gigante que había comprado ese mismo día y mientras que comíamos una picadita puse a hervir el agua y eché todos los agnolottis. Al rato me doy vuelta y empiezo a ver los agnolottis saltando para todos lados y luego cayendo al piso. ¡Me quería matar! A mí lo único que se me ocurrió fue pedirle ayuda a él, que no paraba de reírse, y empezamos a pinchar agnolotti por agnolotti para devolverlos a la cacerola. Aunque pasados por el piso nos los comimos igual. Fue una de las noches más divertida y felices de mi vida, todo gracias a él que era una persona sin pretensiones, cero nariz parada, muy sencillo. Y muy amigo.
–Tu último trabajo como actriz fue en una película rusa, Sley Oborotsya, dirigida por el lituano Almantas Grikevicius en 1987, ¿por qué?
–No me acuerdo cómo me llegó la propuesta ni quién me llamó. Tampoco demasiado del argumento, creo que se trataba de la situación política argentina, posiblemente no la de aquel entonces sino la de unos años antes. Yo hacía de secretaria de la Embajada Rusa, hablaba en ruso y actuaba junto a un actor ruso. Me acuerdo muy poco de la película porque nunca la llegué a ver, es que no era para acá, era para el exterior.
–¿Alguna vez te arrepentiste de haber abandonado tu carrera?
–No, para nada. Aparte yo veo la televisión de hoy y hay cosas que no me gustan nada. Está todo muy expuesto, hay mucha agresión, no es el medio que yo conocí. Evidentemente soy de otra época, cuando había respeto y la gente era educada. Por eso hoy no me haría feliz trabajar en este contexto. Ahora todos están metidos en la vida de los otros, ya no hay respeto por las figuras ni por la intimidad de nadie y la verdad es que eso me molesta muchísimo.
–¿Qué sentiste hace unos días al reencontrarte después de tanto tiempo con el público, cuando participaste en el Luna Park del espectáculo sobre Sandro?
–Todavía no sé cómo fui a parar ahí, arriba del escenario del Luna Park, ¡cómo pasé del anonimato absoluto durante tantos años a semejante exposición! Digamos que la responsable fue Ludmila, mi hija. A ella la contactaron y luego hizo todo para convencerme. Así empezó el asunto. Luego me arrepentí, pero ahí me llamó Ángel Mahler y no le pude decir que no. Ese día él me agarró de la mano para subir al escenario y me dio una seguridad que yo ya no tenía. La verdad es que la experiencia me encantó. Conté una de mis anécdotas con Roberto que hizo reír a todo el mundo. La devolución del público fue maravillosa. De todos modos soy consciente que esto fue todo. Lo hice por cariño, respeto y agradecimiento a Sandro, pero no volveré a aparecer en público. Estoy completamente retirada y soy muy feliz así.
Temas
Más notas de Entrevistas
Más leídas de Personajes
“Me pareció muy osado”. Corrado: de su curioso mantra oriental a las cachetadas que recibió y qué hizo su esposa para seducirlo
"Fue un regalo". “Caramelito” Carrizo: una boda que soñó por años y la forma en que estuvo presente su hermano
“Estoy muy orgulloso“. El emotivo discurso que preparó Quincy Jones para recibir su Oscar honorífico y que leyó su hija Rashida
En fotos. De la pancita de Jennifer Lawrence al simpático encuentro entre Nicole Kidman y Demi Moore