Como una más de sus célebres creaciones, esas que lograron cambiar de una sola vez al cine y a toda la cultura popular del siglo XX, la historia de amor de Federico Fellini y Giulietta Masina es tan espectacular como dramática. No fue el de ellos el único matrimonio de artistas que sobrevivió a la voracidad del show business (que tanto satirizaba el director), pero de entre esas excepciones, el amor del creador de 8 y medio con la actriz a la que supieron llamar "la Chaplin femenina" irradia aún, a poco más de 25 años de sus respectivas muertes (separadas por menos de seis meses de diferencia) un halo de belleza y fatalidad, como el que bendijo su unión en plena Segunda Guerra Mundial.
Con apenas veintiuno y veintidós años respectivamente, Giulietta –nacida como Giulia Anna Masina- y Federico se conocieron en 1942, trabajando en el radioteatro Las aventuras de Cicco y Pallina, que por entonces transmitía la cadena estatal para todo el país. Ella, con una incipiente carrera como actriz que desplegó en paralelo a su paso por la Universidad de Roma, era la exitosa protagonista de la tira que Federico escribía. Él, que tras dejar Rímini a los 17 años había logrado en Florencia agenciarse una carrera como dibujante, caricaturista y escritor de historietas (una influencia definitiva en su posterior mirada como director y una pasión que nunca abandonó del todo), se consolidaba como guionista. Casi adolescentes todavía, lo suyo fue mirarse y no separarse jamás. Fellini volvió poesía ese momento, en una de sus frases más recordadas: "Nuestro primer encuentro no lo recuerdo porque en realidad yo nací el día que vi por primera vez a Giulietta". Ella describiría a ese muchacho moreno y flaco, como "un fakir, todo ojos, ojos profundos, inquietos, inquisidores".
Un año después, el 30 de octubre de 1943, se casaron. En plena guerra, la ceremonia tuvo lugar puertas adentro, en el departamento de la tía de Giulietta, que la había criado desde que sus padres decidieron, siendo la actriz muy pequeña, que Roma era mejor lugar que San Giorgio di Piano (su localidad natal, cerca de Bologna) para estudiar. Cuenta la sobrina de Federico, Francesca Fabbri, que "la Masina" estuvo despierta toda la noche anterior cocinando lasaña y sopa inglesa para los invitados. Luego, en lo que fue un modesto festejo signado por la atmósfera opresiva de la ciudad, fueron al teatro a ver a Alberto Sordi (que luego filmaría bajo las órdenes de Fellini), quien los homenajeó ante el público: "Quiero presentarles a dos amigos artistas que hoy se casaron, Federico y Giulietta. Seguramente van a oír hablar de ellos".
Luces y sombras, de Cinecittá a Hollywood
Tal el vaticinio de la noche de bodas, Fellini y Masina encaminaron su matrimonio a la par de sus carreras. Pero antes de esa época dorada que nos legaría algunas de las obras más importantes de la historia del cine, la pareja se unía en una de las vivencias más trágicas que les tocó atravesar. Luego de perder un embarazo tras resbalarse por una escalera, en 1945 Giulietta daba a luz a Pier Federico. Menos de dos semanas después, "Federichino", como le decían cariñosamente, moría de neumonía. "Fue un trauma terrible perder dos hijos", contó Masina en 1993 a la revista People, en la última e histórica visita de Fellini a los Estados Unidos, poco antes de morir, cuando recibió de mano de su gran amigo Marcello Mastroianni el Oscar a la trayectoria. "De alguna manera tuve miedo después de eso. No es que no quise tener más hijos, sino que simplemente no llegaron", se sinceró la actriz.
En esos días de duelo, un encuentro iluminó a Fellini: a pedido de Roberto Rossellini, se hizo cargo del guion de Roma, ciudad abierta. Y fue a partir de esa colaboración que nacería no sólo su carrera como director sino su lealtad por esa otra patria, Cinecittá y sus enormes estudios, donde pudo levantar todos los mundos que imaginó después.
Cuentan que Giulietta y Federico eran muy distintos. Postales de lo doméstico la muestran a ella fumadora empedernida y a él, aborreciendo el tabaco, una diferencia que zanjaron durmiendo en habitaciones separadas, en la célebre casa de Via Margutta, en Roma. En cuestiones de forma, ella no podía escapar a cierto rigor aprendido en sus años de educación con las hermanas ursulinas, mientras él, con su mente brillante e hiperactiva, hacía lo que quería. Para la tímida y reservada Giulietta, el matrimonio era sagrado. A Federico, en cambio, no le preocupaba nada disimular sus amoríos. "Antes de casarme con Giulietta decía que era un soltero que amaba a las mujeres, ¡ahora soy un marido que las ama!", bromeó sobre el final de su vida.
En cuanto a su trabajo juntos, Masina tuvo su primer papel importante en 1948, con la película Sin piedad, de Alberto Lattuada, con guion de Fellini. Pero fue en la década siguiente que, siempre de la mano, el director y su musa emergieron como una de las parejas más fascinantes y portentosas del cine. Después de dirigir El jeque blanco, estrenada en 1952 con protagónico de Sordi y una participación de Giulietta, en 1954 llegaba La strada, la carta de presentación de ambos artistas al mundo, un éxito de taquilla que les abrió las puertas para recibir su primer Oscar a la mejor película extranjera. Los dos fueron aclamados por igual. La Gelsomina interpretada por Giulietta, contraparte inocente y tierna hasta las lágrimas de Zampanó, el bestial forzudo que encarnaba Anthony Quinn, se convirtió en todo un símbolo popular. El éxito arrollador, reiterado con Las noches de Cabiria y un Oscar a la mejor actriz para Masina, le provocó "miedo al fracaso", lo que la llevó a rechazar papeles importantes, confesó la actriz años después al diario El País.
La gente me pregunta si soy celosa y, como toda mujer enamorada, claro que lo soy
En la mejor etapa de su carrera como director, mientras llevaba a la pantalla los tópicos y fetiches recurrentes de sus sueños y su pasado, las pulposas mujeres de los films desvelaban a Fellini en la vida real. Algunas, ya como pesadilla o parodia, volverían a mentar su nombre y sus romances prohibidos aún después de muerto. "Tenía gran curiosidad por las mujeres. Lo quería saber todo de todas", dijo Fiamenta Profilli, su asistente de los últimos tiempos, al diario El País. El maestro, contó, era habitué de adivinas y adivinos, un mundo esotérico y espectral que lo acompañó dentro y fuera de los estudios.
Quemá esas cartas
El romance de Fellini y Masina tiene, como en los culebrones, un gran capítulo epistolar. En 1995, dos años después de fallecidos, abrió la boca Anna Giovannini, una farmacéutica anciana que dijo haber sido, por años, amante del director. En medio del silencio y la desestimación de los excolaboradores del maestro, la mujer aseguró tener cartas para probar su relación, a la que, de paso, definió como un calvario. Consultada por los medios italianos, Maddalena Fellini, hermana de Federico, ironizaba que aquel, cuando vivía, "recibía a muchas mujeres, no sólo a una".
Pero el caso más resonante fue el de Sandra Milo, una reconocida actriz italiana que hasta hoy recorre los medios e incluso llevó a escena su relación clandestina, de 17 años, con el director. Milo fue una verdadera bomba sexual en los 60, convocada por otros grandes. Con participaciones en 8 y medio y Giulietta de los espíritus, es la amante más célebre de Fellini. Decía ser amiga de Masina, quien, según Milo, siempre supo todo. "Fue una historia maravillosa en la que no existían los problemas de la cotidianidad. Una fábula sobre un castillo, a cinco mil metros sobre la tierra", dijo en su momento a la prensa.
Giulietta le puso siempre buena cara al mal tiempo. "La gente me pregunta si soy celosa, y como toda mujer enamorada, claro que lo soy", aseguró a la revista People. Era 1993, el año del final, ese que Fellini inmortalizó con la frase "Giulietta, por favor, ¡deja de llorar!", al recibir su último Oscar y enfrentar el rostro emocionado de su mujer, sentada en la platea.
Guiliettina mía, adorada, siempre una chiquilina divertida... Contigo a mi lado todavía soy capaz de hacer malabares
Meses después, los dos se apagaban. Fellini murió a fines de ese año, un 31 de octubre, apenas un día después de cumplir 50 años de casado con Giulietta. Destrozada, Masina honró su memoria montando una capilla ardiente en el estudio 5 de Cinecittá. El pueblo, la comunidad artística y la primera plana del gobierno italiano despidieron al director. Ante el féretro, la actriz era una estampa pequeñita, pálida, sosteniendo un rosario envuelta en lágrimas. Enferma de un cáncer de pulmón que trató de ocultar a su marido lo más que pudo, murió apenas cinco meses después, en marzo de 1994. Fue despedida con los mismos honores y el mismo cariño popular, con la canción de La Strada (compuesta por el gran Nino Rota) sonando en el funeral, a pedido suyo.
En octubre del año pasado se filtraron a la revista Famiglia Cristiana unas cartas de amor que Fellini escribió a su mujer antes de una delicada operación neurológica, ya cercado por la sombra de la muerte. "Giulettina mía, adorada, siempre una chiquilina divertida... Contigo a mi lado todavía soy capaz de hacer malabares. Coraje... Ahora un beso antes de adormecerme. Es un enorme consuelo saber que cuando me despierte estarás cerca mío, como siempre, mi adorada Giulietta, y para siempre".
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