El actor vuelve al teatro pero no deja su gran amor, el esgrima; su relación con Guy Williams y por qué ya no es El Zorro.
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Hacía un tiempo que Fernando Lúpiz estaba alejado de los escenarios, más entretenido en su otra pasión, la esgrima. Pero el llamado de una directora de teatro cambió sus planes y ahora está a punto de estrenar El cuarto de Verónica, un thriller psicológico que protagoniza junto a Silvia Kutika.
El estreno de la obra depende de las restricciones sanitarias pero ya está todo listo para subir a escena. “Tenemos una joyita”, se entusiasma Lúpiz. Conversador y de risa fácil, el actor le confiesa a LA NACION sus ganas de volver a actuar, recuerda a Guy Williams y a El Zorro, habla de sus inicios en el espectáculo y del amor.
-Es tu vuelta al teatro con una obra muy diferente a las que hiciste en los últimos años, porque se te relaciona más con la comedia y con El Zorro.
-Es verdad, aunque he hecho dramas, comedias dramáticas, musicales y mucho teatro en general. No me importa porque soy deportista y tengo el handicap de ser feliz y siempre agradecido. Mis dos amores, la esgrima y el teatro, se juntaron en El Zorro, que dejé de hacer hace años: la última función fue en el Luna Park, y colgué la máscara con una sala repleta.
-¿Ya no vas a volver a hacer El Zorro?
-Me parece que cumplió un ciclo.
-¿Es verdad que te sumaste de casualidad a trabajar con Guy Willimas y hasta vos te sorprendiste?
-No sé si fue una casualidad pero sí algo extraño. Con Guy ya en la Argentina buscaron a alguien con quien pudiera pelear y dijeron: “llamen al campeón de esgrima”. Y yo era el campeón del momento. Era muy jovencito, 19 años, pero sentí que me tocó la varita mágica. Con Guy nos miramos y nos flechamos, llegamos a ser muy amigos, a trabajar durante 16 años juntos y a hacer más de 750 shows, recorrimos el país y muchos otros países vecinos también. Era el hijo del Zorro y tantos viajes, tantas charlas, me convirtieron en el hijo que Guy hubiera querido tener.
-Pero tuvo hijos, ¿no?
-En realidad tiene un hijo, Steven, pero se dedicó a la política, y un poco se distanciaron. Y también una hija, Toni. Me quiso mucho porque compartíamos afinidades. Todos sus amigos me decían que me quería como a un hijo. Fui modelo, como lo fue él, los dos hacíamos esgrima, equitación, éramos actores, aunque, claro, había una diferencia de cartel abismal. Y cuando murió Guy no quise hacerlo más. Tuvieron que pasar diez años para volver a ponerme la máscara, hasta que un día me llamó Alejandro Romay y propuso producirlo. Daniel Miglioranza me dijo que si yo hacía de El Zorro, él era el capitán Monasterio. Se dio todo de una manera mágica.
-¿Seguís entrenando esgrima?
-Dejé hace muchos años las competencias internacionales pero sigo entrenando para mi vida y para divertirme y no con el objetivo de ganar campeonatos. Pero me convertí en veterano y empecé a viajar y a competir otra vez. Y ahora compito con chicos de 20 y yo tengo 68, pero un físico privilegiado. Volví a competir primero a nivel sudamericano y luego me tiré a los mundiales. Fui a Francia, salí número 17 del mundo y le gané a dos campeones y me entusiasmé. Después, en Alemania, quedé en una posición más fuerte. Seguí entrenando con entusiasmo pero en el 2018 tuve un accidente con la moto que me obligó a parar porque se me rompieron dos costillas y tuve un neumotórax. Me repuse, volví a entrenar y vino la pandemia. Íbamos a ir a Croacia el año pasado pero se postergó y en octubre vamos a ir a Boca Ratón, así que ya me estoy entrenando fuerte. Entreno con el equipo olímpico, me llamaron porque soy parte de la estructura de la esgrima y me entrena el que entrena a los floretistas, Alberto Viaggio.
-Tu papá fue esgrimista y con él empezaste a entrenar. ¿Qué te llevó a ser actor?
-Arranqué trabajando en circos y enseguida Alejandro Doria, que fue mi padrino artístico, me convocó para hacer películas. La primera fue Los pasajeros del jardín, con Graciela Borges, y no paré de trabajar. Me decían que era bien parecido, galancito y siempre me ponían en papeles importantes. Debuté en Chantecler, en ATC, con Dora Baret y Lito Cruz. Doria me decía que era un madera (ríe con ganas) y Patricia Palmer me llevó de las orejas a lo de Lito Cruz, y después estudié con Augusto Fernandes. Me fui cultivando. Siempre observando, porque un actor debe ser observador, no por chusma sino para aprender. En la comedia me muevo bien porque siempre fui payaso y tengo ese timing.
-Tuviste momentos de mucha popularidad y otros en los que te faltó el trabajo, ¿cómo te manejabas entre esos extremos?
-Hubo altibajos después del cuarto de hora que tuve con Matrimonios y algo más, Detective de señoras, Por siempre mujercitas. Cuando perdimos a Cesar Pierry (estaban grabando un capítulo de Mi socio imposible pero algo salió mal y una granada de salva explotó en su mano) ocurrió algo muy fuerte que no puedo dilucidar ni encontrarle el motivo. Éramos un dúo que habíamos pegado muy fuerte.
-Una tragedia que también modificó tu vida.
-Así es. Después me ubiqué donde podía, hacía giras. Soy un actor bastante dúctil y me fui arreglando. Como todo artista se sufre un poco pero se disfruta mucho cuando encontrás algo tan lindo como ahora El cuarto de Verónica. Y renacés. Siempre pude vivir de mi profesión y cuando tuve plata me compré otro departamento que ahora alquilo a turistas.
-¿Qué hacés cuando no trabajás ni entrenás?
-Hago esculturas, pinto, dibujo. Encontré una maravillosa maestra de pintura, Julia Gargiulo, estoy muy entusiasmado. Hago de todo y me gusta la aventura. Me acostumbré a viajar de chico con la esgrima, recorrí muchos países y eso me hizo ser un buscador. Mi papá, Enrique Lúpiz, además de esgrimista y gran campeón era director técnico de equipos de primera como Rosario Central, Banfield, Huracán, Danubio en Uruguay, el Celta de Vigo. Recuerdo que hice mi primaria en Uruguay. Cada vez que me aprendía un himno, me lo cambiaban (ríe). Cuando puedo viajo a Uruguay porque mi hija, Ale, que tiene 36 años, vive en Punta del Diablo. Es divina, nos conectamos siempre.
-¿Estás en pareja?
-No sé cuál es mi situación sentimental.
-¿Cómo es eso?
-Ella se llama Claudia Ceballos, trabaja en el Anses, y hace nueve años que estamos juntos. Pero la pandemia hace estragos. Pasamos la cuarentena juntos y ahora ella se volvió a su casa. Y estamos ahí. Vivimos cosas maravillosas pero ahora no se qué contestar.
-¿Pero qué pasó?
-Tuvimos Covid-19 hace dos meses, y por suerte fue leve. Yo perdí el olfato nada más. Y cuando nos dieron el alta, ella se volvió a su departamento. Durante siete años fuimos pareja con cama afuera y el año de cuarentena lo pasamos juntos. Estamos viendo eso de vivir cada uno en su casa, es algo que ya habíamos hablado.
-¿Tenés proyectos?
-Vamos a producir una serie con mi socio, Pablo Ferrara. Es un policial muy duro que se llama Pasos previos y lo protagonizo con José Luis Gioia y Vico D’Alessandro. Y lo inmediato es El cuarto de Verónica. Estoy feliz y fascinado como pocas veces en mi vida. Ya habíamos hecho pareja varias veces con Silvia Kutika en De carne somos, donde yo le arrastraba el ala y me peleaba con Guillermo Francella, que era su hermano. Después hicimos Las alegres mujeres de Shakespeare con producción de Romay. Muchas veces nos encontramos trabajando.
-¿De qué se trata El cuarto de Verónica?
-Es una historia de terror psicológico, no hay monstruos. Me encanta el terror desde siempre. Pocos lo saben pero mi otro apellido es Usher, por parte de mi familia irlandesa. La caída de la casa Usher es un hermoso cuento de Edgar Allan Poe, y es toda una casualidad porque este personaje que hago también es irlandés. Estoy muy feliz con esta obra. Íbamos a estrenar en mayo pero lo haremos cuando se pueda, en el Teatro La Mueca, en el barrio de Palermo (Cabrera 4255). El elenco se completa con Antonia Bengoechea y Adrián Lázare, que están fabulosos. La dirección es de Virginia Magnago y la obra es de Ira Levin, creador de El bebe de Rosemary. Fue un éxito en Broadway a principios de los 70 y también en Londres. La acción transcurre en Boston, donde una joven es abordada por una encantadora pareja de ancianos que se sorprende por su parecido con Verónica, fallecida hace mucho tiempo. Susan y su novio acompañan a la pareja hasta su casa para ver el retrato de Verónica y comprobar el parecido. Y ahí empieza la pesadilla. Tenemos una joyita.
-Ya tuvo una primera temporada la obra, pero no fuiste parte.
-Sí, mi personaje lo hacía Fabio Aste, que está grabando una serie en Uruguay. La directora me llamó, me habló de los apuros del reemplazo, porque íbamos a estrenar en mayo, y tuve que aprenderme 50 páginas en dos semanas. La obra está tan bien hecha, tan bien escrita; es una maravilla. Nunca había hecho off Corrientes porque tuve la suerte de hacer siempre comercial, pero leí el libro y no pude parar hasta terminarlo.
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