El una charla íntima con LA NACION, el actor repasa el cimbronazo interno que vivió cuando le detectaron un cáncer, cómo transitó y superó su enfermedad y relaciona su nuevo desafío laboral con su niñez, cuando los amigos actores de sus padres le ponían pelucas y tacos
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Dice que se crió en un canasto, de gira con sus famosos padres, Carmen Barbieri y Santiago Bal. Y hace mucho tiempo que Federico Bal decidió seguir sus pasos, pero esta temporada, por primera vez, va a protagonizar una comedia musical, poniéndose en la piel de Lola en Kinky Boots, que debuta el 28 de diciembre en el Teatro Luxor de Carlos Paz. En una charla íntima con LA NACION, el actor habla del nuevo desafío que lo remonta a su niñez, cuando los amigos de sus padres le ponían pelucas y tacones altos y él jugaba por toda la casa. Federico Bal también cuenta cómo está de salud, qué enseñanzas le dejó la enfermedad que transitó (cáncer de colon) y cuán importante es la compañía de su pareja, Sofía Aldrey.
“Interpretar a Lola es un desafío maravilloso, porque es una obra que me marcó. La vi en Broadway con mi vieja, en la primera versión con Billy Porter y acá también la vi con Martín Bossi, que estuvo genial. Nunca me imaginé subirme a esas botas, porque tal vez mi carrera iba más por la comedia y le tenía un poco de miedo al musical”, se sincera. Kinky Boots, protagonizado también por Federico Salles y Laura Esquivel, con dirección de Ricky Pahskus, cuenta la historia de Charlie, que debe hacerse cargo de una fábrica de zapatos familiar que está en quiebra y ve una forma de salir adelante cuando conoce a Lola.
-¿Por qué le tenías miedo al musical?
-Sentía que no era para mí, que no iba a poder cantar, bailar y actuar al mismo tiempo, sobre todo por la admiración que siento por esos exponentes como Ale Paker, Juan Rodó, Cecilia Milone, a quienes admiro mucho. Sentía que era para gente especial, dotada. Y ahora estoy entrenando muchísimo y tomándolo muy en serio. Hay una responsabilidad artística muy grande, sumada a una sensibilidad en el país con este tipo de personajes que quiero respetar. No quiero hacer una burla, ni reírme del dragueo. Ser drag queen es una profesión, es como un álter ego. En un país donde nos jactamos de tanta libertad e inclusión, hay muchísima homofobia y transfobia todavía. Tal vez nos mostramos libres, pero en el fondo no es tan así.
-Y eso te genera un peso extra...
-Siento la gran responsabilidad de afrontar este personaje con mucho respeto, sobre todo porque me crié en un ámbito muy libre, de mucho transformismo. De chiquito, los amigos de mi mamá me ponían pelucas y tacones altos y yo corría por toda la casa con 2 o 3 años. Y mi bobe, que ya no está, era muy racista y le decía a mi mamá: “Carmen, este chico va a salir gay, mirá lo que le ponen tus amigos”. Y mi vieja respondía: “Y le voy a comprar los mejores zapatos”. Esta obra es un canto a la libertad, a respetarnos como somos y las decisiones que tomamos mientras nadie joda al otro. Esta es mi primera vez en una comedia musical y con un personaje que me completa y me pone a prueba personal y artísticamente.
-¿Cómo es la transformación de Fede a Lola?
-Muy cuidadosa. Hay una búsqueda propia muy intensa. Martín Bossi hizo un trabajo excelente, una Lola muy linda y divertida. Yo estoy buscando otra Lola, porque la idea no es copiarlo. Creo que soy una Lola un poquito más gordita (ríe), pecosa, judía, muy divertida, con mucha sensibilidad y muy minita. Mi drag es muy femenina porque la encontré así, trabajando con el director, Ricky Pashkus. Si mi bobe estuviera viva, se muere. En mi casa era normal que estuvieran los amigos gays de mis viejos y no veía eso como un tabú.
-Decís que tenías temor de hacer una comedia musical, ¿qué pensaste cuando te convocaron?
-Esa mañana, revisando las redes, había visto que Ricky Pashkus y Flavio Mendoza estaban haciendo un casting para Kinky Boots. Con Ricky ya venía hablando por otro proyecto en el que estamos trabajando juntos: Vedette es una miniserie muy linda que habla de la época de oro de la revista y de las vedettes. Si todo sale bien, la filmamos el año que viene. Es un gusto que me quiero dar, porque se están yendo los exponentes de ese género y las anécdotas se mueren con ellos y quiero rescatar todo eso. Y puede ser un revival que va a poner a esas maravillosas mujeres en un lugar muy lindo. Son íconos de una época en que los militares hacían locuras con nosotros, y el contraste es hermoso y queremos contarlo. Esa misma mañana que vi ese casting, me llamó Ricky, preguntándome qué iba a hacer en el verano. “Lola en Kinky Boots”, le respondí. Me dijo que hablaba en serio y que habían pensado en mí. No podía decirle que no, porque es un tremendo personaje. De pronto me empezaron a transpirar las manos, me puse nervioso, ansioso y sentí que el cuerpo me estaba mostrando que tengo que vivir esta experiencia. Últimamente me sucede que si los trabajos no me generan un gran desafío, no los hago. Me enorgullece mi camino recorrido, con tanta variedad.
-¿A quién te pareces maquillado?
-Muchos dicen que a mi mamá, por la sonrisa y por la boca, otros a mi papá que no se dragueba, pero hacía del homosexual de la época, muy amanerado, casi como una caricatura. Cuando hago a Lola me acuerdo mucho de él. Y también creo que me parezco a mi hermana Julieta. Hay un gran trabajo de maquillaje que buscamos durante mucho tiempo y cuando me puse la peluca, los lentes de contacto y me maquillaron, me miré al espejo y me gusté. Me sentí muy bien, me atrajo la imagen que me devolvía el espejo.
-¿Te reconociste?
-¡No! No me reconocí, desaparecí por completo y encontré una versión mía de mujer. Fue algo raro, que nunca había sentido. Mis modos cambiaron automáticamente y ya no caminé como un señor con los tacos puestos. Nunca pensé que iba a encontrar placer en verme de drag. La transformación lleva de dos a tres horas, y en cada función me tengo que desmaquillar y volver a maquillar, porque hay momentos en que el personaje sale como hombre. En ese caso se trabaja con capas. Vamos a estar de jueves a domingos en el Teatro Luxor, y debutamos el 28 de diciembre. Carlos Paz es un lugar que quiero mucho porque ahí se conocieron mis padres, haciendo una comedia, y ahí me hicieron.
-Decías que sos una Lola más gordita, ¿engordaste en los viajes por el mundo?
-Creo que sí. Hicimos unos viajes increíbles con Resto del mundo (eltrece), me comí todo y no pude entrenar por cinco meses, porque en Brasil tuve un accidente, me rompí el brazo, tuve varias operaciones. Tengo 45 puntos, placas, tornillos; me reconstruyeron todo. Tuve un accidente haciendo parapente y fue durísimo, pero estoy bien. La idea es continuar con el programa el año que viene, porque les hacemos frente a todos los tanques que nos ponen enfrente: La Voz, Gran hermano. Siempre hay un nicho que ve Resto del mundo y eso es emocionante, porque soy yo comiendo y viajando.
-¿Tenés alguna anécdota de viaje?
-Muchas. Fue muy emocionante visitar Tel Aviv (Israel), que no conocía, porque me conecta con mis raíces. Y también sentí mucha emoción cuando cruzamos a Palestina, porque ambos países están en un conflicto bélico muy grande, desde hace muchos años. Me caló muy hondo conversar con un palestino que me recibió en su casa y me contó su vida y lo que siente al tener su país cortado por el medio, por una pared. Acá nos quejamos del dólar, de la inseguridad y no nos imaginamos qué es vivir allá. Ellos valoran estar vivos, sus comidas, sus especias. Es una energía que no encontré en ningún lugar del mundo.
-Volviendo a Kinky Boots, ¿qué dijo Carmen?
-Está más feliz que yo porque hoy tiene el hijo que siempre quiso. Recién ahora consigue que me maquille, pruebe pelucas, porque mi mamá ha hecho un culto del transformismo. Es una mujer libre que es feliz sin molestar al otro.
-¿Y tu novia, Sofía?
-Sofi está feliz con Lola, porque es maquilladora, prueba todo conmigo, buscamos colores. Me ayudó mucho a encontrar a Lola.
-En los últimos años bajaste mucho el perfil, ¿fue una decisión o se dio?
-Fue una decisión y es un trabajo diario. Creo que todo pasa por algo y esta propuesta quizá no hubiese llegado si hubiera seguido con el perfil de antes.
-¿Ese cambio tiene que ver con la enfermedad por la que atravesaste?
-Ese fue un puntapié, porque la pirámide de prioridades se dio vuelta completamente, y hoy lo único que quiero es ser feliz en este momento. A partir de tener una enfermedad muy cruda como la que tuve y pude superar, me di cuenta que estaba viviendo una vida al revés, dándole más importancia a una tapa de revista o al lugar que ocupo en la marquesina, que a ser feliz, compartir con mi novia, con mi perro, con mis amigos. Había una necesidad de cambio y empecé a guardarme, a mostrar menos en mi vida privada. No estaba bueno lo otro, porque un día no hablan de vos y te ponés mal, no lo entendés y tenés que seguir fomentándolo. Es como una adicción. Entendí que no quería eso para mi vida y el tema era cómo salir de ahí.
-Sofía, que no es del medio, te habrá ayudado...
-Es parte de mi cambio. Sofi es una mujer increíble que me acompañó en los peores momentos. Estamos muy bien. Hoy soy feliz, estoy haciendo lo que quiero, mostrando lo que quiero y el resto lo guardo. Y tengo trabajos que me hacen desafiarme como nunca antes.
-¿Cómo estás de salud?
-Muy bien. Me hago estudios cada tres o cuatro meses y todo marca que estoy bien. Entreno mucho, como sano, tomo proteínas, bailo, canto, boxeo y cuido mi brazo izquierdo.
-¿Qué enseñanzas te dejó la experiencia?
-Un montón. Me mostró que la vida es cortita, que no tenemos comprada la estadía, no sabemos cuándo nos vamos o cuando un médico te dice que las cosas no están bien. Ahora vivo más feliz, disfruto más. Y noté en los viajes que pruebo todo, conozco todo, me compro cosas que me gustan y después veo cómo las pago. Porque la vida es un instante y no quiero quedarme con las ganas ni arrepentirme de nada. Lo que me sucedió también me hizo abrazar más a mis amigos, a mi gente, conectar con las cosas sencillas y no con los conflictos. Ya no peleo más y un ejemplo es cuando manejo: había una versión mía que peleaba todo el tiempo y me bajaba del auto a pedir explicaciones. Hoy, nada que ver.
-Cuando te dijeron que tenías cáncer, además de ponerte en manos de los médicos, ¿hiciste terapias alternativas?
-Si, hice de todo: constelaciones familiares, biodecodificación, terapia tradicional, fui a Rosario a ver al Padre Ignacio. Abrí la cabeza a lugares que ni pensaba que podía. Soy una persona más de ciencia, aunque tengo fe. Apenas me dieron el diagnóstico me aseguré de rodearme de un plantel de médicos que me dijeran cómo se sale de esto y luego me hice vegano por unos meses. No lo pude sostener porque amo la carne y hoy como menos, pero algo como. No puedo sacar el asadito de los domingos con mis amigos, y en la semana como vegetales. Los cambios también son energéticos. Me permití una búsqueda que me hizo bien, y eso que era un tipo cerrado y pensaba que si me sentía mal tenía que ir a un médico y no a un cura o hacer alguna terapia alternativa. Hoy sé que hacen bien las dos cosas. Las terapias le dieron en la tecla a muchas cosas y me vi llorando en algunas situaciones que nunca me imaginé que podía vivir y me acompañaron a transitar mi problema. Siento que hoy estoy más en eje, en paz.
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