Fernando Tobi, el nieto de Alejandro Romay que se probó como actor, pero encontró su destino lejos de las cámaras
Tras participar de algunas series, decidió cambiar de rumbo e inició una carrera fuera del mundo del espectáculo; el recuerdo de su abuelo y de los días en que conoció la popularidad
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Es uno de los nietos de Alejandro Romay y fue el propio zar de la televisión quien le recomendó que fuera actor. Fernando Tobi le hizo caso y durante algunos años hizo novelas y unitarios, pero un día se dio cuenta de que lo suyo era otra cosa. Vivió diez años en España, estudió hotelería y gastronomía, se metió en la industria textil y a su regreso siguió su propio camino aunque, reconoce, hubiera sido más fácil continuar en el negocio familiar.
En una charla con LA NACION, el actor de 90-60-90 Modelos, Verano del 98 y Provócame rememora los años en que conoció la popularidad y, especialmente, recuerda a su abuelo y a la aventura que lo llevó a probar otros rumbos lejos de una de las dinastías más poderosas del espectáculo argentino.
-Tu debut fue en 90-60-90 Modelos... ¿Cómo se dio ese primer papel?
-Mi abuelo me decía que tenía que ser actor, que tenía facha y todo lo necesario. Era el que más me insistía. Y tenía ojo.
-Le hiciste caso, entonces…
-Sí, durante bastante tiempo. Soy una persona afortunada y eso me dio la libertad de poder elegir.
-¿No tenías vocación de actor?
-Me gustaba, pero sentí que no era mi camino. Debuté en 90-60-90 Modelos y después hice varias telenovelas, algunos unitarios, pequeños personajes en películas. No era lo mío, pero tengo muy buenos recuerdos de esos tiempos. Además conocí a Flora [la actriz Florencia Ortíz, que también participaba de la novela], nos enamoramos, nos casamos y nos fuimos a España, en el 2001. En ese momento estaba produciendo teatro, en la productora de mi abuelo. Lo último que hice fue una obra Alarma, con Humberto Tortonese, Alejandra Flechner, Valeria Bertucelli y Roberto Catarineu, y antes habíamos hecho Closer, con Susú Pecoraro y Leo Sbaraglia.
-¿Por qué se fueron a España?
-La familia estaba abriendo un teatro en Madrid y la idea era que yo me ocupara, pero al poco tiempo de estar hubo una muy buena propuesta de alquiler de la sala y los planes cambiaron. Igual decidimos quedarnos y estudié la carrera de hotelería y gastronomía, durante cuatro años. En el interín me dediqué a otro rubro totalmente diferente, el textil, y abrí tiendas de ropa en Madrid, en Chueca, y distribuíamos ropa también en la costa del sur de España. Trabajábamos con jóvenes diseñadores argentinos y nos fue muy bien. Fue una época de mucho trabajo, pero muy bonita.
-Diste un gran volantazo en tu vida…
-Sí, porque cuando alquilaron el teatro del que me iba a ocupar, quise probar otra cosa. Tuve la posibilidad y me animé a hacerlo. Decidí dejar de lado todo lo que tenía que ver con la familia para ver qué pasaba. Y me fue muy bien. Con Flora nos separamos a los 4 años y ella tenía mucha más vocación que yo para la actuación y volvió a Buenos Aires. Yo decidí quedarme porque encontré un mundo en el que me sentía muy cómodo. Me acuerdo de un libro de Paul Auster, El cuaderno rojo, en el que dice que en la vida hay muchos círculos, el de amigos, el laboral y hay uno que hay que dejarlo al azar porque te abre relaciones y situaciones que no imaginás que van a pasar. A veces es bueno salir de esa zona de confort y enfrentar situaciones nuevas. Y es lo que hice.
-A tu regreso cambiaste otra vez tu vida, ¿por qué?
-Hace diez años que me dedico a gastronomía y hotelería, y hago de todo: armado, decoración, gestión. Volví porque empezamos a tener inconvenientes con las tiendas de ropa, por una crisis muy grande que hubo en España. Vendí el fondo de comercio de las dos tiendas y me vine. Además extrañaba, aunque venía a Buenos Aires dos veces al año para armar colecciones, porque había gente trabajando acá. También tuve algunos problemas con la producción de ropa porque pedía una cosa y me decían que sí, pero en la fecha de entrega me daban la mitad y cualquier talle y yo tenía compromisos con otras tiendas. Todo se hizo difícil y no se podía proyectar a largo plazo.
-¿Y ahí decidiste volver?
-Sí, decidí volverme. Y justo en ese proceso me reencontré con una amiga con la que habíamos hecho la secundaria y después fue la mamá de mi primera hija, Carlota. Empezamos a vernos, a charlar, y ella estaba proyectando un bed & breakfast en Palermo y me propuso armarlo juntos. Ahí empezó mi experiencia en el campo de la hotelería.
-¿Nunca más la producción teatral y la actuación?
-Me han ofrecido producir y también actuar, pero me gusta mucho lo que hago. Es algo que me costó mucho trabajo y tengo la satisfacción de haberlo hecho yo solo, cien por cien. Nunca más... Y si ahora me propusieran actuar, sería pésimo (risas).
-Sos nieto de Don Alejandro Romay e hijo de Mirta Romay, creadora de Teatrix, ¿sentías presión por pertenecer a una familia tan poderosa en el mundo del espectáculo?
-Definitivamente sí. También depende de cómo lo encarás y cómo lo manejás. Yo era parte de un engranaje donde había muchos otros engranajes, y tenían ciertas expectativas para que esa fábrica pudiera funcionar. Y llega un punto en que no sabés si es o no tu lugar, porque naciste ahí y es lo que conocés.
-Hubiera sido más fácil continuar en la productora familiar…
-Absolutamente, pero necesitaba otra cosa y la busqué. Le encontré mucho más sabor a este camino que sigo. Es más riesgoso, pero así y todo lo elijo.
-¿Qué recuerdos tenés de tu abuelo?
-Los mejores. Fue un abuelo muy presente. Ahora que soy papá me pregunto cómo hacía mi abuelo para ocuparse de todo. Una vez por semana nos llevaba a todos los nietos a cenar afuera, a veces con amigos míos, también con su hijo Diego. A los 16 años yo empecé a trabajar en la programación comercial de Canal 9, vendiendo anuncios, e hice eso durante muchos años. Y mi hermano también; todos empezamos a trabajar de muy chicos en el canal. Y de ahí pasé a actuar.
-¿Estás en pareja hoy?
-Si, hace tres años. Se llama Marina Gavensky, es psicóloga pero trabaja en el área de comunicación de Presidencia de la Nación, en el equipo de Manuel Adorni. Estuve cuatro años con Flora, cuatro con la mamá de Carlota (16) y cuatro con la mamá de Clarita (9). Tengo una fecha de caducidad con las parejas, y creo que es porque soy pollerudo y toda la vida fui así (risas). Siempre estoy de novio, nunca estuve mucho tiempo solo y cuando estoy con alguien me tiro de cabeza y llega un momento en que me saturo. Soy un romántico, pasional, enamoradizo. Con Marina las cosas son distintas porque las cosas ya cambiaron, tengo dos hijas y 50 años, y además ella es de otra generación, porque tiene 30 años.
-Teniendo una pareja que trabaja en Presidencia, ¿qué cosas tenés para criticar del Gobierno y cuáles apoyás?
-Nosotros dijimos que queremos un cambio y estamos probando. Todos estamos haciendo un esfuerzo inmenso. En el rubro de hotelería también, porque lo que antes era una fiesta por la diferencia cambiaria, hoy ya no lo es y hasta que no bajen los impuestos de los vuelos y eso se regularice, va a ser difícil. Sabemos lo que ya no queremos, necesitamos un cambio y estamos poniendo el pecho pero que el Gobierno sepa que estamos probando. Tendría que agradecernos a los argentinos que somos los que estamos poniendo el hombro. Le tengo fe a los argentinos más que al Gobierno. Creo en nuestro país, somos un pueblo creativo, expeditivo, resolutivo y muy trabajador. Tenemos inventiva para la crisis y Buenos Aires está entre las diez ciudades más bonitas del mundo. Nuestro país es hermoso y tenemos todo.
-La industria audiovisual cambió mucho en los últimos años, ¿creés que alguna vez se podrá volver a producir tanta ficción como en la época de tu abuelo?
-Obvio. Yo creo que sí. Estamos en Argentina y es como un carrusel que sube y baja. Se tiene que generar un escenario para que eso suceda, cierta estabilidad para empezar a producir y crear. Si estamos así es difícil planificar.
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