El actor que estuvo cerca de morir en octubre pasado y debió ser operado de urgencia volvió a los escenarios con Art y habla de aquella experiencia y de sus múltiples aprendizajes
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Fernán Mirás reestrenó ART, de miércoles a domingos en el Multitabaris, luego de haber sufrido un aneurisma, el pasado 7 de octubre. En una charla íntima con LA NACION, mientras saborea un café con leche y una medialuna, antes de subir a escena, el actor recuerda cómo fue ese momento, qué pensó, qué sintió y cómo está hoy. “Volver al teatro me hizo bien”, dice, convencido.
-¿Cómo fue este regreso?
-El retorno fue bárbaro. Hace dos semanas que estamos modificando cosas, los directores (Ricardo Darín y Germán Palacios, quienes protagonizaron ART en su primer estreno en 1998) siguen con ideas y con ganas de dirigir, lo cual está buenísimo porque además tienen una relación de 30 años con la obra y podrían estar hartos. Pero no, ensayamos y se les ocurren cosas nuevas, cambiamos algunas, modificamos otras. Es muy interesante. Creo que ART es la obra que vi y que más me gustó en mi vida en el teatro comercial, en relación al equilibrio que logra entre comedia, drama y profundidad en el tema. Durante años fue el referente para muchos actores: productores amigos que me han ofrecido obras, me decían, ‘bueno, leela, no es ART pero…’. Nunca se me cruzó por la cabeza la posibilidad de hacerla, supongo que porque la vi cuando se estrenó, y siempre fue una obra que me conmovió mucho. La vi también en Nueva York, medio de casualidad en un día libre durante una filmación. Acá la vi con Oscar (Martínez), Ricardo y Germán, y allá con Alan Alda, Alfred Molina y alguien más y me lloré todo. Me conmueve cómo habla de la amistad. Me parece que me reí la primera vez que la vi y lloré la segunda. Entonces tengo un vínculo muy particular con la obra pero jamás se me cruzó por la cabeza hacerla porque estaba muy presente para mí. Recién cuando me llamaron Ricardo y Germán me di cuenta que hacía muchos años que la había visto y que no la hacían, y había algunas generaciones que no la conocían. Es un clásico que se sigue haciendo en todo el mundo. La primera vez que hablé con Ricardo y Germán me dijeron que iban a hacer ART y pensé que iban a hacerla ellos, y les dije ‘bueno, guárdenme entradas’. Ahí me explicaron que la iban a dirigir y que estaban armando el elenco y por eso me convocaban. Yo no lo podía creer. Fue hermoso.
-El reestreno debe haber sido mucho más conmovedor para vos, después de la dura experiencia que atravesaste…
-Sí, porque vuelvo a un lugar en el que me siento cómodo con mis compañeros, con los directores, con la obra. Hubo un momento en el que mi médico evaluó si ya podía volver a trabajar y, de algún modo, dependía de si yo me sentía tranquilo. Y sí, me siento feliz. Hago teatro desde los 17 años y tengo 52, así que pasó mucho tiempo y tengo una relación muy íntima con el teatro. Es raro porque todas las noches es un grupo nuevo de gente pero para mí es como si estuviéramos los mismos. Es como un ritual en el que hablamos de nuestras cosas, los actores y también los espectadores si te acompañan, se ríen, se emocionan. Lo siento así. Y sí, me resulta bastante particular volver después de haber tenido un susto tan grande porque me doy cuenta de que todavía puedo andar por acá y seguir compartiendo en ese ritual del teatro.
-Contaste que les habías dejando un mensaje a tus hijos antes de que te operaran, ¿fuiste consciente de lo mal que estuviste?
-Me cuesta hablar de eso porque lloro cada vez que me acuerdo. Sin embargo estoy viendo si de tanto acordarme, se me pasa y lo supero. El momento más fuerte fue cuando me dijeron que me iban a operar de la cabeza, que era lo único que se podía hacer. Y dije ‘qué hago, a quién le aviso’. Entonces le avisé a mi novia (Eugenia Zicavo, socióloga y periodista) para que les avise a mis hermanos y a la madre de mis hijos. Cuando me di cuenta que todo se podía terminar ahí (se emociona), les dejé un mensaje a mis hijos, algo casual, hablándoles de otras cosas y en el medio les decía que los amaba. El único que tiene teléfono es el más grande, Santiago, que tiene 14 años, así que se lo dejé a él pero con mensajes para los mellizos, Sebastián y Sofía, que tienen 9 años. Algo así como ‘ya que estas decile a tu hermana que la amo, y a tu hermano también’. Y cuando terminé dije, ‘bueno, ya está, ahora no queda nada salvo que me operen y tiren los dados’. Mis hijos ahora están bien, tranquilos.
-Pero viviste para contarla...
-Parece que seguimos acá rompiendo las pelotas, sí. La operación era peligrosa y las dos semanas posteriores también. Estuve en terapia intensiva un par de semanas, con morfina pero sintiéndome bastante bien. No había tenido ninguna secuela, salvo mucho dolor de cabeza. Por momentos tenía una jaqueca tremenda. Me dijeron que si pasaba esas dos semanas en terapia intensiva y salía, pasaba el peligro. Estaba por empezar a filmar mi segunda película como director, con Natalia Oreiro, y es una comedia sobre el miedo a la muerte.
-¡Qué ironía!
-Increíble. En la comedia, al personaje de Natalia le dicen que le queda un mes de vida y se trata de qué hace ella con esa situación. Escribí el guion con Rodrigo Vila y con Beatriz Carbajales, con quienes nos pasamos dos años hablando de la muerte, y de reírnos del medio a la muerte. Leí tantas cosas en ese tiempo trabajando que entendí que no sabemos nada. Todo lo que leas sobre la muerte y no sea una cuestión de fe, no llega a ninguna conclusión porque todo lo que sabemos es sobre la vida. Fue rarísimo estar dos años metido con la cabeza en eso.
-¿Le tenías miedo a la muerte?
-Le tenía miedo a la muerte, como todos. De algún modo, hacer una película sobre el tema y hablar tanto de eso es como una cábala: ¡bueno, pensemos en el tema ahora así lo pasamos rápido, lo resolvemos y seguimos! (ríe)’. Me obsesiona como tema pero después de leer tanto llegué a la conclusión de que no puedo llegar a ninguna conclusión. Salvo que en algún momento se termina la joda. Y es rara la relación de uno con ese final. No hay más misterio.
-¿Seguís pensado lo mismo después de lo que viviste?
-Vi la luz del túnel y cuando entré vi que era Carranza y dije, ‘¡Cabildo de un lado y Santa Fe del otro’. Es el único túnel que vi (ríe). Fue traumático, sobre todo ver la cornisa y entrar de nuevo. Fue shockeante y te mandan a terapia para ver ese tema.
-¿Estás yendo a terapia?
-Sí, porque es un shock, y en muchos casos te queda una especie de estrés post traumático. Pero estoy bien, no tengo quejas. La he ido acomodando.
-¿Qué recordás de ese primer momento en el que te sentiste mal?
-Fue el 7 de octubre. Y ese día es mi nuevo cumpleaños. Estábamos a una semana de bajar la obra, para luego retomar en verano. Y estaba en la pre producción de la película, a dos semanas de empezar a filmar y esa noche tenia función. Así que además, como si fuera poco, me siento culpable porque le generé kilombos a muchos. Estaba en la casa de mi novia, de golpe sentí un dolor de cabeza que nunca olvidaré. Lo agarré muy a tiempo porque no me quise tomar nada y porque le sospeché. Nadie quiere pensar que está teniendo un aneurisma. Pero en el momento dije, ‘esto es raro’. No podía mover la cabeza ni para atrás ni para adelante. Estuve veinte minutos quieto y me caían las lágrimas del dolor. En cuanto pude le avise a mi novia que llamara a un médico, y ya en la descripción que le hacía me daba cuenta que algo era muy raro. Y las respuestas del médico eran ‘te mando ya una ambulancia’. Me llamaban cada cinco minutos hasta que llego la ambulancia y fui con sirena por primera vez.
-¿Cómo te acompañó tu novia?
-Se portó como la mejor.
-¿Te quedaron secuelas?
-Hay cosas que te pueden pasar durante seis meses pero a mí me pasaron bastante poco y es que a veces tengo dolor de cabeza o cansancio, y eso se va yendo. El doctor Sáez, que junto a su equipo me salvaron la vida, me dijo que tenía un problema conmigo y con un chico que estaba en otra habitación y juega en no sé qué club. ‘No sé cómo hacer para que no se vaya a jugar a la pelota’, decía. Yo también, quería empezar a filmar cuanto antes porque me sentía bien pero evidentemente no estaba bien todavía. En total estuve internado 17 días. Durante un tiempo no podés tener chicos a cargo, ni manejar, ni estar solo, ni nadar. Es más que nada por precaución.
-Algunos dicen que cuando alguien vive esas experiencias tan cercanas a la muerte, se vuelve más sabio. ¿Qué pensás?
-Si pudiera ser gurú de algo… Pero no, ni de mí mismo. No sé dónde se van a acomodar las fichas pero se te mueve todo. Y si no se te mueve hay que preocuparse, me dice el analista. Tenés angustias raras, sensaciones extrañas, te deprimís. No tengo secuelas pero me siento como raro en el mundo. Por ejemplo, las cosas brillan más, salgo más a caminar, me cuelgo mirando las luces del día, cómo pega el sol en las cosas, aprecio más la arquitectura de Buenos Aires. Todo me llamaba la atención antes pero estaba siempre a mil y ahora me cuelgo con eso. Probablemente disfruto más el tiempo con mis hijos. Creía que podía hacer todo, pedía que no pararan mi película porque creía que iba a filmar en quince días. Después me di cuenta de que no.
-Muy negador.
-Creo que tiene que ver con que necesitaba tener un norte y pensar que en quince días salía y filmaba una película.
-¿Un mecanismo de defensa?
-Les confío mucho a mis capacidades de negación porque algunas veces me han ayudado. Logro negar algunas cosas para no ponerme nervioso. No soy muy Superman pero le confío a esa capacidad muchas situaciones, sobre todo las que no dependen de mí. De hecho cuando les dejé el mensaje a mis hijos y ya no tenía más que esperar a que me operaran, le pedí al médico que lo hiciera lo antes posible. Me podía morir en la operación pero había hecho todo lo que podía, ya no dependía de mi.
-¿Pensás todos los días en lo que pasó?
-Sí, está bastante presente todavía. Y de alguna manera está bueno porque valoro las cosas de otra manera. Quiero que se me vaya la angustia pero no la sensación de que todos los días es un día nuevo, más brillante.
-¿Tenés otros proyectos cercanos?
-Filmar esa películas, pero todavía no hay fecha. Capaz modifiquemos algo del guion, aunque estoy contento con el resultado. Sigo sosteniendo lo que pensaba y es que lo único que podemos hacer con la muerte es reírnos. La película no tiene nombre pero si elenco y además de Natalia están Diego Velázquez, Paola Barrientos y Alan Sabbagh, todos personajes que se ponen más ansiosos que ella cuando les dice que se va a morir. Estoy convencido de que hay que reírse de la muerte, y que a todos nos va a llegar. Y de alguna manera traté de hacer eso cuando estaba internado, porque además no te queda otra.
-¿Rezabas?
-No, no soy creyente pero no me hubiera extrañado entrar al club ahora. Crecí en una familia agnóstica y me cuesta, porque nunca estuvo en mi casa y no lo tengo incorporado. Pero si me hubiera vuelto creyente, no me habría parecido mal.
-¿Hiciste cambios de hábitos?
-Sí, dejé de fumar. Desde mis 45 años estaba buscando una excusa para dejar y encontré una re excusa. Me cayó la ficha de que podría haber muerto y de que mis hijos se podrían haber quedado sin padre. Pero acá estoy, me hago el boludo y sigo.
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